domingo, 21 de febrero de 2010

Hijo de la luz y de la sombra


Centenario de Miguel Hernández (II)

Joan Manuel Serrat nos ha entregado esta carta personal para que se la hagamos llegar a todos ustedes a través de su página WEB:

Queridos desconocidos en general y sin embargo amigos la mayoría: El 23 de Febrero aparece mi último trabajo discográfico: “Hijo de la luz y de la sombra”. Un puñado de canciones sobre poemas de Miguel Hernández. Una prolongación del disco que apareció en 1972 y también un complemento. Trece nuevas canciones componen esta entrega. Un amplio recorrido por la obra de Miguel Hernández que incluye desde poemas de juventud como “La palmera levantina” hasta versos de “Hijo de la luz y de la sombra”, el más hondo y ambicioso de sus poemas, probablemente su obra maestra cuya lectura recomiendo de manera especial. ¿Por qué vuelvo a escarbar de nuevo en la obra de Miguel Hernández? Fundamentalmente por dos razones. Una, porque este año se cumple el Centenario del nacimiento del poeta y, como viejo amigo que soy, me sentía en la obligación de celebrarlo desde los escenarios. La gente me lo iba a pedir. La gente ama al poeta y, como yo, no dejaría pasar la onomástica sin recordarla.En principio, la idea buscaba apenas refrescar el viejo repertorio con un par de nuevas canciones así que, sin grandes expectativas, volví a bucear en su poesía pero a medida que los viejos versos me devolvían nuevas emociones y las ideas se iban materializando en canciones fue creciendo mi entusiasmo hasta que finalmente, a la vista de la bondad del material resultante, aposté decididamente por este trabajo que ahora presento. Una nueva entrega de sus versos listos para cantar. La otra razón que me ha empujado a volver sobre la obra de Miguel Hernández, la más importante y la que me convenció del interés y validez del proyecto es la intemporalidad de su poesía, la vigencia de sus versos más allá del lugar y el tiempo en que vieron la luz, más allá del contexto en que nacieron, versos que siguen sonando tan sólidos y frescos como si hubieran sido escritos ayer y aquí. Ha sido fundamental haber contado con magníficos colaboradores para llevar el proyecto a buen puerto. A todos ellos mi gratitud, desde la capitanía de Joan Albert Amargós en la preparación de las canciones, los arreglos y la dirección musical hasta la paciencia y el trabajo de Raúl Cuevas en la grabación y de José Luis Crespo en las mezclas. Ellos son una muestra de la larga lista de amigos y colaboradores que han hecho posible este “Hijo de la luz y de la sombra”. Me gustaría que este trabajo ayudase a acercar al público la poesía de Miguel Hernández, a mi entender uno de nuestros poetas contemporáneos fundamentales, y que la gente, más allá de las canciones, encuentre en los libros el alma del poeta. La fecha de aparición de este trabajo es producto del azar aunque confieso que no me parece mal la coincidencia. Al fin y al cabo, visto desde la distancia, el 23 de Febrero de 1981 fue el día en que el franquismo perdió su última batalla y nada mejor que celebrarlo con vosotros descorchando este manojo de canciones que, con versos del poeta de Orihuela, he preparado en la esperanza de que os conmuevan como a mí.

Joan Manuel Serrat


Deconstruir a Miguel Hernández (Entrevista)
JESÚS RUIZ MANTILLA, EL PAÍS, 20/02/2010

Joan Manuel Serrat analiza canción a canción Hijo de la luz y de la sombra, su nuevo disco dedicado al poeta -el primero lo grabó en los setenta-. El álbum, que coincide con la celebración del centenario del escritor, sale a la venta el día 23.


La mitad, de aperitivo, y la otra parte para después de comer. No hay mejor manera de digerir las nuevas canciones que Joan Manuel Serrat le ha compuesto a Miguel Hernández que a sorbitos, junto a una botella de su vino, Mas Perinet, y mientras hacemos juntos la digestión de una gloriosa pasta con trufa: la que ha preparado el gourmet más curtido y celebrado por esos mundos de la música popular española.


No hay duda de que Serrat sabe exprimir la vida. Y contar su trabajo a fondo, con la pasión del artesano y el gusanillo del eterno principiante, a los 64 tacos. Hernández va y vuelve a su casa con la confianza de un familiar. Ahora se cumple su centenario y Serrat le ha compuesto 13 canciones para ponerlas en la boca y la piel de una nueva generación.Justo como cuando a principios de los años setenta le recuperó de su voz para no quitárselo ya nunca de la conciencia a los niños hoy cuarentones y a los jóvenes ahora sesentones que tenían noticia por este cantante de la lucha, el drama y la esperanza que libró el poeta de Orihuela.


Aquel pastor de cabras, autodidacto, preso republicano, víctima del franquismo, que lanzó sus versos renegando de un destino mísero contra el que luchó con la fuerza del superdotado.Aquellas primeras canciones que él le presentó a su viuda, Josefina Manresa, un buen día en que tuvo que regalarle un tocadiscos para poder escucharlas juntos han quedado en la memoria.


El repertorio hernandiano aumenta ahora con estas piezas nuevas, que publicará en disco el próximo día 23 (Hijo de la luz y de la sombra) y sacará de gira a partir del 27 de marzo. Sólo dedicará las actuaciones al poeta. "Que nadie me pida Mediterráneo porque no la voy a cantar", avisa. Lleva los nervios entre las cuerdas de la guitarra aunque lo niegue. Ha hecho las maletas con poca ropa y un buen recambio de versos. Sale de viaje, otra vez, con Miguel Hernández. Pero antes cuenta el porqué de cada canción.

