José Guadalupe Posada y la tradición medieval en torno a la muerte.
Por: Federico Zertuche
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Posada en su taller, grabado de Leopoldo Méndez 1937. |
Para: la medievalista Ana Luisa Haindl U. Con afecto y admiración.
Me han alegrado mucho las múltiples celebraciones, homenajes, exposiciones, artículos, ensayos, y demás manifestaciones recientes y actuales en torno al centenario de la muerte del magnífico grabador, ilustrador, caricaturista y diseñador gráfico José Guadalupe Posada (1852-1913).
Estos días he sido afortunado por nuevas lecturas sobre Posada, y volver a ver imágenes de su obra, en exposiciones, libros y en Internet. Sin embargo, he notado algo que por su ausencia me parece muy significativo, y que es tema de este pequeño y personal homenaje que rindo a Posada.
Ya sabemos que los silencios son elocuentes, en música valen tanto como los sonidos; pues bien, hay un dato de primerísimo orden que en los estudios e investigaciones sobre Posada -por lo general y salvo notables excepciones- brilla por su ausencia, no obstante que a mi juicio es de primer orden, a saber, la directa influencia e indiscutible conexión entre los grabados sobre madera y otras representaciones iconográficas (frescos y murales, esculturas, etc.) de la Baja Edad Media profusamente elaborados en torno a la figura de la muerte (representada como esqueletos vivientes –calaveras-), concretamente en la temática alusivas a La Danza de la Muerte o Danza Macabra, y las "calaveras" de Posada.
Las excepciones a que me refiero, son contadas: Jean Charlot (1925), Anita Brenner (1929), Joaquín Bolaños (1944), Paul Westheim (1953), Luis Cardoza y Aragón (1964), y Víctor M. González Esparza (1995).
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Como señala Johan Huizinga en su estupenda y colosal obra El otoño de la Edad Media: “Hacia el final de la Edad Media vino a sumarse a la palabra del predicador–que continuamente exhortaba sobre el Memento mori (‘recuerda que vas a morir’)- un nuevo género de representación plástica, que encontraba acceso a todos los círculos de la sociedad, especialmente bajo la forma del grabado en madera.”(1) Se refiere al siglo XV. El comentario entre guiones es mío, no de Huizinga.
Añade Huizinga que “Estos dos medios de expresión, poderosos, pero macizos y poco flexibles, la predicación y el grabado, podían expresar la idea de la muerte en una forma muy viva, pero también muy simple y directa, tosca y estridente. Cuanto había meditado sobre la muerte el monje de las épocas anteriores se condensó entonces una imagen extremadamente primitiva, popular y lapidaria de la muerte, y en esta forma fue expuesta la idea verbal y plásticamente a la multitud. Esta imagen de la muerte sólo ha podido recoger verdaderamente un elemento del gran complejo de ideas que se mueve en torno a la muerte: el elemento de la caducidad de la vida.”(2)
Sin duda gracias a la invención de la imprenta y la aparición de los grabados (xilografías) sobre planchas de madera, contribuyeron mucho a la creación, proliferación y difusión de la iconografía con la temática de las Danzas Macabras, destacando de manera notable las producidas por el impresor y pintor alemán Hans Holbein el Joven, que realizó una serie de 51 dibujos sobre dicho tema alegórico que se reprodujeron en grandes cantidades, fueron muy populares y ampliamente conocidos. Tiempo después destacaron con similar tema (macabro) pintores de la talla de Pieter Brueghel el Viejo, o Jerónimo Bosch (El Bosco), e incluso Alberto Durero con sus grabados apocalípticos.
La temática de fondo de las Danzas Macabras puede resumirse en las siguientes propuestas: ¿Dónde han venido a parar todos aquellos que antes llenaban el mundo con su gloria? Segundo, la pavorosa consideración de la corrupción de cuanto había sido un día belleza humana. Finalmente, el motivo de la danza: la muerte arrebatando por igual a los hombres de toda edad y condición.
