domingo, 25 de abril de 2010

Isak Dinesen/Karen Blixen: Out of Africa

Isak Dinesen, el arte de fabular
Por: Federico Zertuche



Para María Fernanda D.

Cuando por vez primera publicó Seven Gothic Tales, la baronesa Karen Blixen tenía cincuenta y un años; había escrito esos cuentos tras desmoronarse irremediablemente su proyecto de vida y perder a su amante fallecido en África, como una especie de refugio o escape a su dolorosa realidad que, providencialmente, vio transformada justo al dar forma literaria a sus recuerdos, al metamorfosear memoria e imaginación en cuentos, relatos fantásticos, bellas narraciones: una manera creativa de sublimar la muerte de su gran amor Denys Finch-Hatton y la pérdida por bancarrota de su adorada finca cafetalera y hogar en Ngong, Kenya. La gran aventura de su vida que significó África, fue transfigurada por otra, esta vez narrativa, que inicia a esa edad bajo el masculino seudónimo de Isak Dinesen.


En efecto, ya cincuentona, presa de una avanzada sífilis que le contagiara su ex marido, en quiebra económica, con sueños e ilusiones destrozados, se refugia en la propiedad rural y familiar de Rungstedlund, Dinamarca, a recordar, evocar, recrear la vida vivida en un continente exótico al que llegó a amar profundamente luego de permanecer diecisiete años en Kenia, donde la pasión de contar cuentos e historias fantásticas la había ejercido a la usanza primigenia: oralmente, con sus amigos europeos y los nativos africanos: somalíes, kikuyus y masais.





Out of Africa (Lejos de África), es quizá el mejor de sus libros, donde narra en primera persona, de manera rápida y precisa, con un enorme poder de síntesis y evocación, su aventura en ese continente; un libro extraordinario que ha sido recreado de manera magistral en el cine gracias a Sydney Pollack que dirigió la película homónima protagonizada por Meryl Streep, Robert Redford y Klaus María Brandauer, ganadora de siete Oscares de la Academia.

“Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías.”

Así inicia ese bello y entrañable relato que tiene como escenario la vieja colonia británica de Kenya y protagonistas a los nativos, Farah Aden, su mayordomo somalí, Kinanjui, el gran jefe kukuyu, vecino de su finca, los europeos ahí afincados como su marido y primo el barón danés Bror von Blixen-Finecke, de quien luego se divorciara, su amante y gran amor de su vida Denys Finch-Hatton, y su querido amigo Berkeley Cole, fundador del Muthaiga Club de Nairobi, ambos aristócratas ingleses, íntimos amigos y cazadores profesionales de safari, así como la vida cotidiana en su granja de las colinas del Ngong, las costumbres de sus habitantes y tantas aventuras ahí ocurridas.

Con Denys Finch_Hatton en la granja
Denys Finch-Hatton (1887-1931) fue un personaje muy peculiar, dotado de una personalidad encantadora y seductora, muy alto y bien parecido, deportista y aventurero, bien educado y culto, de talante natural: segundo de tres hijos de Henry Stormont Finch Hatton, 13º Conde de Winchilsea, y de su esposa Anne “Nan” Codrington, hija de un Almirante de la Flota Inglesa, fue educado en Eton College y Brasenose College, en Oxford. En 1910, después de un viaje a Sud África se traslada a las colonias británicas del Este africano donde adquiere tierras en la parte oeste del Gran río Rift cerca de lo que ahora es Eldoret. Luego vende su parte a un socio y se dedica a cazar.

En abril de 1918 es presentado a la baronesa Blixen en el Muthaiga Club de Nairobi, pronto es asignado al servicio militar en Egipto durante la Gran Guerra. A su regreso a Kenya luego del Armisticio inicia una amistad cercana con el barón Bror Blixen. Después que Karen Blixen se divorciara de su marido en 1925, Denys se muda a su finca cafetalera e inicia una nueva profesión como organizador y guía de safaris para magnates y aristócratas como el propio Príncipe de Gales.

En este tiempo adquiere un avión biplano, el Gypsy Moth, que tanto
disfrutara con Karen, y de regreso de un viaje a Mombasa se estrella pereciendo con su sirviente. De acuerdo a su voluntad, fue enterrado en una colina de Ngong en la propiedad de Karen Blixen donde aún permanece su tumba, sobre la que, se decía, llegaban a descansar los leones.

Respecto al arte de contar, recuerda la baronesa: “Pero antes –de escribir los primeros de sus famosos Siete Cuentos Góticos- aprendí a contar cuentos… tenía el auditorio perfecto. Los blancos ya no son capaces de escuchar un cuento recitado. Se remueven o se adormecen. Pero los nativos todavía tiene oído. Yo les contaba cuentos continuamente, de todo tipo. Y todo tipo de disparates. Yo decía: ‘Había una vez un hombre que tenía un elefante con dos cabezas’… y al instante estaban deseosos de saber más. ‘¿Oh? Sí, pero Mem-Sahib, ¿cómo lo encontró? ¿Y cómo se las arreglaba para darle de comer?’, o lo que fuese. Les encantaba semejante invención”.

Dice Javier Marías, quien estuvo al cuidado de la edición y traducción del maravilloso cuento Ehrengard, publicado por Anagrama, lo siguiente: “Los cuentos de Isak Dinesen poseen la magia, la eficacia y la impunidad que a menudo acompañan a lo arbitrario, a lo ignorante, a lo irresponsable. Son leales para consigo mismo”.

Y agrega el gran escritor y novelista español esta penetrante
observación en el prólogo del cuento: “Lo más asombroso tanto de Ehrengard como de la mayoría de las obras de Isak Dinesen es, sin embargo, el perfecto cumplimiento de lo que ella misma enunció en su cuento The Blank Page (perteneciente a Last Tales), probablemente la reflexión más inteligente, más clarividente, que jamás se haya escrito acerca del arte de contar cuentos y que muestra hasta qué punto aquella anciana baronesa consumida por la sífilis y rostro cadavérico en sus últimos años sabía lo que a lo largo de su artística vida se había traído en manos:

‘Donde el cuentista es leal, eterna e inquebrantablemente leal a la historia, allí, al final, hablará el silencio. Donde la historia ha sido traicionada, el silencio es tan sólo vacío. Pero nosotros, los fieles, cuando hayamos dicho nuestra última palabra, oiremos la voz del silencio… ¿Quién, entonces, cuenta mejores cuentos que cualquiera de nosotros? El silencio. ¿Y dónde lee uno cuentos más profundos que en la página más perfectamente impresa del más precioso libro? En la página en blanco. Cuando una regia y valerosa pluma, en su momento de mayor inspiración, haya puesto por escrito su cuento con la tinta más rara de todas, ¿dónde, entonces, puede uno leer un cuento aún más profundo, más dulce, más alegre y más cruel que ése? En la página en blanco’. “
Quizá Isak Dinesen no bromeaba cuando una vez dijo: “En realidad, tengo tres mil años y he cenado con Sócrates.” Esto lo explicaría, remata Marías su prólogo.

Isak Dinesen es una escritora única y peculiar, como se ha dicho se inició profesionalmente a los cincuenta y un años, no pertenece a ninguna escuela o tradición literaria, no sigue canon alguno, es fiel a sí misma, incluso en sus anacronismos. Sin embargo, su talento narrativo, su arte de contar cuentos, de fabular, imaginar, de elaborar ficciones muy eficaces la llevaron a ser muy admirada y exitosa en vida y posteriormente. Hemingway, Truman Capote, Vladimir Nabokov, y otros grandes escritores de la época le rindieron pleitesía y la consintieron. Hoy es una prestigiada cuentista mundialmente.

Tengo el enorme gusto de dedicar esta entrada precisamente a una gran mujer, que cuenta cuentos en la mejor tradición de Sherezada en Las Mil y Una Noches, con similar poder de atracción y seducción sobre el lector, a quien envuelve y fascina con sus hermosos relatos estructurados a la manera de cajas chinas o epistolares. Transcribo en seguida una estupenda reseña de un gran narrador, Mario Vargas Llosa, y algunos cabos sueltos del blog de José Julio Perlado por encontrarlos muy agradables y sugerentes. Espero que el lector disfrute este post.



Los cuentos de la baronesa
Por: Mario Vargas Llosa


(Letras Libres, mayo de 1999)

Isak Dinesen, née baronesa Karen Blixen de Rungstedlund, fue una notable escritora, autora de Seven Gothic Tales. Mujer fascinante: renunció a su fácil mundo europeo, y se empeñó en una plantación cafetalera en el corazón de África que terminó por costarle su fortuna. Enferma de sífilis, supo encontrar refugio en la construcción de una obra ajena a las modas literarias.


La baronesa Karen Blixen de Rungstedlund, que fue una gran escritora y firmó sus libros con el seudónimo de Isak Dinesen, debió de ser una mujer extraordinaria. Hay una foto de ella, en Nueva York, junto a Marilyn Monroe, cuando era ya sólo un pedacito de persona consumida por la sífilis, y no es la bella actriz sino los grandes ojos irónicos y turbulentos y la cara esquelética de la escritora los que se roban la foto.