1. Uno de aquellos. Es el poema que dedicó a los brigadistas. "Las patrias te llaman con todas sus banderas", dice la letra. "Un alma sin fronteras". Para Joan Manuel Serrat refleja el espíritu de que no hay batalla contra la injusticia, contra el abuso, que nos sea ajena. "Es la canción del poeta sin patrias, del luchador idealista, que es completamente extrapolable a muchas situaciones de hoy", asegura.
2. Del ay al ay por el ay. "Aquí se adivina un fatalismo, una sombra visionaria que acojona", dice el músico. Lo comenta al marcar unos versos: "Sucias rachas tumban todos los cometas que levanto". El poema data de 1934, pero es como si indicara lo que le va a ocurrir a lo largo de los años que le quedan de vida antes de morir dejado de la mano de Dios en la cárcel de Alicante. La canción tiene un tratamiento de quejío profundo: "En ningún momento he tratado de pelearme con construcciones musicales. He intentado que el poema me devolviera melodías frescas, naturales".
3. Canción del esposo soldado. Aquí suena de repente un bolero antiguo. "Es algo progresivo", explica Serrat. Una caja que marca los pasos de una marcha con aire raveliano o de saeta y se escucha: "Es preciso matar para seguir viviendo. Un día iré a la sombra de tu pelo lejano".
4. La palmera levantina. Del escalofrío precedente, entra con suavidad una especie de brisa cálida. Se trata de una canción llena de sensualidad mediterránea. "Ésta es la época juvenil, cuando leía a Góngora antes de hacer Perito en lunas", comenta Serrat. "En ese aspecto, Hernández es un poeta transparente. Puedes saber a quién está leyendo en cada momento de su creación".
5. El mundo de los demás. Seguimos inmersos en la humedad de la música. Para esta canción, este autor de mares y cielos abiertos ha elegido un tono, dice él, "acuático, algo que nos mece". Es un viaje interior. "Ciegos de ver, hemos visto, miramos hacia adentro, vemos lo más íntimo". Pertenece al Cancionero de romances y ausencias. "Posee la lucidez de quien sabe que el mundo no es lo que parece".
6. Dale que dale. "Ésta es la época en la que escribía como san Juan de la Cruz", comenta el autor. "Dale Dios a mi alma hasta perfeccionarla", canta Joan Manuel. Andaba impregnado de un catolicismo muy social, a imagen y semejanza de los místicos. Pero el músico, en el ritmo machacón y obsesivo de los versos, entrevé otras cosas: "Un claro onanismo", asegura. Por atrás suena ligera, discreta, la voz de Miguel Poveda.
7. Cerca del agua. Esta canción es un viaje. Difícil. Imaginario. El que separa la celda del agua. "Es impresionante porque de la oscuridad se traslada a la luz, es una reafirmación de su libertad, quiere escapar al mar", comenta Serrat. "Es todo un ejercicio de resistencia e imaginación".
8. El hambre. Los versos de este poema son intensos. "Es el primero de los conocimientos. La ferocidad de nuestros sentimientos", reza el texto. "No plantea el hambre como una consecuencia, sino como una presencia que configura su identidad", asegura Serrat. La del niño y adolescente que ha vivido la experiencia. El hombre a quien ha construido el hambre.
9. Tus cartas son un vino. Poema de juventud, la época en la que escribía a su mujer, Josefina, con el aliento del amante lejano. "Cuando me falte sangre con zumo de clavel", dicen los versos, por ejemplo. Es una pieza evocadora, melancólica, apasionada.
10. Si me matan, bueno. Es una adaptación de la obra teatral Pastor de la muerte. "La música lleva un perfume cubano por ser homenaje a Pablo de la Torriente, brigadista de la isla, muy amigo de Hernández", asegura Serrat. Un tema combativo que realza el coraje de quienes entregan sus vidas por lo que en apariencia no les incumbe.
11. Las abarcas desiertas. La identidad de la miseria también marca esta pieza. "Me vistió la pobreza / me lamió el cuerpo el río. / De pies a cabeza, / pasto fui del rocío". Se refiere a su infancia pero evocada desde la última juventud. "Las abarcas desiertas eran aquellas en las que los reyes magos nunca dejaban nada. Hay un resentimiento, una protesta social profunda en estos versos", cree Joan Manuel Serrat.
12. Sólo quien ama vuela. Un nuevo viaje fuera de los muros de la cárcel. La ansiedad que le produce lo que quiere y lo que puede hacer. Sólo volando con la imaginación de su escritura se encuentra libre. "Sólo así puede salir, sentirse de otra manera", comenta el músico.
13. Hijo de la luz y de la sombra.Aquí ha sido necesario hacer un trabajo fino. Se trata de un poema tríptico del que Serrat ha querido captar la esencia. "Había que montar una canción que transmitiera el aroma", comenta. El del amor radical, desesperado, que cierra como un círculo lo que abrió con el disco de 1972. Una evocación al seno donde nace todo: "Eres la noche esposa / y yo soy el mediodía... Caudalosa mujer / en tu vientre me entierro".

-Hijo de la luz y de la sombra. Joan Manuel Serrat. Sony / BMG. Sale a la venta el próximo martes día 23. La gira comenzará el 27 de marzo en Elche (Alicante). www.jmserrat.com

Nota: A efecto de atender la especial recomendación de Serrat para leer este hermoso, profundo y telúrico poema, que desde luego hago mía, se transcribe en seguida para que lo disfrute el lector. F. Z.


HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA


I (HIJO DE LA SOMBRA)


Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina.


Forjado por el día, mi corazón que quema
lleva su gran pisada de sol a donde quieres,
con un solar impulso, con una luz suprema,
cumbre de las mañanas y los atardeceres.


Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje
su avaricioso anhelo de imán y poderío.
Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
incendia mi osamenta con un escalofrío.


El aire de la noche desordena tus pechos,
y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
Como una tempestad de enloquecidos lechos,
eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.


La noche se ha encendido como una sorda hoguera
de llamas minerales y oscuras embestidas.
Y alrededor la sombra late como si fuera
las almas de los pozos y el vino difundidas.


Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,
la visible ceguera puesta sobre quien ama;
ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.


La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
besos que la constelen de relámpagos largos,
bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
arrullos que hagan música de sus mudos letargos.


Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
con todo el firmamento, la tierra estremecida.


El hijo está en la sombra que acumula luceros,
amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
Brota de sus perezas y de sus agujeros,
y de sus solitarias y apagadas ciudades.


El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
y a su origen infunden los astros una siembra,
un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.


Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,
tendiendo está la sombra su constelada umbría,
volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.


II (HIJO DE LA LUZ)


Tú eres el alba, esposa: la principal penumbra,
recibes entornadas las horas de tu frente.
Decidido al fulgor, pero entornado, alumbra tu cuerpo.
Tus entrañas forjan el sol naciente.


Centro de claridades, la gran hora te espera
en el umbral de un fuego que el fuego mismo abrasa:
te espero yo, inclinado como el trigo a la era,
colocando en el centro de la luz nuestra casa.


La noche desprendida de los pozos oscuros,
se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
Y tú te abres al parto luminoso, entre muros
que se rasgan contigo como pétreas matrices.


La gran hora del parto, la más rotunda hora:
estallan los relojes sintiendo tu alarido,
se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
y el sol nace en tu vientre donde encontró su nido.


