martes, 30 de noviembre de 2010

Balada de la cárcel de Readign

Una evocación de Wilde
Por: Federico Zertuche


Tras cumplir dos años de trabajos forzosos en la cárcel de Reading, como secuela del escandaloso juicio que lo condenara por haber sido acusado de conducta “indecente” y homosexualidad, luego perder todo cuanto tenía: familia, fortuna,
fama y prestigio, un abatido Oscar Wilde parte al exilio en Francia donde culmina dos de sus obras cumbre: el extenso poema que ahora reproducimos parcialmente y la epístola a su ex amante titulada In carcere et vinculis (De profundis), cuya traducción al español por José Emilio Pacheco recomendamos ampliamente. Poco después, hace ciento diez años, el 30 de noviembre de 1900, muere herido por el olvido, abandono y amargura.

Como sabemos, inicialmente Wilde demandó por difamación al marqués de Queensberry, padre de su amante lord Alfred Douglas, quien le había dejado en el club Albermale una tarjeta con siete palabras y una falta de ortografía que decía: “To Oscar Wilde, posing as a somdomite”.

No obstante, Queensberry logra suficientes testigos, con protección policial, que presentan testimonio aseverando sobre la “sodomía” de Wilde, por lo que además de perder su causa, ésta se le revierte en virtud de la Labouchéré’s Criminal Law Amendement, que consideraba la homosexualidad como un delito; Wilde es condenado, y como consecuencia del escándalo recae sobre él el más absoluto ostracismo social.

Al no pagar las costas del juicio, Wilde es declarado en quiebra y el remate
Wilde con Alfred Douglas
público de su casa se transforma en saqueo. Constance, su esposa, tiene que huir con sus dos hijos a los que luego les cambia el apellido. Sus obras son retiradas de los teatros, sus libros desaparecen de circulación, la prensa organiza una implacable campaña de odio, y una Inglaterra, victoriana y puritana, que hasta hacía muy poco lo mimaba y aplaudía, se lanza ferozmente en su contra.

Algunos críticos consideran aquellas dos creaciones como sus obras maestras y estiman que luego del abismo en que se precipitó, habría nacido o surgido lo mejor de Wilde. No sé si realmente así fue, pero si puedo sentir la profundidad, densidad e intensidad poética y vital que emanan de ambas, así como el alejamiento de su anterior estilo esteticista y decadentista al sumergirse en ese otro que propone, notorio, significativo y de resultados francamente excepcionales.

La Balada es un extenso poema de más de cien estrofas en las que percibimos

una visión sombría y trágica de la vida y condición humana expresada en hermosos versos sonoros y memorables: “Pero todos los hombres matan lo que aman, oíd, oídlo todos”. La historia que Wilde recrea en su poema, trata de un compañero de reclusión que fue ejecutado por haber asesinado a su esposa.

Fue publicada en 1898, dos años antes de su muerte y uno después de haber salido de la cárcel. La traducción que en seguida reproduzco es de León Mirlas, hecha para la Colección Austral de Espasa-Calpe, que en lo personal me gusta mucho y releo con frecuencia. Por razones de espacio, transcribo solamente los pasajes I, II y V, el último de ellos.



Balada de la cárcel de Reading


In memoriam
C.T.W.
Antaño soldado de los guardias de la Real Caballería, murió en la cárcel de Su Majestad de Reading, Brekshire, el 7 de julio de 1886.

I

No lucía su chaqueta escarlata, porque la sangre y el vino son rojos
y había sangre y vino en sus manos cuando lo sorprendieran con la muerta,
la pobre muerta a quien había amado, la mujer que matara en su lecho.

Caminaba entre dos penados en su mísero traje gris,
tocado con un gorro de cricket, y su andar parecía ágil y alegre:
pero jamás vi a un hombre que mirara tan ávidamente el día.

Jamás vi a un hombre que mirara con tan ávidos ojos
ese pequeño dosel azul que los cautivos llaman cielo
y toda nube a la deriva con sus velas de plata.

Yo caminaba, con otros condenados, dentro de otro círculo,
y me preguntaba si aquel hombre había hecho algo grande o pequeño,
cuando una voz murmuró a mis espaldas: “Ese hombre será ahorcado.”

¡Dios mío! Me pareció, de pronto, que hasta los muros de la prisión se tambaleaban,
y el cielo, allá arriba, se me antojó un casco de candente acero;
y aunque yo era un alma doliente, no pude sentir mi dolor.

Sólo sabía qué acosado pensamiento aceleraba su paso y por qué
miraba aquel hombre el deslumbrante día con tamaña avidez en los ojos:
había matado lo que amaba, y por eso debía morir.

Pero todos los hombres matan lo que aman, oíd, oídlo todos:
algunos lo hacen con una mirada amarga; otros, con una palabra lisonjera.
¡El cobarde lo hace con un beso, el valiente con una espada!

Algunos matan su amor cuando son jóvenes, y otros, cuando viejos;
algunos lo estrangulan con las manos de la Lujuria, otros, con las manos del Oro:
el más bondadoso usa un cuchillo, para que el muerto se enfríe pronto…

Algunos aman harto poco; otros, demasiado; unos venden y otros compran;
hay quienes obran con muchas lágrimas y quienes matan sin un suspiro:
porque todo hombre mata lo que ama, pero no todo hombre muere.