Nació en Dinamarca, en una casa a orillas del mar, a medio camino entre Copenhague y Elsinor, que es hoy algo muy afín a ese ser imaginativo e inesperado que ella fue: un enclave de plantas y pájaros exóticos. Allí está enterrada, en pleno campo, bajo los árboles que la vieron gatear. Había nacido en 1885, pero daba la impresión de haber sido educada con un siglo de atraso, ese que se inició en 1781 y terminó con el Segundo Imperio en 1871, que ella llamaba "la última gran época de la cultura aristocrática". Entre esos años ocurren casi todas sus historias. Espiritualmente, fue una mujer del dieciocho y del diecinueve, aunque, según confesó en una de las charlas radiales de sus últimos años, sus amigos sospechaban que tenía "tres mil años de antigüedad". Nunca pisó una escuela; fue educada por institutrices asombrosas que a los doce años la hacían escribir ensayos sobre las tragedias de Racine y traducir a Walter Scott al danés. Su formación fue políglota y cosmopolita; aunque danesa, escribió la mayor parte de su obra en inglés.

Los cuentos y las historias la hechizaron desde niña, pero su vocación literaria fue tardía; la aventurera, precoz. Ambas las heredó del padre, el simpatiquísimo capitán Wilhelm Dinesen, quien, luego de una arriesgada carrera militar, a mediados del xix se enamoró de los pieles rojas y otras tribus de Norteamérica y se fue a vivir entre ellos. Los indios lo aceptaron y lo bautizaron con el nombre de Boganis, que él puso en la carátula de sus memorias. Terminó ahorcándose, cuando Karen tenía diez años. Como corresponde a una baronesa, ésta se casó muy joven con un vago primo enfermo, Bror Blixen, y ambos se marcharon al África, a plantar café en el interior de Kenia. El matrimonio no anduvo bien (el mal francés que devoró en vida a Isak Dinesen se lo contagió su marido) y terminó en divorcio. Cuando Bror volvió a Europa, ella decidió permanecer en África, manejando sola la hacienda de setecientos acres. Lo hizo por un cuarto de siglo, en una terca lucha contra la adversidad. Su vida en el continente africano, con el que llegó a consubstanciarse y de cuyas gentes y paisajes su irreprimible fantasía compuso una visión sui generis, está bellamente recordada en Out of Africa (1938), tierna y risueña evocación de su peripecia africana y del extraordinario marco en el que transcurrió.

Mientras hacía de pionera agrícola, luchaba contra las plagas y las
inundaciones y administraba sus cafetales, en las primeras décadas del siglo, la baronesa de Rungstedlund no tuvo urgencia en escribir. Sólo garabateó unos cuadernos de notas en los que aparecen en embrión algunos de sus futuros relatos. La atraían más los safaris, las expediciones a comarcas remotas, la familiaridad con las tribus, el contacto con la Naturaleza y los animales salvajes. El primitivo contorno, sin embargo, no le impidió tener una refinada vida cultural, fraguada por ella misma y enriquecida por lecturas y el trato de algunos curiosos representantes de la Europa culta que llegaban a esos parajes, como el mítico inglés Denys Finch-Hatton, esteta y aventurero salido de Oxford con quien Karen Blixen mantuvo una intensa relación sentimental. No es difícil imaginárselos, discutiendo sobre Eurípides o Shakespeare, después de haberse pasado el día cazando leones (no sorprende, por eso, que el único escritor del que Hemingway habló siempre con una admiración sin reservas fuera Isak Dinesen). El aislamiento en aquella plantación africana y el estrecho círculo de expatriados europeos con los que alternaba en Kenia, explican en buena parte el tipo de cultura que sorprende tanto al lector de Isak Dinesen. No es una cultura que refleje su época sino que la ignora, un anacronismo deliberado, algo estrictamente personal y extemporáneo, una cultura disociada de las grandes corrientes y preocupaciones intelectuales de su tiempo y de los valores estéticos dominantes, una reelaboración singularísima de ideas, imágenes, curiosidades, formas y símbolos que vienen del pasado nórdico, de una tradición familiar y de una educación excéntrica, marcada por la historia escandinava, la poesía inglesa, el folclor mediterráneo, la literatura oral africana y las leyendas y maneras de contar de los juglares árabes. Un libro capital en su vida fue Las mil y una noches, ese bosque de historias relacionadas entre sí por la astucia narradora de Sherezada, modelo de Isak Dinesen. África le permitió vivir, de manera casi incontaminada, dentro de una cultura caprichosa, sin antecedentes, creada para uso propio, que aparece como horizonte y subsuelo de su mundo, a la que debe tanto la originalidad de los temas, el estilo, la construcción y la filosofía de sus cuentos.

Su vocación literaria tuvo estrecha relación con la bancarrota de sus cafetales. Pese a que los precios del café se venían abajo, ella, con temeridad característica, se empeñó en proseguir los cultivos, hasta arruinarse. No sólo perdió la hacienda; también, su herencia danesa. Fue, cuenta ella, en ese tiempo de crisis, al comprender que el fin de su experiencia africana era inevitable, cuando comenzó a escribir. Lo hacía en las noches, huyendo de las angustias y trajines del día. Así terminó los Seven Gothic Tales, que aparecieron en 1934, en Nueva York y en Londres, después de haber sido rechazados por varios editores. Publicó luego otras colecciones de cuentos, algunas de alto nivel, como los Winter's Tales (1943), pero su nombre quedaría siempre identificado con sus primeros siete cuentos reunidos en aquella obra, una de las más fulgurantes invenciones literarias de este siglo.

Aunque escribió también una novela (la olvidable The Angelic
Avengers), Isak Dinesen fue, como Maupassant, Poe, Kipling o Borges, esencialmente cuentista. Es uno de los rasgos de su singularidad. El mundo que creó fue un mundo de cuento, con las resonancias de fantasía desplegada y hechizo infantil que tiene la palabra. Cuando uno la lee, es imposible no pensar en el libro de cuentos por antonomasia: Las mil y una noches. Como en la célebre recopilación árabe, en sus cuentos la pasión más universalmente compartida por los personajes es, junto a la de disfrazarse y cambiar de identidad, la de escuchar y decir historias, evadirse de la realidad en un espejismo de ficciones. Semejante propensión llega a su apogeo en "The Roads Round Pisa", cuando la joven Agnese della Gherardesca (vestida de hombre) interrumpe el duelo entre el viejo Príncipe y Giovanni para contarle a aquél un cuento. Ese vicio fantaseador imprime a los Seven Gothic Tales, como a los de Sherezada, una estructura de cajas chinas, historias que brotan de historias y se descomponen en historias, entre las que discurre, ocultándose y revelándose en un ambiguo y escurridizo baile de máscaras, la historia principal.

Karen Blixen en su granja
Sucedan en abadías polacas del siglo dieciocho, en albergues toscanos del diecinueve, en un pajar de Norderney a punto de ser sumergido por el diluvio o en la ardiente noche de la costa africana entre Lamu y Zanzíbar, entre cardenales de gustos sibaríticos, cantantes de ópera que han perdido la voz o contadores de cuentos desnarigados y desorejados como el Mira Jama de "The Dreamers", los cuentos de Isak Dinesen son siempre engañosos, impregnados de elementos secretos e inapresables. Por lo pronto, es difícil saber dónde comienzan, cuál es realmente la historia —entre las historias engarzadas por las que va discurriendo el subyugado lector— que la autora quiere contar. Ella se va perfilando poco a poco, de manera sesgada, como de casualidad, contra el telón de fondo de una floración de aventuras disímiles que, algunas veces, figuran allí como meras damas de compañía, y otras, como en "The Dreamers", gracias al desconcertante final, resultan articuladas y fundidas en una sola coherente narración.


Artificiales, brillantes, inesperados, hechiceros, casi siempre mejor comenzados que rematados, los cuentos de Isak Dinesen son, sobre todo, extravagantes. El disparate, el absurdo, el detalle grotesco e inverosímil, irrumpen siempre, destruyendo a veces el dramatismo o la delicadeza de un episodio. Era más fuerte que ella, una predisposición invencible, como en otros la risa o el melodrama. Hay que esperar siempre lo inesperado en los cuentos de Isak Dinesen. En la inverosimilitud veía ella la esencia de la ficción. Se lo dice al cardenal de "The Deluge at Norderney" la perversa y deliciosa Miss Malin Nat-og-Dag, mientras conversan rodeados por las aguas que sin duda terminarán por tragárselos, al exponerle su teoría de que Dios prefiere las máscaras a la verdad "que ya conoce", pues truth is for tailors and shoemakers (la verdad es para sastres y zapateros). Para Isak Dinesen la verdad de la ficción era la mentira, una mentira explícita, tan diestramente fabricada, tan exótica y preciosa, tan desmedida y atractiva, que resultaba preferible a la verdad.

Lo que el príncipe de la Iglesia predica en ese cuento: Be not afraid of absurdity; do not shrink from the fantastic (No temas lo absurdo, no rehuyas lo fantástico) podría ser la divisa del arte de Isak Dinesen, pero delimitando la noción de lo fantástico a lo que por su desmesura y extravagancia difícilmente encaja en nuestra concepción de lo real y excluyendo la vertiente sobrenatural de lo fantástico, pues, en estos relatos, aunque resucite un muerto y abandone el infierno para venir a cenar con sus dos hermanas —el corsario Morten de Coninck de "The Supper at Elsinor"—, la fantasía, pese a sus excesos, tiene siempre una raíz en el mundo real, como ocurre con las representaciones teatrales o los circos.



