domingo, 31 de enero de 2010

La dolce vita








REPORTAJE: UNA OBRA CUMBRE DEL CINE


Aquellos días de 'La dolce vita'


A los 50 años de su estreno, una exposición en el Museo Nacional del Cine de Turín recupera la época y el escándalo de la película de Fellini, que anticipó en varias décadas la caída de Italia en el vacío. El periodista Indro Montanelli calificó en aquel entonces el filme como "una obra cumbre del cine y el periodismo"

MIGUEL MORA

Aquellos días de 'La Dolce vita' es un reportaje del suplemento DOMINGO de EL PAÍS del 31 de enero de 2010.


Hace medio siglo justo, una noche de enero de 1960, Federico Fellini invitó a Indro Montanelli a su casa romana para enseñarle la película que acababa de hacer. Un par de días después, el siempre frío periodista dejó su apasionado testimonio, la primera crítica del filme, en un texto memorable que publicó Il Corriere della Sera. "Fellini no alcanza cotas menos altas de las que Goya tocó en la pintura", escribió Montanelli. "Nuestro cine no ha producido jamás nada comparable a esta película. No estamos aquí en el cinematógrafo. Estamos ante un gran fresco, ante algo excepcional, no porque represente más o mejor lo que se ha hecho hasta ahora en la pantalla, sino porque va netamente más allá, violando todas las reglas y convenciones".

Imposible resistirse a seguir citando a la biblia. Montanelli consideró La dolce vita una doble cumbre: del cine y del periodismo: "Fellini, antes de ser cineasta, ha sido periodista. Y se sirve precisamente de un periodista para coser los episodios del filme, describiéndolos a través de otros tantos sucesos de crónica que le conducen a la exploración de la sociedad romana en todos sus estratos y barrios, desde el palacio del Príncipe hasta las cuevas intelectuales de Via Margutta, al apartamento de los nuevos ricos de Parioli, a los cafés de Via Veneto, a los tugurios de las paseantes de la periferia y los baldíos terrenos de las chabolas del cinturón subproletario".

"Ecco, aquí entramos en mi oficio, y sobre la exactitud del relato me siento autorizado a manifestarme", proseguía. "Muchos negarán esa exactitud, y esperamos que lo hagan de buena fe, es decir, creyendo francamente que el retrato es arbitrario. Pero yo con toda honradez debo decir que si Mastroianni, que interpreta al protagonista, hubiese sabido contar con el bolígrafo, para un periódico del que yo fuese director, las mismas cosas que ha contado con la cámara de Fellini, y con la misma fidelidad, yo le triplicaría el sueldo".

Permitan todavía un par de píldoras más, para terminar el saqueo: "¡Dios mío, qué tristeza, qué miseria, esos discursos, esas caras, esa falsedad! ¿Somos nosotros, esos tipos?", se preguntaba Montanelli. "Sí, somos nosotros, Dios nos perdone. Ésas son las cosas que decimos (y que no pensamos) cuando estamos juntos. Ésas son nuestras mentiras. Ésas, nuestras vanidades. Ésas, las mujeres que giran alrededor nuestro, o sobre las que nosotros giramos, que tienen todo dudoso, hasta el sexo. No, el retrato de esta sociedad no mejora cuando pasa del palacio del Príncipe al salón de la poeta o al estudio de la pintura. Cambia de estilo. Pero sigue en la mezquindad, en lo dialectal, en lo falso".

Once meses antes, el 16 de marzo de 1959, a las 11.35 de la mañana, la claqueta cortaba el aire para rodar la primera escena: Marcello Mastroianni seguía a Anita Ekberg por la cúpula de San Pedro, reconstruida en Cinecittà como casi todo lo demás. Anitona bañándose en la Fontana de Trevi, una de las secuencias más célebres de la historia del cine, fue rodada un mes más tarde, con nueve grados, según anota Íñigo Domínguez, el corresponsal que más sabe de cine italiano (y otras cosas) en Roma.

Cuando se estrenó, una vez pasada la censura, la película generó controversia salvaje. Dolió su verdad profunda y profética, que anticipó en 30 años la caída del país en el vacío, ese retrato fragmentario de las vísceras de una sociedad frívola, aburrida, decadente y cínica. La retransmisión de los milagros a la carta, la homosexualidad reprimida, el bienestar que anticipó el boom del consumo, la superficialidad de la prensa moderna que se empieza a entregar al cotilleo encarnada en el disoluto Mastroianni, casi mudo y desencantado paparazzo -ahí se acuña la palabra-, vagamente alter ego de Fellini...

Todo ello suscitó el escandalazo que había pronosticado Montanelli. El preestreno en el Capitol de Milán fue apoteósico. Hubo pitos e insultos, y un disidente escupió a Fellini en el cuello. En Roma fue peor. Una viejecita se apeó de su Mercedes en Piazza di Spagna, dando manotazos al chófer, y se colgó de la corbata de Fellini para gritarle: "¡Antes atarse una piedra al cuello y tirarse al mar que dar este escándalo!", recuerda Domínguez.

El Vaticano se sumó enseguida a la condena de la lucidez con artículos anónimos en L'Osservatore Romano, lo que contribuyó a la expansión internacional del filme. Salvo en España, donde se estrenaría con 20 años de retraso, en 1980. Fellini, Mastroianni, Anita Ekberg, los guionistas Ennio Flaiano y Tullio Pinelli (que vivió 100 años), incluso el músico Nino Rota, pasaron a ser considerados "pecadores públicos".

Fellini, quitándose importancia, explicaba así la película: "Sólo quería decir que, pese a todo, la vida tiene una dulzura profunda, innegable".

Esa misma ternura marcó su relación con Mastroianni, recuerda Barbara Mastroianni, la hija mayor del actor. "Eran muy amigos y se parecían mucho, se entendían al vuelo, siempre estaban bromeando y nunca se contaban las desgracias", dice. "En el trabajo eran absolutamente cómplices. Mi padre era muy reservado y no hablaba mucho de sus cosas, pero adoraba a Fellini, había entre ellos una gran simbiosis. Recuerdo que cuando rodaron Ginger y Fred, muchos años después, Papá vino a casa muerto de risa porque Fellini había metido una parodia de Berlusconi, el Comendatore Lombardone". Era 1986: el periodista seguía trabajando.

Hoy, en el Museo Nacional del Cine de Turín, una maravillosa exposición, Los años de la Dolce Vita, rinde tributo a aquellos días dorados y, sobre todo, a aquellas noches y aquellas amanecidas. Por un lado, hay 130 alegres fotos callejeras del paparazzo Marcello Geppetti, que muestran a Roma convertida en un plató a cielo abierto. Media ciudad vivía del cine y la otra media rezaba. Culpa, ambas cosas, del beato proteccionista Giulio Andreotti, que obligó a las productoras americanas a reinvertir las taquillas en territorio nacional. Geppetti capta a todas las estrellas de ese tiempo. Se agolpaban literalmente en los cafés de Via Veneto (hoy vacíos y prohibitivos, y algunos en manos de la N'drangheta) que habían inspirado a Fellini la idea de La dolce vita en el verano de 1958.

Cinecittà era la casa de Fellini. Allí se celebró el superfuneral, en 1993, poco antes de que Lombardone consumara su escalada. Barbara Mastroianni, que fue ayudante de sastra en E la nave va y le llamaba siempre signor Fellini, recuerda que su padre volvió a casa enfermo aquel día. "Le molestó toda aquella parafernalia que montaron, decía que Federico no la habría aprobado. No sabía que a él se la harían también poco después".

En la exposición de Turín se pueden ver también 28 imágenes muy raras, oscuras y poéticas, que tomó durante las pausas del rodaje Arturo Zavattini, hijo del escritor Cesare Zavattini y operador del filme. En su ensayo para la muestra, el eximio crítico Tullio Kezich, amigo y biógrafo de Fellini desaparecido el año pasado, escribía estas sabias líneas: "En la Cámara gritaban los fascistas y en los púlpitos los curas llamaban a rezar por Fellini. Sólo los jesuitas de Milán le defendieron, y fueron enviados al exilio". Y concluía: "Casi se echa de menos aquella Italietta en la que por una película presuntamente inmoral, en la que no había siquiera la sombra de un desnudo femenino, se rompían amistades, se desencadenaban batallas y se agotaban los periódicos".


jueves, 28 de enero de 2010

Regiomontanos

El gentilicio para Monterrey
Por: Federico Zertuche


Desde que tengo uso de la razón -aunque a veces se me extravíe-, he sabido que el gentilicio empleado para los naturales de Monterrey es el de regiomontanos, pero de un tiempo acá he oído de manera reiterada y casi exclusivamente el de “regios”, sobre todo cuando mis paisanos se refieren a sí mismos.

