Las órdenes mendicantes y jesuitas en México
Por: Federico Zertuche
Tengo la impresión que en las últimas décadas no le ha ido muy bien a la Iglesia Católica, continuamente señalada por escándalos financieros y sexuales, así como exhibida por su recalcitrante conservadurismo que en ocasiones raya en retrógrada posición reaccionaria ante avances sociales, así como lícitos logros reivindicados por el laicismo.
El caso Maciel ha sido emblemático y sumamente pernicioso para el prestigio moral de Iglesia. Sin desconocer en lo más mínimo tales descalabros sufridos y la merma en feligresía que, supongo, ha padecido, quiero tocar en esta ocasión algunos de sus rasgos benéficos y trascendentes que también es bueno destacar.
Me refiero a la imperecedera labor realizada por las órdenes mendicantes y por la Compañía de Jesús en Hispano América y en particular en la Nueva España a partir del siglo XVI. En efecto, sin la presencia, incansable dedicación, entrega y monumental obra legada por franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, presbíteros seculares y jesuitas en la región, la conquista y colonización hubiesen significado un simple acto de barbarie, exterminio y depredación.
Sin embargo, actualmente somos quienes somos y como somos, un pueblo y una cultura mestizos, con dilatada historia documentada que data de tiempos prehispánicos, una sociedad multicultural y plurilingüística rica en folklore, arte y tradiciones populares, en buena medida por la labor civilizatoria que sembraron e inculcaron en todas las clases sociales y grupos étnicos aquellos venerables padres en sus conventos e iglesias parroquiales en sus colegios, seminarios, universidades, escuelas de artes y oficios, en hospitales y hospicios que fundaron y sostuvieron, en las misiones que edificaron conforme se fue dando la colonización en tierras ignotas.
La conversión y adhesión al catolicismo de los indígenas no fue casual ni fruto de la imposición. A la fuerza no entran las creencias ni ninguna religión. El ámbito de lo espiritual es tan íntimo y subjetivo que resulta inviolable por la arbitrariedad y la tiranía. No hay poder despótico que logre enseñorearse de las almas durante cinco siglos. Habrá, pues, que buscar la explicación por otras vías.
Yo la encuentro a partir del estudio desde distintos planos y enfoques significativos, ya religiosos, históricos, antropológicos, políticos y/o culturales. Lo primero que se me viene a mente al recordar la caída de México-Tenochtitlán en 1523, como suceso emblemático, es el de suponer que ante tal colapso político y militar, resultaba natural y lógico para los aztecas o mexica, que el resto del edificio cultural y civilizatorio también se viniera abajo. Sobre todo si tomamos en cuenta que eran sociedades teocráticas en que política y religión estaban indisolublemente imbricadas.
Al caer derrotado el último tlatoani y junto a él las castas aristocrática, militar y sacerdotal, irremediablemente se desmoronó toda la estructura y cosmovisión mexica. El colapso no sólo fue militar y político, sino religioso, cultural y civilizatorio. Para cualquier fin práctico, el mundo y el proyecto azteca dejaron de existir como hasta entonces, perdieron su razón de ser, entraron en irremediable y terminal crisis de fundamentos.
Es en tal orfandad política, cultural, religiosa y civilizatoria del pueblo náhuatl (un concepto más amplio que el mexica), en el que arriban a estas tierras doce iluminados franciscanos, tanto por las prédicas de su fundador San Francisco de Asís, como de la ya añeja y abundante tradición cristiana que trae consigo fuertes ecos del milenarismo medieval con el sello inconfundible de las prédicas redentoristas de Joaquín de Fiore y su visión apocalíptica que prevé la instauración del reino de Cristo en la Tierra, luego de la Parusía y del Juicio Final.