Karen Blixen
El pasado atraía a Isak Dinesen por la memoria del ambiente de su infancia, por la educación que recibió y su sensibilidad aristocrática, pero, también, por lo que tiene de inverificable; situando sus historias un siglo o dos atrás, podía dar rienda suelta con más libertad a esa pasión antirrealista que la animaba, a su fervor por lo grotesco y lo arbitrario, sin sentirse coactada por la actualidad. Lo curioso es que la obra de esta autora de imaginación tan libre y marginal, que poco antes de morir se jactaba ante Daniel Gillés de no tener "el menor interés por las cuestiones sociales ni la psicología freudiana" y ambicionar sólo "inventar bellas historias", surgiera en los años treinta, cuando la narrativa occidental giraba maniáticamente en torno a las descripciones realistas: problemas políticos, asuntos sociales, estudios psicológicos, cuadros costumbristas. Por eso André Breton consideró que sobre la novela pesaba una suerte de maldición realista y la expulsó de la literatura. Había excepciones a ese realismo narrativo, escritores que estaban en entredicho con la tendencia dominante. Uno de ellos fue Valle-Inclán; otro, Isak Dinesen. En ambos el relato se hacía sueño, locura, delirio, misterio, juego, ni más ni menos que la poesía.

Los siete cuentos góticos del libro son admirables; pero "The Monkey" lo es más aún que los otros, y, de todos los que la autora escribió, el que mejor sintetiza su mundo disforzado, refinado, de exquisita factura, retorcida sensualidad y desalada fantasía. Todo es coherente y macizo en esta deliciosa joya y por eso resulta difícil decir en pocas palabras de qué trata. En sus breves páginas se las arregla para contar historias muy diversas, sutilmente emparentadas entre sí. Una de ellas es la sorda lucha entre dos temibles mujeres, la elegante priora de Closter Seven y la joven y silvestre Athena, a quien aquélla se ha propuesto casar con su sobrino Boris, valiéndose de todos los medios lícitos e ilícitos, incluidos los filtros de amor, el engaño y el estupro. Pero la indomable priora tiene al frente a una voluntad tan inflexible como la suya en la joven giganta que es Athena, criada a la intemperie de los bosques de Hopballehus, y que no tiene el menor empacho en romperle al galante Boris dos dientes de un puñetazo y en luchar con él cuerpo a cuerpo, en su combate semimortal, cuando el joven, azuzado por su tía, intenta seducirla.



Nunca sabremos cuál de estas dos epónimas mujeres vence en ese forcejeo, porque esta historia es interrumpida de manera fulminante, cuando el lector está por averiguarlo, con la sorprendente irrupción de otra historia, que, hasta entonces, ha estado reptando, discreta como una culebra, debajo de la anterior: las relaciones de la priora de Closter Seven con un mono de Zanzíbar, que le regaló un primo almirante, y al que ella mima. La violenta aparición del mono —entra a la habitación rompiendo la ventana de la priora y presa de fiebre que sólo puede ser sexual— cuando la superiora del claustro está a punto de rematar su emboscada obligando a Athena a aceptar a Boris como esposo, es uno de los episodios más difíciles de contar y más magistralmente resueltos de la literatura. Es un hiato, un escamoteo tan genial como el paseo del fiacre por las calles de Rouen en el que van Emma y León, en Madame Bovary. Lo que ocurre en el interior de ese fiacre lo adivinamos pero el narrador no lo dice, lo insinúa, lo deja adivinar, azuzando con su silencio locuaz la imaginación del lector. Un dato escondido semejante es este cráter narrativo de "The Monkey". La astuta descripción del episodio abunda en lo superfluo y calla lo esencial —las relaciones culpables entre el mono y la priora— y, por eso mismo, esta nefanda relación vibra y se delínea en el silencio con tanta o más fuerza que ante los ojos espantados de Athena y Boris, que presencian la increíble ocurrencia. Que, al final del relato, el saciado mono termine encaramado sobre un busto de Immanuel Kant es como la quintaesencia de la delirante orfebrería que amuebla el mundo de Isak Dinesen.


Entretener, divertir, distraer: muchos escritores modernos se indignarían si alguien les recuerda que ésa es también obligación de la literatura. Las modas, cuando aparecieron los Seven Gothic Tales, establecían que el escritor debía ser la conciencia crítica de su sociedad o explorar las posibilidades del lenguaje. El compromiso y la experimentación son muy respetables, desde luego, pero cuando una ficción es aburrida no hay doctrina que la salve. Los cuentos de Isak Dinesen son a veces imperfectos, a veces demasiado alambicados, jamás aburridos. También en eso fue anacrónica; para ella contar era encantar, impedir el bostezo valiéndose de cualquier ardid: el suspenso, la revelación truculenta, el suceso extraordinario, el detalle efectista, la aparición inverosímil. La fantasía, abundante y excéntrica, enrevesa de pronto una historia con exceso de anécdotas o la encamina en la dirección más infortunada. La razón de esos sacrificios o malabarismos es sorprender al lector, algo que siempre consigue. Sus cuentos suceden en una indecisa región, que ya no es el mundo objetivo pero que aún no es lo fantástico. Su realidad participa de ambas realidades y es, por eso, distinta de ambas, como sucede con los mejores textos de Cortázar.


Una de las constantes de su mundo son los cambios de identidad de los personajes, que viven emboscados bajo nombres o sexos diferentes y que, a menudo, llevan simultáneamente dos o más vidas paralelas. Se diría que una plaga de inestabilidad ontológica ha contagiado a los seres humanos; sólo los objetos y el mundo natural son siempre los mismos. Así, por ejemplo, el renacentista cardenal de "The Deluge at Norderney" resulta ser, al final de la historia, el valet Kasparson que asesinó a su amo y lo suplantó. Pero, en este dominio, la apoteosis de la danza de las identidades la encarna Peregrina Leoni, apodada Lucífera o Doña Quijota de la Mancha, cuya historia transparece, a través de una verdadera miríada de otras historias, en "The Dreamers". Cantante de ópera que perdió la voz, del susto, en un incendio en la Scala de Milán, durante una representación de Don Giovanni, hace creer a sus admiradores que ha muerto. La ayuda en sus designios su admirador y su sombra, el riquísimo judío Marcus Coroza, que la sigue por el mundo, prohibido de hablarle o hacerse ver por ella, pero siempre a mano para facilitarle la huida en caso de necesidad. Peregrina cambia de nombre, personalidad, amantes, países —Suiza, Roma, Francia— y oficios —prostituta, artesana, revolucionaria, aristócrata que vela la memoria del general Zumala Carregui— y fallece, finalmente, en un monasterio alpino, bajo una tormenta de nieve, rodeada de cuatro amantes abandonados, que la conocieron en distintas instancias y disfraces y sólo ahora descubren, gracias a Marcus Coroza, su peripatética identidad. La caja china —historias dentro de historias— es utilizada con admirable maestría en este relato para ir componiendo, como un rompecabezas, a través de testimonios que en un principio parecen no tener nada en común, la fragmentada y múltiple existencia de Peregrina Leoni, fuego fatuo, actriz perpetua, hecha —como todos los personajes de Isak Dinesen— no de carne y hueso sino de sueño, fantasía, gracia y humor.


Con Igor Stravinsky
La prosa de Isak Dinesen, como su cultura y sus temas, no remite a modelos de época; es, también, un caso aparte, una anomalía genial. Al aparecer Seven Gothic Tales, su prosa desconcertó a los críticos anglosajones por su elegancia ligeramente pasada de moda, su exquisitez e irreverencia, sus juegos y desplantes de erudición, y su escaso, para no decir nulo, contacto con el inglés vivo y hablado de la calle. Pero, también, por su humor, la delicadeza irónica y risueña con que en aquellos relatos se referían crueldades, vilezas y ferocidades indecibles como si fueran nimiedades de la vida cotidiana. El humor es en Dinesen el gran amortiguador de los excesos de todo orden que habitan su mundo —los de la carne y los del espíritu—, el ingrediente que humaniza lo inhumano y da un semblante amable a lo que provocaría repugnancia o pánico. Nada como leerla para comprobar hasta qué punto es cierto que todo se puede contar, si se sabe cómo hacerlo.


La literatura, tal como ella la concibió, era algo que a los escritores de su tiempo espeluznaba: una evasión de la vida real, un juego entretenido. Hoy las cosas han cambiado y los lectores la comprenden mejor. Al hacer de la literatura un viaje hacia lo imaginario, la frágil baronesa de Rungstedlund no rehuía responsabilidad moral alguna. Por el contrario, contribuía —distrayendo, hechizando, divirtiendo— a que los seres humanos aplacaran una necesidad tan antigua como la de comer y adornarse: el hambre de irrealidad. –Del blog Mi Siglo, La invención de la realidad, de José Julio Perlado:
TENGO TRES MIL AÑOS Y HE CENADO CON SÓCRATES

“Durante los años que pasé en África, cuando tenía mi granja en las montañas – le dice Isak Dinesen a Truman Capote -, nunca me imaginé que volvería a vivir en Dinamarca. Cuando supe que iba a perder la granja, cuando estuve segura de que no podría conservarla, empecé a escribir los cuentos: para olvidar lo insoportable”. (Truman Capote: “Retratos”.- Anagrama).

