martes, 19 de octubre de 2010

Arturo Pérez-Reverte

Reivindicación de la novela policiaca y de capa y espada


El escritor contemporáneo en lengua española más leído y traducido se llama Arturo Pérez-Reverte; todo un fenómeno literario que al tiempo de ser un best seller posee el maravilloso don de contar aventuras, de urdir y narrar fascinantes historias policiacas que nos enganchan y seducen irremediablemente tanto por las intrigas que propone, por los peculiares personajes que crea, los escenarios por los que discurren, como por las minuciosas investigaciones históricas que acomete y reconstruye en sus novelas y, desde luego, por la gran maestría narrativa que despliega.



Los derroteros vivenciales y literarios que Pérez-Reverte tuvo que navegar a fin de atracar en el puerto de la Novela fueron poco convencionales y atípicos. Se la pasó mas de veinte años como corresponsal y reportero de guerra cubriendo para la prensa, la radio y televisión los conflictos bélicos más destacados ocurridos en África, Centroamérica, Medio Oriente y Europa, hasta concluir en la Guerra de los Balcanes en Bosnia y Croacia hacia 1994, para dedicarse desde entonces de tiempo completo a la ficción novelística, con inusitado éxito mundial.


Varias de sus novelas han sido llevadas al cine y desde junio del 2003 es académico de número de la Real Academia Española, lo que pone de relieve su gran calidad literaria.


Dedico este post a Pérez-Reverte transcribiendo tres reseñas mías publicadas en distintos diarios y revistas, un perfil biográfico y una relación de su obra, como modesto homenaje y tributo a uno de los escritores vivos que más admiro y disfruto.


El capitán AlatristePor: Federico Zertuche

El mayor inconveniente que encuentro en las novelas de Pérez-Reverte es que concluyen, tienen un final, nada deslucido, por cierto, pero terminan. Pues aquí viene mi ansiedad por una nueva aventura revertiana y la espera para que el autor trabaje a marchas forzadas para gestar y parir otra de igual catadura, género y calidad.

Esta obra nos conduce, en un primer plano, a los folletines y folletones del siglo XIX, particularmente los de Dumas. La aventura, en especial la de capa y espada, vuelve de nueva cuenta por sus fueros para conquistar al lector del siglo XXI que devora feliz cuanta intriga policiaca urde Reverte. En otro plano, nos enfrentamos a la novela policiaca contemporánea, plenamente vigente por lenguaje, percepción, utilización de recursos y personajes muy actuales, así como por una constante preocupación que permea sobre la condición humana individual y social de nuestros días.

La trama policiaca está presente en cada una de sus novelas, ya planteada vía Internet, escondida en una tabla flamenca, entrevista en medio de un intrincado comercio de libros antiguos, raros y valiosos, en el corazón de una batalla napoleónica, al avezarnos en las técnicas del arte del esgrima o del ajedrez, paseando por las calles de Sevilla o en el Madrid de los Austria de los tiempos del Cuarto Felipe, que de pasada conocemos, recordamos o asistimos guiados por un nada aburrido, muy atento y ameno Cicerone de nuestro siglo.

El elenco revertiano se compone de seres a punto del hundimiento que se aferran a una última baza, vividores y tahúres, putas y chulos venidos a menos, soldados de a pie llevados por la leva, pajes de señores menores, en fin, individuos de segundo y tercer planos que de una u otra forma se relacionan con altos burócratas vaticanos y príncipes de la Iglesia ávidos de dinero y poder, marqueses, condes o duquesas, unos nobles y otros no tanto, banqueros o comerciantes inescrupulosos, con generales y almirantes despiadados y no pocas veces ineficientes en la guerra, aunque muy ufanos y condecorados.

Por otro lado, los héroes de Reverte son aquellos que no figuran en la foto oficial, menos aún en portadas de periódicos y revistas sino cuando mucho en la nota roja; son aquellos que aparecen, cuando bien les va, en segundos planos de cuadros de época, como aquellos que pintados en filas posteriores en la Rendición de Breda de Velázquez, atrás de los grandes señores de la guerra que pactan el armisticio, esos anónimos a quienes Reverte reivindica en un close up pictórico, fotográfico y literario entrañable y justiciero en su bello y breve relato La fiel infantería.

Su última novela, en coautoría con su muy joven hija Carlota, quien le ha ayudado en la reconstrucción del Madrid del siglo XVII y con el perfil del también joven personaje Iñigo de Balboa, se centra en las venturas y desventuras de un retirado soldado español de los Tercios de Flandes que con apócrifo rango se hace llamar capitán Alatriste.

