Muchacha desnuda tumbada con las piernas abiertas (1914) |
Auto-Retrato, 1912. Gouache y lápiz sobre papel |
"El arte no puede ser moderno, lo que tiene que ser es eterno".
No obstante estar considerado como figura fundamental del expresionismo austriaco, Egon Schiele (1890-1918) es un caso de artista que se resiste a cualquier clasificación en virtud de su peculiar lenguaje plástico y singularísima propuesta creativa.
Partiendo de Gustav Klimt, su maestro, quien le animó a seguir por el difícil camino que había iniciado tras rebelarse contra la enseñanza académica,
y con el que tuvo siempre una relación de admiración-celos, optó decididamente por la línea como elemento configurador de sus obras, en las que hay un solo tema: la soledad del ser humano y la incapacidad de fusión con el otro.
y con el que tuvo siempre una relación de admiración-celos, optó decididamente por la línea como elemento configurador de sus obras, en las que hay un solo tema: la soledad del ser humano y la incapacidad de fusión con el otro.
Muchacha desnuda tumbada con las piernas abiertas (1914) |
Self-Portrait with Striped Shirt 1910 |
Su crítica a la hipocresía sexual de la Viena de principios de siglo, de la que su propia familia y él mismo habían sido víctimas -su padre quemó sus primeros dibujos, un juez de Viena quemó también, simbólicamente, un dibujo suyo y él estuvo preso por una acusación de pornografía- constituyó un escándalo en su momento y sólo recientemente ha sido reconocido como la figura crucial del expresionismo austríaco y el suyo como uno de los mundos más inquietantes del siglo XX.
El público vienés no estaba acostumbrado a ver tales
Sobre tales líneas apenas resaltan algunos toques de color, que
Espalda desnuda y agachada (1917) |
La figura humana protagoniza sus obras hasta tal punto que incluso sus paisajes, como Casas junto al río (La ciudad vieja), de 1914 (Madrid, colección Thyssen) tienen algo de humano, parecen organismos vivos, con sentimientos. Arrastrando su leyenda de maldito y desgraciado, su final no fue más feliz de lo que había sido su corta vida. La gripe española de 1918 se llevó a Edith, su mujer, que estaba embarazada, y pocos días después a él mismo.
El espejo atormentado de Schiele
Viena acoge la primera exposición dedicada íntegramente a los retratos y autorretratos de uno de los grandes pintores del expresionismo.
Borja Hermoso, El País, (ENVIADO ESPECIAL) - Viena - 28/02/2011
Horas más tarde, cruzando la Ringstrasse frente a la mole de la
Ópera, sorteando tranvías y bajo una ventisca de dimensiones bíblicas, uno se seguía haciendo preguntas, preguntas baladíes en torno a lo que somos y lo que decimos que somos, lo que pensamos y lo que en realidad decimos que pensamos, lo que deseamos y no somos capaces de revelar... y entonces volvían a aparecer, repetida, obsesivamente, los espejos atormentados de Egon Schiele (Tulln, Austria, 1890-Viena, 1918), sus retratos y autorretratos de angustia y búsqueda, todo ese abanico de interrogantes que uno de los tipos menos clasificables de la historia del arte lanzó al aire en la efervescencia modernista de la Viena de principios del siglo XX. Alguien que hacía preguntas y, desde sus pinturas, trataba de responderlas. Sin rodeos.
Misión condenada al fracaso, horas después de contemplarlos, la de
quitarse de la cabeza esos cuerpos dislocados y esas miradas alucinadas, esos pobres diablos desnudos y desafiantes, terribles, esos prohombres de la cultura o las finanzas sabedores de su poder, esos niños en escorzo que posan con ojos de gente mayor, esas mujeres tan plagadas de sexualidad pero tan tristes, esa desolación, toda esa negrura.
Nunca, por increíble que parezca, se había dedicado una exposición a los retratos y autorretratos de Egon Schiele, un pintor que se pintó a sí mismo hasta la extenuación, más de 150 veces, solo superado en tan esforzado ejercicio de narcisismo por Rembrandt. La laguna, evidente e hiriente para los seguidores de Schiele, el monstruo del expresionismo austriaco con permiso de su maestro y mentor Gustav Klimt y de su contemporáneo Oskar Kokoschka, ha sido subsanada en las salas del Museo Belvedere de Viena (www.belvedere.at).
