miércoles, 23 de marzo de 2011

Obituario: La última gran diva de Hollywood

Liz Taylor (1932-2011)
Luego de varios meses de luchar por seguir viviendo, internada en un hospital de Los Ángeles, falleció el pasado 23 de marzo la última de las grandes, enormes estrellas de la época dorada de Hollywood: Elizabeth Taylor, la hermosísima, talentosa, esplendorosa, apasionada, benefactora y polémica diosa de ojos violeta, legendaria y mítica figura de toda una época de la cinematografía mundial.


Rendimos tributo a Liz Taylor en este espacio dedicado a la cultura y el arte por su enorme trayectoria artística y el impacto causado a lo largo de varias décadas de carrera, incluyendo su exuberante y tórrida vida sentimental y amorosa, así como su faceta de benefactora y promotora de causas sociales.


Transcribo algunos comentarios y evocaciones sobre Liz Taylor recién publicados, iniciando con Pedro Almodóvar, a fin de ampliar el registro de voces y la diversidad de opiniones que reaccionaron ante tan sentido deceso.




OBITUARIO: La última de una estirpe de estrellas


Maggie, la eterna


PEDRO ALMODÓVAR, EL PAÍS, 24/03/2011


Sabía que no tardaría en ocurrir. Fueron muchos matrimonios, muchas enfermedades y muchas operaciones a las que ha sobrevivido esta mujer esplendorosa.


Desde que Tennessee Williams la escribiera, ha debido haber cientos de Maggie, la gata pero ninguna como la que Elizabeth Taylor interpretó al lado de Paul Newman, dirigida por Richard Brooks. La he visto miles de veces y siempre me ha impactado su fuerza, su belleza, su garra, su humanidad, su pasión, lo bien que le sienta la combinación y su ancestral conocimiento y tolerancia de esa cualidad tan masculina (y femenina) que es la homosexualidad. No es un secreto que Nick, igualmente bordado por Paul Newman, bebía hasta anegarse por el dolor de la muerte de su íntimo amigo (no recuerdo el nombre del personaje) cuya amistad ni el propio autor se atrevió a especificar hasta qué punto era íntima (la moral de la época y del propio Hollywood se lo habrían impedido).


He conocido a muchas estrellas, pero nunca tuve la oportunidad de conocerla a ella. Pero mi dvdteca y mi memoria está llena del arte que nos regaló en sus películas y en su propia vida. Cuando ya no hubo personajes, o no estaban a su altura, en esa industria cegata que ha dilapidado el talento de tantas actrices geniales de más de 40 años, Elizabeth Taylor tuvo lo que Billy Wilder calificaría como un gran tercer acto en su propia vida. Supo llenar el vacío de personajes con el mejor de ellos, el personaje solidario que dedicó los últimos casi 30 años de su vida y la potencia arrolladora de su fama a favor de los enfermos de sida, en un país en el que todavía sigue siendo un estigma. Elizabeth Taylor fue mucho más que una de las mejores actrices americanas desde los años cuarenta hasta los ochenta. La mujer que interpretó como nadie la vulgaridad hortera (Reflejos en un ojo dorado, de Huston, o su mítica ¿Quién teme a Virginia Woolf?) fue también icono de moda, modelo de mujer independiente que no escondía sus pasiones, ingeniosa, vital, inconformista. Una mujer a la que su propia importancia no le impedía poseer algo que pocas actrices guapas poseen: sentido del humor.


Ha muerto una de las actrices más hermosas de la historia del cine. El milagro de los ojos violeta. Mejor dicho, no ha muerto. El cine es eterno. Las películas nos sobrevivirán. Maggie es eterna.




La última de una estirpe de estrellas


Del tejado de zinc al panteón de oro


ROCÍO AYUSO, EL PAÍS, - Los Ángeles - 24/03/2011


Siempre le gustaron los excesos. Y por ellos, entre otras cosas, fue recordada Elizabeth Taylor en el día de su muerte a los 79 años, a causa de una insuficiencia cardiaca. Era ya madrugada plena en Hollywood, cuando la meca de los sueños quedó huérfana de su última dama y gran pionera. Lo dijo su hijo Michael Wilding nada más conocer la noticia: su madre vivió la vida "al máximo". Los mismos términos resonaron por toda la ciudad para recordar a la belleza de ojos violeta que odiaba el diminutivo de Liz tan comúnmente unido a su nombre y cuya lista de candidaturas al Oscar (cinco) solo fue superada por el número de matrimonios: ocho. Simplemente, solía reconocer, era una "estrella con las agallas de reconocer en público que no le gustaba dormir sola".