El capitán Alatriste malvive en aquel Madrid para ganarse unos cuartos y sobrellevar su soldadesco retiro con cierta dignidad. Acude asiduamente a las tertulias en una taberna de medio pelo con un grupo de amigos entre los que se encuentra el malhumorado poeta Francisco de Quevedo, muy dado a lances temerarios con aceros y viperinos con la pluma.

Por la dudosa profesión que entonces ejerce, que no es otra que la de alquilar su espada al mejor postor, nuestro capitán se ve envuelto en una intriga palaciega en la que ha metido negra mano el Santo Oficio de la Inquisición y el siniestro secretario del rey, Luis de Alquézar, y hasta el poderosísimo conde de Olivares, para tratar de victimar al Príncipe de Gales, heredero de la corona inglesa.

En vilo nos tiene Reverte a lo largo de su relato escrito a la manera del español de ese siglo, pero asequible al que corre, por boca de sus personajes, particularmente la del narrador, el joven vasco Iñigo, que entre criado y paje asiste al capitán Alatriste y hasta llega a salvarle la vida en una emboscada que le tenían tendida sus feroces y malvados enemigos.

Mientras tanto, entre las maldiciones que don Francisco de Quevedo endereza contra su acérrimo rival don Luis de Góngora y contra todo aquel que al amargado poeta se le ocurriera ver pendenciero enemigo con quien batirse al lado de su amigo y mejor espadachín don Diego Alatriste, recorremos los lectores las para atrás reconstruidas calles Mayor, Montera y Alcalá, la Rúa del Prado a fin de presenciar reales y señoriales paseos en carroza, a pie o a caballo, o bien a escuchar y ponernos al tanto de los entretenidos chismes de la época en las gradas de San Felipe.

Y hasta aquí en cuanto a la trama a fin de no adelantar vísperas a quien no haya leído tan entretenida novela.

Comentario aparte merece el fiel trato y retrato que da el autor a la decadencia política, moral, social y económica de las Españas de esa época que, paradójicamente, conocemos como el Siglo de Oro, que no será tal gracias a sus venales y corruptos políticos, ni a sus ineptos gobernantes, tampoco son sus acreedores ambiciosos jerarcas eclesiásticos y menos aún los tan temidos fanáticos del Santo Oficio, ni los intrigantes cortesanos, ni generales o almirantes, casi todos los cuales más bien mostraron el cobre.

Sino que el áureo resplandor y grandeza de esa centuria se adeuda sobre todo, a los magníficos artistas y letrados que parió y crió esa patria: poetas, dramaturgos, novelistas, pintores, juristas y académicos, cuyas vida y obra, portento imperecedero, se fundieron en el Oro que adorna y enriquece el mentado Siglo Áureo.

Arturo y Carlota Pérez-Reverte. El capitán Alatriste, Alfaguara. México, 1997.



La novela marítima vuelve por sus fueros
Por: Federico Zertuche


Después de Homero, Stevenson, Melville o Conrad, lecturas marítimas entrañables que nunca se van, que rondan sin pasaporte o patente de corso por los fiordos de la memoria y la imaginación, por los meandros de la fantasía y el conocimiento, por esos interiores mares surca ahora La carta esférica portadora de un universo novelístico y marítimo deslumbrante y revelador.

Esta novela de Pérez-Reverte acomete una empresa descomunal involucrando al lector en un viaje narrativo/marítimo de insospechadas rutas y derroteros que bien pueden desviarse hacia un solo de trompeta de Miles Davis, o enfilar por un corredor de la universidad de Murcia hacia el cubículo de un maestro cartógrafo quien nos instruirá en su arte-oficio, al tiempo de divertirnos y resolver un enigma que permitirá continuar navegando.


O bien, en Madrid revisando archivos, documentos y cartas del Museo Marítimo, o en Cartagena presenciando con gozo la tremenda paliza que propina nuestro héroe a un enano melancólico, o siguiendo con literaria excitación un relato erótico de sexualidad desbordada, atávica, a la búsqueda de un amor inasible, o navegando en el Carpanta “con un rizo en la mayor y otro en el génova, amurado a babor, rumbo al puerto de Águilas”.

A mediados del XVIII, La Compañía de Jesús, sí, los jesuitas, que ya habían sido expulsados de Francia y Portugal, gozaban aún de inmenso poder en España, en las Indias Occidentales y hasta algunos reductos del Lejano Oriente extendían sus propias y eficientes redes marítimas que la sostenían, enriquecían e interconectaban.