No todo hombre muere de muerte ignominiosa, un día de oscura vergüenza,
ni se le echa un dogal al cuello y una mortaja sobre le rostro,
ni bailan sus pies delante, a través del piso, en el vacío.

No todo hombre es vigilado noche y día por hombres silenciosos,
que lo acechan cuando quiere llorar y lo acechan cuando quiere rezar:
que lo acechan por temor a que le robe su presa a la cárcel.

No todo hombre despierta al alba y ve su celda atestada de terribles figuras:
el trémulo capellán de traje blanco, el alguacil severamente lúgubre
y el director de la prisión, en su lustroso traje negro, con el amarillo rostro del Destino.


No todo hombre se levanta con lastimera prisa para vestir su ropa de penado,
mientras algún médico de habla vulgar se deleita y anota cada nuevo y crispado gesto,
consultando un reloj cuyos leves tictacs parecen tremendos martillazos.

No todo hombre siente esa repugnante sed que reseca la garganta
antes de que el verdugo, con sus guantes de jardinero, franquee la forrada puerta
y ate al reo con tres correas de cuero, para que la garganta no pueda sentir sed.

No todo hombre doblega la cabeza para oír el oficio de difuntos,
ni pasa junto a su propio ataúd, cuando la angustia de su alma
le dice que no está muerto, al entrar en el abominable tinglado.

No todo hombre mira absorto el aire a través de un pequeño tejado de vidrio,
ni reza con labios de arcilla para que pase su tormento,
ni siente sobre la trémula mejilla el beso de Caifás.

II

Seis semanas, y el centinela siempre recorriendo el patio en su mísero traje gris.
Tocado con la gorra de cricket, su andar parecía ágil y alegre;
pero nunca vi a un hombre que mirara tan ávidamente el día.

Jamás vi a un hombre que mirara con tan ávidos ojos
ese pequeño dosel azul que los cautivos llaman cielo
y cada vagabunda nube que pasaba arrastrando sus deshilachados vellones.

No se retorcía las manos, como los necios que pretenden, audazmente,
criar a la voluble Esperanza en la caverna de la negra Desesperación:
tan sólo miraba el sol y bebía el aire de la mañana.

No se retorcía las manos ni lloraba, ni tampoco acechaba ni languidecía,
sino que bebía el aire, como si éste contuviera algún medicamento
inofensivo y sano. ¡Abierta la boca bebía el sol como si fuese vino!

Y yo y todos los demás condenados que vagábamos por el otro círculo
olvidábamos si habíamos hecho, por nuestra parte, algo grande o pequeño,
y contemplamos con aturdido asombro al hombre que iban a ahorcar.

Porque era extraño verlo pasar con andar tan ágil y alegre,
y era extraño verlo mirar tan ávidamente el día,
y era extraño también pensar que debía pagar semejante deuda.

Porque el roble y el olmo tienen gratas hojas que emiten brotes en la primavera;
pero es ceñudo el árbol de la horca, con su raíz mordida por la víbora,
¡y esté tierno o seco el hombre debe morir antes de que ese árbol dé su fruto!

El sitio más alto de esa sede de gracia que buscan todos los seres terrenos.
Pero… ¿quién se atrevería a erguirse en el patíbulo con el nudo de cáñamo al cuello
y a arrojar su última mirada al cielo a través del dogal de un asesino?

Es dulce bailar al son de los violines cuando el Amor y la Vida son bellos;
Es delicado y exquisito bailar al son de las flautas, de los laúdes.
¡Pero no es dulce bailar en el aire con ágiles pies!

Así, con curiosos ojos y asqueada conjetura, lo observábamos día tras día,
y nos preguntábamos si nuestro fin sería el mismo;
porque nadie sabe a que rojo infierno puede extraviarse su alma ciega.

Finalmente, el muerto no caminó más entre los penados,
y comprendí que estaba parado en el terrible recinto de la negra barra
y que jamás volvería a ver su rostro, para bien o para mal.

Nos habíamos cruzado como dos barcos predestinados en la tempestad,
pero sin hacernos un signo, sin decirnos una palabra, sin tener qué decirnos;
porque no nos habíamos encontrado en la santa noche, sino en el vergonzoso día.

El muro de una prisión nos rodea a ambos, éramos parias los dos;
el mundo nos había expulsado de su corazón y Dios de Su interés,
y la trampa de hierro que acecha al Pecado nos había atrapado.

V

En la cárcel de Reading, junto a la ciudad de Reading, hay una fosa de vergüenza
y yace en ella un desdichado comido por los dientes de la llama;
yace en un sudario ardiente y su tumba no tiene nombre.

Que yazga allí en silencio hasta que Cristo llame a los muertos.
No hay necesidad de derrochar la lágrima tonta o exhalar el enfático suspiro.
Aquel hombre había matado lo que amaba y por eso tenía que morir.

Y todos los hombres matan lo que aman, oíd, oídlo todos.
Algunos lo hacen con una mirada amarga; otros, con una palabra lisonjera.
¡El cobarde lo hace con un beso, el valiente con una espada!


