Pensamiento Reaccionario y Revolucionario
-Revisión crítica y una alternativa-
Por: Federico Zertuche
En su breve y lúcida obra Ensayo sobre el pensamiento reaccionario —A propósito de
Joseph de
Maistre—,1 el rumano EM Cioran, célebre por sus aforismos y
paradojas así como por su punzante y revelador cinismo filosófico, hace una
disección minuciosa de la obra y vida del pensador reaccionario del siglo XVIII
—famoso por su ardiente censura y condena de la Revolución francesa y de sus
apologistas— con el fin de desentrañar y mostrar
la estructura, origen y resortes íntimos
que articulan y mueven al pensamiento reaccionario en general.
El análisis de
Cioran del pensamiento reaccionario, al que desnuda y pone en evidencia con
argumentos graves y sólidos, le sirve
también para desarmar al pensamiento revolucionario que, en el fondo, peca de
semejantes flaquezas que aquél, como veremos más adelante.
En efecto,
la falacia que
sostiene el pensamiento reaccionario y, desde luego, el
conservador, pues el reaccionario —nos dice
Cioran— no es más que un conservador que se ha quitado la máscara, consiste en
suponer como verdad originaria y fundadora la existencia primigenia —anterior a
la historia— de un orden y un equilibrio sociales similar al paraíso bíblico,
reglado y tutelado por Dios, por la Divina Providencia, que
está siempre atenta
a todo y
a todos, que premia a quien "libremente" se somete a sus designios y castiga a quien
transgrede el orden establecido.
La Caída es la
gran respuesta del desorden y decadencia posteriores de la sociedad humana
luego de la transgresión que destruyó
esa utopía al revés llamada
paraíso original que nunca debimos
haber perdido.
El pensamiento
reaccionario busca reconstruir el paraíso perdido; tiene la vista puesta en un
pasado idílico ordenado y equilibrado por la Providencia Divina, al que hay que
regresar retrotrayendo las cosas (instituciones y derecho) y las personas al estado original. Para que
ello sea posible, primero hay que atacar cualquier cambio que acelere y
profundice la Caída pues nos aleja más
del estado ideal buscado. Por ello, es enemigo acérrimo de todo devenir
histórico que implique cambios o revoluciones.
Después habrá
que constituir un orden lo más parecido posible al ideal. Para ello se han
elaborado distintos modelos o bien se ha intentado su realización desde la Civitas Dei, el Sacro Imperio
Romanogermánico o la simple dominación política de la Iglesia católica que en
distintas épocas y lugares ha buscado establecerse.
La concepción
providencialista de carácter cristiano no es más que la traslación (mutatis mutandi) de la vieja teoría
platónica según la cual "todo
desarrollo tiene su punto de partida en un original, la Forma o Idea perfecta,
de modo tal que el objeto en desarrollo debe perder su perfección en la medida
en que cambia y en que decrece su similitud con el original[...]
Uno de los puntos principales de la teoría platónica es el de que debe
considerarse que las Formas, Esencias u Originales (o Padres) existen con
anterioridad a los objetos sensibles y con independencia de los mismos, puesto
que éstos cada vez se alejan más de aquéllos".2
Por su parte el
pensamiento revolucionario propone como remedio de los males que padece la
humanidad la realización de un estado ideal proyectado al futuro: la utopía en
la que el hombre se verá liberado de ataduras, prejuicios e injusticias a los que el orden actual lo tiene sometido.
Contrariamente
al reaccionario, el revolucionario es amante del cambio radical. El devenir
histórico, como proceso constante de liberación, debe ser precipitado. La
revolución es la ocasión más propicia para acelerar los cambios radicalmente y
lograr el anhelado fin: la realización de la utopía.
Sin embargo,
las diferencias entre ambos pensamientos sólo radican en la forma, son
aparentes, pues en el fondo las dos
concepciones participan de características idílicas: ambas son atraídas por una
suerte de paraíso, ya sea en el pasado o en el futuro, pero lo que prevalece es
esa ansiedad por la realización de un estado ideal, vieja añoranza platónica,
mito fundador o redentor capaz de mover montañas, idilio salvador de nuestras
miserias y padecimientos, escape imaginativo, salvación efímera que sólo tiene
lugar en nuestras mentes. De tal manera que la idea revolucionaria participa de
igual inspiración platónica que la reaccionaria al percibir un Estado ideal que
deberá ser una copia fiel de la divina Forma o
Idea del Estado.
La añeja idea
platónica es transmitida al pensamiento occidental a través de Aristóteles vía
el tomismo de la Edad Media (cristianizada), primeramente, y después por Hegel
con su concepción del Estado ideal, legada posteriormente a Marx quien la
amplió con su teoría del materialismo y dialéctica históricos. Todas ellas
conllevan el prejuicio historicista
según el cual la historia tiene un "sentido oculto" que hay que descifrar y descubrir, llámese Providencia, dialéctica o
determinismo.