"Lo tenía todo", dijo su amigo y admirador, el periodista Larry King. "Hemos perdido a un gigante de Hollywood y lo que es más importante, a un ser humano increíble", aseguró Elton John. Incluso Michael Jackson, uña y carne con la actriz y benefactora, resucitó una vez más en los medios, rápidos a la hora de refrescar ese tema que con el título Elizabeth, I love you (Elizabeth, te quiero) compuso en su honor.


Taylor falleció en ese cementerio de elefantes sagrados de Hollywood que es el centro hospitalario Cedars-Sinai. Lugar de defunción de los más grandes. Allí estuvo ingresada durante seis semanas. Aquellos que la conocían, como la periodista Barbara Walters, aseguraron que no esperaba la muerte. "Fue una sorpresa", indicó a la prensa. King añadía que conociéndola bien, Elizabeth Taylor "no se murió sin luchar". Mantenía una tenaz pelea contra la enfermedad desde hace años, tantos que The New York Times tenía su obituario preparado desde 2005, año en el que falleció el periodista que había seguido su vida. Taylor se burló de una traqueotomía en el momento más álgido de su carrera, de un accidente aéreo, de una operación en el cerebro, de otra en la cadera y más recientemente, de una de corazón. Incluso se rió de los continuos rumores sobre su fallecimiento o sobre las múltiples dolencias que le achacaban los medios, incluido un supuesto Alzhéimer. "Soy una superviviente. Un ejemplo de lo que la gente puede vivir y superar", reflexionó en una ocasión.


También era una gran actriz, definida como una de las últimas damas del cine. Ganó dos Oscar, por Una mujer marcada y ¿Quién teme a Virginia Woolf?, rúbrica de una carrera que comenzó con nueve años. Saltó a la fama con 12 gracias a Fuego de juventud y alternó éxitos como los de sus adaptaciones de Tennessee Williams con batacazos como Cleopatra. Taylor se despidió del cine dándose a conocer a una nueva generación con la adaptación en imagen real de Los Picapiedra y dándole voz a la primera palabra de Maggie Simpson. Pero sobre todo Elizabeth Taylor fue la gran pionera de un Hollywood que todavía no existía. Una Angelina Jolie mucho antes de que esta actriz fuera concebida. El apellido Taylor fue sinónimo de los mayores escándalos de la industria gracias a sus múltiples divorcios y fama de robamaridos (que se ganó a causa de su enlace con Eddie Fisher).


También estuvo unido a las grandes historias de amor de un Hollywood que ya no existe, como ese matrimonio que repitió en dos ocasiones con Richard Burton, a quien definió finalmente como el hombre de su vida. Nadie como ella tenía amigos tan famosos o polémicos donde Michael Jackson solo era la punta del iceberg de una lista que incluyó a James Dean, Montgomery Cliff o Rock Hudson. Este último le abrió los ojos a esa enfermedad por entonces ignorada llamada sida a cuya lucha contribuyó, como siempre con Taylor, a lo grande. Junto con su fundación en estos años logró recaudar más de 325 millones de dólares para luchar contra el sida, donde 50 millones fueron la contribución personal de una actriz solidaria antes de que este término existiera.


Taylor incluso se lanzó de cabeza al mundo de las redes sociales donde se mantuvo en contacto con sus seguidores mediante su cuenta de Twitter desde donde su último mensaje hizo referencia a la que sería su entrevista póstuma, en la revista Harper's Bazaar. Allí decía que nunca pensó en tener "tantas joyas" o "tantos maridos" pero que nunca se sintió tan viva como cuando disfrutaba de la compañía de sus hijos, de una gran interpretación "o un gran cheque para luchar contra el sida". Michael y Christopher Wilding, Liza Todd y María Burton, sus cuatro hijos de diferentes matrimonios, estuvieron junto a Taylor cuando, finalmente, la muerte la pilló por sorpresa.




OBITUARIO: La última de una estirpe de estrellas


Belleza y estrellato: Ella


CARLOS BOYERO, EL PAÍS, 24/03/2011


Ojos color violeta (tal vez exacta la descripción, pero inevitablemente cursi), personalidad excesiva y siempre morbosa, anhelada para encabezar la portada del papel cuché con afanes de sofisticación o amado por la clase media, musa ancestral entre homosexuales de cualquier época, al igual que otras diosas sólidas o provisionales como Judy Garland, Edith Piaf, Marilyn Monroe, Madonna, Kylie Minogue y Lady Gaga, todas ellas volcánicas folladoras de tíos, supervivientes algunas de ellas por cerebro, determinación o suerte a un millón de desastres afectivos, al peso brutal de simbolizar eternamente a diosas mediáticas (qué grima me provoca ese concepto presuntamente intelectual en boca de tanto hortera y analfabeto triunfador), carnales y etéreas.


