Jean Giraud en una retrospectiva suya |
Hace poco falleció uno de los más grandes creadores e innovadores del cómic contemporáneo, el artista gráfico Jean Giraud, mejor conocido por sus dos seudónimos: Gir, como firmó sus primeras realizaciones, la saga del teniente Blueberry, historietas de vaqueros (western), y el de Moebius con el que signa sus trabajos oníricos y de ciencia ficción. Es tal la perfección en el dibujo, sensacional colorido y trazos límpidos, así como la desbordante imaginación y creatividad plasmadas en sus cómics que trascienden el objetivo del género (entretener y provocar sensaciones) hasta elevarse a la categoría del arte. Sobre la dualidad de sus seudónimos Giraud ha dicho: "Gir es una profesión; Moebius, un estado del alma". Reproduzco en seguida una semblanza crítica y analítica de dos especialistas en el tema, y una nota de prensa bien documentada que dan cuenta del artista y su obra.
Jean Giraud y la política del arte
Por: Miguel León y Vlad Gusev
Rebelión
Jean Giraud, ilustración de Vlad Gusev |
La una, como el propio Giraud reconoció, un cómic
de apariencia convencional que le sirvió para aprender “los mecanismos de la
narración del cómic tradicional” [1].
Decimos que el cómic es sólo aparentemente convencional porque, aunque desde
luego no es posible encontrar en sus páginas las innovaciones formales que Giraud
desplegó en obras posteriores y menos comerciales, no deja de ser indicativo y
profundamente subversivo que dos autores franceses (Giraud y Charlier),
herederos por tanto de la tradición del cómic franco-belga de la ligne-claire,
decidan abordar el género del western, marco mitológico a través del
cual se ha construido y reproducido la identidad estadounidense. No deja de ser
curioso, por tanto, que las revistas francesas de cómics de la época (la serie
principal se publicó entre 1963 y 1983) [2]
compitan con la floreciente industria del cómic estadounidense y sus
superhéroes explorando, desde el Viejo Continente, el mito fundacional de los
Estados Unidos [3].
La otra, firmada bajo el pseudónimo Moebius,
representa bien esa cierta bipolaridad del trabajo de Giraud (entre el producto
más convencional y la obra experimental), así como su especial dominio del
color, el trazo y la secuencia. Era un artista con una enorme capacidad
inventiva y una imaginación prodigiosa, con un estilo genuinamente propio y al
mismo tiempo siempre cambiante.
La importancia de Giraud, sin embargo, va más allá
de los rasgos de su obra. Su labor creativa no puede ser considerada al margen
de las grandes transformaciones que ha ido experimentando el cómic como forma
artística desde su aparición a finales del siglo XIX hasta la actualidad,
cuando determinadas expresiones del arte secuencial (expresión de Will
Eisner) reciben ya el nombre de novelas gráficas, reconociendo con ello su
calidad narrativa y el talento creativo de quienes las hacen posibles.
La innovación formal y la temática en el cómic son
hasta cierto punto independientes, pero sólo hasta que se tiene en cuenta que
ambas se refuerzan mutuamente en la medida en que guionistas y dibujantes, al
elegir el cómic como campo de experimentación, contribuyen a presentarlo como
una forma de expresión artística madura, que puede y debe ser mucho más que un
Aparato Ideológico del Estado dedicado a la reproducción de ciertos patrones
dominantes de conducta; que puede y debe ser mucho más que un producto cultural
de poca calidad y argumentos repetitivos, sólo tolerables para niños y
adolescentes de quienes no se espera que desarrollen un sentido crítico.
Desde este punto de vista, la obra de Moebius se
inscribe en una revolución artística de máxima relevancia que tuvo lugar en el
seno mismo de la industria del cómic a partir de los años 60-70. Historias más
maduras y mejor desarrolladas, personajes terriblemente complejos y para nada
arquetípicos, una gran variedad de técnicas y estilos gráficos, florecen de la
mano de una larguísima lista de creadores (algunos ya convertidos en clásicos)
como Dave McKean, Grant Morrison, Alan Moore, Art Spiegelman, Joe Sacco, Robert
Crumb, Harvey Peckar, Mark Millar, Neil Gaiman... todos ellos en lengua inglesa,
pero también Enki Bilal, Marjanne Satrapi, Milo Manara, Paolo Serpieri o el
propio Jean Giraud.
Fue especialmente significativa, en el marco de
esta revolución artística y en el contexto francés, la fundación en 1974 del
grupo Les Humanoïdes Associés (Humanoides Asociados) por Jean Giraud,
Jean-Pierre Dionnet, Philippe Druillet y Bernard Farkas. Dicho grupo hizo
posible a su vez la publicación de la conocidísima revista Métal Hurlant
(y de su réplica estadounidense, Heavy Metal), así como de obras cerradas,
pudiendo destacar como ejemplos la Trilogía de Nikopol, de Enki Bilal, o
el manga semi-autobiográfico Barefoot Gen, de Keiji Nakazawa, sobre el
drama humano que siguió al bombardeo atómico de Hiroshima.