“Cuando era jovencita, ir a África estaba muy alejado de mis pensamientos, y tampoco soñaba con una granja africana como el lugar en el que sería totalmente feliz -le confiesa la baronesa a la entrevistadora de “The Paris Review” -. Eso demuestra que el poder de la imaginación de Dios es mucho mayor y más preciso que el nuestro. Pero en la época en la que estaba prometida para casarme con mi primo Bror Blixen, un tío nuestro se marchó de caza mayor a África y volvió lleno de alabanzas hacia el país. Theodore Roosevelt también había estado cazando allí; se hablaba mucho del África Oriental. Así que Bror y yo nos decidimos a probar suerte allí, y nuestros parientes de ambos lados de la familia nos dieron dinero para comprar una granja, que quedaba en las tierras altas de Kenia, no muy lejos de Nairobi. El día que llegué allí, me encantó el país y me sentí como en casa, aunque estuviera rodeada de flores, árboles y animales que no conocía, y de nubes cambiantes sobre las colinas de Ngong, que no se parecían a ningunas nubes que hubiera visto antes.

Entonces, África Oriental era realmente un paraíso, lo que las pieles rojas llamaban “felices tierras de caza”. En mi juventud me gustaba mucho cazar, pero mi mayor interés durante los muchos años que pasé en África fueron los nativos africanos de todas las tribus, en particular los somalíes y los masai. Eran gente hermosa, noble, intrépida y sabia. La vida no era fácil dirigiendo una plantación de café. Más de cuatro mil hectáreas de labranza, y langostas y sequía… y nos dimos cuenta demasiado tarde de que la meseta donde estábamos ubicados resultaba demasiado elevada para poder cultivar café. Creo que la vida allí era bastante parecida a la Inglaterra del siglo XVlll: a menudo escaseaba el dinero, pero la vida seguía siendo rica en múltiples sentidos, con el maravilloso paisaje, decenas de caballos y perros, y multitud de criados”. (Entrevista en “The Paris Review“.-El Aleph).

“Hoy esperaba al cartero – le sigue diciendo a Capote -. Esperaba que me trajera un nuevo paquete de libros. Leo tan rápidamente, que me es difícil estar abastecida. Lo que le pido al arte es atmósfera, ambiente. Algo que escasea en el menú de hoy. Nunca me canso de los libros que me gustan, puedo leerlos veinte veces. Puedo, y lo he hecho. El rey Lear. Siempre juzgo a una persona según su opinión sobre el rey Lear. Naturalmente, uno quiere una página nueva, un rostro diferente. Tengo un talento especial para la amistad; con lo que más disfruto es con mis amigos: moverme, salir, conocer nuevas personas y ganármelas”.
Parecería que estuviéramos escuchando a Isak Dinesen o a Karen Blixen en el porche de esta casa de campo de África mientras filma el respirar de esta conversación Sidney Pollack, el director que acaba de morir. Merly Streep y Robert Redford, adormilados en este cálido porche, sueñan igual que Karen y que Denys Finch. Pasea lejos un león solitario y la escritora entre sueños murmura:

-Fíjese en los leones de ese sarcófago ¿Cómo pudieron haber conocido los etruscos al león? En África era el animal que más me gustaba.
Luego hay un largo silencio y Carla Svendsen, la entrevistadora de “The Paris Review“, le comenta asombrada la cantidad de libros que Dinesen ha leído en su vida.

- En realidad – dice la escritora con una misteriosa sonrisa – tengo tres mil años y he cenado con Sócrates. Descubrí a Shakespeare muy pronto, y ahora siento que la vida no sería nada sin él.

HABLAR COMO LA LLUVIA

Meryl Streep y Robert Redford en Out of Africa
Tenía una voz excepcionalmente grave y oscura, fantasmal, fuerte, irreal. Su acento en danés era casi arcaico, con las vocales abiertas y arrastradas del “viejo Copenhage“. Tenía una idea fija de lo que debía ser un cuento de Isak Dinesen, o una conversación, o una entrevista. Para un pequeño círculo de admiradores Karen Blixen se había convertido en el Viejo Marino, protagonista del famoso poema de Coleridge. Uno de sus invitados solía “darle pie” para que comenzara un cuento, y ella empezaba con su repertorio de gran dama, capaz de seguir y seguir sin una sola pausa y sin preocuparse de ponerse a la altura del que escuchaba. Otro de sus íntimos amigos decía estar dispuesto a echar una moneda a su contador y escuchar. A veces había en sus ojos una concentración total que casi asustaba, la mirada abstraída, en trance, viviendo totalmente en otro espacio y tiempo. Su hablar conpulsivo reflejaba su estado exaltado, estado de ensoñación, no plenamente consciente de dónde se encontraba.
Hablaba como la lluvia.

Convocaba a sus veladas a invitados imaginarios: a Shelley, a la emperatriz de China, a San Francisco.
Sí, hablaba como la lluvia.
En ocasiones era tan realista, tan abnegada y llena de recursos como la diosa china de la compasión y de la astucia femenina.

“Detesto la literatura – dijo -, y en especial la moderna. Leo con el apetito de una muchacha que piensa que va a encontrar el Príncipe Encantador en los libros”.
A quien le entrevistó para The Paris Review (El Aleph), le dijo:

En África ya había aprendido a contar cuentos. Porque, ¿sabe?, tenía al público perfecto. Los blancos ya no escuchan los cuentos recitados. Se mueven inquietos o se quedan adormilados. Pero los nativos siguen teniendo oído. Les explicaba historias todo el tiempo, de todo tipo. Y toda clase de tonterías. Les decía: “Había una vez un hombre que tenía un elefante con dos cabezas…” y enseguida tenían ganas de escuchar más. “¿Ah? Sí, pero memsahib, ¿cómo lo encontró?, y ¿cómo lograba alimentarlo?” o cualquier otra cosa. Les encantaban esas invenciones. Deleitaba a mi gente de allí hablando en verso para ellos; no tienen rima, ¿sabe?, no la habían descubierto. Yo decía cosas como: “Wakamba na kula mamba” (“La tribu wakamba come serpientes”), que en prosa les habría enfurecido, pero que les divertía enormemente en verso. Y después me decían: “Por favor, memsahib, habla como la lluvia”, así que entonces sabía que les había gustado, ya que la lluvia allí era algo muy valioso.

Estos son los cuentos de Isak Dinesen, cuentos góticos y cuentos últimos, cuentos barrocos y cuentos sorprendentes. Caen intermitentemente, palabra a palabra, y caen con la finura de la literatura oral, abren el espacio de los oyentes y dejan en el campo de la atención el olor de la lluvia.

EL SILENCIO DE LA PÁGINA EN BLANCO


-Tuve un aprendizaje muy duro con mi abuela-me contaba Isak Dinesen- “Sé fiel a la historia”,me decía la vieja arpía, “sé eterna y totalmente fiel a la historia”. “¿Y por qué debo serlo, abuela?”, le preguntaba. “¿Tengo que darte razones, insensata?”, gritaba. “¡Y tú quieres contar cuentos! ¡Vaya, tú eres la que quieres contar cuentos, y soy yo la que tengo que darte los motivos! Escucha, pues: cuando el narrador es fiel, eterna y totalmente fiel a la historia, al final, el silencio habla. Cuando se traiciona la historia, el silencio sólo es vacío. Pero nosotros, los fieles, cuando hayamos dicho nuestra última palabra, oiremos la voz del silencio. Tanto si una pequeña mocosa lo entiende como si no”.

“¿Quién cuenta entonces- continúa la mujer -, un cuento mejor que cualquiera de nosotros? El silencio.¿Y dónde se puede leer un cuento más profundo que en la página mejor impresa del libro más valioso que existe? En la página en blanco. Cuando una pluma, espléndida y noble, en el momento de máxima inspìración, haya escrito su cuento con la tinta más rara de todas, ¿dónde puede uno entonces leer un relato todavía más profundo, dulce, alegre y cruel que ése? En la página en blanco”.

Cerré el libro Últimos cuentos de Dinesen. Me esperaba una página en blanco con todos sus espacios abiertos, con esa sensación de miedo escénico que siempre abren sus dos hojas, el papel sin cubrir, las líneas vírgenes. El relato mejor estaba aún sin empezar. El silencio marcaba su tic-tac. El fluir de la sangre bajaba lentamente del cerebro a la mano y me incliné, me incliné con interés para escribir todo aquello que pensaba que aún nadie había escrito.

OSTRAS Y CHAMPAGNE
Sentada en las grandes praderas al lado de los baobabs y no lejos de los elefantes, o sentada ante la mesa de su granja, “al pie de las colinas de Ngong”, todos sabemos que a Karen Blixen se le daba un motivo en el aire- un motivo musical-literario, el pie para que echara a andar ( una palabra, un nombre) – y su relato se ponía en movimiento según el ritmo cadencioso de las palabras mágicas. El cuento, gótico o no, iba tomando forma igual que la cintura de esas vasijas de invención redondeadas y estilizadas, elevándose cada vez más finas, mejor dibujadas, más fascinantes y deslumbrantes.

Isak Dinesen siempre lo logró con sus palabras.
Le escuchaba arrobado Denys Finch-Hatton, como vimos en “Memorias de África”, recostado en la hierba al lado de la tienda nocturna, en la mano una copa de vino.
Luego le escucharon también, muchos años después, Marilyn Monroe, Arthur Miller y Carson McCullers en un famoso almuerzo americano cuya foto hoy aparece en los periódicos. Allí vemos a una Dinesen envejecida, cuyos ojos, según diría Truman Capote, “con kohl en los párpados, profundos, como animales de terciopelo acurrucados en una cueva, son posesión de mujeres comunes”.
Debió de contarles otra gran historia a aquellos personajes, las mil y una noches de una noche que les hiciera olvidar lo insoportable.