El hijo fue primero sombra y ropa cosida
por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
Con sombras y con ropas anticipó su vida,
con sombras y con ropas de gérmenes humanos.


Las sombras y las ropas sin población, desiertas,
se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
que en nuestra casa pone de par en par las puertas,
y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.


¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!
Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.


Hijo del alba eres, hijo del mediodía.
Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas.


Hablo y el corazón me sale en el aliento.
Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
Tú eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía.


III (HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA)


Tejidos en el alba, grabados, dos panales
no pueden detener la miel en los pezones.
Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
luchan y se atropellan con blancas efusiones.


Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
tú toda una colmena de leche con espuma.


Es como si tu sangre fuera dulzura toda,
laboriosas abejas filtradas por tus poros.
Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
junto a ti, recorrida por caudales sonoros.


Caudalosa mujer, en tu vientre me entierro.
Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
verían qué grabada llevo allí tu figura.


Para siempre fundidos en el hijo quedamos:
fundidos como anhelan nuestras ansias voraces:
en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
en un haz de caricias, de pelo, los dos haces.


Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,
laten junto a los vivos de una manera terca.
Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.


Haremos de este hijo generador sustento,
y hará de nuestra carne materia decisiva:
donde sienten su alma las manos y el aliento,
las hélices circulen, la agricultura viva.


Él hará que esta vida no caiga derribada,
pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
que de nuestras dos bocas hará una sola espada
y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.


No te quiero a ti sola: te quiero en tu ascendencia
y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
Porque la especie humana me han dado por herencia,
la familia del hijo será la especie humana.


Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.


viernes, 19 de febrero de 2010

Bicentenario de Chopin


Centenario y bicentenario
Por: Federico Zertuche


En la antigua Roma se llamaba fasto al día en que era lícito administrar justicia; de ahí
derivó designar fastos a los días o años venturosos. También aplicaban ésta última voz a calendarios en que se notaban ciertas fiestas y ceremonias y las cosas memorables de la república. Su antónimo es nefasto, y se aplica al día, mes o año desgraciado, funesto.

Como sabemos, este año México conmemora el bicentenario de su Independencia y el centenario de la Revolución. A decir verdad, a mi me tienen sin cuidado ambos por varias razones. Primero, porque anticipa la primer efeméride ya que la Independencia se logró hasta 1821.

Respecto a la revolución mexicana, pues la veo así, con minúsculas. Se trató de una cruenta guerra civil, una más y espero que la última, cuyo desenlace deja mucho que desear luego de tanta destrucción y muerte. Su principal secuela fue el surgimiento del régimen autoritario PRI-Gobierno que se prolongara setenta y un años hasta que se colapsó por implosión múltiple.

Actualmente nuestro país atraviesa por una etapa francamente ominosa. No acierta a vivir plenamente en democracia y acorde a la modernidad siempre anhelada pero nunca alcanzada; tampoco a liberarse de ataduras y lastres pre modernos y atávicos que lo jalan hacia un pasado nefasto. Por otra parte, la amenaza y el desafío del crimen organizado y la violencia generalizada que lo lacera son sumamente preocupantes.

En tal sentido, sinceramente prefiero celebrar el centenario del poeta Miguel Hernández, el bicentenario del nacimiento del gran Frédéric Chopin, o los cincuenta años del fallecimiento de Albert Camus. El medio siglo de La dolce vita de Fellini. Cualquiera de estos acontecimientos se me antoja más digno de conmemorarse, me alegra, me participa más vitalidad y energía creativa.

Valga pues este comentario para unirme gozoso a las múltiples celebraciones que en muchos países, en especial en su patria, Polonia, le tributan al genial músico y sublime compositor del romanticismo pleno, que en su género, el piano, ha despuntado por encima de todos los grandes músicos de la ilustre, añeja y dilatada tradición Occidental sin ser superado hasta ahora.


Como es conocido, Chopin murió de tuberculosis a la temprana edad de 39 años luego de una intensa vida llena de éxitos profesionales, de fama y de gloria en un París que por ser la capital del arte y la cultura en esa época congregaba a grandes artistas y escritores, muchos de los cuales fueron sus amigos y admiradores como Franz Liszt, Héctor Berlioz, Víctor Hugo, Heinrich Heine, Honoré de Balzac, Félix Mendelssohn, Eugene Delacroix, Vincenzo Bellini, Robert Schumann quien al reseñar sus Variaciones Op. 2, exclamara: “Quitaos el sombrero, señores: un genio”. Y, desde luego, la escritora George Sand, con quien tuviera un tórrido y legendario amorío.


Chopin representa un caso peculiar entre los grandes compositores, pues la mayor parte de sus obras son para piano solo. Su música de cámara y vocal es escasa y la orquestal comprende unas cuantas obras concertantes. En todas ellas, siempre hay un piano. Cuando el conde de Perthuis le sugirió escribir un melodrama, el músico respondió: Dejad que sea lo que debo ser, nada más que un compositor de piano, porque esto es lo único que sé hacer.

El piano alcanzó en el siglo XIX su máxima popularidad. Había dejado completamente de lado al clavicémbalo y se adecuó perfectamente a la expresión individual del sentimiento, característica del Romanticismo.
El piano, apócope derivado del italiano pianoforte fue inventado por Bartolomeo Cristofori en 1700, cuyos antecedentes fueron el clavicordio y el clavecín a los que superó y sustituyó a partir de entonces convirtiéndose en el príncipe de los instrumentos. Los fabricantes lo fueron perfeccionando mejorando su variedad de matices, la pureza y riqueza del timbre y sus posibilidades sonoras.

Los primeros testimonios acerca del estilo de tocar de Chopin provienen de su primera gira, en Viena, en que se admiró la extraordinaria delicadeza de su pulsación, una indescriptible perfección técnica, su completa gama de matices, fiel reflejo todo ello del más profundo sentimiento.

Varios han sido grandes intérpretes de Chopin durante el siglo XX, bástenos mencionar algunos, en primerísimo lugar a Vladimir Horowitz, a Arthur Rubinstein, Claudio Arrau, Alfred Brendel, Nikita Magaloff, Vladimir Ashkenazy, Murray Perahia, Maurizio Pollini, Stanislav Blinin y María Joao Pires. Amable lector: le ruego deje en los comentarios el nombre de su intérprete favorito. Disfrutemos, pues, al más grande maestro del piano de la mejor manera: escuchándolo.