Por otro lado, siempre he pensado que si echamos un vistazo y comparamos el panteón de los dioses aztecas, su cosmogonía, la morfología de las deidades (por ejemplo, la Coatlicue), los rituales y regulaciones que imponía su religión y, sobre todo, los ingentes e interminables sacrificios humanos que exigían más y más sangre para saciar la sed de Huitzilopochtli, aunque también de Tláloc y otros dioses, si los equiparamos, pues, con el panteón cristiano, sus rituales, la narrativa de la vida de Cristo, de la Sagrada Familia, de la Biblia y la promesa del paraíso luego de esta vida, (o a la Coatlicue con la imagen de la virgen de Guadalupe), pues creo que ésta visión resultaba más “vendible”, más placentera, menos sanguinaria que aquella; más benigna y humana, menos terrorífica. Fueron elementos sumamente persuasivos para la conversión masiva y relativamente rápida.
A ello habrá que añadir, sin lugar a dudas, la extraordinaria y monumental labor de las órdenes mendicantes y de la Compañía de Jesús: fueron fundamentales para esparcir la “buena nueva”, al tiempo de abrazar paternalmente a los indios alrededor de sus comunidades, mediante el establecimiento de conventos-iglesias, misiones y parroquias que se convirtieron en el centro en que convergía la vida espiritual, religiosa, cultural, artística, educacional, sanitaria, y en buena medida económica y comercial de las comunidades. A partir de entonces, todas las fiestas populares y el folklor giraban en torno a la Iglesia y a sus santos patronos.
Muchas iglesias-conventos que se edificaron a lo largo de la Nueva España, eran autosuficientes gracias a la agricultura, horticultura y ganadería que practicaban; producían carnes y embutidos, leche, quesos, vino, aceitunas y aceite, panes y tortillas, dulces y postres, artesanías y manualidades, tenían escuelas, hospicios, hospitales o enfermerías, se ocupaban de labores sanitarias, de riego y acueductos, obras de ingeniería y arquitectura y mil cosas más que aglutinaban en su derredor a toda la comunidad.
Podemos decir con alto grado de certeza que la mayoría de las fiestas populares tradicionales y antiguas provienen de ahí, de ésos enclaves eclesiásticos, dedicadas al santo o santa patrona, o algún Jesús; el modelo arquetípico y narrativo que luego se repite con variantes, surge de tales comunidades en las que participan componentes españoles, criollos, indígenas y mestizos.
Es notorio el gran legado arquitectónico y artístico auspiciado por la Iglesia, las mejores y más bellas edificaciones casi todas son eclesiásticas, así como el enorme legado pictórico, escultórico y decorativo que las adornaba. Lo propio podemos decir de la música virreinal, la mayor parte compuesta por los maestros y organistas de catedrales e iglesias que trabajaban de fijo en ellas, junto a los coros.
Si recorremos Michoacán, por ejemplo, encontraremos multitud de monumentales y hermosas iglesias-convento a partir del siglo XVI en ciudades, pueblos, aldeas y hasta en medio del campo, que fueron centros de irradiación civilizatoria durante siglos y que tanto beneficio trajeron para los habitantes, la mayoría indígenas. La labor del venerable padre don Vasco de Quiroga, es paradigmática. Lo mismo ocurre en Oaxaca, en Puebla, Guanajuato, Querétaro, Morelos, Jalisco, Yucatán, Zacatecas, San Luis Potosí, en la Alta y Baja California, etcétera. Ahí permanecen como fiel testimonio. Afortunadamente se están restaurando con buen tino y cuidado.
En el campo de la etnohistoria la labor de los frailes y sacerdotes ha sido notabilísima. Si sólo mencionáramos la magna obra coordinada y dirigida por fray Bernardino de Sahagún, a saber, Historia general de las cosas de la Nueva España, ya tendríamos materia suficiente para dedicar al conocimiento y estudio de la cultura, arte, religión, política, sociedad e historia del gran pueblo mexica.