Más allá de lo anecdótico de que el creador se convierta en editor, hay que entender las implicaciones político-artísticas de una decisión así, del compromiso profundo con una forma de entender el arte que no tiene que ver sólo con la renovación y la experimentación, ni tampoco exclusivamente con una defensa puramente gremial del cómic como arte, sino también con una determinada comprensión de lo social y del papel que el arte debe desempeñar en su seno [4]. No se puede pasar por alto, por tanto, la importancia sociopolítica de la ciencia-ficción (el género al que se dedico Metal Hurlant de forma casi exclusiva) como refugio y vía de expresión para una gran cantidad de creadores profundamente críticos para los que la declaración ideológica abierta podía suponer la censura y para los que la experiencia soviética ya no podía ser una encarnación de la utopía.
Así, las creaciones (de Moebius y de otros autores)
publicadas por Métal Hurlant en los años 70 y 80 pueden aparecer
fácilmente ante nuestros ojos como reflexiones más o menos explícitas acerca
del futuro de la humanidad (que podría ser ya nuestro presente). La mayoría de
ellas tendrían en común su carácter distópico, es decir, su radical
cuestionamiento de la idea de progreso como resultado natural de la historia
humana, y la preocupación por ciertos aspectos sociales de primera importancia
como la crisis ecológica, la deriva autoritaria de nuestros regímenes
políticos, o los dilemas vinculados al avance tecnológico.
En la actualidad es fácil asumir con naturalidad
este giro crítico del cómic, más aún cuando obras que en su momento fueron
profundamente subversivas (como, por ejemplo, V de Vendetta) se han
convertido en productos culturales perfectamente incorporados a la dinámica
comercial general de producción, distribución y consumo. Pero no debemos
olvidar que las facilidades de hoy en día, el hecho de que exista un público
lector maduro, consciente, exigente, que espera encontrar cómics de un alto
valor artístico en todos sus aspectos, no habrían sido posibles ni podrían ser
dadas por supuestas de no haber sido por la labor de pioneros como Giraud, de
cuyas decisiones artísticas, editoriales, en último término políticas, somos
todos deudores.
Miguel León es estudiante
de Ciencias Políticas y de la Administración en la Universidad Complutense de
Madrid, y autor de algunos artículos de análisis del cómic desde una
perspectiva sociológica. Vlad Gusev es diseñador gráfico y miembro del grupo
Honk Fu. Los dos colaboran, como guionista y dibujante respectivamente, en la
creación de cómics.
Notas:
[3] El cómic estadounidense recurrió también al western,
pero lo hizo sobre todo durante los años 40 y 50, y no tuvo desde luego la
repercusión internacional del género superheroico. Tras decaer en los 60, se
puede observar un cierto “retorno” al western desde una nueva perspectiva, en
ocasiones crítica y ácida, con títulos como Jonah Hex, Loveless o
Preacher.
[4] Un ejemplo especialmente claro es la propia
publicación de Barefoot Gen, que al parecer fue un fracaso comercial y
tampoco es de extrañar que así fuera, puesto que en aquel momento (la obra fue
publicada en Francia entre 1982 y 1983) el manga era un tipo de cómic
absolutamente desconocido para el público europeo y, además, esta obra está
particularmente marcada por los rasgos formales específicos del cómic japonés
(sobre todo si se la compara con otros manga publicados en Europa unos años más
tarde y que fueron mejor recibidos por los lectores europeos, como Akira
de Katsuhiro Otomo).
El universo infinito de Moebius
El dibujante francés Jean
Giraud, que revolucionó el lenguaje del cómic, muere a los 73 años.
Para el cine creó mundos
como los de 'Alien', 'Tron' o 'El quinto elemento'.
En octubre de 2010,
la Fundación Cartier inauguró una antológica sobre el más
importante dibujante europeo de cómics, Jean Giraud. En el sótano, en un documental filmado para la ocasión, el francés se
desdoblaba para poder charlar consigo mismo, para que Gir recriminara a
Moebius, su alter ego.Durante décadas, uno ganaba lo que el otro
perdía. Y en pantalla, la conversación devenía en bronca. El mismo creador
aclaraba en la puerta: “¿Que si Gir paga las locuras de Moebius? Es una
realidad histórica. Gir es una profesión; Moebius, un estado del alma. Me es
difícil definir a Moebius, porque ahí soy artista. Pero, ¿qué es ser artista en
nuestro mundo? Necesitas sobrevivir, y entonces los artistas se convierten en
vendedores, debes gustar a los otros o ceder parte de ti para comer. No sé, no
sé...”. Si Gir era el increíble dibujante de línea compleja de El teniente
Blueberry, un western crepuscular que resucitó el
género en los tebeos, Moebius creó mundos increíbles, de línea clara, delirios
imaginativos y oníricos como los de El garaje hermético. Ayer todos ellos
—la persona Jean Henri Gaston Giraud, los dibujantes Gir y Moebius— fallecieron
por la mañana en París a los 73 años. El cáncer contra el que luchaba desde
hace lustros pudo finalmente con el cuerpo alto, fibroso, espigado de uno de
los más impresionantes talentos del siglo XX: el eco de su obra traspasó las
viñetas y llegó al cine y a la filosofía.