Tenían, evoca Pérez-Reverte, “sus sistemas, sus misiones en Asia, sus reducciones americanas, sus rutas propias, sus feudos de todo tipo. Sus barcos, capitanes y pilotos”. Incluso escuelas e institutos marítimos, aparte de universidades, que les proveían de recursos humanos, técnicos y científicos, en la materia que nos ocupa. De tal suerte que mandaban hacer sus propias cartas de navegación, otros instrumentos y menesteres.


En suma, constituían una potencia marítima, además de espiritual, intelectual y religiosa, hasta que fueran también expulsados de los inmensos dominios de su Majestad Católica quien, de paso, les confiscara sus bienes, que no eran pocos.

Dos siglos y medio después, nuestro héroe, Coy, así, sin apellido, un marino mercante que tiene suspendida su licencia por dos años, desempleado y con exigua billetera, es seducido por el llamado de las sirenas que lleva dentro, esta vez en la persona de Tánger Soto, atractiva funcionaria del Museo Marítimo de Madrid que pronto enrola a aquel en una aventura que de tiempo atrás, con esmero, dedicación y absoluta entrega profesional venía ésta urdiendo y planeando.


Y aquí se inicia un incierto y asombroso derrotero del marino sin barco alejado del mar, suspendido de sus referencias vitales y existenciales, del eje de su marítima cosmovisión. Un amor loco que lo empujó tierra adentro le abre la oportunidad de retornar al mar, navegar y ganarse la vida en su oficio, así que, ¿por qué no aceptar tan tentadora oferta?

Aventura e historia, arte de la navegación prolija y ricamente descrito, ciencia de la cartografía marítima, instrumentos, aparejos, navíos de distintas clases y épocas, buscadores de naufragios, erotismo y amor, Jazz, ambición, intriga, muerte y suspenso policiacos, el discurrir de la vida y la condición humana continuamente cuestionados por un Pérez-Reverte que nos habla del mar, de su natal Cartagena y del Mediterráneo que se abre del milenario puerto de estirpe romana.

El lector tendrá que acometer el voluminoso acervo del vocabulario marítimo, tan ajeno a quienes somos de tierra, a fin de seguir a Coy y demás personajes que no tienen otra forma de expresarse cuando se trata, precisamente, de asuntos marinos. Después de un rato, resulta entretenidamente didáctico y te vas acostumbrando.

Un naufragio ocurrido poco antes de la expulsión de los jesuitas de España, entrelaza a los personajes de la novela, interesados y fascinados por el enigma que representa y un posible tesoro escondido. En tal afán, personajes variopintos, cada uno de ellos muy bien logrado y redondeado, tejen y entretejen la compleja y cambiante urdimbre que va plasmándose a lo largo de la novela, perfilándose y entrecruzándose hacia un destino fatal.


Todos y cada uno de ellos perfectamente plantados en sus respectivas realidades personales e individuales, pero no por ello incuestionables. Al contrario, ya sea por sí mismos o por sus interlocutores, por el propio narrador, por la otredad, traspasa a cada uno de ellos una fulminante e inquietante línea cuestionadora. Todo es cuestionado. O todo puede ser cuestionable, en nuestro mundo nada es cierto de una buena vez y para siempre.

Por otro lado, una historia, en el sentido anglosajón de “story”, que no tenga algo interesante que contar, no es story. Será cualquier otra cosa menos eso. A mi juicio, la razón de ser de la narrativa novelística radica en la elaboración inteligente, bella, interesante y eficaz de un relato, en la posibilidad de contar un cuento seductor, una historia sostenida por una ficción cargada de tal sentido. Lo contrario, escribir sobre el lenguaje y sus técnicas como si fuese novela, es confundir continente con contenido.
Pérez-Reverte es un consumado novelista que siempre tiene algo que contar. Es alguien que disfruta narrar historias y a quien le fascina que otros le cuenten las suyas. Siempre ha sostenido que antes de ser un escritor es un incansable lector, situación que trasluce en sus obras.


La carta esférica, se ofrece como un digno homenaje de un autor contemporáneo a los novelistas clásicos del mar en la mejor tradición occidental. Pérez-Reverte ha logrado alinear su nave y saludar a las de aquellos grandes narradores marítimos, convirtiéndose con esta obra en un clásico de nuestros días. Muy recomendable.

La carta esférica, Arturo Pérez-Reverte, Alfaguara, Madrid 2000.



El sol de Breda -Tras la saga del capitán Alatriste-
Por: Federico Zertuche


Con las anteriores novelas de Pérez-Reverte siempre me sucedió que una vez concluida su última ya abrigaba el deseo de leer la siguiente. Lo mismo ocurre con la saga del capitán Alatriste, aunado al hecho objetivo de que conforme avanzan sus entregas nos encontramos con una obra más acabada y pulida, más sorprendente y bellamente escrita. El sol de Breda, la tercera de la serie, lo confirma a plenitud.