Referencias bibliográficas:



Oscar Wilde, Obras completas, Recopilación, traducción, prefacio y notas explicativas por Julio Gómez de la Serna, Editorial Aguilar, Madrid 1981.

Oscar Wilde, Balada de la cárcel de Reading, Colección Austral, Espasa-Calpe, Madrid 1959.

Oscar Wilde, Epístola: In Carcere et Vinculis (“De Profundis”), Traducción e Introducción de José Emilio Pacheco, Seix Barral, Barcelona 1980.



domingo, 28 de noviembre de 2010

El relato religioso

Narrativa cristiana y representación estética
-Una mirada contemporánea-
Por: Federico Zertuche


Aunque la narrativa cristiana se centra en el nacimiento, vida, pasión y muerte de Cristo, hay múltiples relatos anteriores y posteriores, complementarios, accesorios, secundarios, ya ficticios o verídicos, que recrean, refuerzan o adornan al discurso toral tornándolo polifónico.

Desde luego, aquella se nutre de los cuatro evangelios canónicos, a saber, Lucas, Juan, Mateo y Marcos, que forman parte del Nuevo Testamento, y que junto al Viejo integran la Biblia, ni más ni menos que uno de los libros más antiguos y venerados. A ello habría que agregar la vida de santos y mártires, padres, monjas y papas, así como múltiples relatos de apariciones sobrenaturales y otros.

Ese universo narrativo ha conmovido durante veinte siglos de vida del cristianismo; se ha ido recreando y enriqueciendo durante el transcurso del tiempo, conformando la llamada Historia Sagrada. Al propio tiempo, inspirados en tales relatos, artistas plásticos, músicos, poetas, literatos y dramaturgos de medio mundo han creado hermosísimas obras de arte que pueblan un universo estético propiamente cristiano. De hecho, narrativa y representación plástica, musical y poética, han ido de la mano, sobre todo en el catolicismo, incluida, desde luego, la arquitectura eclesiástica.

La historia de Jesús de Nazaret, su nacimiento en un establo, rodeado por la Virgen María, figura fundamental sobre la que gira el culto mariano, san José, el paternal carpintero, la mula, la vaca, los borregos y pastores, la estrella que ilumina la escena e indica el suceso providencial, los reyes magos que orientados por ésta acuden a rendir tributo, los sucesos que luego ocurren como el sacrificio de los niños por Herodes y la huída a Egipto, aparte de conmover a media humanidad durante siglos, han dado lugar a las más bellas pinturas, representaciones iconográficas y escultóricas: Giotto, Fra Angelico, Jan van Eyck, Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Rembrandt y un larguísimo etcétera de artistas que han recreado el nacimiento, la adoración de los magos, la Sagrada Familia, múltiples madonas, anunciaciones, la huía a Egipto y otras escenas relacionadas con la infancia de Cristo.

Luego viene la vida de Cristo a partir de los treinta años hasta su muerte en la Cruz, los sucesos relatados por los evangelistas, los milagros, las parábolas, la palabra de Cristo, la Buena Nueva, el Gospel, los hechos de los apóstoles, María Magdalena, Lázaro y demás personajes que tienen que ver con Jesús, hasta el juicio, pasión y muerte sacrificial en la Cruz y hechos posteriores como la resurrección y la prédica del cristianismo por los apóstoles y San Pablo, participan en y de la gran narrativa cristiana conformada durante dos milenios hasta el día de hoy.

¿Por qué ha sido tan eficaz dicha narrativa durante tanto tiempo, sobre distintos pueblos y culturas? Me aventuro a conjeturar que primero que todo, por el profundo mensaje espiritual y religioso implícito, pero no menos importante, por la belleza del mismo, por sus atributos literarios y estéticos, por su fuerza dramática, que han propiciado multiplicidad de obras artísticas que inspiran y recrean tales relatos.

Basta echar un vistazo a templos, abadías, conventos, catedrales, capillas, ermitas y demás edificaciones cristianas desde las prerrománicas, románicas, góticas, renacentistas, barrocas, neoclásicas y hasta algunas contemporáneas muy notables, para percatarnos del papel fundamental que a la par de la narrativa han jugado las distintas representaciones estéticas desde la arquitectura propiamente, los lienzos, esculturas y multitud de ornamentos, junto a la música sacra que durante siglos cultivara el maestro de capilla, en el órgano y en los coros, tradición lamentablemente perdida.

Sin olvidar, desde luego, los autos sacramentales, las posadas, pastorelas, procesiones, santorales, multitud de rituales, solemnidades, fiestas populares y folklóricas alrededor de la iglesia y la parroquia, como Semana Santa, el mes de María, y demás festividades, efemérides en las que se imprimen toda suerte imaginería, creación artística, artesanal, decorativa, en una palabra, de gran despliegue estético.

