sábado, 26 de enero de 2013

Posada y la Edad Media


José Guadalupe Posada y la tradición medieval en torno a la muerte.

Por: Federico Zertuche

Posada en su taller, grabado de Leopoldo Méndez 1937.



Para: la medievalista Ana Luisa Haindl U. Con afecto y admiración.



Me han alegrado mucho las múltiples celebraciones, homenajes, exposiciones, artículos, ensayos, y demás manifestaciones recientes y actuales en torno al centenario de la muerte del magnífico grabador, ilustrador, caricaturista y diseñador gráfico José Guadalupe Posada (1852-1913).



Estos días he sido afortunado por nuevas lecturas sobre Posada, y volver a ver imágenes de su obra, en exposiciones, libros y en Internet. Sin embargo, he notado algo que por su ausencia me parece muy significativo, y que es tema de este pequeño y personal homenaje que rindo a Posada.



Ya sabemos que los silencios son elocuentes, en música valen tanto como los sonidos; pues bien, hay un dato de primerísimo orden que en los estudios e investigaciones sobre Posada -por lo general y salvo notables excepciones- brilla por su ausencia, no obstante que a mi juicio es de primer orden, a saber, la directa influencia e indiscutible conexión entre los grabados sobre madera y otras representaciones iconográficas (frescos y murales, esculturas, etc.) de la Baja Edad Media profusamente elaborados en torno a la figura de la muerte (representada como esqueletos vivientes –calaveras-), concretamente en la temática alusivas a La Danza de la Muerte o Danza Macabra, y las "calaveras" de Posada.



Las excepciones a que me refiero, son contadas: Jean Charlot (1925), Anita Brenner (1929), Joaquín Bolaños (1944), Paul Westheim (1953), Luis Cardoza y Aragón (1964), y Víctor M. González Esparza (1995).   



La iconografía medieval producida en lo que ahora son Francia, Italia, Alemania, España y otros países, en torno a la muerte y a las figuras de muertos reproducidas como esqueletos vivientes, a los que el artista o artesano les animaba plásticamente dotándolos de vida, representándolos en actitudes peculiares, ataviados con prendas características de su estamento social (sombreros, capas, mitras, armas, instrumentos musicales, etc.), e interactuando con los vivos en escenas edificantes o satíricas como elementos implícitos en las composiciones.



Como señala Johan Huizinga en su estupenda y colosal obra El otoño de la Edad Media: “Hacia el final de la Edad Media vino a sumarse a la palabra del predicador–que continuamente exhortaba sobre el Memento mori (‘recuerda que vas a morir’)- un nuevo género de representación plástica, que encontraba acceso a todos los círculos de la sociedad, especialmente bajo la forma del grabado en madera.”(1) Se refiere al siglo XV. El comentario entre guiones es mío, no de Huizinga.



Añade Huizinga que “Estos dos medios de expresión, poderosos, pero macizos y poco flexibles, la predicación y el grabado, podían expresar la idea de la muerte en una forma muy viva, pero también muy simple y directa, tosca y estridente. Cuanto había meditado sobre la muerte el monje de las épocas anteriores se condensó entonces una imagen extremadamente primitiva, popular y lapidaria de la muerte, y en esta forma fue expuesta la idea verbal y plásticamente a la multitud. Esta imagen de la muerte sólo ha podido recoger verdaderamente un elemento del gran complejo de ideas que se mueve en torno a la muerte: el elemento de la caducidad de la vida.”(2)



Sin duda gracias a la invención de la imprenta y la aparición de los grabados (xilografías) sobre planchas de madera, contribuyeron mucho a la creación, proliferación y difusión de la iconografía con la temática de las Danzas Macabras, destacando de manera notable las producidas por el impresor y pintor alemán Hans Holbein el Joven, que realizó una serie de 51 dibujos sobre dicho tema alegórico que se reprodujeron en grandes cantidades, fueron muy populares y ampliamente conocidos. Tiempo después destacaron con similar tema (macabro) pintores de la talla de Pieter Brueghel el Viejo, o Jerónimo Bosch (El Bosco), e incluso Alberto Durero con sus grabados apocalípticos.