En seguida se transcribe una lista de las Obras de Chopin:


61 Mazurcas: Op. 6 (4), Op. 7 (5), Op. 17 (4), Op. 24 (4), Op. 30 (4), Op. 33 (4), Op. 41 (4), Op. 50 (3), Op. 56 (3), Op. 59 (3), Op. 63 (3), Op. 67 (4), Op. 68 (4), Op. 70 y 11 sin opus.
26
Preludios: Op. 28 (24), Op. 45 y 1 sin número.
26
Valses: Op. 34 (3), Op. 42, Op. 64 (3), Op. 69 (2), Op. 70 (3), Op. 72, 10 sin numerar y 3 perdidos.
27
Estudios: Op. 10 (12), Op. 25 (12) y Trois nouvelles études (3, sin número de Opus).
20
Polonesas: Op. 3, Op. 26 (2), Op. 40 (2), Op. 44, Op. 53, Op. 71 (3), 7 sin número y 3 perdidas.
21
Nocturnos: Op. 9 (3), Op. 15 (3), Op. 27 (2), Op. 32 (2), Op. 37 (2), Op. 48 (2), Op.55 (2), Op. 62 (2) y Op.72 (1) dos sin número de opus.
18 Canciones: Op. 74 (16) y 2 sin opus.
11
Variaciones: Op. 2, Op. 12, 6 sin número de opus y 3 perdidas.
4
Rondós: Op. 1, Op. 5, Op. 16 y Op.73.
3
Sonatas: Op. 4, Op. 35 y Op. 58.
1
Sonata para piano y violonchelo: Op. 65.
4
Scherzos: Op. 20, Op. 31, Op. 39 y Op. 54.
4
Baladas: Op. 23, Op. 38, Op. 47 y Op. 52.
4
Impromptus: Op. 29, Op. 36, Op. 51 y Op.66.
2
Conciertos para piano y orquesta: el Concierto para piano y orquesta n.º 1 Op. 11 en mi menor y el Concierto para piano y orquesta n.º 2 Op. 21 en fa menor.
2 Introducciones: Op. 3 y 1 sin númerar.
2
Marchas Fúnebres: Op. 35 y Op. 72.
2
Escocesas: Op. 72 y 1 perdida.
2
Bourrées: sin número.
1
Trío para cello y piano: Op. 8.
1
Gran dúo para chelo y piano: sin número.
1
Krakowiak: Op. 14.
1
Fantasía sobre aires polacos: Op. 13.
1
Polonesa brillante para chelo y piano: Op. 3.
1
Polonesa-fantasía: Op. 61.
1
Impromptu-Fantasía: Op. 66.
1
Fantasía: Op. 49.
1
Largo: sin opus.
1 Andante Dolente: perdido.
1
Andante spianato y gran polonesa para piano y orquesta: Op. 22.
1 Moderato: sin numerar.
1 Andantino: Op. 74.
1
Feuille d'Album para piano.
1
Wiosna (canción).
1
Allegro de Concierto: Op. 46.
1
Bolero: Op. 19.
1
Tarantela: Op. 43.
1
Berceuse: Op. 57.
1
Barcarola: Op. 60.
1
Contradanza: sin número de opus.
1 Arreglo para piano: sin numerar.
1 Cantabile: sin número de opus.
1
Canon: sin numerar.
1
Fuga: sin número de opus.
1
Marcha Militar: perdida.
1 Veni Creator: perdido.












jueves, 11 de febrero de 2010

Variaciones sobre un tema de Norbert Elias


Individuo y sociedad: dos facetas, un proceso
Por: Federico Zertuche


Introducción
Por largos años ha permanecido el dilema tradicionalmente planteado sobre quien hace realmente la historia: los individuos o las sociedades. Las respuestas que en uno u otro sentido se han formulado condicionan los estudios históricos, creando tendencias, doctrinas y hasta escuelas.

Ideológica y políticamente tal disyuntiva se plantea de la siguiente manera: por cuál de esas dos entidades –individuo o sociedad- debe velar y privilegiar la acción política, gubernamental y/o estatal. El énfasis hacia uno u otra, define a grandes rasgos el carácter liberal o colectivista de las respectivas políticas.

Evidentemente, ciertos individuos situados en posiciones elitistas de poder han logrado marcar un sello personal –su impronta- en determinados sucesos clave de la historia. Todavía mas, su intervención y acciones han sido determinantes para que aquella haya tomado cierto curso y no otro. Winston Churchil sería un paradigma al respecto. Por otro lado, el devenir histórico es un proceso de carácter eminentemente social. En tal sentido, la Historia podría enunciarse como el estudio del hombre en el tiempo, en tanto integrado a un grupo social.

Configuración social
Si bien la biografía –un género de la historia- aborda de manera particular la vida del individuo, no puede eludir el hecho de su insoslayable interrelación con otros individuos en procesos dinámicos desde que nacemos hasta que morimos. A tales procesos de interdependencia les llamaremos configuraciones. El uso lingüístico habitual, señala Norbert Elias, “dificulta el hablar de individuos que conjuntamente forman sociedades, o de sociedades que están constituidas por individuos, a pesar de que esto es precisamente lo que uno puede, en efecto, observar”. (1)

Sin un estudio sistemático y una explicación de la configuración específica en la que se desarrolló y actuó cada individuo, así como de su imbricación en tal configuración, la historia o la biografía quedarían truncas, falsearían la realidad que tratan de estudiar y describir, amén que la faceta individual quedaría inacabada.

Individuo y sociedad
La respuesta al añejo y polémico dilema sobre quiénes son realmente los protagonistas de la historia –los individuos o las sociedades-, no podría ser otra más que ni unos ni otras, sino ambos indisoluble y simultáneamente.

El individuo como entidad aislada, independiente y autónoma de la sociedad, sencillamente no es posible, sino a lo mucho como representación ideal. La sociedad concebida así respecto al individuo, tampoco. No podemos ubicar en la realidad un ente llamado sociedad que actúe por sí mismo, aislada e independientemente de los individuos que la conforman.

Habitualmente los conceptos individuo y sociedad se utilizan como si se tratara de dos sustancias pasivas. Al emplear así estas palabras, se da la impresión de que aquello que denotan no sólo son objetos distintos, sino que existen absolutamente separados; en realidad son procesos que sin duda alguna pueden distinguirse, pero no separarse.

Siguiendo a Norbert Elias (2), la antinomia que contrapone las investigaciones históricas que concentran su estudio ya en fenómenos individuales o en fenómenos sociales, es irreal. Ella se explica en el contexto de dos tradiciones político-filosóficas que consideran a la sociedad como algo extraindividual y al individuo como algo extrasocial. Ambas concepciones son ficticias y, por ende, el dilema mismo constituye un falso planteamiento. Individuo y sociedad son fenómenos permanentemente imbricados en procesos interdependientes e inseparables.