¿Cómo no va a conmover todo ese portento hasta el espíritu más insensible y descreído? Difícilmente alguien podrá ignorar y pasar sin mirar la escultura El éxtasis de Santa Teresa por Bernini, o bostezar ante la procesión de Semana Santa en Sevilla, aburrirse de tedio en medio del templo de Tepotzotlán, burlarse de La Anunciación de Jan van Eyck, hacer muecas de hastío ante La última cena de Leonardo, o eructar ruidosamente al escuchar el Réquiem de Mozart.

Cualquier ateo culto y sensible quedará arrobado al escuchar la Pasión según san Mateo de Bach, asombrado al leer el Cántico espiritual o La noche oscura de San Juan de Cruz, atento y despierto frente a una hermosa ermita románica o la catedral gótica de Colonia, deslumbrado por el retrato de San Francisco por Zurbarán, a la expectativa mientras escucha y ve representado un auto sacramental de Calderón de la Barca, cuanto más un creyente.

Lo mismo ocurre con varios pasajes de los evangelios, sobre todo cuando se emplea la metáfora, la alegoría o la parábola como figuras literarias para dotar de recursos retóricos a la narrativa, al relato o al discurso, enriqueciéndolos artísticamente y confiriéndoles profundidad y densidad significativas. Hasta un timorato con un ápice de sensibilidad quedará marcado cuando escuche las bienaventuranzas del sermón de la montaña; alguna fibra sensible le informará que le está tocando el alma.

Si bien es cierto que el arte y los artistas desde hace mucho dejaron la tutela eclesiástica y por tanto su temática, todavía hay pintores, escultores, músicos, poetas y arquitectos que esporádicamente dedican obras a Dios, a figuras o asuntos sagrados, pero son cada vez y notoriamente menos, a grado tal que el arte sacro ha quedado relegado a muesos, participa muy poco de la vida diaria. Un Rainer María Rilke elevando poemas al Buen Dios, suena actualmente como voz aislada.

¿Qué ha quedado de toda esa narrativa y estética cristianas veintiún siglos después del suceso eje que las precipitara? ¿Cuál será a futuro el derrotero que seguirá el cristianismo y el discurso que empleará a fin de mantener unida a la grey? ¿Es posible seguir recreando la narrativa cristiana y sustentándola en una nueva estética acorde a los signos que marca el siglo XXI y prefigura el futuro? ¿En qué medida puede desgastarse o tornarse anacrónica esa narrativa cuando no se renueva ni se acompaña más de las recreaciones artísticas?


Nota iconográfica: Jan van Eyck, Políptico de Gante, La adoración del Cordero Místico, Óleo sobre tabla, circa 1432, Catedral de san Bavón . (Haga clic sobre la imagen para ampliarla).

lunes, 15 de noviembre de 2010

Política y moral

Un dilema de Felipe González
Por: Federico Zertuche


En una entrevista concedida al escritor Juan José Millás aparecida en el diario El País el 7/11/10, el ex presidente del gobierno español Felipe González sorprendió al entrevistador y al público en general al revelar que durante su mandato (1982-1996), "Tuve que decidir si se volaba a la cúpula de ETA. Dije no. Y no sé si hice lo correcto", como textualmente manifestó.

Al respecto, reproduzco la declaración íntegra y su contexto: “Tuve una sola oportunidad en mi vida de dar una orden para liquidar a toda la cúpula de ETA. Antes de la caída de Bidart, en 1992, querían estropear los Juegos Olímpicos, tener una proyección universal... No sé cuánto tiempo antes, quizá en 1990 ó 1989, llegó hasta mí una información, que tenía que llegar hasta mí por las implicaciones que tenía. No se trataba de unas operaciones ordinarias de la lucha contra el terrorismo: nuestra gente había detectado -no digo quiénes- el lugar y el día de una reunión de la cúpula de ETA en el sur de Francia. De toda la dirección. Operación que llevaban siguiendo mucho tiempo. Se localiza lugar y día, pero la posibilidad que teníamos de detenerlos era cero, estaban fuera de nuestro territorio. Y la posibilidad de que la operación la hiciera Francia en aquel momento era muy escasa. Ahora habría sido más fácil. Aunque lo hubieran detectado nuestros servicios, si se reúne la cúpula de ETA en una localidad francesa, Francia les cae encima y los detiene a todos. En aquel momento no. En aquel momento solo cabía la posibilidad de volarlos a todos juntos en la casa en la que se iban a reunir. Ni te cuento las implicaciones que tenía actuar en territorio francés, no te explico toda la literatura, pero el hecho descarnado era: existe la posibilidad de volarlos a todos y descabezarlos. La decisión es sí o no. Lo simplifico, dije: no. Y añado a esto: todavía no sé si hice lo correcto. No te estoy planteando el problema de que yo nunca lo haría por razones morales. No, no es verdad. Una de las cosas que me torturó durante las 24 horas siguientes fue cuántos asesinatos de personas inocentes podría haber ahorrado en los próximos cuatro o cinco años. Esa es la literatura. El resultado es que dije que no”.

Como era de esperarse, luego de su publicación surgieron múltiples reacciones y declaraciones, unas a favor, otras en contra y demás: hizo bien, debió haber volado a toda la cúpula de la banda terrorista, etc. En todo caso, lo sustancial e interesante de dicha revelación radica en el trasfondo en que subyace el problema que hace plantear al hombre de Estado tal dilema.