Ha muerto Liz Taylor, una mujer a la que nunca deseaste imaginar vieja, encarnación de la belleza absoluta que jamás precisará maquillaje, imagen junto a la de Ava Gardner de la actriz más guapa que ha filmado una cámara. Por razones viscerales siempre estaré enamorado de la que volvió loco a Sinatra y a cualquier hombre con buen gusto. Cuentan que ambas abusaron de una personalidad muy golfa, que transgredieron todo aquello a lo que las obligaba su estatus y una conveniente moral. Pero creo posible, según certifica la leyenda, que Ava Gardner, la hembra más deseada universalmente, se buscara macarras anónimos o joveznos sensuales cuando se lo pedía su vitalista, sensual y alcoholizado organismo. A Liz Taylor, tan pasota ella pero siempre tan estratégica, solo la imagino apareándose con individuos famosos o anónimos, pero todos ellos en posesión de millones de dólares.


Cómo no enamorarse de ese rostro increíble, de ese cuerpo armonioso y sensual durante tanto tiempo aunque perteneciera a una mujer bajita, de esa chica que podría simbolizar a la soñada hembra que supones a tu lado mirando la luna. Y no sé si era buena o mala actriz, pero era imposible escapar de su campo magnético. Consintió a los 34 años que Mike Nichols la filmara gorda y borracha, desgarrada y adúltera, haciendo méritos al lado de Richard Burton, su sadomasoquista y shakespeariano marido, para que el público se olvidara de su belleza y descubriera su talento en ¿Quién teme a Virginia Woolf? Lo hizo muy bien, pero no era lo suyo, no necesitaba afearse y ser ordinaria para demostrar que los mitos son vulnerables y tienen corazón. Estaba fantástica sufriendo e intentando provocar el deseo de su psicoanalizable y desdeñoso marido, ese impresionantemente guapo y castigador Paul Newman, treintañero y en camiseta, en La gata sobre el tejado de zinc. No era un problema de padre dominante, sino de atormentados gustos sexuales. Que resucite Tennessee Williams y lo jure. Tampoco podía retener al turbio Brando, obsesionado con caballistas desnudos en Reflejos en un ojo dorado. Y sufría con mucho estilo amando sin futuro al trágico Montgomery Clift en Un lugar en el sol. También era la pareja ideal del viril Rock Hudson en Gigante, aunque ese insoportable niñato que siempre tenía que rascarse algo y poner ojitos en plano y contraplano llamado James Dean la amara en vano.


Con Joseph Losey, ese director tan artista, intelectual, perseguido y sobrevalorado (de acuerdo, El sirviente es perversa y magnífica), Taylor y su alcohólico marido, ese Richard Burton de voz prodigiosa y seductores ojos, intentaron encontrar su lugar en el sol mediante el cine de autor, que los críticos como Dios y la academia mandan reconocieran la infinita sensibilidad, los matices, la capacidad camaleónica dando vida a personajes nada convencionales de esa pareja tan guapa, frívola, inestable y hollywoodiense. En vano. El cine que interpretaron a las órdenes de Losey era cargante y hueco, antes y ahora. Liz Taylor no necesitaba ser una gran actriz. Era otra cosa. Esa persona a la que siempre te apetece mirar. Incluso cuando habla. Cosas del estrellato. El de verdad.




OBITUARIO: La última de una estirpe de estrellas


Superviviente de todo... y de sí misma


MARUJA TORRES, EL PAÍS, 24/03/2011


En su autobiografía no siempre fidedigna -al fin y al cabo, no era perfecto- el edulcorado cantante y pésimo actor Eddie Fisher, su marido previo a Richard Burton, cuenta una anécdota preciosa. Es una anécdota de despedida que define muy bien a la encantadora de serpientes y mujer de rompe y rasga que fue Elizabeth Taylor. "La vi por última vez a finales de los setenta. En el restaurante Sardi's. Miré más allá de mi mesa y allí estaba ella, sentada cerca. Nos sonreímos mutuamente, cálidamente, creo, y ciertamente sin rencor. Por entonces ambos habíamos pasado por mucho. Envié una botella de Dom Pérignon a su mesa. Levantó su copa y formuló las palabras 'Mazel tov'. Aquello éramos nosotros, dos viejos judíos que se reunían". El único viejo judío era Fisher: Taylor se había convertido años antes, cuando se casó con Mike Todd, que la dejó viudita.