Ningún acto individual, por más personal o íntimo que fuera, se produce al margen de determinada configuración social, en todo caso aquella a la que pertenece el individuo mismo, para empezar. Toda forma de expresión humana constituye un acto social por estar dirigida a otro u otros, a la otredad. Al propio tiempo los actos no son exclusivamente sociales, pues al ser actuados y realizados por individuos éstos les imprimirán en mayor o menor medida su impronta personal, un sello individual que podemos calificar de unicidad.

Cuando los estudios históricos tratan de explicar el origen del esplendor o decadencia de una determinada época a partir de la individualidad única e irrepetible de ciertas personalidades, Luis XIV por ejemplo, sin entrar en el necesario estudio de la configuración social en que fuera posible y actuara tal individuo, ofrecerían no sólo una imagen incompleta sino distorsionada de las relaciones históricas, una vista parcial, un plano limitado de lo que se intenta explicar. La historia, percibida así, aparecería como una conjunto de acciones y proezas individuales.

Dicha tendencia se basa en la falsa idea o imagen que considera al individuo como “un ser que existe por sí y se apoya en sí mismo, de un hombre solitario más que individual, de un sistema cerrado y concluso”. Esta idea, agrega Elias, “se relaciona con la representación equivocada de que la palabra ‘individuo’ se refiere a aspectos personales que existen fuera de las relaciones recíprocas de los hombres, fuera de la ‘sociedad’, y que éste término, a su vez, alude a algo existente fuera de los individuos, a un ‘sistema’, digamos, de roles o acciones”. (3)

Biografía e historia
Así pues, cualquier estudio histórico podrá enfocarse ya desde una perspectiva social o desde una individual, pero siempre deberá tomar en cuenta las necesarias implicaciones entre ambas dimensiones. Lo propio debe decirse de los enunciados políticos e ideológicos que están dirigidos ya al individuo, ya a la sociedad, de manera diferenciada, como si se tratase de entidades separadas, autónomas e independientes, como fines en sí mismos.

“Hace falta todavía –advierte Elias- una tradición de estudios en cuyos marcos sean elaboradas sistemáticamente las líneas de vinculación entre las acciones y méritos de los actores individuales históricos conocidos, y la estructura de las asociaciones sociales en las cuales aquéllos cobran importancia.” (4)

Las grandes acciones de individuos pertenecientes de manera señalada a elites de poder, sólo pueden explicarse por dicha pertenencia a grupos elitistas específicos. “Sin un análisis sociológico que dé cuenta de las estructuras de tales elites, apenas puede juzgarse la grandeza y mérito de las figuras históricas”. (5)

Siguiendo el símil de W. Churchil, éste no hubiera podido realizar sus proezas políticas, militares y estratégicas atenido sólo a sus características y cualidades personales, que por cierto fueron muchas, al margen de la clase social a la que pertenecía, en primera instancia, sin la concurrencia de los partidos políticos en los que militó, de las elites de poder en las que se desenvolvió, de los electores, y en última instancia, del sistema político del que era parte y acorde al cual ajustaba y trazaba sus actos y acciones y, por ende, su pensamiento político.

Configuración y sistema
En este orden de ideas, es pertinente valorar el concepto de configuración (propuesto por Norbert Elias) frente al de sistema (tan en boga hasta hoy), a fin de explicar con mayor claridad la interrelación dinámica entre individuo y sociedad, y eventualmente aventurar interpretaciones históricas lo más apegadas a la realidad específica que se estudia.

Los “hombres individuales constituyen conjuntamente configuraciones de diverso tipo [...] las sociedades no son más que configuraciones de hombres interdependientes”. (6) Al hablar de sistema, por lo general se emplea como si fuese una esencia ontológicamente aislada, independiente de los individuos que la conforman, lo cual se presta a equívocos. En tanto no se piense en los sistemas sociales como sistemas de hombres, sigue uno sin pisar tierra al usar este concepto. En cambio, el concepto de configuración necesariamente refiere la interrelación dinámica entre individuo y sociedad.

“En el análisis de la configuración, sostiene Elias, los individuos aparecen en alto grado, tal como se les puede observar, como sistemas peculiares abiertos, orientados mutuamente entre sí, vinculados recíprocamente mediante interdependencias de diversa clase y, en virtud de éstas, formando conjuntamente configuraciones específicas. También los hombres más grandes –en el sentido de específicas actitudes sociales valorativas-, también los más poderosos mantienen su posición como eslabones de estas cadenas de dependencias.”(7)

En sociología, ideas similares se expresan actualmente, de ordinario, en las teorías de la acción e interacción que, tácita o expresamente, se apoyan en la idea de que el punto de partida de todas las investigaciones sociales son los individuos que deciden libremente, como señores y amos absolutos independientes de su obrar, quienes en cuanto tales, interrelacionan.

Cuando no es suficiente para resolver los problemas sociológicos mediante tal enfoque de la teoría de la acción, se recurre para complementarla a una teoría de sistemas. “Mientras que una teoría de la acción se basa en la idea que un individuo concreto situado allende todo sistema social, una teoría sistémica se fundamenta por lo regular en la idea de un sistema social más allá del individuo concreto.”(8)

El concepto de configuración, añade Elias, posee además la excelencia, en contraste con el de sistema, de no suscitar ni la idea de algo completamente cerrado o de una armonía inmanente. El concepto de configuración es neutral. Puede referirse a relaciones de hombres armónicas, pacíficas y amistosas, así como inamistosas y conflictivas. Cualquier sociedad está llena de tensiones, pero ello no altera su carácter de configuración específica de hombres.

Interdependencias
Al tratar de conocer los condicionamientos de los hombres, con frecuencia se recurre a las explicación de las “condiciones económicas, sociales y culturales”, pero al considerar el asunto más profundamente, sostiene Elias, “resulta que lo que mantiene unidos a los hombres unos con otros en una determinada figura, y lo que hace duraderos los lazos en tal figura a través de varias generaciones –con ciertos cambios evolutivos-, son tipos específicos de dependencia recíproca de los individuos, o, si lo expresamos con un término técnico, interdependencias específicas”. Se puede depender tanto de rivales y contrarios, como de amigos y aliados, pero en todo caso tratase de interdependencias.