La temática de fondo de las Danzas Macabras puede resumirse en las siguientes propuestas: ¿Dónde han venido a parar todos aquellos que antes llenaban el mundo con su gloria? Segundo, la pavorosa consideración de la corrupción de cuanto había sido un día belleza humana. Finalmente, el motivo de la danza: la muerte arrebatando por igual a los hombres de toda edad y condición.



Ahora bien, la conexión iconográfica más evidente y directa –a mi juicio- entre la temática de los grabados de la muerte de Posada con los medievales, de la que sin duda abrevó Posada como tradición pictórica, es aquella que podemos ubicar y reconocer en las representaciones plásticas que parten desde aquellas que refieren la Leyenda (o Parábola) de los Tres Vivos y de los Tres Muertos y concluyen en la Danza Macabra.

Leyenda de los tres vivos y los tres muertos,
Libro de Horas del siglo XV.




La primera leyenda es anterior a la Danza de la Muerte, ya en el siglo XIII aparece en la literatura francesa. La trama es relativamente sencilla: Tres jóvenes nobles inesperadamente se encuentran con tres muertos, que por su aspecto provocan repulsión, los cuales les hablan de su propia grandeza terrena anterior y del cercano fin que a ellos les espera, a los vivos. Hay desde luego muchas variantes, pero en todo caso la representación de los tres muertos y de los tres vivos constituye el miembro de enlace entre la repulsiva imagen de la corrupción y la idea plástica de la danza de la muerte: que ante ésta, todos son iguales. Memento mori: recuerda que vas a morir.



De acuerdo a la medievalista chilena Ana Luisa Haindl Ugarte (3), “Las Danzas Macabras son, junto a los Triunfos de la Muerte, una expresión artístico-literaria, surgida en el siglo XIV, que representa a la Muerte personificada.


Pero, a diferencia de los Triunfos, su acción es más personalizada, porque no es un monstruo amenazante atrapando a sus indefensas víctimas. La Danza de la Muerte es representada como una serie de escenas en las que unos esqueletos van emparejándose con los vivos, arrastrándolos a bailar con ellos. En palabras de James Clark: ‘By the Dance of Death we understand literary or artistic representations of a procession or dance, in wich both, the living and the death take part. The death may be portrayed by a number of figures, or by a single individual personifying Death.’(4)”.



“Víctor Infantes–señala Haindl- hizo un exhaustivo estudio de las Danzas de la Muerte, estudiando sus orígenes, desarrollo e influencias. El resultado de ello es el libro Las Danzas de la Muerte. Génesis y desarrollo de un género medieval (siglos XIII-XIV). En él, hace una descripción de lo que él considera una ‘danza de la muerte completa’: ‘Por Danza de la Muerte entiendo una sucesión de texto e imágenes presididas por la Muerte como personaje central – generalmente representada por un esqueleto, un cadáver o un vivo en descomposición – y que, en actitud de danzar, dialoga y arrastra uno por uno a una relación de personajes habitualmente representativos de las más diversas clases sociales.’(5)”.



“Lo habitual–continua Haindl- es que la Danza sea un dibujo, pintura o grabado, acompañado por un texto, que puede ser en verso, una leyenda o un epigrama. Pero, también existen Danzas que carecen de texto literario y otras, como la Dança General castellana, que describen la danza de la muerte en verso, careciendo de representaciones iconográficas. Sin embargo, los elementos claves que debe tener toda Danza de la Muerte para ser considerada como tal son: presentar a la muerte como su protagonista, estableciendo un diálogo con los vivos, basado en el ubi sunt? y la crítica a la vanitas. Además, debe entenderse, ya sea al observar el dibujo, o bien por explícita mención del texto, que se está representando una danza.”(6) Cabe señalar que la locución latina "Ubi sunt", es un tópico literario mediante el cual el poeta se pregunta por el paradero de los que han muerto. Literalmente significa "¿Dónde están?".