Debo confesar que desde un principio esa práctica de llamarnos “regios” me pareció fatua, arrogante, presuntuosa, y por supuesto totalmente exagerada; hay una especie de narcisismo colectivo y extremosa autocomplacencia que raya en ese amor propiae excellentiae y que, puntualmente, es la definición que da Santo Tomás de la soberbia.

Por eso me parece chocante, para no decirlo conforme a nuestro lenguaje coloquial: muy mamona. Pero, además, porque no se compadece con el carácter tradicional y de siempre de los regiomontanos, en el que la sencillez, la franqueza, la discreción y la mesura fueron rasgos característicos y virtudes socialmente estimuladas y aplaudidas en todas las clases sociales.

Es probable que en la actualidad dichos valores y virtudes se estén perdiendo o diluyendo, y que luego de cinco generaciones a partir que se inició la etapa del capitalismo moderno en la ciudad y se forjaran las primeras grandes fortunas, ahora, ya en calidad de viejos y nuevo ricos, y con una ciudad próspera en muchos sentidos, se nos haya “subido la mostaza” al grado de forjar esa extremosa autocomplacencia que nos lleve a transmutar no sólo nuestro carácter sino hasta el gentilicio que empleamos para, muy orondos, coronarnos con el de “regios”.

Pero aún así, es decir reconociendo que la gente y sus costumbres cambian, tampoco es aceptable dicho advenedizo gentilicio. Por la sencilla razón que el adjetivo “regio” o “regia” se refiere a lo real, perteneciente o relativo al rey o a la realeza, como dice el Diccionario de la Lengua Española, de la RAE, y en su segunda acepción: Suntuoso, grande, magnífico.

Me podrán alegar algunos de mis paisanos que por eso se llama Monterrey, porque alude al rey; no obstante es inapropiado, pues descomponiendo el nombre sería monte del rey, un monte que pertenece al rey o que se nombró así en honor del rey, pero no a los habitantes o naturales de la ciudad. Nosotros no somos “regios”, ni lo fuimos ni lo seremos. Durante siglos nuestros antepasados fueron la gente más sencilla y montaraz del mundo y ahora resulta que estamos a al altura de los reyes: ¡No manches!, como diría mi sobrino.

Por otro lado, da la casualidad –que nada tiene de casual- que en el referido diccionario aparece el adjetivo gentilicio regiomontano, na. Natural de Monterrey, capital del Estado mexicano de Nuevo León. Está claro que esta voz la incluyeron en algún momento a iniciativa de la Academia Mexicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española.

Así es que, estimados paisanos, bajémosle a nuestro radio, cambiemos la corona por sombrero o cachucha de los sultanes, y sin tanta alharaca, con modestia, sencillez, honradez, y equilibrado orgullo volvamos a emplear nuestro original, oficial y verdadero gentilicio: el de regiomontanos.

sábado, 23 de enero de 2010

Homenaje a Camus


Albert Camus 1913-1960

El 4 de enero de 1960, hace cincuenta años, fallece en un accidente automovilístico a la edad de 47 años el novelista, filósofo y ensayista francés Albert Camus, Premio Nobel de Literatura en 1957. Desde entonces, su figura intelectual, moral y espiritual no ha hecho sino crecer, a grado tal que casi hay unanimidad en la comunidad intelectual respecto a su enorme estatura. Como el atento lector se habrá percatado, en estas fechas se han publicado numerosos artículos y ensayos en toda la prensa occidental para rendir homenaje al escritor en ocasión del 50 aniversario de su muerte. He querido dejar plasmada en este espacio la siguiente semblanza biográfica y luego reproducir un artículo de Fernando Savater aparecido en el diario El País de España, para sumarnos a dicho homenaje.

Albert Camus


"Fue en España donde los hombres aprendieron que es posible tener razón y aun así sufrir la derrota. Que la fuerza puede vencer al espíritu y que hay momentos en que el coraje no tiene recompensa. Esto es sin duda lo que explica por qué tantos hombres en el mundo consideran el drama español como su drama personal."
Novelista, dramaturgo y ensayista francés, es considerado uno de los escritores más importantes posteriores a 1945.


Está considerado el representante del existencialismo «ateo». Nació en Mondovi (actualmente Drean, Argelia), el 7 de noviembre de 1913. Hijo de colonos, queda huérfano de padre antes de cumplir los 3 años. Toda su niñez la pasó en uno de los barrios más pobres de Argel y por supuesto con ausencia absoluta de libros y revistas. Gracias a una beca que recibían los hijos de las víctimas de la guerra, pudo comenzar a estudiar y a tener los primeros contactos con los libros. En medio de dificultades económicas cursó su primaria y culminó el bachillerato.

Estudió filosofía y letras y fue rechazado como profesor a causa de su avanzada tuberculosis, por lo que se dedicó al periodismo como corresponsal del Alter Republicain. En 1939 se presentó al ejército como voluntario, pero no le aceptaron por su delicada salud. En ese mismo año publicó Bodas, un conjunto de artículos que incluían reflexiones inspiradas por sus lecturas y viajes. Al año siguiente contrae segundas nupcias, se instala en París y es corresponsal de París-Soir. Durante la Segunda Guerra Mundial fue miembro activo de la Resistencia francesa dentro del grupo Combat, que publica en la clandestinidad un periódico homónimo.


Tras la liberación de París se mantiene en él como redactor en jefe. Antes de finalizar la contienda, publica la novela El extranjero (1942), ambientada en Argelia, como la mayoría de sus narraciones siguientes. Esta obra y el ensayo en el que se basa, El mito de Sísifo (1942), revelan la influencia del existencialismo en su pensamiento, así como las obras de teatro El malentendido (1942) y Calígula (1944). Con la novela La peste (1947) logra el Premio de la Crítica. Aunque en esta novela todavía se interesa por el absurdo fundamental de la existencia, reconoce el valor de los seres humanos ante los desastres y su pensamiento evoluciona hacia un sentido más solidario ante el sufrimiento humano y la rebelión contra la injusticia. Actitud que quedará plasmada en Los Justos (1949) y en el ensayo El hombre rebelde (1951). Este último es sin duda su libro más polémico y complejo, a tal punto que provocaría la ruptura con Sartre. En él se pregunta por qué los ideales se pervierten, por qué cuando vence la rebeldía se transforma en opresión. Confiará en la rebelión pero individua, el hombre rebelde hará de su rebelión un deber de conciencia, donde de lo absurdo se sale con un desplazamiento hacia la vida de los otros.

Camus deja otras obras como las novelas El revés y el derecho (1937), Cartas a un amigo alemán (1948); La caída (1956), inspirada en un ensayo precedente; la obra de teatro Estado de sitio (1948); y un conjunto de relatos, El exilio y el reino (1957) y Los poseídos (1959).

Colecciones de sus trabajos periodísticos aparecieron con el título de Actuelles (3 vols., 1950, 1953 y 1958) y El verano (1954). Una muerte feliz (1971), aunque publicada póstumamente, de hecho es su primera novela. En 1994, se publicó la novela incompleta en la que trabajaba cuando murió, El primer hombre, una autobiografía novelada. Sus Cuadernos, que cubren los años 1935 a 1951, también se publicaron póstumamente en dos volúmenes (1962 y 1964).

Su obra, caracterizada por un estilo vigoroso y conciso, refleja una sociedad abocada al nihilismo, tras la destrucción de sus valores y la sensación de alienación y desencanto junto a la afirmación de las cualidades positivas de la dignidad y la fraternidad humana.


En 1957 recibió el Premio Nobel de Literatura y tres años después murió en un accidente automovilístico en Villeblerin (Francia) el 4 de enero de 1960.

Obras escogidas:
• El revés y el derecho, 1937
• Bodas, 1939
• El extranjero, 1942
• El mito de Sísifo, 1942
• El malentendido, 1942
• Calígula, 1944
• La peste, 1947
• Estado de sitio, 1948
• Cartas a un amigo alemán, 1948
• Los Justos, 1949
• Actuelles (3 vols.) , 1950, 1953 y 1958
• El hombre rebelde, 1951
• El verano, 1954
• La caída, 1956
• El exilio y el reino, 1957
• Los poseídos, 1959
• Cuadernos, 1962 y 1964 (obra póstuma)
• Una muerte feliz, 1971 (obra póstuma)
• El primer hombre, 1994 (obra póstuma)
Fuente: http://www.booksfactory.com/writers/camus_es.htm

Dos cabalgan juntos
FERNANDO SAVATER (El País, 23/01/2010)


Suele decirse, es casi un lugar común, que los grandes escritores padecen un purgatorio más o menos largo de indiferencia tras su muerte. Algunos salen de él fortalecidos y eternos, otros permanecen incurablemente en el olvido. Pero Albert Camus representa una notable excepción a esta regla: a 50 años de su muerte temprana en un accidente de carretera, su figura intelectual ha aumentado sin cesar de tamaño y es hoy más prestigiosa que nunca.