La teoría de la interdependencia se atiene estrechamente a los hechos. “Parte de la observación de que todo hombre desde su infancia pertenece a una multiplicidad de hombres dependientes recíprocamente. Dentro del entramado de interdependencias en el cual ha nacido, se desarrolla y acredita –en grado y según modelos diversos- su autonomía relativa como individuo que decide por sí mismo.”(9)

Al situar claramente las distintas modalidades en que se dan las interdependencias entre los individuos, éstas suponen, necesariamente, una limitación a la autonomía, independencia y libertad de cada uno de ellos. “No se puede saber lo que significa la palabra ‘libertad’ en su uso general, en tanto no se entiendan mejor las coacciones que los hombres ejercen unos sobre otros y, ante todo, las necesidades formadas socialmente que hacen que éstos tengan una dependencia recíproca.”(10)

“Un rey poderoso tiene, en virtud de sus oportunidades de poder, un campo de decisiones mayor que cualquiera de sus súbditos... un soberano poderoso puede ser quizá considerado ‘más libre’, pero no en el sentido en que ‘libre’ es sinónimo de ‘independiente de los demás hombres. Nada caracteriza mejor el problema de las interdependencias humanas que el hecho de que toda acción de un soberano [...] por cuanto se orienta a otros hombres que pueden por cierto contrariarla o, en todo caso, contestar a ella en una forma inesperada, hace que el gobernante mismo dependa de sus súbditos. Y esto precisamente pone de relieve el concepto de interdependencia.”(11)

Coacciones y miedos
Las interdependencias específicas que se dan en cualquier tipo de configuración social son reguladas por una serie de coacciones externas e internas que prescriben el tipo de comportamiento correcto que se espera de cada individuo en su relación con los demás, así como las prohibiciones y sanciones para quienes incurren en la violación de las normas de comportamiento.

En su magna obra El proceso de la civilización, Norbert Elias aborda, entre otros muchos, el problema del comportamiento humano y su regulación a través de los mandatos y prohibiciones vigentes en la sociedad:

“El equilibrio de temores, como el conjunto de la economía del placer es diferente en cada organización humana, en cada clase y en cada fase histórica. Para comprender la regulación del comportamiento que una sociedad prescribe e inculca a sus miembros, no es suficiente conocer los objetivos racionales que se aducen para justificar los mandatos y prohibiciones, sino que es preciso retrotraernos mentalmente a los fundamentos del miedo que moviliza a los miembros de esta sociedad y, sobre todo, a los guardianes de las prohibiciones, obligándoles a regular su comportamiento.”(12)

“En consecuencia –añade Elias- se consigue una comprensión mayor para las transformaciones del comportamiento en el sentido de una civilización cuando se es consciente de en qué medida dependen estas transformaciones de los cambios en la estructura y la organización de los miedos sociales [...] la estructura de los miedos no es más que la respuesta psíquica a las coacciones que los hombres ejercen sobre los demás dentro de la interdependencia social. Los miedos constituyen una de las vías de unión –y de las más importantes- a través de las cuales fluye la estructura de la sociedad sobre las funciones psíquicas individuales.”

“Ninguna sociedad –continúa- puede subsistir sin canalizar los impulsos y las emociones individuales, sin una regulación muy concreta del comportamiento individual. Ninguna de estas regulaciones es posible sin que los seres humanos ejerzan coacciones recíprocas y cada una de estas coacciones se transforma en miedo de uno u otro tipo en el espíritu del hombre coaccionado. No hay que hacerse ilusiones, la producción y reproducción continua de los miedos humanos por medio de los hombres es algo inevitable e inexcusable siempre que los hombres traten de convivir de una u otra forma, siempre que sus anhelos y acciones se interrelacionen, ya sea en el trabajo, en la convivencia o en el amor.”(13)

“Pero –matiza Elias- tampoco debemos creer o imaginarnos que los mandatos y los miedos que hoy dan su carácter al comportamiento de los hombres tengan como ‘objetivo’, en lo esencial, estas necesidades elementales de la convivencia humana, y que, en nuestro mundo, se limitan a las colecciones y a los miedos imprescindibles para un equilibrio de los anhelos de muchos y para el mantenimiento de la convivencia social. Nuestros códigos de comportamiento son tan contradictorios y tan llenos de desproporciones como las formas de nuestra convivencia, y la estructura de nuestra sociedad. Las coacciones a las que hoy está sometido el individuo, así como los miedos correspondientes, están determinados, en su carácter, en su intensidad y en su estructura, por las coacciones específicas de interdependencia de nuestro edificio social.”(14)

En otras palabras, los códigos de comportamiento vigentes en determinada época no siempre son racionales ni obedecen necesariamente a una finalidad de armonía social, sino que en ocasiones son irracionales y están determinados por la estructura de poder que inculca en los individuos ciertos miedos coactivos para ejercer sobre ellos una poder específico. La idea del pecado y la condenación eterna, por ejemplo, han constituido un miedo inculcado coactivamente por la Iglesia Católica a fin de mantener bajo control y dominación a los fieles. No obstante, lo que prevalece es que ninguna sociedad ha sido ni es posible sin una estructura coactiva determinada, sin un conjunto de miedos impuestos a sus miembros.

Así, podemos distinguir distintos tipos de miedos, inculcados según la clase de coacción: miedo al despido, miedo a la posibilidad de estar a merced de los poderosos, miedo a padecer hambre y miseria, como sucede en las clases más bajas, miedo a la decadencia, a la disminución de la propiedad y de la autonomía, a la pérdida de prestigio o de una alta posición, lo cual tiene importancia en las clases media y alta. Miedo a la guerra, a la pérdida de la vida misma, a la violencia; temor a Dios, sentimientos de culpabilidad, miedo a las sentencias que aparejan una pena, miedo de sí mismo para ser víctima de sus propias pasiones, etc., etc., todos los cuales sin duda alguna han condicionado y condicionan la conducta de los hombres.

Limitaciones y riesgos
Los estudios biográficos pueden correr el riesgo de desvirtuar la historia al tratar al biografiado atenidos sólo a la faceta individual, destacando méritos o proezas al margen de la configuración social en que fueron posibles, como si éstos dependiesen exclusivamente de la voluntad o cualidades personales de un individuo aislado del contexto social en que se dieron, manifestaron y fueron posibles.