“Las Danzas de la Muerte,-seguimos de la mano de Haindl- acordes con la mentalidad jerárquica y estamental de la época, siempre ordenan sus personajes partiendo por los estamentos más altos, teniendo siempre prioridad el eclesiástico por sobre el laico. “Riendo sarcásticamente, con el andar de un antiguo y tieso maestro de baile, invita al Papa, al emperador, al noble, al jornalero, al niño pequeño, al loco y a todas las demás clases y condiciones, a que la sigan.”(7)



Dice Huzinga que la “figura misma de la muerte era conocida hacía siglos (antes del XV) en más de una forma dentro de su representación plástica y literaria: como caballero apocalíptico galopando sobre un montón de hombres yacentes en el suelo, como Megera con alas de murciélago que se precipita, (…) como un esqueleto con guadaña o con una flecha y un arco, marchando en un carro tirado por bueyes…”



Siguiendo al maestro Huizinga, nos dice que “En el siglo XIV aparece el notable término de macabre, (…) Es un nombre propio, cualquiera que sea la muy discutida etimología de la palabra. Sólo mucho más tarde se ha abstraído de La Danse macabreel objetivo, que ha llegado a tener para nosotros un matiz significativo tan preciso y peculiar, que podemos designar con el término macabro la visión entera de la muerte que tenía la última Edad Media.”(8)



La Danza de la Muerte no sólo fue pintada o grabada en madera, sino también esculpida y representada escénicamente. Quizá la representación más célebre, concurrida y comentada de toda la Edad Media de la Danza Macabra fue la serie de pinturas murales que adornaban el pórtico del cementerio de los Santos Inocentes de París, debajo de las cuales se inscribieron sentencias edificantes y morales. Pinturas que desaparecieron luego de la demolición del pórtico en el siglo XVII. Miles de personas se concentraban a diario en tal singular y macabro punto de reunión, para “contemplar las sencillas figuras y leer los versos fácilmente comprensibles, cada estrofa de los cuales concluía con un conocido refrán, a la vez que se consolaban con la igualdad de todos en la muerte y se estremecían ante la idea de su fin. En ninguna parte estaba tan en su lugar aquella muerte parecida a un mono. Riendo sarcásticamente, con el andar de un antiguo y tieso maestro de baile, invita al Papa, al emperador, al noble, al jornalero, al monje, al niño pequeño, al loco y a todas las demás clases y condiciones, a que le sigan.”(9)



Comenta Huizinga en su magna obra medieval que: “El cadáver que se repite cuarenta veces, yendo en busca de los vivos, todavía no es realmente la muerte, sino el muerto. Los versos llaman a la figura Le mort (en la danza macabra de las mujeres, La morte); es una danza de los muertos, no de la muerte. (…) Sólo hacia 1500 viene la figura del gran maestro de baile, que conocemos por Holbein.”(10)



La imagen de la agonía era la primera de las cuatro postrimerías, sobre las cuales debía le hombre meditar continuamente: muerte, juicio, infierno y gloria. Como tal pertenece dicha imagen a la esfera de las ideas escatológicas.


Añade Huizinga que “estrechamente emparentado con el tema de los cuatro novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria) está el ars moriendi, creación del siglo XV que, lo mismo que la danza de la muerte, tuvo por medio de la imprenta y del grabado en madera un círculo de acción mucho más amplio que todas las ideas piadosas anteriores. Trataba las tentaciones, cinco en número, con que el demonio tiende acechanzas al moribundo: la duda en la fe, la desesperación por sus pecados, la afección a sus bienes terrenos, la desesperación por su propio padecer; finalmente, la soberbia de la propia virtud.”(11) En la concepción cristiana de la época ars moriendi significaba el arte del bien morir.