Luego la leyenda dice que Dinesen, ya anciana, sólo se alimentaba de ostras y champagne.
Pero eso ya pertenece al dominio de sus cuentos. Nunca sabremos si es ficción o realidad.

Obra de Isak Dinesen:

La venganza de la verdad 1926.
Siete cuentos góticos, 1934.
Memorias de África (o Lejos de África), 1937 (publicada en 1938), en la que se basa la película homónima.
Las vengadoras angélicas, 1944 (publicada en 1945 con el seudónimo Pierre Andrézel).
Cuentos de invierno, 1942.
Últimos cuentos, 1946.
Anécdotas del destino, 1958, edición póstuma.
Sombras en la hierba, 1960, póstuma.
Ehrengard, 1962, póstuma.
Cartas de África, 1981, póstuma.


Enlaces:
Karen Blixen Museet
Karen Blixen- Isak Dinesen Information Site






viernes, 23 de abril de 2010

Homenaje a José Emilio Pacheco

Discurso de José Emilio Pacheco al recibir el Premio Miguel de Cervantes 2009

Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señora Ministra de Cultura, Señor Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, Señora Presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y para las Artes de México, Presidenta de la Comunidad de Madrid, Sr. Alcalde de esta ciudad, autoridades estatales, autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señores y señoras.

1947 es una fecha tan lejana como 1547. Ambas se han hundido en la sombra eterna y son irrecuperables. Tal vez la memoria inventa lo que evoca y la imaginación ilumina la densa cotidianeidad. Sin embargo, del mismo modo que para nosotros serán siempre gigantes los molinos de viento que acababan de instalarse en 1585 y eran la modernidad anterior a la invención de esta palabra, en algún plano es real otra experiencia: la de un niño que una mañana de Ciudad de México va con toda su escuela al Palacio de Bellas Artes y asiste asombrado a una representación del libro convertido en espectáculo.

Salvador Novo adapta y dirige la obra con música de un mexicano, Carlos Chávez, y un español, Jesús Bal y Gal. Novo pertenece al Grupo de Contemporáneos, equivalente exacto del Grupo de 1927 en España. Mucho tiempo después sabré que Novo había conseguido que en julio de 1936 su amigo Federico García Lorca estuviera precisamente en ese Palacio de Bellas Artes para presenciar el estreno mexicano de Bodas de Sangre interpretada por Margarita Xirgu.

A telón cerrado aparece el historiador árabe Cide Hamete Benengeli a quien Cervantes atribuye la novela. Cide Hamete Benengeli ha decidido abreviar la historia para que los niños de México puedan conocerla. La cortina se abre. De la oscuridad surge la venta que es un castillo para Don Quijote. Quiere ser armado caballero a fin de que pueda ofrecer sus hazañas a la sin par Dulcinea del Toboso, la mujer más bella del mundo.

Dos horas después termina la obra. Desciende de los aires Clavileño que en esta representación es un pegaso. Don Quijote y Sancho montan en él y se elevan aunque no desaparecen. El Caballero de la Triste Figura se despide: "No he muerto ni moriré nunca. Mi brazo fuerte está y estará siempre dispuesto a defender a los débiles y a socorrer a los necesitados".

La otra realidad
En aquella mañana tan remota descubro que hay otra realidad llamada ficción. Me es revelado también que mi habla de todos los días, la lengua en que nací y constituye mi única riqueza, puede ser para quien sepa emplearla algo semejante a la música del espectáculo, los colores de la ropa y de las casas que iluminan el escenario. La historia del Quijote tiene el don de volar como aquel Clavileño. Sin saberlo, he entrado en lo que Carlos Fuentes define como el territorio de La Mancha. Ya nunca voy a abandonarlo.

Leo más tarde versiones infantiles del gran libro y encuentro que los demás leen otra historia. Para mí el Quijote no es cosa de risa. Me parece muy triste cuanto le sucede. Nadie puede sacarme de esta visión doliente.

En la mínima historia inconclusa de mi trato con la novela admirable hay a lo largo de tantos años muchos episodios que no describiré. Adolescente, me frustra no poder seguir de corrido la fascinación del relato: se opone lo que George Steiner designó como el aparato ortopédico de las notas. Me duele que las obras eternas no lo sean tanto porque el idioma cambia todos los días y con él se alteran los sentidos de las palabras.

También me asombra que necesiten nota al pie términos familiares en el español de México, al menos en el México de aquellos años remotos: "de bulto" como las estatuillas de los santos que teníamos en casa; "el Malo", el demonio"; "pelillos a la mar", olvido de las ofensas; "curioso", inteligente. Y tantas otras: "escarmenar", "bastimento", "cada y cuando".

Supercherías cervantinas
Ignoro si podría demostrase que el primer ejemplar del Quijote llegó a México en el equipaje de Mateo Alemán y en el mismo 1506 de su publicación . El autor del Guzmán de Alfarache había nacido en 1547 como Cervantes y estuvo en aquella Nueva España que don Miguel nunca alcanzó.

Tal vez el gran cervantista mexicano de hace un siglo, Francisco A. de Icaza, hubiera rechazado como una más de las 'Supercherías y errores cervantinos', que es el título de la obra de Icaza, esta atribución que me seduce. Por lo pronto me permite evocar en este recinto sagrado a Icaza, el mexicano de España y el español de México, a quien no se recuerda en ninguna de sus dos patrias. En todo caso sobrevive en el poema que le dedicó su amigo Antonio Machado: "No es profesor de energía/ Francisco A. de Icaza, sino de melancolía". Y en la inscripción que leen todos los visitantes de la Alhambra. Otra leyenda atribuye su inspiración al mismo mendigo de quien habló también Ángel Ganivet: "Dale limosna, mujer/ pues no hay en la vida nada/como la pena de ser/ciego en Granada".

Como todo, Internet es al mismo tiempo la cámara de los horrores y el Retablo de las Maravillas. No me dejará mentir la Red si les digo que el 30 de noviembre de 2009, en una rueda de prensa en la Feria del Libro de Guadalajara me preguntaron, con motivo del Premio Reina Sofía, si con él yo estaba en camino del Premio Cervantes. "Para nada", contesté. "Lo veo muy lejano. Nunca lo voy a ganar".

Al amanecer del lunes 30 la voz de la Señora Ministra de Cultura, Doña Ángeles González Sinde, me dio la noticia y me hundió en una irrealidad quijotesca de la que aún no despierto. Por aturdimiento, no por ingratitud, apenas en este día doy gracias al jurado por su generosidad al privilegiarme cuando apenas soy uno más entre los escritores de este idioma y hay tantas y tantos dignos con mucha mayor justificación que yo de estar ahora ante ustedes.

Para volver al plano de la realidad irreal o de la irrealidad real en que los personajes del Quijote pueden ser al mismo tiempo lectores del Quijote, me gustaría que el Premio Cervantes hubiera sido para Cervantes. Cómo hubiera aliviado sus últimos años el recibirlo. Se sabe que el inmenso éxito de su libro en poco o nada remedió su penuria.

Cómo nos duele verlo o ver a su rival Lope de Vega humillándose ante los duques, condes y marqueses. La situación sólo ha cambiado de nombres. Casi todos los escritores somos, a querer o no, miembros de una orden mendicante. No es culpa de nuestra vileza esencial sino de un acontecimiento ya bimilenario que tiende a agudizarse en la era electrónica.

En la Roma de Augusto quedó establecido el mercado del libro. A cada uno de sus integrantes -- proveedores de tablillas de cera, papiros, pergaminos; copistas, editores, libreros--le fue asignado un pago o un medio de obtener ganancias. El único excluido fue el autor sin el cual nada de los demás existiría. Cervantes resultó la víctima ejemplar de este orden injusto. No hay en la literatura española una vida más llena de humillaciones y fracasos. Se dirá que gracias a esto hizo su obra maestra.

El Quijote es muchas cosas pero es también la venganza contra todo lo que Cervantes sufrió hasta el último día de su existencia. Si recurrimos a las comparaciones con la historia que vivió y padeció Cervantes, diremos que primero tuvo su derrota de la Armada Invencible y después, extracronológicamente, su gran victoria de Lepanto: El Quijote es la más alta ocasión que han visto los siglos de la lengua española.

Nada de lo que ocurre en este cruel 2010 -de los terremotos a la nube de ceniza, de la miseria creciente a la inusitada violencia que devasta a países como México- era previsible al comenzar el año. Todo cambia día a día, todo se corrompe, todo se destruye. Sin embargo en medio de la catástrofe, al centro del horror que nos cerca por todas partes, siguen en pie, y hoy como nunca son capaces de darnos respuestas, el misterio y la gloria del Quijote.


Reseña biográfica

Poeta y ensayista mexicano nacido en Ciudad de México en 1939.Empezó a brillar desde muy joven en el panorama cultural mexicano, gracias a su dominio de las formas clásicas y modernas y al enfoque universal de su poesía.

Además de poeta y prosista se ha consagrado también como eximio traductor, trabajando como director y editor de colecciones bibliográficas y diversas publicaciones y suplementos culturales. Ha sido docente universitario e investigador al servicio de entidades gubernamentales.

Entre sus galardones se cuentan:
Premio Nacional de Poesía, Premio Nacional de Periodismo Literario, Premio Xavier Villaurrutia, Premio Magda Donato, Premio José Asunción Silva en 1996, el Premio Octavio Paz en el año 2003, el Premio Federico García Lorca 2005, el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en 2004, la XVIII edición del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2009 y el Premio Cervantes en 2009.