Y tales
concepciones ideales son falsas, puesto que por un lado el paraíso perdido es
imposible recuperarlo, primero porque nunca ha
existido sino como mito, leyenda o idealmente, y en el supuesto hipotético de
haber sido real tampoco podría recuperarse pues tanto el contexto como los
sujetos (continente y contenido) originales no podrían repetirse. Por tanto, la
propuesta, medios y fines del pensamiento reaccionario son vanos e ilusorios,
de imposible realización.
En cuanto al
pensamiento revolucionario, por definición cae en contradicción y crisis de
fundamentos en el momento mismo de triunfar la revolución. Una vez convertido
en poder, cesa todo movimiento revolucionario para transformarse en poder constituido, establecido,
excluyente de cualquier otro por la naturaleza misma de su origen. Al hacerlo,
se torna en poder reaccionario cuyo principal objetivo
será el de conservarse como tal, es decir, preservar el poder conquistado.
Luego de la
toma del poder por parte de los revolucionarios y una vez que han eliminado por
las armas y la represión todo signo de oposición, cuando ya han consolidado el
nuevo régimen cesa la revolución, ya no tiene sentido. Las tareas por emprender
estarán encaminadas, en todo caso, a laconstrucción y puesta en marcha de una
nueva institucionalidad legal, política, económica, judicial, administrativa y
de las fuerzas armadas que constituirán al nuevo régimen, la estructura de un nuevo Estado, que por más
que le llamen revolucionario ya no lo es, sino otro orden establecido, tenga el
perfil ideológico que sea.
Nada más que
por lo general, y así lo ha consignado la experiencia histórica, los regímenes
surgidos de revoluciones armadas tienden a establecer dictaduras o sistemas
autoritarios con el pretexto de garantizar el cumplimiento de las promesas
revolucionarias y fincan su legitimidad en el triunfo logrado con el apoyo de "las masas".
Al convertirse
en dictaduras o autoritarismos, pervierten los propios fines e ideales
propuestos por el movimiento revolucionario,
traicionan a buena parte de sus
seguidores que veían en la lucha contra el
opresor depuesto una oportunidad
de liberación y no la entrada a otra forma de opresión quizá con mayor rigor y
dificultad de librarse, ya que se han suprimido partidos
de oposición y otras formas
de disidencia consideradas como contrarrevolucionarias.
Por su parte,
al triunfar políticamente el pensamiento reaccionario también entrará en crisis
de fundamentos al no poder cumplir sus
objetivos ideales, tornándose precisamente en
un poder reaccionario ante cualquier signo de oposición,
de cambio o de disidencia que tachará de enemigos y sin
duda reprimirá con todo rigor. Su objetivo primordial será también
el de conservar el poder a toda costa.
Pero, entonces,
¿es que como sociedad política no tendremos acaso salvación?, ¿estaremos
condenados entre dos flancos aparentemente contradictorios, pero ambos
amenazantes? ¿Será que sólo tenemos dos sopas para comer?, pues tenemos
entendido que sólo hay derechas e izquierdas y ahí se agota el esquema
ideológico, puesto que eso del "centro"es más bien una
invención que solamente tiene sentido si se refiere a izquierda y derecha sin
cuya existencia no habría centro, son su referente. El centro, en todo caso, es
una ilusión, un punto imaginario al que se acercan o del que se alejan
izquierdas y derechas.
Aún más, ¿es
posible todavía seguir definiendo al universo político e ideológico desde la
dicotomía categórica "izquierda-derecha"? ¿Acaso no se ha colapsado el comunismo
real, no han sido contestados todos y cada uno de los dogmas marxistas, no se
cayó el Muro de Berlín, dónde ha quedado la bipolaridad de la guerra fría, no
fueron derrotados fascismo y nazismo?
Todavía más; la
díada izquierda-derecha es unidimensional, una línea imaginaria en la que
podemos transitar solamente a dos puntos de la misma, hacia la izquierda o a la
derecha; ni siquiera es bidimensional con un hacia abajo o arriba, y menos aún tridimensional con un
hacia el fondo o adelante. Dicha unidimensionalidad es estrecha, pobre y
extremadamente limitada para el complejo
y plural universo
político actual.
Al morir por extenuación filosófica primero y por colapso ideológico,
económico, político y moral después, el comunismo dejó sola a su contraparte:
al desaparecer la tensión dialéctica por falta de una de sus partes, ya sea la
tesis o la antítesis, lo mismo da,
desaparece la dialéctica misma y de pasada su síntesis, si es que queremos
ponernos muy dialécticos con materialismo y todo.