Ahora bien, la conexión iconográfica más evidente y directa –a mi juicio- entre la temática de los grabados de la muerte de Posada con los medievales, de la que sin duda abrevó Posada como tradición pictórica, es aquella que podemos ubicar y reconocer en las representaciones plásticas que parten desde aquellas que refieren la Leyenda (o Parábola) de los Tres Vivos y de los Tres Muertos y concluyen en la Danza Macabra.
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Leyenda de los tres vivos y los tres muertos, Libro de Horas del siglo XV. |
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De acuerdo a
la medievalista chilena Ana Luisa Haindl Ugarte (3), “Las Danzas Macabras son,
junto a los Triunfos de la Muerte, una expresión artístico-literaria, surgida
en el siglo XIV, que representa a la Muerte personificada.
Pero, a
diferencia de los Triunfos, su acción es más personalizada, porque no es un
monstruo amenazante atrapando a sus indefensas víctimas. La Danza de la Muerte
es representada como una serie de escenas en las que unos esqueletos van
emparejándose con los vivos, arrastrándolos a bailar con ellos. En palabras de
James Clark: ‘By the Dance of Death we understand literary or artistic
representations of a procession or dance, in wich both, the living and the
death take part. The death may be portrayed by a number of figures, or by a
single individual personifying Death.’(4)”.
“Víctor
Infantes–señala Haindl- hizo un exhaustivo estudio de las Danzas de la Muerte,
estudiando sus orígenes, desarrollo e influencias. El resultado de ello es el
libro Las Danzas de la Muerte. Génesis y desarrollo de un género medieval
(siglos XIII-XIV). En él, hace una descripción de lo que él considera una
‘danza de la muerte completa’: ‘Por Danza de la Muerte entiendo una sucesión de
texto e imágenes presididas por la Muerte como personaje central – generalmente
representada por un esqueleto, un cadáver o un vivo en descomposición – y que,
en actitud de danzar, dialoga y arrastra uno por uno a una relación de
personajes habitualmente representativos de las más diversas clases
sociales.’(5)”.
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“Las Danzas de
la Muerte,-seguimos de la mano de Haindl- acordes con la mentalidad jerárquica
y estamental de la época,
siempre ordenan sus personajes partiendo por los estamentos más altos, teniendo
siempre prioridad el eclesiástico por sobre el laico. “Riendo sarcásticamente,
con el andar de un antiguo y tieso maestro de baile, invita al Papa, al
emperador, al noble, al jornalero, al niño pequeño, al loco y a todas las demás
clases y condiciones, a que la sigan.”(7)
Dice Huzinga
que la “figura misma de la muerte era conocida hacía siglos (antes del XV) en
más de una forma dentro de su representación plástica y literaria: como
caballero apocalíptico galopando sobre un montón de hombres yacentes en el
suelo, como Megera con alas de murciélago que se precipita, (…) como un
esqueleto con guadaña o con una flecha y un arco, marchando en un carro tirado
por bueyes…”
Siguiendo al
maestro Huizinga, nos dice que “En el siglo XIV aparece el notable término de macabre, (…) Es un nombre propio,
cualquiera que sea la muy discutida etimología de la palabra. Sólo mucho más
tarde se ha abstraído de La Danse macabreel
objetivo, que ha llegado a tener para nosotros un matiz significativo tan
preciso y peculiar, que podemos designar con el término macabro la visión entera de la muerte que tenía la última Edad
Media.”(8)
La Danza de la
Muerte no sólo fue pintada o grabada en madera, sino también esculpida y
representada escénicamente. Quizá la representación más célebre, concurrida y
comentada de toda la Edad Media de la Danza Macabra fue la serie de pinturas
murales que adornaban el pórtico del cementerio de los Santos Inocentes de
París, debajo de las cuales se inscribieron sentencias edificantes y morales.