Como traductor se le deben en especial versiones de Cuatro cuartetos, de
T. S. Eliot, de Cómo es (Samuel Beckett), Un tranvía llamado deseo (Tennessee Williams), Vidas imaginarias (Marcel Schwob) y De profundis (Óscar Wilde). Ha editado la Antología del Modernismo y obras de autores como Federico Gamboa y Salvador Novo.

Su poema Alta traición es quizá el más célebre entre la juventud mexicana. En su obra narrativa transfigura el mundo infantil y adolescente en el escenario cada vez más ruinoso de la ciudad de México (El viento distante y otros relatos (1963), El principio del placer (1972),
Las batallas en el desierto (1981)... En Morirás lejos (1967) trata sobre distintas épocas de persecución (nazismo, guerra romana contra los judíos).

Obra:


Lírica
Los elementos de la noche (1963)
El reposo del fuego (1966)
No me preguntes cómo pasa el tiempo (1970)
Irás y no volverás (1973)
Islas a la deriva (1976)
Desde entonces (1979)
Los trabajos del mar (1984)
Miro la tierra (1987)
Ciudad de la memoria (1990)
El silencio de la luna (1996)
La arena errante (1999)
Siglo pasado (2000)
Tarde o temprano (2000; poesía completa, ampliada en la edición de 2010)
Como la lluvia (2009)
La edad de las tinieblas (2009)


Narrativa
La sangre de Medusa y otros cuentos marginales (1959)
El viento distante (1963)
Morirás lejos (1967)
El principio del placer (1972)
Las batallas en el desierto (1981)
Tarde de agosto (1992)


Selección de poemas
Los elementos de la noche
Bajo el mismo imperio que el verano ha roído
Se deshacen los días.
En el último valle
La destrucción se sacia
En ciudades vencidas que la ceniza afrenta.
La lluvia extingue
El bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su verano.
Las palabras se rompen contra el aire.
Nada se restituye ni devuelve
El verdor a la tierra calcinada.
Ni el agua en su destierro sucederá a la fuente
Ni los huesos del águila volverán por las alas.

La falsa vida

Alguien te sigue a veces en silencio.
Las cosas nunca dichas
Se transforman en actos.
Atraviesas la noche en las manos del sueño,
Pero el otro, implacable,
No te abandona: lucha
Contra la irrealidad, la falsa vida
Donde todo es ocaso.
Frágil perseguidor que eres tú mismo,
Lo has obligado a ser, en guardia siempre,
El minucioso espejo que no olvida.
Pompeya
La tempestad de fuego nos sorprendió en el acto
De la fornicación.
No fuimos muertos por el río de la lava.
Nos ahogaron los gases. La ceniza
Se convirtió en sudario. Nuestros cuerpos
Continuaron unidos en la piedra:
Petrificado espasmo interminable.
Miseria de la poesía
Me pregunto qué puedo hacer contigo
Ahora que han pasado tantos años,
Cayeron los imperios,
La creciente arrasó con los jardines,
Se borraron las fotos
Y en los sitios sagrados del amor
Se levantan comercios y oficinas
(con nombres en inglés naturalmente).
Me pregunto qué puedo hacer contigo
Y hago un pseudo poema
Que tú nunca leerás
―o si lo lees,
En vez de una punzada de nostalgia,
Provocará tu sonrisita crítica.

El mar sigue adelante

Entre tanto guijarro de la orilla
No sabe el mar en dónde ha de romperse.
¿Cuándo terminará su infernidad que lo ciñe
A la tierra enemiga,
Como instrumento de tortura,
Y no lo deja agonizar,
No le otorga un minuto de reposo?
Tigre entre la hojarasca
De su absoluta impermanencia.
Las vueltas
Jamás serán iguales;
La prisión
Es siempre idéntica a sí misma.
Y cada ola quisiera ser la última,
Quedarse congelada
En la boca de sal y arena
Que está diciendo siempre: adelante.

El fuego

En la madera que se resuelve en chispa y llamarada,
Luego en silencio y humo que se pierde,
Miraste deshacerse con silencioso estruendo la vida.
Y te preguntas si habrá dado calor,
Si conoció alguna de las formas del fuego,
Si llegó a arder e iluminar con su llama.
De otra manera todo habrá sido en vano.
Humo y ceniza no serán perdonados
Pues no triunfaron contra la oscuridad,
Leña que arde en una estancia desierta
O en una cueva que sólo habitan los muertos.

Manual de urbanidad

Para qué tanta ceremonia, indirectas,
Puñaladitas bajo cuerda, gasto suntuario,
Cortina de humo o envoltura contaminante
De una desnuda frase: No puedo verte
O No te soporto.
Es decir, soy ciego
A nuestra humana luz compartida.
O bien, no resisto
El peso de otra dolencia errante agregada
A mi invencible pesadumbre.

El silencio


La vida, más feroz que toda muerte.
Jorge Guillén, Clamor
La silenciosa noche. Aquí en el bosque
No se escuchan rumores.
Los gusanos trabajan.
Los pájaros de presa hacen lo suyo.
Pero yo no oigo nada.
Sólo el silencio que da miedo. Tan raro,
Tan escaso se ha vuelto en este mundo
Que ya nadie se acuerda de cómo suena,
Nadie quiere
Estar consigo mismo un instante.
Mañana
Dejaremos la verdadera vida para mañana.
No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo:
Extrañeza
De hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda.
Silencio en este bosque, en esta casa
A la mitad del bosque.
¿Se habrá acabado el mundo?

Fin de mundo

“El 18 de mayo del 50
Se va a acabar el mundo.
Confiésate y comulga y encomienda tu alma
A la misericordia de Dios Padre
Y pídele a la Virgen que ruegue por nosotros.”
Todo esto me dijeron varias personas.
El 18 de mayo esperé el terremoto,
El diluvio de fuego, la bomba atómica.
Como es obvio, no pasó nada.
Hay otras fechas para el fin del mundo.

Elogio de la fugacidad

Triste que todo pase…
Pero también qué dicha este gran cambio perpetuo.
Si pudiéramos
Detener el instante
Todo sería mucho más terrible.
¿Pueden imaginar a Fausto de 1844, digamos,
Que hubiera congelado el tiempo en un momento preciso?
En él hasta la más libre de las mujeres
Viviría prisionera de sus quince hijos
(Sin contar a los muertos antes de un año),
Las horas infinitas ante el fogón, la costura,
Los cien mil platos sucios, la ropa inmunda
—Y todo lo demás, sin luz eléctrica y sin agua corriente.
Cuerpos sólo dolor, ignorantes de la anestesia,
Que olían muy mal y rara vez se bañaban.
Y aún después de todo esto, como perfectos imbéciles,
Nos atrevemos a decir irredentos:
“Qué gran tristeza la fugacidad,
¿Por qué tenemos que pasar como nubes?”

Irrealidad

Como fantasma de un espectro vuelvo
A este mundo con mi experiencia que ya no sirve.
Me abruma
Atestiguar cómo todo ha cambiado hasta la irrealidad;
Cómo fantasía alguna fue capaz
De imaginar cuanto hay ahora, todo lo que es
―Y desde luego nadie esperaba.
La lengua de las cosas
La lengua de las cosas debe ser el polvo donde se comunican sin
Hablarse.
El polvo o la sombra que proyectan.
Demencia de las cosas cuando su voluntad se rebela
Y se esconden frenéticas o se niegan a funcionar obstinadas.
Únicos medios de rebelión a su alcance,
Únicas formas de decirnos que no somos sus amos,
Aunque tengamos el poder
De destruirlas y olvidarlas.

José Andrés Rojo
Una historia de amor
EL PAÍS, 23 abril, 2010

Una vez que aquel muchacho, Carlitos, fue a casa de Jim quedó tan impactado por la belleza de la madre de su amigo que se enamoró de manera irremediable. Volvió al mundo con la sensación de estar viviendo el mayor de los acontecimientos y ya no dejó de pensar en ella. Así que unos días después, y cuando estaban en clase de "lengua nacional como se llamaba el español", pidió permiso y salió. Les estaban enseñando el pretérito perfecto del subjuntivo: hubiera o hubiese amado. Se fue de la escuela, fue a casa de su amigo, tocó el timbre. Lo cuenta José Emilio Pacheco, que dentro de unas horas recibirá en Alcalá el Premio Cervantes, en su novela Las batallas en el desierto (Tusquets). Le abrió la madre de Jim: "Nos sentamos en el sofá. Mariana cruzó las piernas. Por un segundo el kimono se entreabrió levemente. Las rodillas, los muslos, los senos, el vientre plano, el misterioso sexo escondido. No pasa nada, repetí". Y fue armándose de valor, hasta que lo dijo: "Porque lo que vengo a decirle –ya de una vez, señora, y perdóneme—es que estoy enamorado de usted".

La novela tiene esas frases cortas, esa velocidad, pero José Emilio Pacheco es, ante todo, poeta. En alguna de sus artes poéticas ha escrito: "Tenemos una sola cosa que describir: / este mundo". En otra: "No tu mano / la tinta escribe a ciegas / estas pocas palabras". Así que no es hombre de alardear, ni de proclamas excesivas, y ha ido paso a paso construyendo ese montón de versos por los que hoy recibe el premio más importante de cuantos celebran la obra de un autor en lengua española.