En 1994, durante la ceremonia de los Oscar, tuve a Elizabeth Taylor a dos metros. Ella, colosal en su pequeña estatura. Acababa de recibir el premio humanitario Jean Hersholt por su trabajo contra el sida -su amistad con Rock Hudson la inició en ello- y, en el pequeño escenario, lo aferraba como quien empuña un lanzallamas. Lo primero que te noqueaba era su mirada violeta -los mejores ojos del cine de Hollywood han sido británicos: Vivien Leigh, Jean Simmons, Elizabeth- y, lo segundo, su férreo carácter. Un periodista se atrevió a preguntarle por un marido o así y ella le fulminó con su silencio. Era alguien.


Para empezar, fue buena actriz desde sus interpretaciones juveniles, lo continuó siendo a pesar de que no siempre tuvo a su alcance buenas películas que colmaran tanto su sed de Four Roses como de diamantes. Pero Un lugar en el sol, El árbol de la vida, Gigante y ¿Quién teme a Virginia Woolf?, cuatro grandes melodramas, siguen ahí. Con ella y su energía. Por no hablar de aquella hembra enfurecida -tenía en la cama a Paul Newman y este pensaba en su compañero de universidad, hay que entenderla- de La gata sobre el tejado de zinc. Fue buena actriz, digo, pero era tan guapa que no podíamos verlo.


También fue buena madre, pero tuvo tantos maridos que no supimos ni nos dejó verlo. Maridos: el actor británico Michael Wilding (dos hijos); Nick Hilton (hijo de Conrad, fundador del imperio hotelero, tío abuelo de Paris: un memo; ningún hijo); Mike Todd, que la dejó viuda al estrellarse su avión mientras promocionaba su producción La vuelta al mundo en 80 días, en accidente de avión privado, que son más fardones pero más peligrosos que las líneas regulares (una hija, preciosa, Liza); Eddie Fisher (dos adulterios: uno porque él estaba casado con la arpía deliciosa Debbie Reynolds cuando se liaron; dos, porque le puso los cuernos con Richard Burton; ningún hijo); Richard Burton (dos matrimonios y una hija adoptiva, enferma de polio, Maria); y un político y un albañil, el primero un chorizo y el segundo una víctima de los excesos, como ella, a quien conoció fregando suelos en la clínica de rehabilitación Betty Ford.


Sobrevivió a todo: a la fama, a la belleza, al alcohol, a las pastillas, a los buenos enemigos y a los malos amigos, a las pasiones, y a sí misma.


Four Roses ahora mismo, jabata Elizabeth.

Filmografía selecta

• There's One Born Every Minute (1942)
• Fuego de juventud (1944)
• Courage of Lassie (1946)
• Así son ellas (1948)
• Julia se porta mal (1948)
• Mujercitas (1949)
• El padre de la novia (1950)
• El padre es abuelo (1951)
• Un lugar en el sol (1951)
• Quo Vadis (1951) (cameo)
• Love is Better than Ever (1952)
• Ivanhoe (1952)
• La última vez que vi París (1954)
• Gigante (1956)
• El árbol de la vida (1957)
• La gata sobre el tejado de zinc (1958)
• De repente el último verano (1959)
• Cleopatra (1963)
• Hotel internacional (1963)
* La noche de la Iguana (1964)
• Castillos en la arena (1965)
• ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966)
• La mujer indomable (1967)
• Reflejos en un ojo dorado (1967)
• La mujer maldita (1968)
• Ceremonia secreta (1969)
• Ana de los mil días (1969) (cameo)
• El único juego en la ciudad (1970)
• Pacto con el diablo (1972)
• Una hora en la noche (1973)
• Miércoles de ceniza (1973)
• La masoquista (1974)
• El pájaro azul (1976)
• El espejo roto (1980)
• El joven Toscanini (1988)
• Dulce pájaro de juventud (1989) (TV)
• Los Picapiedra (1994)

3 comentarios:

Irma de la Fuente dijo...

Una hermosísima mujer y de un gran talento. Ha de haber tenido muy buenos genes, porque realmente vivió su vida intensamente, con muchos problemas de salud que venció.
Muy cierto, a esta mujeres es muy difícil imaginarlas ancianas, siempre quedará el recuerdo de su belleza deslumbrante y actuaciones fenomenales.
Irma

Mayra Ortíz Salinas dijo...

Disfruto mucho tu blog, gracias Fede.
Mayra

Martha Gámez dijo...

Todo un ícono...Hay una película que ví hace tiempo, se desarrolla en una selva en la que aparece una estampida de elefantes, llamada La Furia de Ceilán, no la veo en la Filmografía que publicaste. ¿Te acuerdas de ella? Aparece muy joven, antes de Gigante, nunca la he visto más bella.
Martha