Hay un dato de primerísima importancia que incidió tanto en la Europa medieval como en el México del porfiriato y revolucionario, en la vida, las conciencias de las respectivas sociedades, y desde luego en sus percepciones y creencias alrededor de la muerte, a saber, la pandemia de la peste negra más devastadora en la historia de la humanidad que afectó a Europa en el siglo XIV, y que alcanzó su punto máximo entre 1347 y 1353, se estima que murieron por esa causa 25 millones de personas sólo en Europa (un tercio de la población) y entre 40 y 60 millones en Asia. Por otra parte, alrededor de 1918, cuando más devastadora fue, la influenza española causó alrededor de 300 mil víctimas, y otras tantas perecieron por epidemias como el cólera, la peste bubónica, fiebre amarilla y el tifo, así como por hambrunas causadas por el derrumbe del campo y las haciendas a causa de la violencia revolucionaria.




Pues bien, he querido detenerme un poco en las representaciones religiosas, literarias y plásticas sobre las Danzas Macabras de la última Edad Media (s. XIII al XV), entre las que destacan de manera particular las xilografías de Holbein, para los propósitos de este trabajo, a fin de establecer una conexión directa e indudable con la temática de las “calaveras” de José Guadalupe Posada, de quien bien sabido es se ocupó de otros muchos temas en su producción artística, pero, sin embargo, éstas son las que más le han caracterizado por la predilección popular y el gusto folklórico que tanto nos atrae a los mexicanos por las representaciones alrededor de la muerte y del día de Muertos y de los Santos Inocentes que celebramos cada dos de noviembre. Huelga mencionar que todos los artistas, sin excepción, se nutren y abrevan de la tradición que les precede.


Para reforzar las anteriores consideraciones y ahondar en otros importantes aspectos sobre Posada, quiero reproducir in extenso algunos pasajes del exhaustivo estudio y ensayo de Víctor M. González Esparza titulado José Guadalupe Posada o la invención de una tradición (12), que inicia con la siguiente afirmación: “Posada en México, tiene ya una dimensión de símbolo”, escribió Juan Rejano en el homenaje nacional que se le hiciera a Posada a los cien años de su nacimiento (1952), año por cierto declarado ‘oficialmente’ por el entonces Gobernador de Aguascalientes, Edmundo Gámez Orozco, ‘Año de Posada’ (…) Rejano se refería a un símbolo específico que él reproduce: Posada-Pueblo-Revolución. El ‘Año Posada?, si bien no termina con los homenajes oficiales sino que los anticipa, señala la incorporación de Posada a la simbología de la revolución institucionalizada” (13)


“La ‘invención de las tradiciones’ ha sido una fórmula ensayada por historiadores a fin de comprender procesos sociales formalizados en rituales o símbolos, particularmente con referencias al pasado y a la formación de las nacionalidades (Hobsbawm, E. and Terence Ranger 1992: Introducción). En este sentido me parece que la obra de Posada puede ser observada como una tradición ‘inventada’, aunque no por ello menos real o menos trascendente, como un símbolo dentro del arte mexicano y del nacionalismo cultural impulsado y redefinido por la revolución mexicana. Sin embargo, como todo símbolo o mito, la obra y la influencia de Posada poseen diferentes significados y niveles de complejidad, algunos de los cuales discutiré en el presente ensayo teniendo en mente una pregunta fundamental: porqué y cómo Posada se convirtió en ‘el artista del pueblo mexicano’. “(14)