En efecto, el propio Felipe González declara que no se trataba de cuestiones morales las que le impedirían o permitirían actuar en uno u otro sentido, sino de la oportunidad y el tino para evaluar correctamente sobre la eficacia y consecuencias que una decisión de tal naturaleza acarrearía para el gobierno del que era responsable. Es decir, se trataba de un asunto de Estado.

¿Quiere decir esto que el Estado a través de sus representantes legítimos y legales puede y hasta en ocasiones debe actuar por encima y en contra de la moral con tal de salvaguardad el bien público, la paz y la seguridad nacionales? La respuesta es afirmativa: sí pueden y hasta deben.

Y no es que tal decisión sea inmoral, sino que el hombre de Estado está sujeto, en virtud de su investidura, a otra clase de moralidad, como veremos en seguida.

Quien ha dilucidado con meridiana claridad ese dilema ha sido el viejo y sabio sociólogo Max Weber en su clásica obra El político y el científico, escrita durante el invierno revolucionario alemán de 1919, en la que reflexiona sobre el quehacer, naturaleza y fines de la labor del político en contraposición a la del intelectual (el científico), de los valores a los que se deben, las contradicciones y antinomias entre ambas actividades, la antítesis entre dos formas morales que Weber distingue, a saber, la moral de la responsabilidad y la moral de la convicción, así como otros asuntos.

Moral de la responsabilidad y moral de la convicción

De acuerdo con Weber, el político profesional y el intelectual participan y están sujetos, respectivamente, a dos formas morales que implican exigencias normativas diferenciadas: la moral de la responsabilidad y la moral de la convicción. El político, y en particular el hombre de Estado, se deben, fundamentalmente, a las consecuencias de sus actos, a la eficacia de sus acciones, mientras que la vocación del científico (intelectual) siempre estará condicionada a la búsqueda de la verdad, independientemente de los resultados o consecuencias de su quehacer o actividad. El oficio del político no siempre permite decir la verdad, pues en ocasiones sería hasta más pernicioso o acarrearía más problemas que ocultarla.



El político está obligado a someterse a las leyes de la acción, aunque sean contrarias a sus íntimas preferencias y moralidad, queda condenado a la lógica de la eficacia, es cuando se dice que la política linda o de plano pacta con poderes infernales o maléficos.


Pero entonces, ¿existen dos clases de moral esencialmente distintas, o una sola moral, universalmente válida? Aunque esta no es la oportunidad para tratar el tema, propio de la filosofía y en particular de la axiología, lo dejamos propuesto, sin embargo, podemos plantear algunas cuestiones:


Nadie tiene derecho a desentenderse de las consecuencias de sus actos al obrar exclusivamente atenido a la moral de la convicción. Se obra por convicción y para obtener determinados resultados. Por otra parte, la antinomia no implica que el moralista de la responsabilidad no tenga convicciones, ni que el moralista de la convicción no tenga sentido de la responsabilidad. Weber sugiere que, en condiciones extremas, “ambas actitudes pueden contradecirse y que, en último análisis, uno prefiere al éxito la afirmación intransigente de sus principios y el otro sacrifica sus convicciones a las necesidades de triunfo, siendo morales uno como otro dentro de una determinada concepción de la moralidad”, como aclara Raymond Aron en la Introducción al libro de Max Weber en la traducción española de Alianza Editorial.

“Salvar su alma o salvar la ciudad”, sería el dilema que enfrentaría la conciencia desgarrada del intelectual comprometido en política. El conflicto entre individuos, grupos y naciones es consustancial a la política. Es imposible favorecer a un grupo sin perjudicar a otro; y el político habrá de encargarse de administrar conflictos, remitiéndose en su decisión a problemáticas entre el interés colectivo y los intereses individuales, entre la igualdad o desigualdad de los hombres, que afectará necesariamente la distribución de los ingresos y del poder, al mismo tiempo que al desarrollo en su conjunto.

Felipe González tenía claramente resuelto el dilema planteado en el párrafo anterior, la duda que le asalta al manifestar que aún le inquieta cuando afirma que "todavía no sé si hice lo correcto", estriba en lo que atañe a la eficacia y consecuencias que tal decisión trajo consigo, o lo que hubiese ocurrido de haber tomado la otra alternativa planteada.

Referencia bibliográfica: Max Weber, El político y el científico, (Introducción de Raymond Aron), Alianza Editorial, Madrid 1980.

jueves, 4 de noviembre de 2010

La conquista espiritual

Las órdenes mendicantes y jesuitas en México
Por: Federico Zertuche


Tengo la impresión que en las últimas décadas no le ha ido muy bien a la Iglesia Católica, continuamente señalada por escándalos financieros y sexuales, así como exhibida por su recalcitrante conservadurismo que en ocasiones raya en retrógrada posición reaccionaria ante avances sociales, así como lícitos logros reivindicados por el laicismo.

El caso Maciel ha sido emblemático y sumamente pernicioso para el prestigio moral de Iglesia. Sin desconocer en lo más mínimo tales descalabros sufridos y la merma en feligresía que, supongo, ha padecido, quiero tocar en esta ocasión algunos de sus rasgos benéficos y trascendentes que también es bueno destacar.