Pinturas que desaparecieron luego de la demolición del pórtico en el siglo
XVII. Miles de personas se concentraban a diario en tal singular y macabro
punto de reunión, para “contemplar las sencillas figuras y leer los versos
fácilmente comprensibles, cada estrofa de los cuales concluía con un conocido
refrán, a la vez que se consolaban con la igualdad de todos en la muerte y se
estremecían ante la idea de su fin. En ninguna parte estaba tan en su lugar aquella
muerte parecida a un mono. Riendo sarcásticamente, con el andar de un antiguo y
tieso maestro de baile, invita al Papa, al emperador, al noble, al jornalero,
al monje, al niño pequeño, al loco y a todas las demás clases y condiciones, a
que le sigan.”(9)
Comenta
Huizinga en su magna obra medieval que: “El cadáver que se repite cuarenta
veces, yendo en busca de los vivos, todavía no es realmente la muerte, sino el
muerto. Los versos llaman a la figura Le
mort (en la danza macabra de las mujeres, La morte); es una danza de los muertos, no de la muerte. (…) Sólo
hacia 1500 viene la figura del gran maestro de baile, que conocemos por
Holbein.”(10)
La imagen de
la agonía era la primera de las cuatro postrimerías, sobre las cuales debía le
hombre meditar continuamente: muerte, juicio, infierno y gloria. Como tal
pertenece dicha imagen a la esfera de las ideas escatológicas.
Añade Huizinga
que “estrechamente emparentado con el tema de los cuatro novísimos (muerte,
juicio, infierno y gloria) está el ars moriendi,
creación del siglo XV que, lo mismo que la danza de la muerte, tuvo por medio
de la imprenta y del grabado en madera un círculo de acción mucho más amplio
que todas las ideas piadosas anteriores. Trataba las tentaciones, cinco en
número, con que el demonio tiende acechanzas al moribundo: la duda en la fe, la
desesperación por sus pecados, la afección a sus bienes terrenos, la
desesperación por su propio padecer; finalmente, la soberbia de la propia
virtud.”(11) En la concepción cristiana de la época ars moriendi significaba el arte del bien morir.
Hay un dato de primerísima importancia
que incidió tanto en la Europa medieval como en el México del porfiriato y revolucionario,
en la vida, las conciencias de las respectivas sociedades, y desde luego en sus
percepciones y creencias alrededor de la muerte, a saber, la pandemia de la
peste negra más devastadora en la historia de la humanidad que afectó a Europa
en el siglo XIV, y que alcanzó su punto máximo entre 1347 y 1353, se estima que
murieron por esa causa 25 millones de personas sólo en Europa (un tercio de la
población) y entre 40 y 60 millones en Asia. Por otra parte, alrededor de 1918,
cuando más devastadora fue, la influenza española causó alrededor de 300 mil
víctimas, y otras tantas perecieron por epidemias como el cólera, la peste
bubónica, fiebre amarilla y el tifo, así como por hambrunas causadas por el
derrumbe del campo y las haciendas a causa de la violencia revolucionaria.
Pues bien, he
querido detenerme un poco en las representaciones religiosas, literarias y
plásticas sobre las Danzas Macabras de la última Edad Media (s. XIII al XV), entre
las que destacan de manera particular las xilografías de Holbein, para los
propósitos de este trabajo, a fin de establecer una conexión directa e
indudable con la temática de las “calaveras” de José Guadalupe Posada, de quien
bien sabido es se ocupó de otros muchos temas en su producción artística, pero,
sin embargo, éstas son las que más le han caracterizado por la predilección
popular y el gusto folklórico que tanto nos atrae a los mexicanos por las
representaciones alrededor de la muerte y del día de Muertos y de los Santos
Inocentes que celebramos cada dos de noviembre. Huelga mencionar que todos los
artistas, sin excepción, se nutren y abrevan de la tradición que les precede.