“La ‘Danza de la muerte’ de Posada es, como ‘La Danza macabra’ de Holbein, una danza satírica pero que evoca recuerdos obscuros. ‘Las calaveras de Posada –tzompantles, coatlicues desgranadas- son el motivo más profundo y revelador de su obra y de sí’ (Cardoza y Aragón, Luis 1964:21). Sin embargo, la tradición más que mesoamericana, en donde ciertamente abundan las calaveras con un significado religioso y de inmortalidad, proviene de los grabados medievales europeos. Paul Westheim, hablando de la calavera mesoamericana comentó: ‘No es de ningún modo –como los grabados en madera de la Danza macabra de Holbein –exhortación a hacer un examen de conciencia, a reflexionar sobre la caducidad de todo lo terrestre. Parece que para el hombre del México prehispánico la calavera no tenía nada de angustioso o de horripilante, lo que se explica tomando en cuenta que era alusión a la inmortalidad de la vida: un signo, lleno de promesas, de la resurección’. (1985:45). (…) De hecho el mismo autor (Westheim) comenta: ‘En México, Santiago Hernández, Manuel Manilla y José Guadalupe Posada aprovecharon la forma tradicional de la danza macabra para hablar en sus ‘calaveras’ con deliciosa ironía, con humor y sarcasmo, de las diferentes dificultades, molestias y apuros que le amargan a uno en la vida’ (1985:80-81). Ahora bien, los contextos en que originalmente se han interpretado la ‘danza macabra’ medieval son tanto las miserias de la vida, las plagas y el miedo mismo de la muerte, como la ‘igualdad’ de ricos y pobres ante la muerte.” (15)




“En este sentido me parece que la obra de Posada puede ser observada como una tradición ‘inventada’, aunque no por ello menos real o menos trascendente, como un símbolo dentro del arte mexicano y del nacionalismo cultural impulsado y redefinido por la revolución mexicana. Sin embargo, como todo símbolo o mito, la obra y la influencia de Posada poseen diferentes significados y niveles de complejidad, algunos de los cuales discutiré (…) teniendo en cuenta una pregunta todavía fundamental: porqué y cómo Posada se convirtió en el artista del pueblo mexicano’.” (16)


Aunque no es tema del presente artículo, creo pertinente mencionar de paso dicho interés de González Esparza, en la manera como devino Posada en símbolo y mito nacional. “El tránsito de un Posada prácticamente desconocido a otro como héroe nacional ha sido una de las principales preocupaciones de los estudiosos de su obra (…), Charlot esta contradicción con claridad: ‘Cuando Posada murió en 1913, sólo un puñado de gente inarticulada acompañó su ataúd al cementerio. En 1943, una retrospectiva de su obra en el Instituto de Arte de Chicago, atrajo una multitud tan grande que hubo gente pisoteada, y un escuadrón de policía tuvo que contener a algunas personas excitadas para restaurar la respetabilidad del museo’ (Charlot, Jean 1985:54).” (17)


Menciona González Esparza que “Existen pocas imágenes de Posada que lo hayan captado en vida. La más conocida es la fotografía de él en el exterior de su taller de grabado y de litografía, junto con un niño adolescente (probablemente su hijo) y el escritor de gran parte de los textos que acompañaban las hojas grabadas, Constantino S. Suárez, a quien por cierto poco se nombra. La foto es de aproximadamente 1905. Esta falta de imágenes contrasta inmediatamente con las realizadas por prestigiados artistas después de su muerte. De las más significativas, el grabado de Leopoldo Méndez (1937) y el homenaje que le ofrece Rivera en el Mural del Hotel del Prado (1948).” (19) Se refiere, desde luego, al “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, fresco sobre tablero desmontable, 15 metros x 4.8 m, (1947) de Diego Rivera, que cuando se derrumbó el hotel como consecuencia del terremoto de 1985, pudo salvarse y ser reubicado en el Museo Mural Diego Rivera. En seguida, detalle del mural:



González Esparza sostiene que: “Después de la muerte de Posada un escrito de Jean Charlot en Revista de Revistas (1925), “Un precursor del movimiento de arte mexicano: el grabador Posada”, inició lo que sería toda una colección de elogios y homenajes.” (…) Después del artículo de Jean Charlot (…), Anita Brenner escribió un artículo en 1928 en una revista estadounidense titulado “A Mexican Prophet”, artículo luego incluido en su libro Idols behind altars (1929) como “Posada the prophet”. Posada el profeta no sólo de la revolución armada, sino también el de la revolución de las conciencias.” (18)


