sábado, 26 de diciembre de 2009

El nombre de México

El nombre es México
Por: Federico Zertuche


Imaginemos la siguiente escena ocurrida a un compatriota en el extranjero: “¿Y usted de dónde es?”, le preguntan a nuestro paisano, quien responde: “De los Estados Unidos Mexicanos”. De inmediato se antoja como una respuesta poco verosímil y hasta ridícula; en tanto el extranjero interlocutor quedaría perplejo del topónimo empleado.

Creo que muchos mexicanos que suponíamos que nuestro país se llamaba México quedamos atónitos cuando nos enteramos que no era tal, sino que el nombre oficial es Estados Unidos Mexicanos, como Vladimir Ilich Uliánov era el de Lenin, porque así fue registrado y consta en su acta de nacimiento; de tal manera nuestro país quedó registrado de esa manera en la Constitución Política.

Y como la Constitución es la norma básica y fundamental, la que constituye y da forma al Estado, soberanamente también le designa un nombre. De tal manera que México tan sólo sería un sobrenombre como Pepe lo es de José.

Resulta pues incómodo explicar duplicidades o incertidumbres respecto al nombre con que designamos ni más ni menos que a nuestro país, y que sigan sin resolverse: o nos llamamos de una o de otra forma, pero no de varias, como ocurre también con esa entidad geopolítica y cultural que designamos indistintamente Latinoamérica, Iberoamérica, Hispanoamérica, Indoamérica, etc.

La primera constitución federal, la de 1824, además de referirse en varias

ocasiones a “La Nación Mexicana”, en su Artículo 74 dice: “Se deposita el supremo Poder Ejecutivo de la Federación en un solo individuo, que se denominará presidente de los Estados Unidos Mexicanos”. Aquí aparece, por vez primera, ese nombre que emula al de los Estados Unidos de América y que sustituyó desde entonces a nuestro autóctono México.

En aquel entonces, luego de un efímero imperio y tras aciagos años de guerra, convulsión política, feroz contienda y desastres de toda naturaleza, en un país que pocos años atrás era la gloria de toda América por su enorme extensión territorial, alcances y logros económicos, urbanos y culturales, la naciente Federación, hecha a imagen y semejanza de la gran república norteña que entró al relevo en el liderazgo continental, parecía ser la estructura política que traería paz, concordia y estabilidad a la nueva república nombrada Estados Unidos Mexicanos.

Poco tiempo duraron las esperanzas y expectativas calurosamente abrigadas por los políticos y las clases dominantes en los albores de nuestra vida independiente. En 1834, la Constitución, proclamada con tanto orgullo y esperanza, fue abandonada, y la Federación creada por ella se encontraba en ruinas.

A partir de esa fecha y hasta la dictadura de Porfirio Díaz, salvo una breve excepción (La República restaurada), el país entró en una larga etapa de levantamientos militares, intervención extranjera, guerra con los Estados Unidos, paralización y atraso económico, quiebra de las finanzas públicas e ingobernabilidad endémica, enorme penuria y zozobra sociales.

En el seno mismo del conflicto ideológico que supuso la guerra civil entre liberales y conservadores, se encontraba la disputa sobre la forma de gobierno que más convenía al país: federación o centralismo. De ahí que era muy importante para la clase política de la época que el nombre mismo de la nación adquiriera una connotación ideológica y política. Pero como sabemos, la Federación como otras tantas instituciones jurídico-políticas quedaron sólo en letra muerta.

Los liberales, inspirados en la revolución de Independencia de los Estados Unidos de América y en las brillantes instituciones políticas y jurídicas que de ahí surgieron y que constituyeron un paradigma para Occidente, creían que lo que mejor se ajustaba a las circunstancias y necesidades de la nación mexicana era la federación de estados unidos bajo la tutela de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial federales.

La federación americana surgió, en cambio, de la unión de trece colonias que luchaban por su independencia de la metrópoli. Después se convierten en trece estados confederados que se constituyen en república federal al ceder a ésta parte de su soberanía original. En México el proceso fue inverso y un tanto artificial o forzoso.

En una entrevista aparecida en Vuelta Octavio Paz señalaba: “México es una palabra con irradiaciones históricas y legendarias, evoca la luna, el agua y el peñón del águila”, y agrega: “¿Por qué se les ocurrió cambiarla por ese remedo: Estados Unidos Mexicanos?”.

Gutierre Tibón, junto a otros historiadores y lingüistas, señala que México deriva de la voz náhuatl Mexitili y se inclina favor de la explicación de Sahagún, quien la supo de los ancianos indios, según la cual es una corrupción de Mecihtli, que se deriva de metl, maguey, y cihtli, liebre; este nombre comprende, nos dice Tibón, pues, la flora y la fauna de México.

Hay quien dice que es lo mismo que lugar de Mexitli o Huitzilopochtli, a
Hutitzilopochtli o Mexitli. 
causa del santuario que en aquel sitio se le erigió: “El nombre Mexicaltzingo, nos dice el académico decimonónico F. Flores y Gardea, significa sitio de la casa o templo del dios Mexitli; de modo que lo mismo valen Huitzilopocho, Mexicaltzingo y México, nombres de los tres puntos que sucesivamente ocuparon los mexicanos”.

Varias son las interpretaciones, lo que no se discute es que proviene de una voz náhuatl, muy probablemente de Mexitli, y que además así se llamó el lugar que ocuparon los antiguos mexicanos (los mexicas o aztecas): México-Tenochtitlan.

Los españoles al oír la voz, la escribieron con x desde el siglo XVI y desde
entonces ha tenido un uso constante. Esto fue así, ya que fonéticamente la x equivalía al sonido de la ch suave, como de la sh en inglés, e indistintamente se usaba para palabras o nombres que ahora llevan la letra j, como Xavier, Xalapa o Oaxaca, hasta que la Academia Española de la Lengua decretó en 1815 que la x ya no tendría el sonido de la j.


Por ello, surge luego la polémica sobre si México debe escribirse con j, porque en español prima la regla fonética según la cual se pronuncia como se escribe, esto es, se escribe de tal modo que no haya duda sobre la pronunciación, como sostenía Alfonso Junco.

No obstante, la gran mayoría de los mexicanos escribimos con x el nombre de nuestro país, tanto por tradición como por un deseo de conservar la ortografía original. Como escribiera Alfonso de Rosenzweig Díaz al respecto: “Fonéticamente debería escribirse con j, porque el lector enterado pronunciaría indefectiblemente Mék-si-co. Más es privilegio de soberanos y de reyes establecer la grafía para los nombres, y así México se escribirá siempre con X, por tradición, por costumbre e, incluso por política”.

En todos lados, tanto en nuestro país como en el extranjero, a esa entidad

histórica, política, geográfica, jurídica y nacional, que constitucionalmente se le denomina Estados Unidos Mexicanos, se le llama y se le reconoce como México, puesto que es su nombre original, tradicional, histórico y legendario. Por ello resulta inadecuado, inexacto y hasta contra natura, que nuestra Carta Magna lo designe de aquella manera y nos obligue, por ser su nombre oficial, a la incertidumbre de lo que nombramos cuando hablamos de nuestra nación.

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