Aún más sorprendente resulta la casi total unanimidad encomiástica que le rodea. Las polémicas y críticas acerbas que acompañaron la mayor parte de su vida creadora parecen haber desembocado hoy en un plácido estuario de reconocimiento sin fisuras. Resulta casi inevitable preguntarse si tanta aceptación no encierra un malentendido (el propio Camus dijo que el éxito suele implicarlo) o incluso una forma de olvido más soterrada y por tanto más difícilmente remediable.

Desde luego, abundan los motivos para recordar hoy a Camus con especial aprecio y simpatía. Para empezar, los acontecimientos históricos han venido a demostrar que en asuntos esenciales tenía razón: sobre todo en su denuncia del totalitarismo estalinista. Pocos años después de su muerte, Jruschov comenzó pudorosamente a desvelar la realidad atroz de la Rusia soviética, que los más furibundos detractores de Camus se negaban a admitir. A partir de ese momento -y sobre todo desde la caída del muro de Berlín- el comunismo realmente existente perdió casi todos sus abogados intelectuales y ha revelado sin paliativos su fracaso político y su desastre moral. La denuncia de Camus, que en su día fue malinterpretada o denostada, se ha convertido hoy en un tópico que casi todo el mundo suscribe sin rodeos.

Aún más. El lenguaje teológico puesto al servicio del exterminio de seres humanos era uno de los temas fundamentales estudiados en El hombre rebelde. Camus comprendió bien hasta que punto la búsqueda del absoluto puede convertirse en justificación para pisotear los derechos humanos más elementales. Cuando publicó su célebre ensayo, la invocación inquisitorial de motivaciones religiosas para persecuciones y matanzas parecía algo del pasado, pero medio siglo más tarde ha vuelto a ponerse de trágica actualidad.

Entonces se pensaba que las ideologías políticas (nacionalismo, nazismo, bolchevismo, etcétera) habían venido a sustituir al furor teológico de las religiones, pero hoy vemos que -tras la decadencia de esas ideologías digamos "laicas"- son de nuevo las coartadas religiosas las que regresan para legitimar atentados mortíferos, matanzas tribales, deportaciones masivas o bombardeos preventivos.

La denuncia de Camus en su día sonaba a algunos como una concesión al "idealismo" o al "espiritualismo" que desconoce las motivaciones socioeconómicas: resulta hoy una precursora señal de alarma.

Esta denuncia del totalitarismo y del terrorismo, que se adelanta a los acontecimientos venideros, ha conseguido hoy aplauso general para Albert Camus, entre los conservadores de derechas y también entre muchos izquierdistas arrepentidos. Pero este aprecio póstumo puede ocultar, como decíamos, un cierto malentendido y hasta un olvido selectivo de una parte importante del pensamiento político y moral de Albert Camus. Porque en su obra no hay un rechazo global sino más bien una exigencia ética de la rebelión: "Yo me rebelo, luego nosotros somos". Decir "no" y rebelarse contra la injusticia y la desigualdad social ("la sociedad del dinero y de la explotación no se ha encargado nunca, que yo sepa, de hacer reinar la libertad y la justicia"), contra la opresión colonial de los países más desfavorecidos, contra la pena de muerte, contra la utilización de armas atómicas... Todo eso también formó parte central de sus manifestaciones políticas. Albert Camus fue crítico con la revolución que entroniza el terror y la violencia como dioses justicieros, confundiendo la depuración con el camino de la pureza, pero no fue un conformista ni un cínico que acepta sin más -en nombre del orden sacrosanto- los peores manejos de la razón de Estado. Fue moralmente exigente con la rebeldía (sostuvo que en política deben ser los medios quienes justifiquen el fin y no al revés), pero sin duda fue también un rebelde: "La rebelión no es en sí misma un elemento de civilización. Pero es previa a toda civilización".

Probablemente el intelectual del siglo XX con quien más tiene en común Albert Camus, hasta la coincidencia casi desconcertante, es George Orwell. Y no sólo por similitudes biográficas, como que ambos fueron tuberculosos, ambos murieron (aunque por causas distintas) a los 47 años, ambos tuvieron una preocupación especial por la guerra civil de España y su tragedia posterior y ambos padecieron la maledicencia calumniosa de muchos colegas comprometidos con el disimulo o la minimización de la realidad totalitaria comunista. Hay además otras concordancias esenciales. Una de las principales es la importancia concedida al lenguaje y a la sinceridad que lo emplea en busca, ante todo, de la verdad.

Orwell denunció: "El lenguaje político -y con variaciones esto es válido para todos los partidos políticos, desde los conservadores a los anarquistas- es empleado para que las mentiras parezcan verdaderas y el crimen respetable, y para dar apariencia de solidez a lo que es puro humo". Y concluyó: "El gran enemigo del lenguaje claro es la insinceridad".

Por su parte, Camus señaló: "He escuchado tantos razonamientos que han estado a punto de hacerme dar vueltas la cabeza, y que han hecho dar a otros vueltas la cabeza hasta hacerles consentir en el asesinato, que he llegado a comprender que toda la desdicha de los hombres proviene de que no tienen un lenguaje claro. He tomado entonces el partido de hablar y actuar claramente para volver a ponerme en el buen camino. Por consiguiente digo que hay las atrocidades y víctimas, y nada más" (La peste).

Tanto uno como otro fueron explícitamente contrarios al culto del músculo y la fuerza como garantía de eficacia para resolver los conflictos, aunque Camus simpatizó más con el pacifismo y las doctrinas gandhianas de la no violencia (para Orwell "el pacifismo es más una curiosidad psicológica que un movimiento político").

Y ambos criticaron el nacionalismo: Camus escribió a su imaginario amigo alemán que él "amaba demasiado a su país para ser nacionalista" y Orwell unas perspicaces y siempre actuales Notas sobre el nacionalismo en las que dejó caer esta observación de largo alcance: "Todo nacionalista está obsesionado por la creencia de que el pasado puede ser alterado".

Pero cada uno de ellos se interesó a su modo por el patriotismo, entendido como ciudadanía compartida y no como etnia de pertenencia.

Orwell se asombraba en 1940 (probablemente pensando en el grupo de Bloomsbury o gente parecida) de que Inglaterra fuese "el único gran país cuyos intelectuales se avergüenzan de su propia nacionalidad" y deseaba para el futuro que "el patriotismo y la inteligencia volviesen a ir juntos de nuevo".

Por su parte Camus, en el prefacio a sus Crónicas argelinas, en las que expuso una postura que desagradaba a casi todos, dice: "Desde la derecha se ha emprendido, en nombre del honor francés, lo que era más contrario a tal honor. Desde la izquierda, frecuentemente y en nombre de la justicia, se ha excusado lo que era un insulto a toda verdadera justicia. La derecha ha cedido así la exclusiva del reflejo moral a la izquierda, la cual le ha cedido a su vez la exclusiva del reflejo patriótico. El país ha sufrido dos veces".

Tuviesen o no razón en sus opiniones y actitudes políticas, tanto Camus como Orwell fueron librepensadores. Es decir, sostuvieron principios y argumentos, no partidos. Rechazaron algo muy frecuente, el escándalo selectivo, las condenas que siempre barren para casa y silencian lo que perjudica a nuestro convento. Cincuenta años después, reciben incienso de los mismos que hoy excomulgan a quienes se comportan como ellos: la hipocresía es el tardío homenaje que el sectarismo rinde a quienes han dejado de ser molestos. ¿Victoria póstuma o dulce derrota definitiva?

domingo, 17 de enero de 2010

Balduino El Leproso

Balduino IV el Leproso
Por: Federico Zertuche
Balduino IV El Leproso


El caso del rey leproso es único y emblemático en toda la historia de la realeza europea. No encontramos en los anales de reyes, reinas o príncipes ningún otro personaje semejante a Balduino IV (1151-1185), ni antes ni después del paso por este mundo del joven monarca de Jerusalén.

La saga de Baldunio IV nos remonta a la Primera Cruzada (1096-1099), y al establecimiento del llamado reino franco de Siria en Tierra Santa hasta su ulterior caída en 1188, tras la victoria de los poderosos ejércitos musulmanes dirigidos por Salah Al-din (Saladino) el legendario atabeg (rey) de Damasco y Alepo.