“Rivera escribió el artículo sobre Posada en 1930, cinco años después que el de Charlot aunque para algunos Rivera es el que hace la ‘presentación de Posada al mundo artístico”…’ (Macazaga O., César 1979:21). El artículo de Rivera ciertamente tuvo mayor difusión dada la edición bilingüe que hiciera la escritora estadounidense Frances Toor a través de Mexican Folkways: El artículo se inicia con una división del arte: ‘En México han existido siempre dos corrientes de producción de arte verdaderamente distintas, una de valores positivos y otra de cualidades negativas, simiesca y colonial, que tiene como base la imitación de modelos extranjeros… La otra corriente, la positiva, ha sido obra del pueblo, y engloba el total de la producción, pura y rica, de lo que se ha dado en llamar ‘arte popular’… De estos artistas el más grande es, sin duda, José Guadalupe Posada, el grabador de genio.’ (Rivera, Diego 1986:143-46).” (19) 


Por último, a fin de que el lector pueda apreciar y valorar, se reproducen alternadamente imágenes de la Edad Media y de Posada, como parangón ilustrativo.




Notas Bibliográficas


(1) Huizinga, Johan, El otoño de la Edad Media, Alianza Universidad, Madrid 1984, página 194.

(2) Huizinga, Johan, Opus Cit., p. 194

(3) Haindl U., Ana Luisa, La Danza de la Muerte,


(4) Haindl, Ana Luisa, (citado por), Op. Cit. p. 1

(5) Haindl, Ana Luisa, Ibídem, p. 1

(6) Haindl, Ana Luisa, Ibídem, p. 1

(7) Haindl, Ana Luisa, Ibídem, p. 1

(8) Huizinga, Johan, Opus Cit., pp 203 y 204

(9) Huizinga, Ibídem, pp 205 y 206

(10) Huizinga, Ibídem, p. 206

(11) Huizinga, Ibídem, p. 208

(12) González Esparza, Víctor M., José Guadalupe Posada o la invención de una tradición, Revista “Investigación y ciencia”, número 16, diciembre 1995. Universidad Autónoma de Aguascalientes.

(13)  González Esparza, Víctor M., Opus Cit.

(14) Ibídem.

(15) Ibídem.

(16) Ibídem.

(17) Ibídem.

(18) Ibídem.

(19) Ibídem.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

De: Irma de la Fuente
Querido Federico:
Siempre es un deleite leer lo que escribes, no me había percatado de esta influencia del grabado medieval, por supuesto, ahí está, ya que los pones juntos se puede ver claramente. Precisamente hace poco fui a ver la exposición de Posada en el Museo de Historia (Monterrey), la encontré sumamente interesante, considero a su obra un legado histórico pues retrata los acontecimientos y costumbres de la época agregando su versión de la muerte. Una observación, pones un signo de interrogación después de "ubi sunt", creo que deberías haber puesto la traducción, pues alguna gente que lea tu artículo no sabe el significado que es importantísimo para comprender los grabados medievales. Como siempre, mil gracias por compartir tus escritos. Un abrazo,

Irma

Anónimo dijo...

De: Federico Zertuche
Para: Irma de la Fuente

Querida Irma: mil gracias por tu comentario y la observación que me haz hecho sobre "ubi sunt", misma que ya procedí a corregir. Un abrazo.

Anónimo dijo...

De: Juan Zapata

Hola Federico. Muy interesante, sumamente claro y didáctico. Gracias y muchos saludos,

Juan Zapata

Anónimo dijo...

De: Alberto Rios

Enhorabuena Zertuche, excelente y muy interesante tu blog. Gracias.

Alberto Rios

Anónimo dijo...

De: Ana Luisa Haindl

Buenísimo artículo. Gracias por el homenaje. Saludos,

Ana Luisa Haindl