Agnes Husslein-Arco, su directora, y Jane Kallir, máxima
especialista mundial en la obra del artista, han reunido un conjunto que apabulla por su cantidad -en torno a un centenar de obras entre óleos, dibujos, acuarelas y gouaches- y que procede de un buen número de museos, galerías y colecciones privadas de Europa y Estados Unidos. Un conjunto que incluye los retratos que Schiele hizo de sus modelos-amantes (como Wally Neuzil), de su esposa Edith, de los prisioneros de guerra rusos que le tocó custodiar durante su etapa de soldado en la I Guerra Mundial, de marchantes de arte, de editores, de banqueros... y del niño Erich Lederer, una de sus obsesiones, quién sabe si tan solo artística...
Se trata, sin asomo de duda, de uno de los grandes acontecimientos
artísticos del año a nivel europeo, y su visita tiene un obligado complemento no solo en la colección permanente del Belvedere (15 schieles) sino también, y sobre todo, en el Museo Leopold de Viena, un adusto receptáculo de hormigón y cristal que alberga el mayor conjunto de obras de Schiele en el mundo: la colección de Rudolph y Elisabeth Leopold. Y se trata de uno de los acontecimientos artísticos del año (la muestra permanecerá abierta hasta el 13 de junio) a pesar de que Schiele nunca perteneció, digamos, a la reducida estirpe de las superestrellas del gran circuito como otros contemporáneos suyos y compañeros de viaje en el movimiento expresionista como Kandinsky o Klee. Y a pesar también, es de justicia reconocerlo, de la muy extendida ignorancia que sobre la existencia misma de un pintor llamado Schiele vive instalada en España.
Estamos ante un artista que murió con 28 años víctima de la gripe
Autorretrato |
Porque Egon Schiele se zambulló conscientemente, sí, en las aguas
turbulentas del expresionismo, donde tras la bendición de Klimt abrazó la obra de otros artistas de la Secesión vienesa como su amigo Max Oppenheimer y Oskar Kokoschka, pero solo hay que ver esta galería en el Belvedere o buscar sus otros rastros desperdigados por Viena para darse cuenta de una evidencia: como Van Gogh, como Munch, como Goya o como otros electrones libres de la historia del arte... a ver en qué carpetas, en qué categorías o en qué capillas artísticas conseguimos meter a Schiele.
"Él pensaba que para poder adentrarse a fondo en los entresijos del alma humana, tenía que conocer primero a la perfección la suya, y por eso se pintó a sí mismo tantas veces... Schiele sentía una gran ansiedad ante la vida, ante la sexualidad, ante los misterios del hombre, su vocación irrefrenable era la exploración de la psyche, y al mismo tiempo creía con mucha fe en la capacidad del arte de trascenderlo todo", explica pausadamente y en voz baja Jane Kallir ante un buen plato de apfelstrudel en la cafetería del Museo del Belvedere, donde reconoce que ha contado con casi todas las obras que persiguió para la exposición... "Casi todas, hay dos o tres que no he podido conseguir de sus propietarios".
Arrogante, orgulloso, melancólico, oscuro, triste, iracundo, solitario... así se muestra Schiele en sus autorretratos, donde parece presentarse a sí mismo como el emisario de otro mundo, como alguien que se ha asomado a algún lugar horrible y ha visto cosas, cosas que los demás hombres no han visto. Pero no las puede contar, solo su mirada y su cuerpo pueden servir de mensaje... es la angustia hecha arte, que tanto descalabró las conciencias de los puristas, quienes en 1910 debieron de ver en Egon Schiele un trasunto del diablo, aunque él explicara a quien le quisiera escuchar que era como un sacerdote encargado de transmitir un mensaje. También dijo: "El arte no puede ser moderno, lo que tiene que ser es eterno". Y con ese aviso a navegantes y aspirantes de la modernez -que no modernidad- por parte de alguien que murió hace 93 años queda todo dicho.
Nota: para ampliar, haga click sobre la imagen.
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