Por otro lado existe el riesgo de caer en historicismos deterministas o fatalistas al percibir la historia como un acaecer ajeno a la voluntad e intervención del individuo. Ya sea la concepción idealista de Hegel o la materialista de Marx, ambas dialécticas atribuyen a la Historia sus propias “leyes”, por lo general secretas o inescrutables, a las que el hombre –simple agente o instrumento de aquélla- sólo puede aspirar a adivinar su curso y sentido. Así, han cosificado a la historia, como si fuese un ente con vida propia y que además rigiese el destino de los hombres, dotándola de voluntad.

Individuo y sociedad: un proceso dinámico e inseparable
La historia y por ende la política, ni la hacen exclusivamente los individuos, por más grandes que sean, ni es sólo un proceso ajeno a los mismos. Aquí viene a cuento una reflexión sobre el énfasis que muchos historiadores ponen en los llamados individuos únicos e irrepetibles como sujetos principales o verdaderos protagonistas de la historia, como si su sola voluntad o virtudes personales fuesen suficientes para incidir de manera decisiva en el devenir histórico, lo que les otorgaría esa supuesta cualidad de unicidad e irrepetibilidad.

Por más influencia que una persona pueda ejercer en determinada época y lugar, ésta sólo se da y es posible por la posición social que dicho personaje ocupa y ejerce, particular y señaladamente una de carácter elitista. Ahora bien, tal posición no es única ni irrepetible, quien la detenta puede cambiar y la posición seguir igual; por ejemplo la presidencia de un país. La estructura de su posición ha fijado a su campo de acción estrictos límites dentro de los cuales aquel tiene que actuar en interdependencia con otras posiciones del sistema global al que pertenece.

“Así pues, agrega Elias, mientras que el desarrollo personal del detentor adquiere, de esta manera, dentro de ciertos límites, influencia sobre su posición, por otro lado, el desarrollo de la posición social que representa el desenvolvimiento social global al que ésta pertenece, influye en el progreso personal de quien la detenta.”(15)

Valga un ejemplo para ilustrar el anterior aserto. Ni siquiera durante la etapa en que determinado presidente de México haya ejercido el poder de la manera más autoritaria, lo que permitiría al individuo investido con tales márgenes de poder mayor grado de autonomía y libertades, podría explicarse su mandato atenidos sólo a sus rasgos personales e individuales, sin tomar en cuenta la configuración social en que tal ejercicio fue posible.

Por supuesto que el estudio del individuo, de la persona, es valioso y pertinente para establecer con razón cuánto debe determinado período y la política mexicana al mandato de aquel, al talento o limitaciones específicas del presidente estudiado, es decir a su individualidad.

Pero el estudio sería insuficiente si se detiene ahí. Sin un estudio sistemático de la posición específica del presidente, como una de las posiciones constitutivas de la configuración de la presidencia y de la sociedad mexicana en que ésta se da, no podría entenderse plenamente y a cabalidad la relación entre la persona individual del presidente y su posición social ejercida desde la presidencia de la República.

Unicidad e irrepetibilidad
El desarrollo de las posiciones sociales que un individuo recorre desde su infancia, no es único ni irrepetible, en el mismo sentido en que sí lo es el individuo que las recorre.

Volviendo al símil de la presidencia de México: El desenvolvimiento de la posición presidencial se realizó a un ritmo diferente que al de su correspondiente detentor, dado que esta posición sigue existiendo al retirarse un detentor particular y puede transmitirse a otro, por lo que respecto a la unicidad e irrepetibilidad de un individuo concreto tiene el carácter de un fenómeno repetible o, en cualquier caso, no es única en el mismo sentido.

Extendiendo el símil mexicano, creo que lo más importante a fin de cuentas no radica en determinar si Carlos Salinas fue más autoritario que Miguel de la Madrid, por ejemplo, sino en establecer que la posición presidencial, tal y como estaba concebida y estructurada, propiciaba un ejercicio autoritario independientemente de las modalidades y estilos personales que cada detentor imprimió durante su respectiva gestión. Aquí vemos como el autoritarismo no ha sido único ni irrepetible, no obstante que los estilos o modalidades si lo sean.

Conclusión
Así pues, biografía e historia participan del mismo objeto: el estudio del hombre en el tiempo en tanto integrado a una configuración social específica. La diferencia es de enfoque, dependiendo del énfasis que se dé ya al individuo, ya a la sociedad, pero sin descuidar su permanente y mutua imbricación en un proceso continuo.

Ambas deberían dar cuenta de las líneas de vinculación de los actos individuales con la estructura social en la que estos cobran importancia. En tal sentido, también podemos afirmar que historia y sociología están indisolublemente implicadas.

Desde luego que las anteriores ideas y formulaciones pueden perfectamente hacerse extensivas a los estudios ideológicos y políticos cuando tratan los conceptos individuo y sociedad. Es ampliamente conocido que los sistemas liberales han privilegiado más al individuo que a la sociedad, y los colectivistas a la sociedad frente al individuo, supeditando a éste último a los intereses de la primera.

En todo caso, ambas posiciones también incurren en el error señalado: concebir a uno y a otra como entidades aisladas y diferenciadas, y aún más, contrapuestas. Las críticas que al respecto se han enderezado en el presente trabajo, bien pueden y deben aplicarse a esas representaciones políticas e ideológicas.


Notas bibliográficas

(1) Elias, Norbert, La sociedad cortesana, Fondo de Cultura Económica, México 1996, p. 31
(2) Elias, Norbert, Opus Cit., P.31
(3) Ibidem, p.39
(4) Ibidem, p. 29
(5) Ibidem, p.30
(6) Ibidem, p.31
(7) Opus Cit. p.41
(8) Ibidem, p 191
(9) Ibidem, pp. 193 y 194.
(10) Ibidem, p. 194.
(11) Ibidem, pp.194 y 195.
(12) Elias, Norbert, El proceso de la civilización -Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas- Fondo de Cultura Económica, México 1994, p. 527.
(13) Opus Cit., pp. 528 y 529.
(14) Ibidem, p. 529.
(15) Elias, Norbert, La sociedad cortesana... Op. Cit., pp 33 y 34.



Comentarios acerca de Norbert Elias y su obra

La obra entera de Norbert Elías versa sobre el proceso civilizador, donde operan tres tipos de control básico como indicadores del desarrollo y la complejidad de la sociedad: el control de la naturaleza por los hombres a través de la ciencia y la técnica; el control social, es decir, el control de las relaciones de los hombres entre sí mediante la organización, sea a nivel nacional o internacional; y el control que el individuo ejerce sobre sí mismo. El proceso de la civilización consistiría en la sociogénesis y la psicogénesis, los desarrollos, interdependientes y a la vez autónomos, de las formas ideológicas de orientar la acción, de las formas de autocontrol subjetivo, de los medios de controlar la violencia intersubjetiva y el proceso de la economía-producción. Se puede ver en ello un continuo progreso de la disciplina y de la conjunción saber-poder en las historias nacionales, penetrando incluso la psique y el cuerpo de los individuos.