Con inusitada fuerza y vigor narrativos discurre a lo largo de sus páginas el relato de Iñigo de Balboa, paje del capitán, a quien los años de servir al lado de tan bragado personaje, incluso en la guerra en la que participa como mochilero, le han conferido, pese a su temprana edad, temple y precoz experiencia más que suficientes para narrar descarnada y lúcidamente los bélicos episodios que conducen a la rendición de Breda, de la que ha quedado plástico testimonio en el soberbio lienzo de Diego Velázquez.

La magnífica reconstrucción de esa parte de la campaña de Flandes, vista desde la óptica de los soldados de a pie, esos levantiscos, andrajosos, mal y poco pagados, pero arrojados, valientes y disciplinados a la hora de tomar aceros, arcabuces y mosquetes y hacer estallar la artillería para destazar al infiel y hacerlo volar en mil pedazos —la fiel infantería de las Españas tan temida en Europa durante el áureo siglo—, sólo es posible por quien ha sido testigo excepcional de guerras y revueltas, posee fina pluma, talento narrativo, sensibilidad, oficio y rigor en la investigación histórica, así como buena dosis de imaginación creativa.

En efecto Pérez-Reverte, veterano reportero de guerra, incansable lector de toda la vida, diestro narrador de aventuras en la mejor tradición occidental de Dumas, Kipling, Verne o London, ha revitalizado y recreado a fin de siglo y de milenio posindustrial cibernético y mediático, las novelas de capa y espada, la vena aventurera y romántica proyectada por un hombre plenamente plantado en su época, en los tiempos que le ha tocado vivir. De ahí, creo yo, la fascinación de millones de lectores en las más dispares lenguas y geografías.

El sol de Breda, un astro que se muestra avaro, huidizo, lánguido y breve en esas nórdicas latitudes, ilumina oblicuamente entre frías brumas, nieblas y pertinaces lluvias, el fragor y la atroz carnicería de las batallas que libran imperialistas tercios españoles al servicio de la Católica Majestad y de la vera fe, junto a sus aliados valones y eternos separatistas, contra los patriotas protestantes neerlandeses que resisten al extranjero imperio.

Entre cruentos asaltos, escaramuzas, emboscadas, batallas en regla, el prolongado sitio a Breda y otras bélicas acciones, descritas con crudo realismo, verosimilitud y apego histórico, discurren las andanzas del capitán Alatriste y su fiel escudero, enrolados en el tercio de Cartagena que, en un momento dado, a falta de pago por largos y sufridos meses y maltratos por el maestre decampo, se amotina hasta su conjura por el mismísimo don Ambrosio Spínola y Grimaldi, capitán general del ejército; quien, por cierto, portando armadura negra, es figura central en el cuadro de Velázquez e inmortalizado por el genio sevillano.

Don Francisco de Quevedo y Villegas, el insigne poeta, bravucón, malhablado e intrigante amigo de correrías y lances de Alatriste, no podría faltar en la historia, aunque en esta ocasión aparece sólo a través de misivas, sonetos y recuerdos, pues pasado de edad y menguado en salud para la guerra, permanece en la villa de Madrid atento a las noticias del frente flamenco y ocupado en sus eternas diligencias en la corte.

En todo caso, esta tercera novela sobre la saga de Alatriste trata directa y enfáticamente de la guerra, no en los mapas, planos o tienda del militar estratega, ni de sus consecuencias políticas o consideraciones históricas, sino de la matanza y el degüello, de la sangre vertida, del miedo y el horror, los sudores, la impiedad y la carnicería desatados en el campo de batalla por la infantería que mata para vivir, para "no ser acuchillada como oveja en el matadero", o bien para morir con dignidad y honra.

El capítulo "El degüello" es una de las narraciones más vívidas, verosímiles, espeluznantes y sangrientas que he leído acerca del desarrollo de una batalla y de su desenlace final: la persecución, remate, degüello y saqueo del derrotado. Impresionante descripción de la batalla ocurrida en el molino de Ruyter; sólo a través de los recursos que la ficción novelística confiere pueden lograrse los efectos y la proximidad a los hechos, acciones y personas magistralmente resueltos por el autor.

No es casual ni mero resultado mercadotécnico que las de Pérez-Reverte sean las novelas en español más vendidas y leídas en el mundo entero.