Como sabemos, quien tuvo la primera idea de una Cruzada, tal y como se
El Papa Urbano II bendice a los cristianos
comprendió entonces y luego se realizara, fue sin duda el papa Urbano II (1088-1099), quien contó con el importante apoyo del conde de Tolosa, Raimundo de Saint-Gilles, principal propagandista y ejecutor de la guerra santa en aquella Europa de la Plena Edad Media.

Al poco tiempo del llamado de Urbano durante el Concilio de Clermont, el vulgo quiso atribuir a ambos un papel secundario concediendo principal protagonismo como “verdadero” iniciador de la Cruzada a un personaje muy popular, legendario y célebre en la cristiandad de entonces: Pedro el Ermitaño, a quien Jesucristo habría aparecido en sueños y entregado una carta dirigida al Pontífice. Cuenta la leyenda que Pedro habría ido a Roma a ver al papa para darle parte de su visión y mostrarle la milagrosa misiva, en la que, por intermedio de san Pedro, Cristo mandaba a Urbano II predicar la guerra santa a fin de liberar Jerusalén.



Pedro El Hermitaño

Aunque no hay nada que pruebe tales versiones, particularmente que haya estado en Roma en ningún año antes del Concilio, ni hubiese visto jamás al papa, lo cierto es que la fama y popularidad de Pedro el Ermitaño eclipsó desde un principio la de los demás participantes y protagonistas de la Cruzada, sobre todo si tenemos en cuenta que éste hombre se dirigía al vulgo sin tener relación estrecha ni con la Iglesia ni con los barones cruzados.

“El pequeño Pedro”, era menudo y delgado e iba siempre pobremente vestido montando un diminuto burro. Cuando se llamó a la Cruzada Pedro ya era un predicador muy conocido y popular en todo el norte y noroeste de Francia, había pasado años recorriendo Normandía, Champaña, Picardía, y la Isla de Francia, seguido de muchedumbres de fieles que, llevados por su ejemplo, habían elegido la vida errante de los apóstoles.

Se calcula que la masa que logró atraer Pedro el Ermitaño para participar en la Cruzada se elevó entre cuarenta y cincuenta mil personas, exorbitante para la época. La gran mayoría era del pueblo llano, campesinos empobrecidos, iletrados e ignorantes en las artes de la guerra, movidos por la pasión religiosa y fanática. Por ello, no es de extrañar que apenas desembarcaron en Asia Menor, al pretender temerariamente sitiar y arrebatar a los turcos la ciudad de Nicea, aquella turba del pequeño Pedro fuera sorprendida y masacrada por las tropas del sultán Quilich-Arsalan reduciéndola a apenas dos o tres mil supervivientes, en su mayoría rezagados que no estuvieron presentes en el lugar de la batalla.

Por su parte el ejército o ejércitos de los barones eran de consideración, sumando varios miles de caballeros bien entrenados, armados y dispuestos para la guerra. “Raimundo de Saint-Gilles, Godofredo de Bouillon y Roberto de Normandía, mandaban cada uno mil caballeros, el conde de Blois y el conde de Flandes a varios centenares, y Bohemundo de Tarento mandaba un ejército de siete a ocho mil hombres y no menos de quinientos caballeros. El caballero, a su vez, representaba una unidad combatiente que comprendía, además de él, cinco o seis soldados escogidos. Aparte de los caballeros, éstos ejércitos contaban con arqueros, con toda clase de técnicos desde ingenieros hasta simples encargados de las máquinas de guerra, un extenso número de personal auxiliar y de servicio y de todos los profesionales del oficio de las armas; y los soldados rasos, gente de a pie armada con lanzas pequeñas, garrotes y cuchillos, quienes también tenían criados a su cargo que no combatían pero que se empleaban en otras mil tareas de campamento y de asedio.” (1)



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En todo caso, en el siglo XII, como consecuencia del éxito de la primera Cruzada, los cristianos establecieron el llamado reino franco de Siria que comprendía varias provincias del Medio Oriente incluyendo Jerusalén.

La majestad santa de la ciudad exigía que fuese capital de un reino, había necesidad, pues, de nombrar a un rey de Jerusalén. La elección de los barones y clérigos recayó en Godofredo de Bouillon, duque de Baja Lorena, candidato natural. Godofredo declinó el título de rey a cambio del de “defensor del Santo Sepulcro”. A la postre, éste imponente y rubio barón franco, descendiente de Carlomagno, pasaría a formar parte del elenco más selecto del panteón de los héroes de la épica europea.

Cabe aclarar que si bien Jerusalén fue en muchos sentidos un reino franco, por lengua y por tradición, por haber sido francos sus príncipes, aristocracia y buena parte de su población, en cambio, conforme a derecho era una especie de Estado internacional, así como los Santos Lugares que estaban confiados a ellos eran propiedad de todo cristiano y en particular de los cristianos occidentales. Ingleses, italianos, alemanes, escandinavos, iban a Jerusalén en peregrinación o cruzados, sin tener por ello que ponerse al servicio de los francos. Ahí todos los hombres estaban al servicio de Dios. Es sumamente interesante constatar dicha perspectiva supranacional y supraestatal, germen de la entonces muy lejana Unión Europea.





“La Jerusalén cristiana, la Jerusalén de los cruzados y del Reino franco, se convirtió en la ciudad-templo, a donde acudían de todos los rincones de la cristiandad, ya fuera latina o griega, ortodoxa o herética, afluían los peregrinos que rivalizaban en fervor y se aglomeraban en masa en el Santo Sepulcro y el Gólgota y en todos los santuarios de la ciudad y de los alrededores con una libertad jamás conocida en tiempos de la dominación musulmana.” (2)

Sigamos pues, tras la muerte del célebre Godofredo le sucede su hermano
Godofredo de Bouillon
Baldunio de Bolonia, quien el día de Navidad del año 1100 es coronado rey de Jerusalén bajo el nombre de Balduino I. Una de sus principales acciones bélicas fue la ajustada derrota que inflingió a un poderoso ejército egipcio enviado por el visir Al-Afdal con la intención de reconquistar Jerusalén. Baldunio, que había perdido la mitad de sus tropas y a quien se creía vencido, arremetió contra sus enemigos con tal furia y eficacia que logró sembrar el pánico en el campo adversario y hacerlos huir en el más completo desorden.

En el momento en que se le daba ya por muerto en Jerusalén como en Jaffa, Balduino se presentó ensangrentado y cargado de despojos y de un botín ante las murallas de Jaffa, junto al obispo de Ramlah que portaba en alto la Vera Cruz. Esta reliquia (un trozo de madera considerado como tal y que se guardaba en el Santo Sepulcro), que había tomado parte en la batalla y dado fuerzas a los combatientes, iba a estar presente en todas las batallas y a adquirir gran renombre no sólo entre los cristianos sino también entre los musulmanes.

Balduino I fallece sin dejar descendencia ni designar sucesor, por lo que los barones tuvieron que elegir un rey, quienes en contra de la legitimidad más estricta se inclinaron por Balduino de Bourg, que accedió al trono como Balduino II y gobernó no sin dificultades.

Entretanto, a la muerte de Balduino II, le sucede en el trono de Jerusalén Fulco V de Anjou quien reinó entre 1131 y 1143, a éste le sucede Balduino III que gobierna hasta 1157, año en que accede al trono su hermano Amalarico ya aquel que no tuvo hijos.

Amalarico gobernó hasta morir víctima de una disentería a la edad de 39 años. Para acceder al trono Amalarico, había sido obligado a repudiar a su primera esposa, Inés de Courtenay, a quien los barones consideraban indigna para ser reina de Jerusalén, y con quien tuviera dos hijos: Balduino y Sibila. Después contrajo segundas nupcias con María Comneno, sobrina nieta del emperador de Bizancio con quien tuvo solo una hija. De tal manera que al fallecer, el trono le correspondía por derecho hereditario al joven príncipe Balduino quien asumiría el trono como Balduino IV.

El heredero al trono, se hallaba desde su más tierna infancia aquejado por un
Balduinio IV de niño
mal misterioso que ningún remedio había podido curar. Cuando el niño hubo cumplido diez años, los médicos y cuantos le rodeaban tuvieron que rendirse a la evidencia: el pequeño Balduino era leproso.

La lepra era entonces una enfermedad bastante común, sobre todo en Oriente, y aunque no era tema tabú, por cuestiones de higiene y salud pública existían leyes que ordenaban una rigurosa exclusión de los leprosos de la vida social amén de la pérdida sus derechos civiles. No obstante, al pequeño Balduino nunca se le consideró impuro ni indigno de reinar, sobre todo por el hecho de ser el único hijo barón del rey, y heredero legítimo.