Para reforzar
las anteriores consideraciones y ahondar en otros importantes aspectos sobre
Posada, quiero reproducir in extenso algunos pasajes del exhaustivo estudio y
ensayo de Víctor M. González Esparza titulado José Guadalupe Posada o la
invención de una tradición (12), que inicia con la siguiente afirmación: “Posada
en México, tiene ya una dimensión de símbolo”, escribió Juan Rejano en el
homenaje nacional que se le hiciera a Posada a los cien años de su nacimiento
(1952), año por cierto declarado ‘oficialmente’ por el entonces Gobernador de
Aguascalientes, Edmundo Gámez Orozco, ‘Año de Posada’ (…) Rejano se refería a
un símbolo específico que él reproduce: Posada-Pueblo-Revolución. El ‘Año
Posada?, si bien no termina con los homenajes oficiales sino que los anticipa,
señala la incorporación de Posada a la simbología de la revolución
institucionalizada” (13)
“La ‘invención
de las tradiciones’ ha sido una fórmula ensayada por historiadores a fin de
comprender procesos sociales formalizados en rituales o símbolos,
particularmente con referencias al pasado y a la formación de las
nacionalidades (Hobsbawm, E. and Terence Ranger 1992: Introducción). En este
sentido me parece que la obra de Posada puede ser observada como una tradición
‘inventada’, aunque no por ello menos real o menos trascendente, como un
símbolo dentro del arte mexicano y del nacionalismo cultural impulsado y
redefinido por la revolución mexicana. Sin embargo, como todo símbolo o mito,
la obra y la influencia de Posada poseen diferentes significados y niveles de
complejidad, algunos de los cuales discutiré en el presente ensayo teniendo en
mente una pregunta fundamental: porqué y cómo Posada se convirtió en ‘el
artista del pueblo mexicano’. “(14)
“La ‘Danza de
la muerte’ de Posada es, como ‘La Danza macabra’ de Holbein, una danza satírica
pero que evoca recuerdos obscuros. ‘Las calaveras de Posada –tzompantles,
coatlicues desgranadas- son el motivo más profundo y revelador de su obra y de
sí’ (Cardoza y Aragón, Luis 1964:21). Sin embargo, la tradición más que
mesoamericana, en donde ciertamente abundan las calaveras con un significado
religioso y de inmortalidad, proviene de los grabados medievales europeos. Paul
Westheim, hablando de la calavera mesoamericana comentó: ‘No es de ningún modo
–como los grabados en madera de la Danza macabra de Holbein –exhortación a
hacer un examen de conciencia, a reflexionar sobre la caducidad de todo lo
terrestre. Parece que para el hombre del México prehispánico la calavera no
tenía nada de angustioso o de horripilante, lo que se explica tomando en cuenta
que era alusión a la inmortalidad de la vida: un signo, lleno de promesas, de
la resurección’. (1985:45). (…) De hecho el mismo autor (Westheim) comenta: ‘En
México, Santiago Hernández, Manuel Manilla y José Guadalupe Posada aprovecharon
la forma tradicional de la danza macabra para hablar en sus ‘calaveras’ con
deliciosa ironía, con humor y sarcasmo, de las diferentes dificultades,
molestias y apuros que le amargan a uno en la vida’ (1985:80-81). Ahora bien,
los contextos en que originalmente se han interpretado la ‘danza macabra’
medieval son tanto las miserias de la vida, las plagas y el miedo mismo de la
muerte, como la ‘igualdad’ de ricos y pobres ante la muerte.” (15)
“En este sentido me parece que la obra de Posada puede ser observada como una tradición ‘inventada’, aunque no por ello menos real o menos trascendente, como un símbolo dentro del arte mexicano y del nacionalismo cultural impulsado y redefinido por la revolución mexicana. Sin embargo, como todo símbolo o mito, la obra y la influencia de Posada poseen diferentes significados y niveles de complejidad, algunos de los cuales discutiré (…) teniendo en cuenta una pregunta todavía fundamental: porqué y cómo Posada se convirtió en el artista del pueblo mexicano’.” (16)
Aunque no es
tema del presente artículo, creo pertinente mencionar de paso dicho interés de
González Esparza, en la manera como devino Posada en símbolo y mito nacional.