Bromas aparte,
tiene razón Francis Fukuyama al poner de relieve el fin de la historia tal y como la
veníamos viviendo o padeciendo durante casi la mitad del siglo que corre; esto
es, la pugna ideológica, política y militar tal como se planteó y libró durante la guerra fría entre
izquierdas y derechas representadas, respectivamente, por la Unión Soviética y
los Estados Unidos de América.
Ésa ha sido la
historia que llegó a su fin para consuelo de la gran mayoría de los mortales
que, repito, sólo la padecíamos, pues la actuaban sólo unos cuantos.
Ahora, surgen "problemas nuevos sin que existan ideas o
voluntades proyectadas a encauzarlos hacia posibles soluciones: el
deterioro ecológico, el reto de la convivencia pluriétnica, los grandes
flujos migratorios a
escala mundial, la explosión demográfica, la extensión de las áreas de
pobreza mundial, los micronacionalismos agresivos, etcétera".3 Que evidentemente no pueden ser explicados a través
de la dicotomía izquierda-derecha.
Y es entrados
en este punto cuando aparece la alternativa que supera esa dicotomía maniquea
reacción-revolución, izquierda-derecha, que ha atrapado a la humanidad y sus
sociedades durante largo tiempo y a tan altos costos.
Conciencia histórica e irrupción democrática
En una pequeña
pero deslumbrante joya titulada Persona y
democracia —La historia
sacrificial—,4 María Zambrano nos regala las claves
para desfacer tamaño entuerto en que se ha metido la humanidad y del que por
fortuna ya hemos iniciado el aprendizaje para salir bien librados sin necesidad
de recurrir a aquellas viejas trampas maniqueas.
"El tener lo que se ha nombrado 'conciencia histórica'
es la característica
del hombre de
nuestros días. El hombre
ha sido siempre un
ser histórico. Mas hasta ahora, la historia la hacían solamente unos cuantos, y
los demás sólo la padecían.
Ahora, por diversas causas, la historia la hacemos entre todos; la sufrimos
todos también y todos hemos venido a ser sus protagonistas", nos dice Zambrano, de quien en
adelante tomaré todas las citas.
El hombre,
afirma María Zambrano, puede estar en la historia de dos maneras: activa o
pasivamente. La primera forma sólo se realiza plenamente "cuando se acepta la responsabilidad o
cuando se la vive moralmente".
De manera pasiva casi todos los hombres a lo largo de la historia "han sido traídos y llevados y aun arrastrados
por fuerzas extrañas a las cuales se ha llamado, a veces, 'Destino', a veces 'dioses' —lo cual no roza siquiera la cuestión de la
existencia de Dios—, ser movido sin saber por qué, sin saber por quién, el ser
movido fuera de sí mismo".
A las grandes
multitudes les ha "sido inasequible el único consuelo:
decidir, actuar responsablemente o, al menos, asistir con cierto grado de
conciencia al proceso que los devoraba. De esta pesadilla que dura desde la
noche de los tiempos, se ha querido sacudir rebelándose. Mas rebelarse, tanto
en la vida personal como en la histórica, puede ser aniquilarse, hundirse en
forma irremediable, para que la historia vuelva a recomenzar en un punto más
bajo aún de aquel en que se produjo la rebelión".
Esto me
recuerda a la Rusia transformada en Unión Soviética por una revolución, para
retornar otra vez a la Rusia de ahora que, una vez desmembrado su imperio, se debate ferozmente
entre atraso y modernidad; dictadura y
autoritarismo o democracia; barbarie o civilización; entre las añoranzas de un
pasado totalitario y un presente
incierto, confuso y caótico que no acierta
a construir un orden democrático estable, legal, justo y próspero.
"El único modo de que tal hundimiento no
se produzca es hacer extensiva la conciencia histórica, a la par que se abre cauce a una
sociedad digna de esta conciencia y de la persona humana de donde brota. Es
decir, traspasar un dintel jamás traspasado en la vida colectiva, en disponerse
de verdad a crear una sociedad humana y que la historia no se comporte como una
antigua Deidad que exige inagotable sacrificio." "Por medio de la conciencia histórica se
podrá ir logrando más lentamente lo que la esperanza pide y lo que la necesidad reclama."
En estos últimos párrafos encontraremos los mexicanos, además de una grave advertencia
sobre el peligro de nuestro propio hundimiento como nación y sociedad, los
perfiles fundamentales para superar, sin más traumas, rebeliones o revoluciones
suicidas, los serios y profundos problemas que nos aquejan.
