domingo, 28 de noviembre de 2010

El relato religioso

Narrativa cristiana y representación estética
-Una mirada contemporánea-
Por: Federico Zertuche


Aunque la narrativa cristiana se centra en el nacimiento, vida, pasión y muerte de Cristo, hay múltiples relatos anteriores y posteriores, complementarios, accesorios, secundarios, ya ficticios o verídicos, que recrean, refuerzan o adornan al discurso toral tornándolo polifónico.

Desde luego, aquella se nutre de los cuatro evangelios canónicos, a saber, Lucas, Juan, Mateo y Marcos, que forman parte del Nuevo Testamento, y que junto al Viejo integran la Biblia, ni más ni menos que uno de los libros más antiguos y venerados. A ello habría que agregar la vida de santos y mártires, padres, monjas y papas, así como múltiples relatos de apariciones sobrenaturales y otros.

Ese universo narrativo ha conmovido durante veinte siglos de vida del cristianismo; se ha ido recreando y enriqueciendo durante el transcurso del tiempo, conformando la llamada Historia Sagrada. Al propio tiempo, inspirados en tales relatos, artistas plásticos, músicos, poetas, literatos y dramaturgos de medio mundo han creado hermosísimas obras de arte que pueblan un universo estético propiamente cristiano. De hecho, narrativa y representación plástica, musical y poética, han ido de la mano, sobre todo en el catolicismo, incluida, desde luego, la arquitectura eclesiástica.

La historia de Jesús de Nazaret, su nacimiento en un establo, rodeado por la Virgen María, figura fundamental sobre la que gira el culto mariano, san José, el paternal carpintero, la mula, la vaca, los borregos y pastores, la estrella que ilumina la escena e indica el suceso providencial, los reyes magos que orientados por ésta acuden a rendir tributo, los sucesos que luego ocurren como el sacrificio de los niños por Herodes y la huída a Egipto, aparte de conmover a media humanidad durante siglos, han dado lugar a las más bellas pinturas, representaciones iconográficas y escultóricas: Giotto, Fra Angelico, Jan van Eyck, Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Rembrandt y un larguísimo etcétera de artistas que han recreado el nacimiento, la adoración de los magos, la Sagrada Familia, múltiples madonas, anunciaciones, la huía a Egipto y otras escenas relacionadas con la infancia de Cristo.

Luego viene la vida de Cristo a partir de los treinta años hasta su muerte en la Cruz, los sucesos relatados por los evangelistas, los milagros, las parábolas, la palabra de Cristo, la Buena Nueva, el Gospel, los hechos de los apóstoles, María Magdalena, Lázaro y demás personajes que tienen que ver con Jesús, hasta el juicio, pasión y muerte sacrificial en la Cruz y hechos posteriores como la resurrección y la prédica del cristianismo por los apóstoles y San Pablo, participan en y de la gran narrativa cristiana conformada durante dos milenios hasta el día de hoy.

¿Por qué ha sido tan eficaz dicha narrativa durante tanto tiempo, sobre distintos pueblos y culturas? Me aventuro a conjeturar que primero que todo, por el profundo mensaje espiritual y religioso implícito, pero no menos importante, por la belleza del mismo, por sus atributos literarios y estéticos, por su fuerza dramática, que han propiciado multiplicidad de obras artísticas que inspiran y recrean tales relatos.

Basta echar un vistazo a templos, abadías, conventos, catedrales, capillas, ermitas y demás edificaciones cristianas desde las prerrománicas, románicas, góticas, renacentistas, barrocas, neoclásicas y hasta algunas contemporáneas muy notables, para percatarnos del papel fundamental que a la par de la narrativa han jugado las distintas representaciones estéticas desde la arquitectura propiamente, los lienzos, esculturas y multitud de ornamentos, junto a la música sacra que durante siglos cultivara el maestro de capilla, en el órgano y en los coros, tradición lamentablemente perdida.

Sin olvidar, desde luego, los autos sacramentales, las posadas, pastorelas, procesiones, santorales, multitud de rituales, solemnidades, fiestas populares y folklóricas alrededor de la iglesia y la parroquia, como Semana Santa, el mes de María, y demás festividades, efemérides en las que se imprimen toda suerte imaginería, creación artística, artesanal, decorativa, en una palabra, de gran despliegue estético.

¿Cómo no va a conmover todo ese portento hasta el espíritu más insensible y descreído? Difícilmente alguien podrá ignorar y pasar sin mirar la escultura El éxtasis de Santa Teresa por Bernini, o bostezar ante la procesión de Semana Santa en Sevilla, aburrirse de tedio en medio del templo de Tepotzotlán, burlarse de La Anunciación de Jan van Eyck, hacer muecas de hastío ante La última cena de Leonardo, o eructar ruidosamente al escuchar el Réquiem de Mozart.

Cualquier ateo culto y sensible quedará arrobado al escuchar la Pasión según san Mateo de Bach, asombrado al leer el Cántico espiritual o La noche oscura de San Juan de Cruz, atento y despierto frente a una hermosa ermita románica o la catedral gótica de Colonia, deslumbrado por el retrato de San Francisco por Zurbarán, a la expectativa mientras escucha y ve representado un auto sacramental de Calderón de la Barca, cuanto más un creyente.

Lo mismo ocurre con varios pasajes de los evangelios, sobre todo cuando se emplea la metáfora, la alegoría o la parábola como figuras literarias para dotar de recursos retóricos a la narrativa, al relato o al discurso, enriqueciéndolos artísticamente y confiriéndoles profundidad y densidad significativas. Hasta un timorato con un ápice de sensibilidad quedará marcado cuando escuche las bienaventuranzas del sermón de la montaña; alguna fibra sensible le informará que le está tocando el alma.

Si bien es cierto que el arte y los artistas desde hace mucho dejaron la tutela eclesiástica y por tanto su temática, todavía hay pintores, escultores, músicos, poetas y arquitectos que esporádicamente dedican obras a Dios, a figuras o asuntos sagrados, pero son cada vez y notoriamente menos, a grado tal que el arte sacro ha quedado relegado a muesos, participa muy poco de la vida diaria. Un Rainer María Rilke elevando poemas al Buen Dios, suena actualmente como voz aislada.

¿Qué ha quedado de toda esa narrativa y estética cristianas veintiún siglos después del suceso eje que las precipitara? ¿Cuál será a futuro el derrotero que seguirá el cristianismo y el discurso que empleará a fin de mantener unida a la grey? ¿Es posible seguir recreando la narrativa cristiana y sustentándola en una nueva estética acorde a los signos que marca el siglo XXI y prefigura el futuro? ¿En qué medida puede desgastarse o tornarse anacrónica esa narrativa cuando no se renueva ni se acompaña más de las recreaciones artísticas?


Nota iconográfica: Jan van Eyck, Políptico de Gante, La adoración del Cordero Místico, Óleo sobre tabla, circa 1432, Catedral de san Bavón . (Haga clic sobre la imagen para ampliarla).

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