Dicha obra monumental bilingüe, en náhuatl y español e intercalada con hermosos e ilustrativos dibujos elaborados por los tlacuiles o dibujantes autóctonos que junto a los sabios ancianos e indígenas nobles que habían estudiado en el Colegio Santa Cruz de Tlatelolco, a quienes fray Bernardino convocó para elaborar juntos esta obra que compendia lo principal de la vida y sabiduría de los aztecas, acorde a los Libros temáticos de que consta y que pasamos a describir:
- Libro I: En el que trata de los dioses que adoraban los naturales de esta tierra que es la Nueva España;
- Libro II: Que trata del calendario, fiestas y ceremonias, sacrificios y solemnidades;
- Libro III: Del principio que tuvieron los dioses;
- Libro IV: De la astrología judiciaria o arte de adivinar que estos mexicanos usaban;
- Libro V: Que trata de los agüeros y pronósticos;
- Libro VI: De la retórica moral y teología de la gente mexicana, donde hay cosas muy curiosas;
- Libro VII: Que trata de la astrología natural que alcanzaron estos naturales de esta Nueva España;
- Libro VIII: De los reyes y señores, y de la manera que tenían en sus elecciones y en el gobierno de sus reinos;
- Libro IX: De los mercaderes y oficiales de oro, piedras preciosas y plumas ricas;
- Libro X: De los vicios y virtudes de esta gente indiana; y de los miembros de todo el cuerpo interiores y exteriores;
- Libro XI: De la propiedad de los animales, aves, peces, árboles, hierbas, flores, metales y piedras;
- Libro XII: Que trata de la Conquista de México.
El manuscrito de Sahagún fue entregado a su protector el padre Sequera en 1579, pero no llegó a imprimirse y desapareció hasta que volvió a descubrirse en 1793, en Florencia, sin que nadie sepa cómo y porqué llegó hasta ahí el más famoso y completo relato de la vida prehispánica. Por eso también se le llama Códice Florentino, y a que, como hemos dicho, está ricamente ilustrado por dibujos elaborados por tlacuiles.
Tal y como señala Claus Litterscheild en su obra Hablan los aztecas: “Gracias a fray Bernardino de Sahagún conocemos la otra cara de la Historia. Aquí tienen la palabra los vencidos, las víctimas de la Conquista. Entiéndase esto en el sentido más literal: La Historia general de las cosas de Nueva España consiste en una recopilación de testimonios orales de los indios que informaron a Sahagún. Estos testimonios constituyen documentos conmovedores. Ponen de manifiesto el esfuerzo de Sahagún por conocer y comprender, y la sensación de melancolía que le suscita el recuerdo del mundo azteca”.
Así como Sahagún llegaron otros muchos venerables y bienhechores padres como fray Toribio de Benavente, Motolinía, Bartolomé de Las Casas, y de los tres primeros franciscanos que llegaron a Nueva España en 1523, todos eran flamencos, uno de ellos Peter van der Moere, mejor conocido por su nombre españolizado fray Pedro de Gante, también el ilustre sabio fray Alonso de la Vera Cruz, así como el cronista y colonizador Gonzalo Fernández de Oviedo, a todos ellos se debe la recuperación y documentación etnohistórica.
Es pertinente mencionar al fraile Jerónimo de Mendieta, autor de Historia Eclesiástica Indiana, que inspirado en Joaquín de Fiore y en los espirituales (corriente franciscana influida por de Fiore), pensaba que los frailes y los indios en la Nueva España podrían crear el reino de los puros fundado sobre un ascetismo riguroso y sobre el fervor místico. Los indios eran una nación angélica con los cuales los frailes podían construir el reino del Espíritu en el Nuevo Mundo, que debía ser el fin del mundo.
Menciono de paso a dos grandes andariegos don Eusebio Francisco Kino, quien encabezó a los jesuitas que fundaron misiones, colonizaron y civilizaron la Baja California, Sinaloa y Sonora, y a fray Junípero Serra, que siguiendo el ejemplo de aquel estableciera las primeras misiones y colonización de la alta California con sus hermanos franciscanos; las ciudades Los Ángeles, San Diego, San Francisco y tantas más fundadas por ellos.
Destaca, asimismo, don Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659), Obispo de Puebla y Arzobispo de México, protector de los indios, educador y civilizador, constructor y edificador de templos, colegios, bibliotecas, como la Palafoxiana, seminarios e instituciones.