Me refiero a la imperecedera labor realizada por las órdenes mendicantes y por la Compañía de Jesús en Hispano América y en particular en la Nueva España a partir del siglo XVI. En efecto, sin la presencia, incansable dedicación, entrega y monumental obra legada por franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, presbíteros seculares y jesuitas en la región, la conquista y colonización hubiesen significado un simple acto de barbarie, exterminio y depredación.

Sin embargo, actualmente somos quienes somos y como somos, un pueblo y una cultura mestizos, con dilatada historia documentada que data de tiempos prehispánicos, una sociedad multicultural y plurilingüística rica en folklore, arte y tradiciones populares, en buena medida por la labor civilizatoria que sembraron e inculcaron en todas las clases sociales y grupos étnicos aquellos venerables padres en sus conventos e iglesias parroquiales en sus colegios, seminarios, universidades, escuelas de artes y oficios, en hospitales y hospicios que fundaron y sostuvieron, en las misiones que edificaron conforme se fue dando la colonización en tierras ignotas.

La conversión y adhesión al catolicismo de los indígenas no fue casual ni fruto de la imposición. A la fuerza no entran las creencias ni ninguna religión. El ámbito de lo espiritual es tan íntimo y subjetivo que resulta inviolable por la arbitrariedad y la tiranía. No hay poder despótico que logre enseñorearse de las almas durante cinco siglos. Habrá, pues, que buscar la explicación por otras vías.


Yo la encuentro a partir del estudio desde distintos planos y enfoques significativos, ya religiosos, históricos, antropológicos, políticos y/o culturales. Lo primero que se me viene a mente al recordar la caída de México-Tenochtitlán en 1523, como suceso emblemático, es el de suponer que ante tal colapso político y militar, resultaba natural y lógico para los aztecas o mexica, que el resto del edificio cultural y civilizatorio también se viniera abajo. Sobre todo si tomamos en cuenta que eran sociedades teocráticas en que política y religión estaban indisolublemente imbricadas.

Al caer derrotado el último tlatoani y junto a él las castas aristocrática, militar y sacerdotal, irremediablemente se desmoronó toda la estructura y cosmovisión mexica. El colapso no sólo fue militar y político, sino religioso, cultural y civilizatorio. Para cualquier fin práctico, el mundo y el proyecto azteca dejaron de existir como hasta entonces, perdieron su razón de ser, entraron en irremediable y terminal crisis de fundamentos.

Es en tal orfandad política, cultural, religiosa y civilizatoria del pueblo náhuatl (un concepto más amplio que el mexica), en el que arriban a estas tierras doce iluminados franciscanos, tanto por las prédicas de su fundador San Francisco de Asís, como de la ya añeja y abundante tradición cristiana que trae consigo fuertes ecos del milenarismo medieval con el sello inconfundible de las prédicas redentoristas de Joaquín de Fiore y su visión apocalíptica que prevé la instauración del reino de Cristo en la Tierra, luego de la Parusía y del Juicio Final.

Por otro lado, siempre he pensado que si echamos un vistazo y comparamos el panteón de los dioses aztecas, su cosmogonía, la morfología de las deidades (por ejemplo, la Coatlicue), los rituales y regulaciones que imponía su religión y, sobre todo, los ingentes e interminables sacrificios humanos que exigían más y más sangre para saciar la sed de Huitzilopochtli, aunque también de Tláloc y otros dioses, si los equiparamos, pues, con el panteón cristiano, sus rituales, la narrativa de la vida de Cristo, de la Sagrada Familia, de la Biblia y la promesa del paraíso luego de esta vida, (o a la Coatlicue con la imagen de la virgen de Guadalupe), pues creo que ésta visión resultaba más “vendible”, más placentera, menos sanguinaria que aquella; más benigna y humana, menos terrorífica. Fueron elementos sumamente persuasivos para la conversión masiva y relativamente rápida.

A ello habrá que añadir, sin lugar a dudas, la extraordinaria y monumental labor de las órdenes mendicantes y de la Compañía de Jesús: fueron fundamentales para esparcir la “buena nueva”, al tiempo de abrazar paternalmente a los indios alrededor de sus comunidades, mediante el establecimiento de conventos-iglesias, misiones y parroquias que se convirtieron en el centro en que convergía la vida espiritual, religiosa, cultural, artística, educacional, sanitaria, y en buena medida económica y comercial de las comunidades. A partir de entonces, todas las fiestas populares y el folklor giraban en torno a la Iglesia y a sus santos patronos.

Muchas iglesias-conventos que se edificaron a lo largo de la Nueva España, eran autosuficientes gracias a la agricultura, horticultura y ganadería que practicaban; producían carnes y embutidos, leche, quesos, vino, aceitunas y aceite, panes y tortillas, dulces y postres, artesanías y manualidades, tenían escuelas, hospicios, hospitales o enfermerías, se ocupaban de labores sanitarias, de riego y acueductos, obras de ingeniería y arquitectura y mil cosas más que aglutinaban en su derredor a toda la comunidad.