Según relata el cronista Guillermo de Tiro, quien fuera su preceptor, Balduino era “...durante su infancia, muy guapo, de espíritu rápido y abierto, cabalgaba muy bien, mejor que ninguno de sus predecesores...”. “No olvidaba nunca un insulto, y menos aún una buena acción.” Tenía “una excelente memoria, era muy instruido, recordaba bien las historias y las contaba con gusto...”.

El joven príncipe debió comprender enseguida que su enfermedad era incurable, por lo que quiso olvidarse de ello y hacer olvidar a los demás que estaba enfermo. A la muerte de su padre, la enfermedad había progresado tanto que comenzaba a hacerse visible. Las gentes del reino sentían gran dolor al verlo.

Durante los primeros años, debido a la minoría de edad del rey, gobernaron Jerusalén dos regentes, primero, el senescal Milón de Plancy, caballero francés, amigo íntimo de Amalarico, hasta que fuera asesinado a puñaladas en plena calle por una banda de conjurados. Le sucedió en el cargo el entonces conde de Trípoli, Raimundo III, primo hermano del rey difunto y primer barón del reino latino ya que Bohemundo III, príncipe de Antioquía, había pasado a formar parte de los adeptos del Imperio Bizantino abandonando al reino.




A partir de 1175 el regente Raimundo y los barones de Jerusalén pudieron contar en sus batallas y correrías bélicas con un auxilio inesperado y más valioso de lo que podían creer. El joven rey de apenas catorce años, se estaba revelando como un intrépido guerrero, capaz de arrastrar las tropas a combate, y más tarde, de mandarlas y dirigirlas en una batalla. Era para sus hombres un símbolo y un estímulo, todos combatían mejor sabiéndose bajo las órdenes de un rey legítimo. A esa edad y con su enfermedad a cuestas, Balduino tenía que cabalgar decenas de kilómetros a menudo completamente armado, con cota de malla y casco, bajo un calor sofocante, y había que lanzarse contra el enemigo con escudo y lanza en mano.

Había recibido una esmerada educación como corresponde a un príncipe, por caballeros y maestros de armas, y también por eclesiásticos, entre ellos el historiador Guillermo de Tiro; éstos le inculcaron la virtud de la paciencia y fortaleza para la dura prueba que sería su vida. También despertaron en él el sentido del deber, el orgullo de ser rey de Jerusalén y defensor del Santo Sepulcro. En todo caso, Balduino IV parecía poco dado a compadecerse de sí mismo.

Balduino contrajo la enfermedad desde chico que en la pubertad comenzó a progresar con mayor rapidez, al final de su vida sus miembros se le caían literalmente a trozos y se le soltaban del cuerpo. A los quince años es nombrado rey tras la muerte de su padre, y fallece en 1185 luego de doce años de reinado sin haber cumplido los veinticinco de edad.

Sin embargo, fue sumamente respetado, admirado y ciegamente obedecido por sus súbditos dadas sus grandes dotes y cualidades para el gobierno y la guerra, así como por su tremenda determinación ante la adversidad de su enfermedad, pues sabiéndose con tal defecto físico quiso demostrar al mundo y a si mismo que era capaz de igualar y superar a los demás.

Como diría la medievalista experta en Cruzadas, Zoé Oldenbourg: “Con el

ardor del adolescente que sabiéndose poseedor de tal defecto físico y enfermedad, quiso demostrar a todo el mundo y a sí mismo que era capaz de igualar y aún superar a los otros, el rey niño superaba su mal, porque si bien era un rey que tenía la desgracia de ser leproso, era también un leproso que tenía la suerte de ser rey”. (3)

Le gustaba ejercer el poder, no tenía otra cosa que hacer en la vida, y estando predispuesto por herencia para ello, lo hacía con todo empeño y vigor. No toleraba desobediencia alguna, sin que ello supusiera tiranía; ésta la contenía, no obstante su juventud, debido a una viva inteligencia que le había hecho madurar antes de tiempo, así como a un fuerte sentido del deber que le hacía actuar siempre por el bien del reino antes que cualquier otro motivo.

Había nacido para la acción, por lo que hasta el último momento, cuando sus miembros se le caían literalmente a trozos quedándose sin manos ni pies así como otras partes de la cara y del cuerpo, quiso ser rey, mandar y ser obedecido, pues tal era su única manera de aferrarse a la vida merced a un fortísimo espíritu de lucha.

A la muerte de Amalarico, reaparece en la corte luego de largos años de ausencia, Inés de Courtenay, la esposa repudiada a quien los barones habían impedido ser reina, la habían separado de sus hijos cuando éstos eran aún muy pequeños, obligándola a un exilio ruinoso y humillante. Durante este tiempo contrajo nupcias en tres ocasiones y llegó a tener fama de bastante desconsiderada, pues, aunque tenía unos cuarenta años no renunciaba a sus aventuras amorosas, de las que más tarde llegaría a ser gala descaradamente.

En todo caso, muerto el rey Amalarico nada podía impedir su retorno en calidad de madre del rey Baldunio y de su hermana la princesa heredera Sibila. Balduino, carente de afectos y de amistades, recibió de buena gana a su madre que pronto tendría gran ascendencia sobre su pequeño, desvalido y enfermo hijo, y por tanto en la corte. A partir de entonces, casi todas las intrigas palaciegas y sucesorias serían auspiciadas e instigadas por Inés.

En noviembre de 1177 mientras los ejércitos francos se distraían en una

expedición contra Egipto y sitiaban la ciudad de Harim, en el norte de Siria, Saladino quiso aprovechar las circunstancias para atacar el reino por el Sur a un costado de Ascalón, cerca de Gaza. Creía que podría apoderarse con facilidad de un país sin defensores, por lo que dejó que sus ejércitos se desbandaran a fin de devastar los campos.

Balduino IV, que había reunido a todos los caballeros que le quedaban y había llevado consigo la Vera Cruz, corrió primero a refugiarse a Ascalón, y desde ahí se lanzó sobre el enemigo. El país franco creía que se encontraba al borde la invasión, sin posibilidad de resistir a las tropas de Saladino formadas por 27 mil hombres.

El rey de Jerusalén, cuyas tropas no sobrepasaban los 4 mil, llevaba a 375 caballeros de los cuales 80 eran Templarios que iban a las órdenes de su maestre Eudes de Saint-Amand; al príncipe Reinaldo de Chatillon, y a Jocelin III de Courtenay, tío del rey y hermano de la reina madre, a otros nobles caballeros, así como al obispo de Belén portando la Vera Cruz, amén de numerosos soldados de infantería reclutados a toda prisa.

El ejército franco, muy inferior en número, cogió a Saladino por detrás y por
Saladino
sorpresa. Según un cronista musulmán de la época “los bagajes militares que llegaban en aquel momento obstruían el paso. De repente aparecieron los escuadrones francos. Surgieron ágiles como lobos y ladrando como perros. Atacaban en masa, ardientes como la llama. Las tropas musulmanas se hallaban diseminadas saqueando los pueblos de los alrededores. La suerte de los combates se volvió pues contra ellas”. Los musulmanes no llegaron a poder agruparse y fueron rechazados y sus cuerpos reducidos a pedazos unos tras otros, Saladino se salvó de milagro, gracias a la abnegación de los mamelucos de su guardia personal que murieron casi todos a su alrededor.

Para el gran jefe musulmán este hecho constituyó una terrible derrota y los propios cronistas así lo registran. El ejército de Saladino huyó en desbandada hacia Egipto a través del desierto, muriendo en el trayecto muchos de sed, perdiendo caballos y mulos, y acosados por su retaguardia por los francos.

Baldunio –y la Vera Cruz- regresaron a Jerusalén como héroes. La victoria de Montgisard del 25 de noviembre de 1177, registrada así por la historia, fue considerada milagrosa por los contemporáneos, había salvado a la Siria franca del mayor de los peligros hasta aquel día. Desde antes se rendía un culto muy especial por la Vera Cruz, reliquia sin precio encontrada en Jerusalén, que no era toda la Cruz, sino como es sabido un trozo de ella incrustada en una gran cruz y venerada en la iglesia del Santo Sepulcro. Los días de fiesta era llevada en procesión a través de las calles de Jerusalén, y durante las grandes batallas acompañaba al ejército del rey.

El rey concluyó una tregua con Saladino, y los señores francos se pusieron a consolidar sus fortalezas y a construir otras nuevas con el fin de conservar Jerusalén para la cristiandad.