“El tránsito de un Posada prácticamente desconocido a otro como héroe nacional
ha sido una de las principales preocupaciones de los estudiosos de su obra (…),
Charlot esta contradicción con claridad: ‘Cuando Posada murió en 1913, sólo un
puñado de gente inarticulada acompañó su ataúd al cementerio. En 1943, una
retrospectiva de su obra en el Instituto de Arte de Chicago, atrajo una
multitud tan grande que hubo gente pisoteada, y un escuadrón de policía tuvo que
contener a algunas personas excitadas para restaurar la respetabilidad del museo’
(Charlot, Jean 1985:54).” (17)
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González
Esparza sostiene que: “Después de la muerte de Posada un escrito de Jean
Charlot en Revista de Revistas (1925), “Un precursor del movimiento de arte
mexicano: el grabador Posada”, inició lo que sería toda una colección de
elogios y homenajes.” (…) Después del artículo de Jean Charlot (…), Anita
Brenner escribió un artículo en 1928 en una revista estadounidense titulado “A
Mexican Prophet”, artículo luego incluido en su libro Idols behind altars
(1929) como “Posada the prophet”. Posada el profeta no sólo de la revolución
armada, sino también el de la revolución de las conciencias.” (18)
“Rivera
escribió el artículo sobre Posada en 1930, cinco años después que el de Charlot
aunque para algunos Rivera es el que hace la ‘presentación de Posada al mundo
artístico”…’ (Macazaga O., César 1979:21). El artículo de Rivera ciertamente
tuvo mayor difusión dada la edición bilingüe que hiciera la escritora
estadounidense Frances Toor a través de Mexican Folkways: El artículo se inicia
con una división del arte: ‘En México han existido siempre dos corrientes de
producción de arte verdaderamente distintas, una de valores positivos y otra de
cualidades negativas, simiesca y colonial, que tiene como base la imitación de
modelos extranjeros… La otra corriente, la positiva, ha sido obra del pueblo, y
engloba el total de la producción, pura y rica, de lo que se ha dado en llamar
‘arte popular’… De estos artistas el más grande es, sin duda, José Guadalupe
Posada, el grabador de genio.’ (Rivera, Diego 1986:143-46).” (19)
Por último, a
fin de que el lector pueda apreciar y valorar, se reproducen alternadamente
imágenes de la Edad Media y de Posada, como parangón ilustrativo.
Notas
Bibliográficas
(1) Huizinga,
Johan, El otoño de la
Edad Media, Alianza Universidad, Madrid 1984, página 194.
(2) Huizinga,
Johan, Opus Cit., p. 194
(3) Haindl U.,
Ana Luisa, La Danza de la Muerte,
(4) Haindl,
Ana Luisa, (citado por), Op. Cit. p. 1
(5) Haindl,
Ana Luisa, Ibídem, p. 1
(6) Haindl,
Ana Luisa, Ibídem, p. 1
(7) Haindl,
Ana Luisa, Ibídem, p. 1
(8) Huizinga,
Johan, Opus Cit., pp 203 y 204
(9) Huizinga,
Ibídem, pp 205 y 206
(10) Huizinga,
Ibídem, p. 206
(11) Huizinga,
Ibídem, p. 208
(12) González
Esparza, Víctor M., José Guadalupe Posada
o la invención de una tradición, Revista “Investigación y ciencia”, número
16, diciembre 1995. Universidad Autónoma de Aguascalientes.
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(13) González Esparza, Víctor M., Opus Cit.
(14) Ibídem.
(15) Ibídem.
(16) Ibídem.
(17) Ibídem.
(18) Ibídem.
(19) Ibídem.
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