Podemos decir con alto grado de certeza que la mayoría de las fiestas populares tradicionales y antiguas provienen de ahí, de ésos enclaves eclesiásticos, dedicadas al santo o santa patrona, o algún Jesús; el modelo arquetípico y narrativo que luego se repite con variantes, surge de tales comunidades en las que participan componentes españoles, criollos, indígenas y mestizos.

Es notorio el gran legado arquitectónico y artístico auspiciado por la Iglesia, las mejores y más bellas edificaciones casi todas son eclesiásticas, así como el enorme legado pictórico, escultórico y decorativo que las adornaba. Lo propio podemos decir de la música virreinal, la mayor parte compuesta por los maestros y organistas de catedrales e iglesias que trabajaban de fijo en ellas, junto a los coros.

Si recorremos Michoacán, por ejemplo, encontraremos multitud de monumentales y hermosas iglesias-convento a partir del siglo XVI en ciudades, pueblos, aldeas y hasta en medio del campo, que fueron centros de irradiación civilizatoria durante siglos y que tanto beneficio trajeron para los habitantes, la mayoría indígenas. La labor del venerable padre don Vasco de Quiroga, es paradigmática. Lo mismo ocurre en Oaxaca, en Puebla, Guanajuato, Querétaro, Morelos, Jalisco, Yucatán, Zacatecas, San Luis Potosí, en la Alta y Baja California, etcétera. Ahí permanecen como fiel testimonio. Afortunadamente se están restaurando con buen tino y cuidado.

En el campo de la etnohistoria la labor de los frailes y sacerdotes ha sido notabilísima. Si sólo mencionáramos la magna obra coordinada y dirigida por fray Bernardino de Sahagún, a saber, Historia general de las cosas de la Nueva España, ya tendríamos materia suficiente para dedicar al conocimiento y estudio de la cultura, arte, religión, política, sociedad e historia del gran pueblo mexica.

Dicha obra monumental bilingüe, en náhuatl y español e intercalada con hermosos e ilustrativos dibujos elaborados por los tlacuiles o dibujantes autóctonos que junto a los sabios ancianos e indígenas nobles que habían estudiado en el Colegio Santa Cruz de Tlatelolco, a quienes fray Bernardino convocó para elaborar juntos esta obra que compendia lo principal de la vida y sabiduría de los aztecas, acorde a los Libros temáticos de que consta y que pasamos a describir:

- Libro I: En el que trata de los dioses que adoraban los naturales de esta tierra que es la Nueva España;
- Libro II: Que trata del calendario, fiestas y ceremonias, sacrificios y solemnidades;
- Libro III: Del principio que tuvieron los dioses;
- Libro IV: De la astrología judiciaria o arte de adivinar que estos mexicanos usaban;
- Libro V: Que trata de los agüeros y pronósticos;
- Libro VI: De la retórica moral y teología de la gente mexicana, donde hay cosas muy curiosas;
- Libro VII: Que trata de la astrología natural que alcanzaron estos naturales de esta Nueva España;
- Libro VIII: De los reyes y señores, y de la manera que tenían en sus elecciones y en el gobierno de sus reinos;
- Libro IX: De los mercaderes y oficiales de oro, piedras preciosas y plumas ricas;
- Libro X: De los vicios y virtudes de esta gente indiana; y de los miembros de todo el cuerpo interiores y exteriores;
- Libro XI: De la propiedad de los animales, aves, peces, árboles, hierbas, flores, metales y piedras;
- Libro XII: Que trata de la Conquista de México.

El manuscrito de Sahagún fue entregado a su protector el padre Sequera en 1579, pero no llegó a imprimirse y desapareció hasta que volvió a descubrirse en 1793, en Florencia, sin que nadie sepa cómo y porqué llegó hasta ahí el más famoso y completo relato de la vida prehispánica. Por eso también se le llama Códice Florentino, y a que, como hemos dicho, está ricamente ilustrado por dibujos elaborados por tlacuiles.

Tal y como señala Claus Litterscheild en su obra Hablan los aztecas: “Gracias a fray Bernardino de Sahagún conocemos la otra cara de la Historia. Aquí tienen la palabra los vencidos, las víctimas de la Conquista. Entiéndase esto en el sentido más literal: La Historia general de las cosas de Nueva España consiste en una recopilación de testimonios orales de los indios que informaron a Sahagún. Estos testimonios constituyen documentos conmovedores. Ponen de manifiesto el esfuerzo de Sahagún por conocer y comprender, y la sensación de melancolía que le suscita el recuerdo del mundo azteca”.

Así como Sahagún llegaron otros muchos venerables y bienhechores padres como fray Toribio de Benavente, Motolinía, Bartolomé de Las Casas, y de los tres primeros franciscanos que llegaron a Nueva España en 1523, todos eran flamencos, uno de ellos Peter van der Moere, mejor conocido por su nombre españolizado fray Pedro de Gante, también el ilustre sabio fray Alonso de la Vera Cruz, así como el cronista y colonizador Gonzalo Fernández de Oviedo, a todos ellos se debe la recuperación y documentación etnohistórica.