Elías descubre en la historia europea las crecientes centralización y monopolización de los aparatos político-administrativos y de pacificación en la formación del Estado; cadenas de interdependencia que se alargan y expanden; una “democratización funcional” que compensa el equilibrio de poder entre las clases y otros grupos; valores y normas sociales más refinados y elaborados que alcanzan a todos; la presión y la represión sobre la emotividad y la manera en que ésta impregna las relaciones sociales, una creciente importancia de la conciencia moral que regula la acción: la formación del superyó dentro del proceso social de la conformación del sujeto, que autorregula sus impulsos a los fines de la organización social. Por lo tanto, el concepto de civilización utilizado por Elías no es ni el de la etnología ni el de la historia cultural, pues se opone al concepto de barbarie. Lo inverso al proceso de civilización es un proceso de descivilización, tal como el evidenciado en el surgimiento de la Alemania nazi.

Por ello, Elías mostrará la tensión entre el compromiso y el distanciamiento, exigidos uno por la participación emocional en la realidad, tradicionalmente entendida como una conducta irracional, y el otro, el distanciamiento, por el control de la afectividad y los valores en la pretensión de conocimiento racional. El sujeto, individual o colectivo, que pretende conocer la realidad ha de tener el menor compromiso y debe guardar la mayor distancia con respecto a ella para evitar el peligro de caer en el mito o en la ideología: éste es el proceso de civilización en el proceso del conocimiento. Sin embargo, Elías repulsa la tajante división dualista de sujeto-objeto: se exige como imprescindible conocer la estructura de los impulsos, sentimientos y pasiones de los hombres para la comprensión plena de lo humano.

El sujeto no es una abstracción desvinculada de las determinaciones sociales e históricas, ni en una particularidad tal que se abandone a la deriva relativista. El hombre no es un ser cerrado sino abierto a la naturaleza, al mundo social, del presente y de las pasadas generaciones. Elías procede por ello también a analizar el cambio en los usos del tiempo como medio de orientación y reglamentación en la organización social y ante el universo natural. Otorga al tiempo su espacio simbólico, su situación histórica cultural que conecta a los hombres como símbolo comunicativo. Todos los análisis de Elías son históricos, una historia de la larga duración que sitúa en un marco global los procesos relativamente autónomos de civilización y conocimiento.

Enmarcando a su hombre procesual inmerso en redes de interrelaciones con otros hombres, con la naturaleza y consigo mismo, para ilustrar su teoría social Elías (poeta él mismo) recurre constantemente a la literatura para mostrar su noción de los Doppelbinder individuo-sociedad, individuo-naturaleza, individuo-individuo, etc. En sus obras se ve su recurso a autores como Edgar Allan Poe, Johann W. von Goethe, Rainer Maria Rilke, cuyos textos muestran las transformaciones de a largo plazo en las estructuras sociales y las estructuras de la personalidad. Recurre aun a la subliteratura de los libros de urbanidad y buenas maneras que han pululado desde la sociedad cortesana como muestra de su teoría de la civilización donde se incrementa el control del individuo, transformándose la coacción externa en formas de coacción interna, ejercidas sobre el sí mismo para la autoconstitución.

Contribuye así también Elías a una sociología de la literatura, donde este tipo de producción intelectual es vinculada su situación sociohistórica, respondiendo a sus determinaciones estructurales (de la sociedad mayor y de la personalidad exigida por los tiempos), estudiando la transición entre la civilización cortesana y la cultura burguesa, para ejemplificar el proceso civilizador, o, para localizar socialmente la literatura ante un proceso de descivilización, el recorrido de la Alemania vencedora de la Guerra Franco-Prusiana en los 1870, la unificación bajo Bismarck y el imperio del Káiser Guillermo II, la humillación de la Primera Guerra Mundial y Versalles, la caída de la República de Weimar, el ascenso nazi, la derrota en la Segunda Guerra Mundial, y la tragedia de la posterior división según los bloques soviéticos y aliados, hasta justo antes de la reunificación con la caída del Muro. Con su análisis de la sociología en la literatura, Elías señala cómo el proceso de la civilización es frágil y siempre corre peligro y que ello es denunciado en los productos culturales vinculados a los movimientos de la historia.

Resumen de: Emilio Lamo de Espinosa, José María González García, y Cristóbal Torres Albero (1994): Norbert Elias: literatura y sociología en el proceso de la civilización, en: Sociología del conocimiento y de la ciencia. Madrid: Alianza Editorial. Pp. 431-454.

domingo, 7 de febrero de 2010

El olvido que seremos


Un poema en busca de su autor
Por: Federico Zertuche

El 25 de agosto de 1987, en el torbellino de la violencia generalizada que laceraba a Colombia, fue asesinado por paramilitares en Medellín el activista de derechos humanos doctor Héctor Abad. A los pocos minutos de su muerte llega su hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince, se postra ante el cadáver de su padre a quien besa y luego encuentra en sus bolsillos dos papeles: en uno de ellos estaba escrita una lista de personas amenazadas por esos grupos fascistas en la que figuraba su padre, y en el otro papel un poema firmado JLB.

Parte del primer verso sirvió de epitafio en la tumba del doctor: “El olvido que seremos”; pero luego la autoría del poema entero se convirtió en una intriga para el escritor colombiano, que le llevara largos años indagar y muchos kilómetros recorridos en su búsqueda. Finalmente, como resultado de esa entrañable pesquisa llena de peripecias, personajes, ciudades y países varios, Abad Faciolince decidió escribirla y darle forma de novela, concluyendo así, veinte años después de aquel deceso, una obra considerada maestra por muchos críticos y escritores entre ellos Mario Vargas Llosa: El olvido que seremos.

Respecto al autor del soneto, no ha quedado claro quien lo escribió, aunque Abad Faciolince está seguro –como otros escritores- que fue Jorge Luis Borges, no obstante que no figura ni en su Obra Poética ni en sus Obras Completas. Por su parte la viuda de Borges, María Kodama y algunos académicos sostienen que se trata de un plagio. Así es que, sin tener certeza en uno u otro sentido El olvido que seremos, que en seguida reproducimos, queda como un poema atribuido a Borges.

Ya somos el olvido que seremos.

El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra al
mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.