Otra figura señera es la de don Carlos Sigüenza y Góngora (1645-1700), científico, historiador y literato, conocedor erudito del período prehispánico y coleccionista notable de pinturas de esa época, quien junto a fray Bernardino de Sahagún, fray Alonso de la Vera Cruz, sor Juana Inés de la Cruz y Francisco Javier Clavijero, integran las figuras más destacadas de la cultura de la Nueva España.
Mención aparte merece el sabio jesuita Francisco Javier Clavijero (1731-1787), autor de la célebre Historia Antigua de México y de la Historia de la Antigua o Baja California. De la primera obra podemos decir sucintamente lo siguiente:
La edición en español, editada y prologada por el padre Cuevas, publicada por esa benemérita casa que es Editorial Porrúa, consta de cuatro tomos, el primero incluye una descripción natural: tierra, clima, montes, ríos y lagos, minerales, plantas animales y hombres, que da cuenta del acucioso empeño y oficio naturalista e incluso etnográfico de Clavijero, que luego Alexander von Humboldt reconociera y admirara.
Relata, asimismo, la historia de los toltecas, chichimecas, olmecas y demás naciones que ocuparon el Anáhuac antes que los aztecas. Narra la fundación de México-Tenochtitlán, los sucesos ocurridos y sus primeros monarcas hasta la muerte del rey Ahuízotl. Incluye también el relato de los tiranos de Acolhuacán, Tezozomoc y Maxtlaton, y la restitución del rey Nezahualcóyotl al reino cuya capital era Texcoco, gracias a su alianza con los aztecas y los tepanecas, la famosa triple alianza.
El tomo II se ocupa de los sucesos del rey Moctezuma Xocoyotzin, noveno rey de México hasta el año 1519. Hace un elogio del rey Nezahualpili, hijo y sucesor de Netzahualcóyotl. Luego se ocupa de la religión de los aztecas, de sus dioses, templos, sacerdotes, sacrificios y obligaciones, ayunos y austeridades; de su cronología, calendario y fiestas, de los rituales alrededor del nacimiento, matrimonio y funerales. Un estudio etnográfico, cuando ésta disciplina aún no era reconocida como tal. Trata del gobierno político, militar y económico, de los juicios, leyes y penas, de la agricultura, caza, pesca y comercio, de sus juegos, trajes, alimentos y utensilios; de su lenguaje, poesía, música y danzas, medicina, pintura, escultura, arquitectura y otras artes.
El Tomo III cubre desde la llegada de los españoles, y de los sucesos ocurridos hasta la caída de Tenochtitlán, pasando por la muerte de Moctezuma, de Cuiltahuác y Cuauhtémoc, las batallas, alianzas y demás hechos militares hasta el fin del imperio. Incluye cuadros de la descendencia de Cortés y de Moctezuma II.
El Tomo IV contiene nueve disertaciones sobre temas específicos que Clavijero consideró apropiado tratar por separado para mayor abundamiento de su Historia, así como dos catálogos, el de escritores y el de gramáticos de lenguas indígenas.Como puede observarse por la sola descripción estructural y temática, tratase de una obra monumental, integral, de visión y enfoque multidisciplinarios.
Y a propósito de Clavijero, en el tomo IV señalado, escribe un Catálogo “De autores europeos y criollos que han escrito doctrina moral y cristiana, en lenguas de la Nueva España”, y enlista a los agustinos, dominicos, franciscanos, jesuitas y presbíteros seculares que escribieron en náhuatl, otomí, tarasco, zapoteca, mixteca, maya, totonaca, popoluca, matlatzinca, huaxteca, mixe, quiché, tarahumara y tepehuana. Así como una lista adicional de autores de gramáticas y diccionarios en dichas lenguas.
En todo caso, creo que es bueno y sano que los mexicanos recordemos y honremos a los sacerdotes y monjas que durante cinco siglos han sido parte primordial y esencial de nuestra historia, artífices, estudiosos y escritores de la misma, forjadores de la Patria, beneméritos en muchos sentidos.
Imagen: Fray Bernardino de Sahagún