Es pertinente mencionar al fraile Jerónimo de Mendieta, autor de Historia Eclesiástica Indiana, que inspirado en Joaquín de Fiore y en los espirituales (corriente franciscana influida por de Fiore), pensaba que los frailes y los indios en la Nueva España podrían crear el reino de los puros fundado sobre un ascetismo riguroso y sobre el fervor místico. Los indios eran una nación angélica con los cuales los frailes podían construir el reino del Espíritu en el Nuevo Mundo, que debía ser el fin del mundo.

Menciono de paso a dos grandes andariegos don Eusebio Francisco Kino, quien encabezó a los jesuitas que fundaron misiones, colonizaron y civilizaron la Baja California, Sinaloa y Sonora, y a fray Junípero Serra, que siguiendo el ejemplo de aquel estableciera las primeras misiones y colonización de la alta California con sus hermanos franciscanos; las ciudades Los Ángeles, San Diego, San Francisco y tantas más fundadas por ellos.

Destaca, asimismo, don Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659), Obispo de Puebla y Arzobispo de México, protector de los indios, educador y civilizador, constructor y edificador de templos, colegios, bibliotecas, como la Palafoxiana, seminarios e instituciones.

Otra figura señera es la de don Carlos Sigüenza y Góngora (1645-1700), científico, historiador y literato, conocedor erudito del período prehispánico y coleccionista notable de pinturas de esa época, quien junto a fray Bernardino de Sahagún, fray Alonso de la Vera Cruz, sor Juana Inés de la Cruz y Francisco Javier Clavijero, integran las figuras más destacadas de la cultura de la Nueva España.

Mención aparte merece el sabio jesuita Francisco Javier Clavijero (1731-1787), autor de la célebre Historia Antigua de México y de la Historia de la Antigua o Baja California. De la primera obra podemos decir sucintamente lo siguiente:

La edición en español, editada y prologada por el padre Cuevas, publicada por esa benemérita casa que es Editorial Porrúa, consta de cuatro tomos, el primero incluye una descripción natural: tierra, clima, montes, ríos y lagos, minerales, plantas animales y hombres, que da cuenta del acucioso empeño y oficio naturalista e incluso etnográfico de Clavijero, que luego Alexander von Humboldt reconociera y admirara.

Relata, asimismo, la historia de los toltecas, chichimecas, olmecas y demás naciones que ocuparon el Anáhuac antes que los aztecas. Narra la fundación de México-Tenochtitlán, los sucesos ocurridos y sus primeros monarcas hasta la muerte del rey Ahuízotl. Incluye también el relato de los tiranos de Acolhuacán, Tezozomoc y Maxtlaton, y la restitución del rey Nezahualcóyotl al reino cuya capital era Texcoco, gracias a su alianza con los aztecas y los tepanecas, la famosa triple alianza.

El tomo II se ocupa de los sucesos del rey Moctezuma Xocoyotzin, noveno rey de México hasta el año 1519. Hace un elogio del rey Nezahualpili, hijo y sucesor de Netzahualcóyotl. Luego se ocupa de la religión de los aztecas, de sus dioses, templos, sacerdotes, sacrificios y obligaciones, ayunos y austeridades; de su cronología, calendario y fiestas, de los rituales alrededor del nacimiento, matrimonio y funerales. Un estudio etnográfico, cuando ésta disciplina aún no era reconocida como tal. Trata del gobierno político, militar y económico, de los juicios, leyes y penas, de la agricultura, caza, pesca y comercio, de sus juegos, trajes, alimentos y utensilios; de su lenguaje, poesía, música y danzas, medicina, pintura, escultura, arquitectura y otras artes.

El Tomo III cubre desde la llegada de los españoles, y de los sucesos ocurridos hasta la caída de Tenochtitlán, pasando por la muerte de Moctezuma, de Cuiltahuác y Cuauhtémoc, las batallas, alianzas y demás hechos militares hasta el fin del imperio. Incluye cuadros de la descendencia de Cortés y de Moctezuma II.
El Tomo IV contiene nueve disertaciones sobre temas específicos que Clavijero consideró apropiado tratar por separado para mayor abundamiento de su Historia, así como dos catálogos, el de escritores y el de gramáticos de lenguas indígenas.Como puede observarse por la sola descripción estructural y temática, tratase de una obra monumental, integral, de visión y enfoque multidisciplinarios.

Y a propósito de Clavijero, en el tomo IV señalado, escribe un Catálogo “De autores europeos y criollos que han escrito doctrina moral y cristiana, en lenguas de la Nueva España”, y enlista a los agustinos, dominicos, franciscanos, jesuitas y presbíteros seculares que escribieron en náhuatl, otomí, tarasco, zapoteca, mixteca, maya, totonaca, popoluca, matlatzinca, huaxteca, mixe, quiché, tarahumara y tepehuana. Así como una lista adicional de autores de gramáticas y diccionarios en dichas lenguas.

En todo caso, creo que es bueno y sano que los mexicanos recordemos y honremos a los sacerdotes y monjas que durante cinco siglos han sido parte primordial y esencial de nuestra historia, artífices, estudiosos y escritores de la misma, forjadores de la Patria, beneméritos en muchos sentidos.
Imagen: Fray Bernardino de Sahagún