Solo con una de sus facetas, Giraud hubiera
obtenido la gloria, pero es que una misma figura coincidieron el maestro de la
narración Gir y el hechicero de las sensaciones Moebius.
Giraud nunca dejó de trabajar. En esa antológica,
un cortometraje animado en 3D, El planeta todavía, prologaba la
intención de su autor —aquí Moebius— de realizar un largometraje
estereoscópico. Un deseo imposible de cumplir, como el de realizar otro álbum
dedicado al teniente Mike Blueberry Donovan. Preguntado por su edad, Giraud
respondía: “Mi mayor angustia es morirme ahora mismo y que no haya nada después
de la muerte. Porque si existe la vida después de la muerte o me puedo
convertir en fantasma, seguiré viendo cine. Me gustan las de acción de
Hollywood. También me atrae el cine asiático, porque provoca sensaciones como
mi obra… y por sus colores chillones”.
Giraud siempre fue un amante del cine. Llegó a ver
de ocho a 10 películas por semana. Él se escudaba en que al no haber ido a la
universidad, la gran pantalla le dio una educación. “No tengo una formación
bien ordenada. He leído mucho, pero de manera dispersa, tarde, apasionadamente.
El cine era mi cultura. Pero eso se acabó. No se trata de que hoy no vaya al
cine pero me conformo con una o dos películas al mes. Se trata de que el cine,
para mí, para mi uso, ha perdido importancia. De alguna manera, puedo decir que
se acabó con la muerte de Sam Peckinpah”, aunque luego confesaba que seguía
atento a los estrenos. Como el de Avatar, película de James Cameron que tanto
visual como filosóficamente le debía mucho a Giraud: “Son ideas de toda una
generación, la de Cameron y la mía, y James ha podido recrearlas. Somos la
generación que vivió un cambio positivo; ahora todo es oscuro. Yo en cambio
sigo con mi dinámica optimista”, una dinámica que incluso le llevó a trabajar
en videojuegos, y que en los dos últimos años le llevaron a la fotografía:
“Hago fotos de primerísimos planos de piedras y plantas con cámaras digitales”.
De su casa taller en Montrouge, en los alrededores
de París, surgieron los diseños de las películas Tron, Willow o Alien,
de Ridley Scott, El quinto elemento, de Luc Besson, y Abyss,
de Cameron, entre otras. Sin rodar se quedó la adaptación de Dune
que realizó con Alejandro Jodorowsky, el intelectual más cercano a su manera de
ver el mundo, su amigo durante décadas, y el cocreador de la saga de El Incal.
Entre ellos se hablaban en español y francés, porque cuando su madre se casó
con un mexicano —en 1955, cuando Giraud tenía 16 años, y tras haber empezado en
la Escuela de Artes Aplicadas de París, donde ya demostraba su amor por la
historieta—, los tres se mudaron a México. “Allí conocí el jazz,
perdí la virginidad, disfruté del peyote, aprendí castellano, probé todo tipo
de productos lisérgicos… y reconozco que hay meses de los que no tengo ningún
recuerdo”, decía entre risas. Obligado a retornar a Europa para realizar el
servicio militar de dos años, Giraud colabora con el maestro belga Jijé en la realización
de un álbum de Jerry Spring, pero se hace popular cuando empieza a publicar en
la revista Pilote las aventuras del teniente Blueberry, con guiones de
Jean-Michel Charlier (juntos editaron 26 álbumes; con la muerte de Charlier en
1989, Giraud siguió en solitario), que se convirtió en una de las grandes sagas
del cómic europeo y desde luego, la obra cumbre del western en el noveno arte.
En paralelo al éxito de Blueberry, Giraud se dedica
a leer ciencia-ficción, así nace Moebius, en homenaje al astrónomo alemán
Möbius. Una nueva metamorfosis en su creación: “La metamorfosis corre por toda
mi obra. No es la metamorfosis clásica, la de Ovidio, que habla de la vida
donde todo cambia siempre en una misma dirección, del nacimiento a la muerte...
Va, cuentos para niños. Lo que hago es distinto: muestro el pánico de ver las
cosas que se van, la dificultad de dar identidad a los actos". Jodorowsky
le mostró la obra de Carlos Castaneda, y Moebius explota: lo infinito y lo
terrenal, lo inmortal y lo perecedero, lo fantástico y la imaginería del pasado
se plasman en Arzach, El garaje hermético, la serie Los Mundos de
Edena y la ya mencionada saga de El Incal.
Jamás se cerró a ninguna posibilidad artística,
aunque nunca apreció el manga japonés. Con Stan Lee coescribió e ilustró una
aventura de Estela Plateada, el personaje de cómic estadounidense más
cercano a sus disquisiciones filosóficas, y en los últimos años estaba inmerso
en la saga Inside Moebius, en la que se burlaba abiertamente de sí
mismo, y cuyos ochos volúmenes ha ido editando poco a poco, a pesar de haber
rematado hace tiempo. Quedan dos por aparecer, que se convertirán en su regalo
póstumo para los fans.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
No hay comentarios:
Publicar un comentario