Por otro lado, salta a la vista que no se trata de literatura light, como algunos envidiosos escritores afirman, sino de novelas históricas y de aventuras escritas con depurado estilo, fluida y transparente prosa, rigor y prolija investigación en lo que toca a la reconstrucción histórica, refrescante humor, prodigiosa imaginación en la elaboración de la ficción y, sobre todo, tensión y acción permanentes que mantienen en vilo al lector, de las cuales suelen carecer muchos aburridos y/o desabridos detractores de Pérez-Reverte.

"Entretener, divertir, distraer: muchos escritores modernos se indignarían si alguien les recuerda que ésa es también obligación de la literatura", advierte Mario Vargas Llosa.

Arturo Pérez Reverte, El sol de Breda, Alfaguara, México, 1999.

Semblanza y obra


Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, España, noviembre de 1951) se dedica en exclusiva a la literatura, tras vivir 21 años (1973-1994) como reportero de prensa, radio y televisión, cubriendo informativamente los conflictos internacionales en ese periodo. Trabajó doce años como reportero en el diario Pueblo, y nueve en los servicios informativos de Televisión Española (TVE), como especialista en conflictos armados.

Como reportero, Arturo Pérez-Reverte ha cubierto, entre otros conflictos, la guerra de Chipre, diversas fases de la guerra del Líbano, la guerra de Eritrea, la campaña de 1975 en el Sahara, la guerra del Sahara, la guerra de las Malvinas, la guerra de El Salvador, la guerra de Nicaragua, la guerra del Chad, la crisis de Libia, las guerrillas del Sudán, la guerra de Mozambique, la guerra de Angola, el golpe de estado de Túnez, etc. Los últimos conflictos que ha vivido son: la revolución de Rumania (1989-90), la guerra de Mozambique (1990), la crisis y guerra del Golfo (1990-91), la guerra de Croacia (1991) y la guerra de Bosnia (1992-93-94).

Desde 1991 y, de forma continua, escribe una página de opinión en XLSemanal, suplemento del grupo Correo que se distribuye simultáneamente en 25 diarios españoles, y que se ha convertido en una de las secciones más leídas de la prensa española, superando los 4.500.000 de lectores.


El húsar (1986), El maestro de esgrima (1988), La tabla de Flandes (1990), El club Dumas (1993), La sombra del águila (1993), Territorio comanche (1994), Un asunto de honor (Cachito) (1995), Obra Breve (1995), La piel del tambor (1995), Patente de corso (1998), La carta esférica (2000), Con ánimo de ofender (2001), La Reina del Sur (2002), Cabo Trafalgar (2004), No me cogeréis vivo (2005), El pintor de batallas (2006), Un día de cólera (2007), Ojos azules (2009) y Cuando éramos honrados mercenarios (2009) son títulos que siguen presentes en los estantes de éxitos de las librerías, y consolidan una espectacular carrera literaria más allá de nuestras fronteras, donde ha recibido importantes galardones literarios y se ha traducido a 34 idiomas. Arturo Pérez-Reverte tiene uno de los catálogos vivos más destacados de la literatura actual.

El 3 de marzo de 2010 publica El Asedio.

A finales de 1996 aparece la colección Las aventuras del capitán Alatriste, que desde su lanzamiento se convierte en una de las series literarias de mayor éxito. Por ahora consta de los siguientes títulos, que han alcanzado cifras de ventas sin parangón en la edición española: El capitán Alatriste (1996), Limpieza de sangre (1997), El sol de Breda (1998), El oro del rey (2000), El caballero del jubón amarillo (2003) y Corsarios de Levante (2006). Hacía mucho tiempo que en el panorama novelístico no aparecía un personaje, como Diego Alatriste, que los lectores hicieran suyo y cuya continuidad reclaman. Un personaje como Sherlock Holmes, Marlowe, o como Hércules Poirot.

Alatriste encarna a un capitán español de los tercios de Flandes -de hecho no es capitán, pero qué más da-. Una figura humana, con sus grandes virtudes y sus grandes defectos, perfectamente trazada, minuciosamente situada en su tiempo -siglo XVII- y su geografía, rodeada de amigos que han hecho historia, partícipe de las más principales hazañas de su época. Un personaje para siempre.

Arturo Pérez-Reverte ingresó en la Real Academia Española el 12 de junio de 2003, leyendo un discurso titulado El habla de un bravo del siglo XVII.













1 comentario:

Rosa Martha dijo...

Comentarios sin desperdicio, Sr. Zertuche, sobre este fascinante autor. Iba leyendo el post cuando pensé que haría falta mencionar el discurso de Pérez-Reverte por su ingreso a la Real Academia Española. Pero cómo pude pensar que no lo encontraría aquí mencionado, no ha dejado usted "pie sin bola". Gracias por el maravilloso post que me ha invitado a releer algo de Pérez-Reverte.