El rey leproso continuó organizando y conduciendo otras expediciones

guerreas durante varios años más. Cuando estaba por cumplir los veinte años de edad, comenzó a verse seriamente aniquilado por su mal. Desfigurado, incapaz de servirse de las manos o de los pies, ya ni pensaba en montar su caballo ni correr al combate a la cabeza de sus ejércitos, no obstante que en algunas ocasiones lo hiciera sirviéndose de una litera; era el principio de su decadencia y la de su reino.

La corte de Jerusalén a imagen del rey leproso, se descomponía y se dislocaba a consecuencia de las intrigas desatadas por la ambición del poder y de la sucesión en ciernes, en la misma medida en que la salud del rey se desmoronaba. Inés de Courtenay y su hermano imponían su voluntad gracias a la benevolencia de un rey muy enfermo.

Al final de su vida, ya ciego e incapaz de moverse, fue llevado a la fortaleza del Krak de Moab, desde donde Reinaldo de Chatillon amenazaba las rutas del desierto y que fuera sitiada en toda regla por Saladino, la que pudo resistir por un tiempo, y ante la inminente llegada de las tropas reales mandadas por el conde de Trípoli y acompañado por el rey en persona, Saladino levantó el sitio y se retiró. Una vez más –y sería la última- Balduino IV hacía huir al gran Saladino.

Un año después, luego de elegir para la regencia del reino a Raimundo III,
conde de Trípoli, y prestar juramento a Balduino V su sobrino de apenas siete años, a quien hizo coronar solemnemente en la iglesia del Santo Sepulcro, Balduino IV murió en marzo de 1185, tras doce años de reinado, sin haber cumplido aún veinticinco de edad.

Zoé Oldenbourg, de quien nos hemos valido para elaborar este relato, resume esta semblanza del rey leproso: “Este ser apasionado y autoritario, sensible y lúcido, este joven terriblemente humillado en su carne y que, en el último grado de la decadencia física, podía sentir aún ‘una gran angustia’ y preguntarse ‘como podía socorrer’ a los sitiados del Krak; este mutilado, que, sin cara, manos ni piernas, se atrevía a reunir a sus barones y dictarles sus voluntades, es uno de los más grandes ejemplos de energía moral que la Historia nos ha dejado”(4). Así sea.


Notas bibliográficas

(1) Oldenbourg, Zoé, Las cruzadas, Ediciones Destino, Barcelona 1974, página 81.
(2) Oldenbourg, Zoé, Opus cit., página 208.
(3) Oldenbourg, Zoé, Opus cit., página 329.
(4) Íbidem, página 329.




lunes, 11 de enero de 2010

Traduttore, traditore

Cinco traducciones del célebre poema Ítaca del poeta griego Constantino Cavafis.

Reza el conocido refrán traduttore, traditore, para indicar que quien traduce

traiciona; algo de verdad tiene, aunque creo más bien que se refiere a las enormes dificultades que enfrenta el traductor, particularmente de poesía, al transferir de una lengua a otra no sólo el sentido o significado del poema, sino su musicalidad, sonoridad, rima, el trasfondo cultural, artístico, estético y sensible, las metáforas empleadas y otras figuras estilísticas, entre otros tantos elementos que por lo general lleva consigo o implícitos un poema escrito en la lengua materna del poeta o la que haya adquirido por elección.

No obstante tales dificultades, e incluso algunas que ocasionalmente resultan insalvables, las traducciones no sólo son necesarias y útiles sino indispensables para tener acceso a la poesía y en general a la literatura en otras lenguas distintas a la nuestra o a las que dominamos.

En tal sentido pongo a consideración del lector las siguientes traducciones del griego al español de un mismo poema, como un ejercicio que nos permita calibrar el sentido de aquel dicho así como adentrarnos un poco en el arte de la traducción, al comparar las distintas versiones, al tiempo de disfrutar, desde luego, este hermoso poema.

Traducción de Francisco Rivera:
Constantino Cavafis


Ítaca
Cuando emprendas el viaje hacia Ítaca,
ruega que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
A los Lestrígones, a los Cíclopes
o al fiero Poseidón, nunca temas.
No encontrarás tales seres en el camino
Si se mantiene elevado tu pensamiento y es exquisita
la emoción que te toca el espíritu y el cuerpo.
Ni a los Lestríogenes, ni a los Cíclopes,
ni al feroz Poseidón has de encontrar,
si no los llevas dentro del corazón,
si no los pone ante ti tu corazón.

Ruega que sea largo el camino.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que -¡con qué placer, con qué alegría!-
entres en puertos antes nunca vistos.
Detente en los mercados fenicios
para comprar finas mercancías,
madreperla y coral, ámbar y ébano,
y voluptuosos perfumes de todo tipo,
tantos perfumes voluptuosos como puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
para que aprendas y aprendas de los sabios.
Siempre en la mente has de tener a Ítaca.
Llegar allá es tu destino.
Pero no apresures el viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que ya viejo llegues a la isla,
rico de todo lo que hayas ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te dé riquezas.

Ítaca te ha dado el bello viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
No tiene otras cosas que darte ya.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Sabio como te has vuelto, con tantas experiencias,
Habrás comprendido lo que significan las Ítacas.


Traducción de Cayetano Cantú:

Ítaca
Cuando emprendas el viaje hacia Ítaca,
ruega que tu camino sea largo
y rico en aventuras y descubrimientos.
No temas a lestrigones, a cíclopes o al fiero Poseidón;
no lo encontrarás en tu camino
si mantienes en alto tu ideal,
si tu cuerpo y alma se mantienen puros.
Nunca verás los lestrigones, los cíclopes o a Poseidón,
si de ti no provienen,
si tu alma no los imagina.

Ruega que tu camino sea largo,
que sean muchas las mañanas de verano,
cuando con placer llegues a puertos
que descubras por primera vez.
Ancla en mercados fenicios y compra cosas bellas:
madreperla, coral, ámbar, ébano
y voluptuosos perfumes de todas clases.
Compra todos los aromas sensuales que puedas;
ve a las ciudades egipcias y aprende de los sabios.

Siempre ten a Ítaca en tu mente;
llegar ahí es tu meta, pero no apresures el viaje.
Es mejor que dure mucho,
mejor anclar cuando estés viejo.
Pleno con la experiencia del viaje,
no esperes la riqueza de Ítaca.
Ítaca te ha dado un bello viaje.
Sin ella nunca lo hubieras emprendido;
pero no tiene más que ofrecerte,
y si la encuentras pobre, no fue Ítaca quien te defraudó.

Con la sabiduría ganada, con tanta experiencia,
habrás comprendido lo que las Ítacas significan.


Traducción de Julia María Plou:



Ítaca
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.
Traducción de Ramón Irigoyen:
Constantino Cavafis


Ítaca

Cuando salgas de viaje para Ítaca,
desea que el camino sea largo,
colmado de aventuras, de experiencias colmado.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al irascible Posidón no temas,
pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino,
si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita
emoción te toca cuerpo y alma.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al fiero Posidón no encontrarás,
a no ser que los lleves ya en tu alma,
a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.

Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que -¡y con qué alegre placer!-
entres en puertos que ves por vez primera.
Detente en los mercados fenicios
para adquirir sus bellas mercancías,
madreperlas y nácares, ébanos y ámbares,
y voluptuosos perfumes de todas las clases,
todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles.
Y vete a muchas ciudades de Egipto
y aprende, aprende de los sabios.

Mantén siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que viejo al fin arribes a la isla,
rico por todas las ganancias de tu viaje,
sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas.

Ítaca te ha dado un viaje hermoso.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero no tiene ya más que ofrecerte.

Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.
Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia,
ya habrás comprendido el significado de las Ítacas.


Traducción de Pedro Bádenas de la Peña:

Ítaca
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.

domingo, 10 de enero de 2010

El lenguaje de la literatura

El valor de la literatura
Cuando Joseph Brodsky, el gran poeta y ganador del Premio Nobel, pudo escapar del totalitarismo de la Unión Soviética y marchó hacia el exilio en Estados Unidos, se sintió profundamente conmocionado al ver lo que el mundo libre hacía con su libertad. Entonces hizo la siguiente observación:
“Peor que la censura, incluso peor que la quema de libros, es la negligencia hacia la literatura, el no leer literatura. No se trata del destino de la cultura. Se trata del destino del ser humano. La poesía, el lenguaje de la literatura, es el único instrumento que tenemos para comprender y comunicar nuestras experiencias y emociones más profundas. Sin este lenguaje, las personas ya no podrán comunicar lo que yace en lo profundo de su ser. El único lenguaje que nos queda es el lenguaje corporal, que es por definición violento.”
En otra ocasión, justo en su discurso de recepción del Premio Nobel, advirtió:
“Puesto que no hay leyes que puedan protegernos de nosotros mismos, ningún código criminal es capaz de evitar un verdadero crimen contra la literatura; aunque podemos condenar la supresión material de la literatura –la persecución de escritores, los actos de censura, la quema de libros-, somos impotentes cuando se trata de la peor de las violaciones: la desatención a los libros, el no leerlos. Por ese crimen una persona paga toda su vida; si el delincuente es una nación, paga con su historia.”

miércoles, 6 de enero de 2010

La forma es fondo

La forma es fondo: escenas de una noche de verano
Por: Federico Zertuche


La Academia Mexicana de Derecho Internacional suele reunirse periódicamente para dar la bienvenida a un nuevo académico de número. En solemne acto protocolario, marcado por rigorosos rituales y el más estricto cumplimiento de las formas, el académico recipiendario hace su entrada al salón después de ser anunciado por quien funge como maestro de ceremonias. Aplausos.