En Sombras de obras, Octavio Paz escribió: "La poesía de José Emilio Pacheco se inscribe no en el mundo de la naturaleza sino en el de la cultura y, dentro de éste, en su mitad de sombra. Cada poema de Pacheco es un homenaje al No; para José Emilio el tiempo es el agente de la destrucción universal y la historia es un paisaje en ruinas". No hay que ir muy lejos en Tarde o temprano, la reunión de sus poemas que Tusquets acaba de publicar, para encontrar uno que en el que, con extrema sencillez y contundencia, atrape la devastadora labor de las horas. Se titula Antiguos compañeros se reúnen y dice: "Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años".

En Las batallas del desierto, que inspiró una película (Mariana, Mariana) y una canción del grupo Café Tacuba (Las Batallas), hay también algo de eso: la drástica mirada que constata que todo se acaba, que nada dura. "Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad.

Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años". Así que seguramente es cierta esa querencia por el No. Pero también en Pacheco hay, y también lo destacaba Octavio Paz, "la voz del Sí". Ese Sí que constituye el haberse rendido al desafío de escribir versos, aunque parezca una tarea condenada al fracaso. Así lo expresaba en otro poema: "No hay justificación de mi arrogancia / Al hacer un poema como si fuera importante. / Y desde el muelle sin esperanza arrojarlo / Al abismo sin fondo". Señor Pacheco, muchas felicidades.


jueves, 15 de abril de 2010

Francisco Javier Clavijero



Clavijero y la Ilustración
Por: Federico Zertuche


Sin duda podemos destacar al jesuita Francisco Javier Clavijero entre los mexicanos más ilustrados de la Nueva España, justo en el sentido que el siglo XVIII imprimiera a esa categoría como peculiar cosmovisión y actitud intelectual.

Menciono tal gentilicio no obstante que el México independiente todavía no cobraba vida pero ya el término y sus implicaciones nacionales, como entidad sociológica, eran muy claros en la conciencia de buena parte de la sociedad novohispana y ciertamente en el propio Clavijero.

Francisco Javier Mariano Clavijero Echegaray, nació en Veracruz el 9 de septiembre de 1731, hijo de don Blas Clavijero, natural de las montañas de León, España, y de doña María Isabel Echegaray, criolla de familia oriunda de Vizcaya. Don Blas, educado en la Francia de Luis XIV, protegido del poderoso duque de Medinaceli, pasó a la Nueva España con altas recomendaciones y pronto funge como Alcalde Mayor de Tezuitlán y luego en Xicayán de la Mixteca.

Desde temprana edad, Francisco Javier tuvo contacto con los indígenas súbditos de su padre, con quienes se aficionó afectuosamente y cuya cultura despertara genuina curiosidad, a grado tal de aprender sus lenguas, en particular el náhuatl, la otomí y la mixteca, que tanto le valieran luego en la gran obra de su vida, señaladamente a favor de los indios y de su historia.

Efectuó sus primeros estudios en Puebla, en los colegios de San Jerónimo
Templo y Colegio de la Compañía de Jesús, Tepoztlán, Morelos.
donde estudió gramática y San Ignacio, a cargo de jesuitas, donde se inició en filosofía, latín y teología; al terminar, sintió vocación por el sacerdocio e ingresó al seminario de esa ciudad, donde estuvo poco tiempo pues decidió convertirse jesuita por lo que en 1748 se trasladó al colegio que la orden tenía en Tepoztlán, allí perfeccionó sus conocimientos de latín, aprendió griego antiguo y los idiomas francés, portugués, italiano, alemán e inglés, que sumados a las tres lenguas indígenas y al español materno, le hicieran consumado políglota.

A decir del padre Mariano Cuevas, a quien debemos la primera publicación en su texto original de la Historia Antigua de México, cuyo manuscrito y hológrafo conservara durante 18 años, señalaba que éste poseía “una notable capacidad intelectual y prodigiosa retentiva” que le valieron pronto, luego de sus estudios, las importantes cátedras de letras y filosofía en la misma Prefectura de Estudios del Real Colegio de San Ildefonso, donde concluyera aquellos. (1)

Atento lector de Aristóteles, Clavijero también estudió, con pleno conocimiento y anuencia de sus superiores, a filósofos entonces modernos como Descartes, Gassendi, Leibniz, o Newton, que como hombre ilustrado se sentía obligado estar al corriente de los progresos de dicha ciencia. Ya como maestro se empeñó en implementar una serie de reformas en el método de enseñanza de la filosofía en seminarios y colegios donde impartió cátedra.

Luego fue enviado a la Ciudad de México para completar su formación

Antiguo Colegio de San Ildefonso, México, D.F.
teológica y filosófica en el Colegio de San Pedro y San Pablo, allí convivió con estudiantes de la talla de José Rafael Campoy, Andrés Cavo, Francisco Javier Alegre, Juan Luis Maneiro, Pedro José Márquez y otros más que han sido llamados "los humanistas mexicanos del siglo XVIII". En ese tiempo, cuando aún no había concluido sus estudios, se dedicó a la docencia y fue prefecto del Colegio de San Ildefonso. Después como un hecho excepcional ya que aún no había sido ungido con las órdenes sacerdotales, le encomendaron la cátedra de retórica en el Seminario Mayor de los jesuitas.

Hacia 1755 fue consagrado sacerdote y a partir de entonces se dedicó por completo a actividades ligadas a la docencia e investigación; estuvo enseñando en el Colegio de San Gregorio, creado al inicio de la Colonia para impartir educación y formación cristiana a jóvenes indígenas, allí pasó cinco años durante los cuales siguió cultivándose.

Dice su primer biógrafo, colega y amigo, el padre Juan Luis Maneiro: ''En esos cinco años, examinó con ojos curiosísimos todos los documentos referentes a esta nación mexicana, los que, como dijimos antes, se conservaban en gran número en el contiguo Colegio de San Pedro y San Pablo, y con enorme esfuerzo sacó de allí preciosos tesoros que más tarde dio a conocer para el bien público en la historia que dejó a la posteridad.” (2)

Su paso por el Colegio de San Gregorio no estuvo exento de percances, en una carta el padre Pedro Reales provisor de la Orden de la Compañía de Jesús le reclama: ''de haber sacudido enteramente el yugo de la obediencia, respondiendo con un no quiero a lo que se le encarga, como ayer sucedió, o por lo menos esa respuesta se le dio al superior, que a la verdad no sé qué camino tomar para que Vuestra Reverencia se componga y contenga en su deber. Mudanza de lugar es poco remedio, y ninguna satisfacción a la vida y ejemplo que Vuestra Reverencia ha dado, abstrayéndose casi todo del fin único de los que viven en ese Colegio, y entregándose a otros cuidados y estudios que le embargan.” (3)

Cabe aclarar que esos "otros cuidados y estudios que le embargan", no eran otros que los códices aztecas y libros de la época de la conquista que se guardaban en el colegio vecino, como apreciada herencia de don Carlos de Sigüenza y Góngora al Colegio de San Pedro y San Pablo. ''Clavijero —dice Maneiro en su biografía— siguió a Sigüenza como ejemplo en sus investigaciones y, viendo aquellos volúmenes, se llenó de sumo placer por razón de la sincera benevolencia con que amaba a los indios. Y no dejaba de admirar el pulido papel de los antiguos indígenas antes de serles conocida la cultura europea. En cuanto a aquellas inscripciones jeroglíficas, siempre las retuvo en su memoria y nunca cesó de entregarse a admirables esfuerzos con el fin de comprenderlas''. (4)

En 1764 le trasladan a Valladolid (hoy Morelia) para hacerse cargo de la
Antiguo Seminario Mayor, hoy Centro Cultural Clavijero, Morelia, Michoacán. 
asignatura de filosofía en el seminario mayor de la localidad, en donde, a decir de Mariano Cuevas, “tuvo entre sus discípulos al jovencito Miguel Hidalgo y Costilla”. (4) La buena labor desarrollada le valió para ser enviado a Guadalajara una población más importante, donde también le fue encargada la cátedra de filosofía. Es allí en donde redactó y concluyó su tratado de ''Physica Particularis'' que junto con ''Cursus Philosophicus'' revelan su pensamiento filosófico-científico, a tono con la Ilustración de la época.

Vale la pena destacar la curiosidad de Clavijero en la iconografía de los antiguos mexicanos que despertara en su juventud cuando tuvo acceso a la colección de pinturas, manuscritos, códices y textos de sabios nativos, reunida y heredada luego a los jesuitas por el ilustre matemático e historiador don Carlos Sigüenza y Góngora, a quien Clavijero describe así: “Este grande hombre es uno de los más beneméritos de la historia de México, porque formó a grandes expensas una copiosa y selecta colección de manuscritos y de pinturas antiguas, y se empleó con la mayor diligencia y tesón en ilustrar las antigüedades de aquel reino” [...] “Este doctísimo mexicano, como aficionado al estudio de la antigüedad, reunió un gran número de pinturas antiguas parte compradas a grande precio y parte que le dejó en su testamento el nobilísimo indio don Juan de Alva Ixtlixóchitl, el cual las había heredado de los reyes de Texcoco sus ascendientes.” (5)

Asimismo Clavijero conoció y estudió otra famosa colección, la formada por don Lorenzo Boturini, a la que se refiere así: “Esta preciosa colección de antigüedades mexicanas, secuestrada por el suspicaz gobierno de México a su erudito y laborioso dueño, se conservaba en gran parte en el archivo del virrey. Yo vi algunas de estas pinturas, que contenían algunos hechos de la conquista y algunos bellos retratos de los reyes de México.” (6)

Otra que estudió “con diligencia y me ha sido útil para mi historia”, fue La Colección de Mendoza, 63 pinturas hechas para el primer virrey de México don Antonio de Mendoza, a la que se añadieron explicaciones en lengua mexicana y española para mandarlas al emperador Carlos V. Sin embargo nunca llegaron a su destinatario pues el navío en que se enviaron fue apresado por corsarios franceses y conducido a Francia. Las pinturas tuvieron diversos destinos, aunque fueron publicadas en 1692 en París.