Nos muestra
María Zambrano una dirección, una guía alentadora, realista, serena y
esperanzadora. Qué de cierto que la
nuestra es una sociedad de larga y penosa tradición sacrificial; qué de cierto
que nuestra historia más que vivirla activamente la hemos padecido
continuamente; qué de cierto que la gran mayoría de los mexicanos hemos vivido
en la inconciencia histórica, pues la historia
ha sido botín de unos cuantos que la manejan y presentan a su antojo, confundiendo y ocultando su
verdadero sentido.
El atraso
político que aún vivimos no es más que reflejo de ese desapego (condicionado o
no) de lo que hemos llamado conciencia histórica.
Como ha quedado
dicho, tener conciencia histórica implica asumir responsabilidades y la moral
que conlleva. Ello, a su vez, supone el
ejercicio de derechos y obligaciones, así como el juicio valorativo que trae
consigo todo acto social. De esta manera asumimos el acontecer histórico como
un acaecer consciente, activo, participativo y civilizado, no como una fuerza
ciega ni como destino inexorable.
Tratar de hacer
extensiva a toda la sociedad lo que hemos llamado "conciencia histórica", no es
más que ayudar y estimular un
proceso civilizatorio que ya está en marcha en casi todas las sociedades,
pueblos y naciones en mayor o en menor medida.
Se trata, más
bien, de reconocer ese fenómeno de nuestro tiempo, ubicar sus coordenadas,
desentrañar su trasfondo eminentemente humano y propiciar su realización plena
mediante el ejemplo, la enseñanza, la solidaridad, en acciones de gobierno y políticas de Estado que implementen gobernantes que estén a la altura del estadista,
con la ayuda de medios de comunicación responsables y con miras altas, con
iglesias, maestros y escuelas, intelectuales y artistas, empresarios,
sindicatos y trabajadores, en fin, con el estímulo concertado de toda la
sociedad en favor de la sociedad misma.
Pero ¿no es
mucho pedir?, inquirirá el escéptico razonable. Seguramente, pues se trata de una
suerte de cruzada civilizatoria que convoca a toda la sociedad. Winston
Churchill, a la sazón primer ministro, convocó a los ingleses, en la hora más
crucial y aciaga que han enfrentado en el siglo que corre, a asumir un gran
reto para defender a su patria de la inminente derrota, ofreciendo a cambio
sangre, sudor y lágrimas. Ahora ya sabemos cómo respondió ese gran pueblo.
Las personas y
pueblos tienen esa capacidad para reaccionar en forma creativa y enérgica,
precisamente en los momentos y condiciones más difíciles, movidos por una
especie de instinto de sobrevivencia que empuja a salir adelante aun en las
circunstancias más adversas. "Es el instante
de la
perplejidad que antecede a la
conciencia y la obliga a
nacer. Y el de la confusión.
Ya que
nada azora
tanto como encontrarse consigo mismo." Advierte María Zambrano.
En lugar, pues,
de buscar el inalcanzable estado ideal en un pasado idílico o en la utopía de
un futuro también idílico, con el fin de romper con
esa repetición
cada vez
más intolerable
que constituye
la ya
larga y cansada etapa de
la "historia sacrificial"
en que nos encontramos
entrampados, los mexicanos debemos asumir nuestra responsabilidad y madurez
históricas, atrevernos a dar ese salto civilizatorio.
Y aquí viene a
cuento nuestro impostergable compromiso con la democracia que, aunque tarde, ya
despunta en nues- tro horizonte como nación civilizada a que aspiramos. No la
democracia percibida y proyectada como panacea, como solución mágica, aunque a
decir verdad las panaceas se logran cuando hay voluntad, coraje, determinación,
trabajo y res- ponsabilidad de mujeres y hombres unidos para lograr objetivos
realistas, viables y nobles.
La democracia
como instrumento, como valiosa herramienta política y social. Ya que democracia
sin participación extensiva a
toda la sociedad, sin Estado de derecho, sin voluntad política de gobernantes,
líderes, dirigentes y ciudadanos en toda la escala social y política, quedaría
en meras intenciones, en fórmulas vacuas desprovistas de la energía humana que,
esa sí, mueve montañas.
La democracia
permite al hombre en sociedad apropiarse de la historia, ser sujeto activo,
darle dirección y sentido, asumirla responsable y creativamente.
1 EM Cioran, Ensayo sobre el
pensamiento reaccionario —A propósito de Joseph
de Maistre—, Editorial Tercer
Mundo, Bogotá, 1991. 2 Karl R. Popper, La
sociedad abierta y sus enemigos, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1994.
Ugo Pipitone, "Izquierda y derecha", Claves de la razón práctica, núm. 71, abril de 1997, Madrid.
María Zambrano, Persona y democracia —La historia sacrificial—, Editorial Anthropos, Barcelona, 1988.