La mesa de honor está integrada por adustos señores que lucen negras togas, birretes y camisolas galoneadas por níveos ribetes barrocos. Ostentan brilloso oropel de llamativas medallas y collares de condecoraciones que mutuamente se otorgan.

El maestro de ceremonias cede la palabra a un “Embajador” (título, entre otros, como “Doctor” o “Canciller”, que también generosa y solemnemente conceden entre sí); éste lee el currículum del recipiendario, luego de lo cual truenan aplausos. Se anuncia la lectura del discurso de ingreso. El iniciado lee un largo y sesudo texto que bien podría titularse: Prolegómenos para un estudio sobre del sentido del voto de Burkina Faso en la adopción de la Resolución 1.803 (XVII) de la Comisión de Energía Atómica del 12 de febrero de 1974. Ovación con molto sentimento d’affetto.

Acto seguido, retoma la palabra el ceremonioso maestro para anunciar la imposición de una condecoración al nuevo académico. Aplausos. El presidente de la Academia impone la medalla y le coloca el birrete con pomposos gestos. Salva de aplausos a la manera de un Tempo di minueto, ma molto moderato e grazioso. El vocero anuncia el otorgamiento del diploma correspondiente de manos de los Excmos. señores Embajadores Pelosquietos y Salsipuedes, quienes se levantan de sus asientos para entregar el pergamino. Más palmas, moderadas. El recién ingresado y ojomeneado ya goza de condecoración, medalla, diploma, toga y birrete.

Se anuncia la lectura de contestación del discurso de ingreso, por un académico a quien se designa como “Ilustre doctor”. Este lee un laudatorio texto en el que pondera las múltiples virtudes, sabiduría y bondades que engalanan el discurso del académico recipiendario. Palmas discretas a modo de adagio cantabille.

Seguidamente se anuncia el otorgamiento de una medalla a la esposa del novel académico ojomeneado, quien será escoltada por el Comité de Damas, consortes de los académicos, para imponerle la merecida presea de manos del Excelentísimo señor Presidente de la Academia, Embajador Notentumas y Finas Hierbas. Se procede al acto. Aplausos subidos de tono con molt’ espressione.

El Presidente declara solemnemente clausurada la sesión. Aplausos en re menor. Se anuncia un vino de honor. Ovación redoblada cual allegro con brio. Los invitados pasan al coctel no sin antes hacer fila para felicitar al nuevo acaméndigo, perdón, académico.

¿Pero, a qué se dedica la Academia Mexicana de Derecho Internacional? Hasta la pregunta es necia. A eso, precisamente: a organizar cada treinta o cuarenta días solemnes ceremonias como la descrita. A reunirse orondamente emperifollados con magníficas togas y birretes, a lucir doradas medallas y condecoraciones y llamarse entre ellos Embajador, Doctor, Canciller, Excelencia y otros honorables títulos. A cumplir con un elaborado y pomposo ritual.

¿Pero, los académicos realizan estudios, investigaciones, propuestas, publicaciones, iniciativas de ley, seminarios, cursos o diplomados? Para qué, si con el discurso de ingreso ya se ha cumplido con las exigencias académicas. Además, ya de por sí representa un enorme y complicado trabajo llevar a cabo tan elaboradas y suntuosas ceremonias.

¿Pero alguno de los académicos es o ha sido diplomático, profesor o tratadista de asuntos internacionales? Ni falta que hace, allá los de Relaciones Exteriores que se ocupen de la diplomacia y los tratadistas en estudiar y publicar, los de esta Academia se sienten muy a gusto y a sus anchas portando togas y condecoraciones, dispensándose títulos y dignidades. Cada mes reafirman su condición en solemnes ceremonias repletas de público que aplaude sin reservas, felicita y los celebra en el coctel. También se afanan en lucir en sus currícula la mención de ser académicos de Derecho Internacional.

Y ya basta de peros e impertinentes preguntas que puedan importunar el altísimo sentido del honor de esos distinguidos doctores y embajadores, tan celosos en el puntilloso cumplimiento de las formas. Ser miembro de la Academia Mexicana de Derecho Internacional conlleva un sentido de la más alta dignidad que debe ser respetado so pena de incurrir en delito de lesa majestad. Así que ¡chitón!

Post Scriptum enviado desde una remota aldea de Liliput: Lo anteriormente descrito no es parodia o variación sobre alguna escena de un filme de Luis Buñuel, de Pasolini o de Woody Allen ni de cualquier obra de similar género, tampoco es fantasía surrealista, sino la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Para quien lo dude, no hace falta sino acudir, ya como invitado o como colado, a una de las sesiones de dicha Locademia. Le aseguro diversión, entretenimiento y coctel en un solo paquete.
Ánimo.

lunes, 4 de enero de 2010

Los diez mejores libros del 2009

Los diez mejores libros del 2009, según el suplemento Babelia del diario El País de España.

Por considerarla de interés general, he creído oportuno reproducir la siguiente nota, publicada por El País, que da cuenta de las diez mejores obras del año pasado:


'Anatomía de un instante', libro del año

Cincuenta críticos de 'Babelia' eligen las mejores obras de 2009, donde la novela ha sido desplazada por el ensayo.

Por Winston Manrique Sabogal

Dos libros que funcionan como el prólogo y el epílogo, respectivamente, de la historia española más relevante del siglo XX y la mirada atrás de varios escritores sobre sus vidas o su entorno más cotidiano son los temas predominantes entre los diez libros más destacados de 2009. Es el resultado de una encuesta que ha realizado Babelia con 50 críticos y periodistas de la revista cultural de EL PAÍS, y cuyo especial se publicará este sábado 26 de diciembre, con artículos sobre cada uno de los títulos elegidos. A su vez, ELPAIS.com hace un despliegue amplio y profundo de las obras más destacadas, remitiendo a las entrevistas que han dado sus autores a este diario, capítulos de los libros y la respuesta de cada uno de los encuestados.

El primer libro de la lista es Anatomía de un instante (Mondadori), donde Javier Cercas se aproxima a un hecho decisivo en la historia de España: el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, que sirve como epílogo al régimen de Francisco Franco, en el poder entre 1939 y 1975, y que despejó los fantasmas dictatoriales al consolidarse la democracia. La segunda obra es La noche de los tiempos (Seix Barral), de Antonio Muñoz Molina, una novela que puede verse como prólogo al recrear las vísperas de la Guerra Civil de 1936 a1939, a través de la vida de un hombre y un amor que se derrumba, al tiempo que sucede lo mismo en su país por culpa de la intolerancia y los fanatismos ideológicos que llevarían a Franco al poder.

La lista de los libros más destacados, según Babelia, la completan Indignación, de Philip Roth (Mondadori); Aquí, de Wislawa Szymborska (Bartleby); Historia de mi vida, de Giaccomo Casanova (Atalanta); Sudeste, de Haroldo Conti (Bartleby); Un armario lleno de sombras, de Antonio Gamoneda (Galaxia Gutemberg); Cartas, de Emily Dickinson (Lumen); Aquí empieza nuestra historia, de Tobias Wolff (Alfaguara); y Mitologías de invierno. El emperador de Occidente, de Pierre Michon (Alfabia).

Un total de 263 títulos en todos los géneros, publicados este año en España, fueron citados en la encuesta general sobre lo mejor de 2009. Cada uno de los 50 críticos y periodistas que participaron hicieron una selección de diez títulos dando al primero diez puntos, al segundo nueve y así sucesivamente. Mientras el año pasado el triunfo lo obtuvieron las novelas cortas y los cuentos, y en los autores fue arrolladora la presencia de escritores en español, este año la historia es completamente la contraria. De entre los 20 títulos sólo hay tres de cuentos y ocho autores en español, tanto de narrativa como de ensayo.