Pero volvamos a la vida de nuestro personaje, hacia 1767, siendo profesor en el Colegio de Guadalajara, lo sorprende el decreto de Carlos III por el cual se ordenaba la expulsión de los jesuitas de todos los dominios españoles.

Según relata Cuevas: “sin más equipaje que una muda de ropa y su breviario, fue embarcado el 25 de octubre de 1767 en el paquebot llamado Nuestra Señora del Rosario. Entre mil sufrimientos y un naufragio, del que se salvó invocando Nuestra Señora de Guadalupe, llegó a Italia y allá fue destinado por sus superiores a Ferrara; mas luego, cuando ya concibió su idea de escribir su historia de México, trasladóse a Bolonia, donde el ambiente literario y la cercanía de bibliotecas y archivos tanto le habían de ayudar para llevar a feliz término su empresa.” (7)

En Italia se dedica a sus investigaciones históricas y aún cuando le faltaban los

códices, libros de consulta y de los primeros cronistas españoles que había estudiado, guardaba en su memoria la información necesaria como para escribir la obra que siempre había acariciado, La Historia Antigua de México. Por esos días llegó a sus manos un libro titulado Investigaciones filosóficas sobre los americanos escrito por un autor prusiano llamado Cornelius Paw. Ese libro le reveló a Clavijero la ignorancia que tenían en Europa sobre la naturaleza y cultura americana y lo animó a iniciar su obra para mostrar la verdad de la historia de los mexicanos y desmentir argumentada y puntualmente los despropósitos de Paw.

Durante varios años trabajó en su Historia, consultando las bibliotecas italianas que tenían libros sobre el tema, enviando correspondencia a sus amistades en México para que consultaran las obras allí guardadas y le enviaran notas sobre tal o cual libro o códice. Finalmente pudo comunicar que había concluido la obra que narra la realidad cultural del México de antes y durante la conquista española.

Originalmente la obra fue escrita en español, sin embargo Clavijero la tradujo al italiano con ayuda de hablantes nativos para pulir el lenguaje antes de imprenta, así fue como en 1780 salió a la luz y rápidamente fue recibida por estudiosos de la época con gran satisfacción al grado que no pasó mucho tiempo antes que fuera traducida al inglés y al alemán. A decir de eruditos, la Storia antica del Messico pasaría a ser la primera y más leída obra en la Europa del Siglo de las Luces que diera a conocer las culturas indígenas. Habrían de pasar muchos años antes que fuese publicada en el idioma original, ¡hasta 1945!, gracias justamente a don Mariano Cuevas.

La edición en español, editada y prologada por el padre Cuevas, publicada por esa benemérita casa que es Editorial Porrúa, consta de cuatro tomos, el primero incluye una descripción natural: tierra, clima, montes, ríos y lagos, minerales, plantas animales y hombres, que da cuenta del acucioso empeño y oficio naturalista e incluso etnográfico de Clavijero, que luego Alexander von Humboldt reconociera y admirara. Relata, asimismo, la historia de los toltecas, chichimecas, olmecas y demás naciones que ocuparon el Anáhuac antes que los aztecas. Narra la fundación de México-Tenochtitlán, los sucesos ocurridos y sus primeros monarcas hasta la muerte del rey Ahuízotl. Incluye también el relato de los tiranos de Acolhuacán, Tezozomoc y Maxtlaton, y la restitución del rey Nezahualcóyotl al reino cuya capital era Texcoco, gracias a su alianza con los aztecas y los tepanecas, la famosa triple alianza.

El tomo II se ocupa de los sucesos del rey Moctezuma Xocoyotzin, noveno rey de México hasta el año 1519. Hace un elogio del rey Nezahualpili, hijo y sucesor de Nezahualcóyotl. Luego se ocupa de la religión de los aztecas, de sus dioses, templos, sacerdotes, sacrificios y obligaciones, ayunos y austeridades; de su cronología, calendario y fiestas, de los rituales alrededor del nacimiento, matrimonio y funerales. Un estudio etnográfico, cuando ésta disciplina aún no era reconocida como tal. Trata del gobierno político, militar y económico, de los juicios, leyes y penas, de la agricultura, caza, pesca y comercio, de sus juegos, trajes, alimentos y utensilios; de su lenguaje, poesía, música y danzas, medicina, pintura, escultura, arquitectura y otras artes.

El Tomo III cubre desde la llegada de los españoles, y de los sucesos ocurridos hasta la caída de Tenochtitlán, pasando por la muerte de Moctezuma, de Cuiltahuác y Cuauhtémoc, las batallas, alianzas y demás hechos militares hasta el fin del imperio. Incluye cuadros de la descendencia de Cortés y de Moctezuma II. El Tomo IV contiene nueve disertaciones sobre temas específicos que Clavijero consideró apropiado tratar por separado para mayor abundamiento de su Historia, así como dos catálogos, el de escritores y el de gramáticos de lenguas indígenas.

Como puede observarse por la sola descripción estructural y temática, tratase de una obra monumental, integral, de visión y enfoque multidisciplinarios. Bien señala don Luis González Obregón: “Una obra que con excelente método, aceptable crítica y selecta erudición, limpia de fastidiosos textos y en estilo elegante, trazara el cuadro de la civilización indígena y de la conquista hispánica no la tuvimos hasta la aparición de la Storia antica del Messico.”

Clavijero también escribió una notable Historia de la Antigua o Baja California en la que da pormenorizada cuenta de la colonización y civilización pacíficas de la península por parte de sus antiguos hermanos jesuitas, entre los que destacan el incomparable andariego y grande hombre de bien don Eusebio Francisco Kino, y los padres Salvatierra, Ugarte y Píccolo, sin olvidar al almirante don Isidro de Atondo y Antillón, quien comandara la primera expedición.

Como en su Historia Antigua de México, inicia la de California con un detallado estudio naturalista y etnográfico, para dar paso a la épica colonización iniciada por el padre Kino y continuada por sus colegas jesuitas, la fundación y establecimiento de misiones, vicisitudes, evangelización y civilización de los naturales, hasta la expulsión de los jesuitas por el decreto de Carlos III. Es pertinente recordar que mientras la Baja California fue colonizada por los jesuitas, la Alta California, partiendo de aquella península, lo fue por los franciscanos de igual manera pacífica y mediante el establecimiento de misiones, impulsada por don José de Gálvez, visitador general de la Nueva España, e iniciada por el venerable padre Fray Junípero Serra.

Sorprende que tan magnífica descripción y acuciosa historia -por muchos años la más ambiciosa y completa, muy reputada hasta el día de hoy- fue escrita por alguien que nunca puso sus pies en dicha tierra, sino atenido a informaciones, memorias y otros documentos dejados por los jesuitas, y al testimonio verbal de otros que pudo recabar directamente, elaboró tan docta como amena historia que pasara a la posteridad como modelo en su género, esto es, una obra clásica.

Clavijero escribió también un una gramática y un diccionario de la lengua náhuatl, hasta hoy inéditos, una advocación sobre la Virgen de Guadalupe, tres opúsculos que confirman la modernidad de su pensamiento: Proyectos útiles para adelantar el comercio de la Nueva España, los Frutos en que puede comerciar la Nueva España y su Breve descripción de la provincia de México. Antes de morir, dice Miguel León-Portilla, elaboraba un trabajo referente a la participación de los indígenas tlaxcaltecas en la colonización del norte novohispano.

En 1787, a la temprana edad de 55 años fallece Clavijero víctima de un total agotamiento que se tradujo en dolorosa infección vesicular. A decir del padre Mariano Cuevas, “Fue enterrado en la Iglesia de Santa Lucía, en la cripta de los jesuitas mexicanos. Dos veces, en 1924 y en 1927, al visitar nosotros esa cripta, tratamos de identificar los restos del ilustre veracruzano, pero es ya humanamente imposible y tenemos que contentarnos con la sola glorificación de su memoria.” (8)

Así sea, rindamos pues tributo a uno de los más insignes e ilustres hombres de letras, filólogo, políglota, historiador, teólogo, filósofo, humanista e indigenista mexicano de todos los tiempos.


Notas bibliográficas

(1) Cuevas, P. Mariano, Prólogo, Historia Antigua de México, de Francisco Javier Clavijero, Editorial Porrúa, México, 1958. Pág. IX.
(2) Maneiro, Juan Luis, Vida de Clavijero, incluida en Vidas de mexicanos ilustres del siglo XVIII, prólogo, selección, introducción y notas de Bernabé Navarro, México, Biblioteca del Estudiante Universitario, 1956.
(3) Maneiro, Juan Luis, Ibidem.
(4) Cuevas, P. Mariano, Opus Cit., Pág. X.
(5) Clavijero, Francisco Javier, Historia Antigua de México., Tomo I, páginas 21 y 31, Editorial Porrúa, Colección de Escritores Mexicanos, 2ª edición, México 1958.
(6) Clavijero, Ibidem., página 32.
(7) Cuevas, P. Mariano, Opus Cit., pág. XI.
(8) Cuevas, P. Mariano, Opus Cit., pagina XII.