El reinado de la novela ha pasado por un bache este año. De entre los 20 títulos preferidos, sólo cinco corresponden a este género: la lista la completan siete ensayos, tres libros de relatos, dos poemarios, dos de memorias y uno de cartas. Numéricamente la novela ha sido más citada por los encuestados pero el ensayo ha logrado posiciones altas, incluido el primer lugar. Se trata de un género con temas, enfoques y estilos muy amplio y diverso con libros sobre política, filosofía o la II Guerra Mundial. También destaca la fuerte presencia del ensayo literario y cultural con recopilación de artículos o piezas al estilo de las de Francisco Casavella en Elevación, elegancia y entusiasmo; y J. M. Coetzee en Mecanismos internos.

La encuesta es la confirmación de algunas de las tendencias literarias de los últimos dos años, como el género biográfico y memorialístico y la hibridación de géneros como el ensayo, la narrativa, los testimonios o la correspondencia que colocan estos libros en terrenos fronterizos y movedizos dependiendo del lector. Es el caso del libro más citado (19 veces) y con más alta votación (117 puntos): Anatomía de un instante, en el que Cercas reconstruye, investiga, narra, recrea y reflexiona sobre el puzle de lo que rodeó el intento de golpe de Estado del 23-F en Madrid. Y que Babelia ha colocado en el apartado de Ensayo, tras discutir y analizar sus aspectos narrativos y ensayísticos, o de "No ficción", título bajo el cual coloca el mundo anglosajón aquello que no es estrictamente narrativa o ficción.

Aunque sólo hay tres poemarios entre los favoritos, los poetas están presentes en otros dos libros: las memorias de Antonio Gamoneda y la correspondencia de Emily Dickinson. El género biográfico, memorialístico o epistolar de auge en España está representado por Historia de mi vida, de Casanova; Un armario lleno de sombras, de Gamoneda; Cartas, de Dickinson; y, de alguna manera, El factor humano, de John Carlin, una crónica sobre la vida y aventura política de Nelson Mandela en Suráfrica. El resultado general muestra la consolidación de las editoriales pequeñas y su acogida.

sábado, 2 de enero de 2010

Centenario de Miguel Hernández

Miguel Hernández
1910-2010


Brevísima antología poética y nota biográfica en ocasión del centenario de su nacimiento.


Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de muerte.

Con tres heridas yo:
la de la muerte,
la de la vida, la del amor.

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Un carnívoro cuchillo
de ala dulce y homicida
sostienen un vuelo y un brillo
alrededor de mi vida.

Rayo de metal crispado
fulgentemente caído,
picotea mi costado
y hace en él un triste nido.

Mi sien, florido balcón
de mis edades tempranas,
negra está, y mi corazón,
y mi corazón con canas.

Tal es la mala virtud
del rayo que me rodea,
que voy a mi juventud
como la luna a la aldea.

Recojo con las pestañas
sal del alma y sal del ojo
y flores de telarañas
de mis tristezas recojo.
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¿A dónde iré que no vaya
mi perdición a buscar?
Tu destino es de la playa
y mi vocación del mar.

Descansar de esta labor
de huracán, amor o infierno
no es posible, y el dolor
me hará, a mi pesar eterno.

Pero al fin podré vencerte,
ave y rayo secular,
corazón, que de la muerte
nadie ha de hacerme dudar.

Sigue, pues, sigue cuchillo
volando, hiriendo. Algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía.

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¿No cesará este rayo que me habita
El corazón de exasperadas fieras
y de fraguas coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?

¿No cesará esta terca estalactita
de cautivar sus duras cabelleras
como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón que muge y grita?

Este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mi mano sus furores.

Esta obstinada piedra de mí brota
Y sobre mí dirige la insistencia
de sus lluviosos rayos destructores.

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Por tu pie, la blancura más bailable,
donde cesa en diez partes tu hermosura,
una paloma sube a tu cintura,
baja a la tierra un nardo interminable.
Con tu pie vas poniendo lo admirable
del nácar en ridícula estrechura,
y adonde va tu pie va la blancura,
perro sembrado de jazmín calzable.
A tu pie, tan espuma como playa,
arena y mar, me arrimo y desarrimo
y al redil de su planta entrar procuro.
Entro y dejo que el alma se me vaya
por la voz amorosa del racimo:
pisa mi corazón que ya es maduro.

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Una querencia tengo por tu acento,
una apetencia por tu compañía
y una dolencia de melancolía
por la ausencia del aire de tu viento.
Paciencia necesita mi tormento
urgencia de tu garza galanía,
tu clemencia solar mi helado día,
tu asistencia la herida en que lo cuento.
¡Ay, querencia, dolencia y apetencia!:
tus sustanciales besos, mi sustento,
me faltan y me muero sobre mayo.
Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia,
a serenar la sien del pensamiento
que desahoga en mí su eterno rayo.

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Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío:
claridad absoluta, transparencia redonda,
limpidez cuya entraña, como el fondo del río,
con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda.

¿Qué lucientes materias duraderas te han hecho,
corazón de alborada, carnación matutina?
Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho.
Tu sangre es la mañana que jamás se termina.

No hay más luz que tu cuerpo, no hay más sol: todo ocaso.
Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente.
La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso.
Tu insondable mirada nunca gira al poniente.

Claridad sin posible declinar. Suma esencia
del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre.
Juventud. Limpidez. Claridad. Transparencia
Acocando los astros más lejanos de lumbre.

Claro cuerpo moreno de calor fecundante.
Hierba negra el origen; hierba negra las sienes.
Trago negro los ojos, la mirada distante.
Día azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.

Yo no quiero más luz que tu sombra dorada
Donde brotan anillos de una hierba sombría.
En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada,
para siempre es de noche: para siempre es de día.

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Elegía
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me
ha muerto como el rayo, Ramón Sijé,
a quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler, me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo voy
de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano está rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes,
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero mirar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera,
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irá a cada lado,
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas,
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

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Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena en mi paz y pena en mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!

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La boca

Boca que arrastra mi boca,
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.

Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.

Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos tremendos aletazos.

El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.
Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.

Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado,
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.

¡Cuánta boca ya enterrada,
sin boca, desenterramos!

Bebo en tu boca por ellos
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos
besos distantes y amargos.

Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.

He de volver a besarte,
he de volver. Hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos enamorados.

Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.

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Menos tu vientre
todo es confuso.

Menos tu vientre
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.

Menos tu vientre
todo es oculto,
menos tu vientre
todo inseguro,
todo es postrero
polvo sin mundo.

Menos tu vientre
todo es oscuro,
menos tu vientre
claro y profundo.

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Nanas de la cebolla

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pones alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño;
nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
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Aceituneros

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma:
Quién, quién levanto los olivos.
No los levanto la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.
Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén, aceituneros
altivos, decidme en el alma:
Quién, amamantó los olivos.
Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.
No la del terrateniente
que os sepulto en la pobreza,
que os pisoteo la frente,
que os redujo la cabeza.
Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que solo el otro comía.

Cuantos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos.
Andaluces de Jaén, aceituneros
altivos, pregunta mi alma:
de quién, de quién son estos olivos.
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Dentro de la claridad del aceite
y sus aromas, indican tu libertad
la libertad de tus lomas.

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Canción del esposo soldado

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hasta mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.
Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos,
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

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Canción última

Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas,
y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.

__________________

Nota biográfica.

Miguel Hernández Gilabert, el excepcional poeta español, nació en Orihuela el 30 de octubre de 1910 y murió en una cárcel de Alicante el 28 de marzo de 1942, donde cumplía condena impuesta por el franquismo por ser "izquierdista y poeta". Desapareció de este mundo a los treinta y un años de edad tuberculoso, amargado, hambriento y con el puñal del fracaso en la frente. Hijo de campesinos, él mismo hubo de apacentar –según propia confesión- el humilde rebaño paterno. Alcanzada la adolescencia, su fuerte vocación, su honda y dramática espiritualidad, le hacen frecuentar el trato de los amigos de las letras de su ciudad natal, fundando una revista, El Gallo Crisis, con Ramón Sijé, en la que publica sus primeros versos, que aparecen después en su libro Perito en lunas. En 1935, Miguel Hernández llega a Madrid, donde es ampliamente acogido por los grupos literarios del momento, que saludan en él el advenimiento de un gran poeta telúrico, pasional y magnífico. En 1936publica su libro de poemas El rayo que no cesa. En Madrid le sorprende la guerra civil, y su torbellino le arrebata, como arrebató a todos los españoles.

Libros recomendados:

El rayo que no cesa
Colección Austral, Espasa-Calpe.

Poemas de amor
Alianza-Alfagura, Alianza Editorial.