Por: Federico Zertuche
Advertencia: el siguiente artículo se publicó en el número 88 correspondiente a julio de 1998 de la revista Este país. Por considerar que el trasfondo sigue vigente lo reproducimos ahora.
Uno
de los componentes más
conmovedores del discurso ideológico
del subcomandante
Marcos es aquel
que apela a la inmolación como
recurso sacrificial para la
búsqueda de
determinados fines utópicos o ideales.
En todo caso, el trasfondo
cultural
hacia el que van dirigidas prédicas de
tal naturaleza es múltiple
cuanto
profundo; sus raíces griegas y judeocristianas se conjugan
luego con
otras de origen indígena en tranquila conjunción
sincrética.
El sacrificio, de carácter y representación religiosos, se proyecta y manifiesta en otros ámbitos de la cultura, en la economía, la política o ideologías. El sacrificio es ofrendado a potencias divinas que se invocan con el fin de lograr algún deseo. Su origen se remonta a la prehistoria y es práctica que coincide en muchas sociedades primitivas de cosmovisión mágico-religiosa.
Por referencias históricas, podemos identificar con mayor
claridad la cultura sacrificial desde los pueblos del mundo preclásico griego y
en la antigua cultura judía, tributarias ambas de la civilización occidental.
El
mayor sacrificio, el holocausto como suprema prueba, es aquel que exige la
inmolación de seres humanos, en especial a los hijos por parte de sus propios
padres: Ifigenia por Agamenón y el desafío de Abraham para sacrificar a Isaac.
Sacrificio de Isaac por su padre Abraham. |
Íntimamente relacionados con la idea del sacrificio se
encuentran las representaciones del ídolo y la víctima. En casi todas las
formas de asociación humana, que no han superado cierta etapa de la evolución,
encontramos un ídolo y una víctima. "Ídolo —nos dice María Zambrano— es lo
que exige ser adorado o recibe adoración, es decir, absoluta entrega; absoluta,
mientras dura. Ídolo es lo que se alimenta de esa adoración o entrega sin
medida y una vez que le falta, cae." (1)
La víctima acepta su condición por un tiempo hasta que se
presentan determinados ciclos o coyunturas en que se rebela —una revolución— y
es entonces cuando el ídolo pasa a ser víctima y se le hace morir como ídolo, a
la vista de todos.
"El ídolo sacrificado, hecho víctima, restablece por un
momento la igualdad. El nivel se iguala y la víctima participa del ídolo al
verle rebajado hasta su condición, del modo que considera más cruel porque es
repentino. Muere en un instante mientras ella muere día a día. Y el ídolo
conoce un momento de paz suprema al verse sacrificado; participa también de la
condición de la víctima, siente haber pagado la idolatría sobre la que vivió
encumbrado, se siente restituido a la condición humana." (2)
¿No estaremos los mexicanos viéndonos en un espejo en los
párrafos anteriores? Santa Anna, Porfirio Díaz, Salinas (ídolos transformados
en víctimas propiciatorias), los mexicanos, víctimas perennes y victimarios
ocasionales.
La saga de las Cruzadas inyecta en la cristiandad europea
medieval nuevas energías vitales orientadas esta vez a la recuperación del
Santo Sepulcro (la Jerusalén libertada) en manos del infiel al que hay que
combatir con todos los medios y recursos a que haya lugar, incluyendo el
sacrificio de vida y haciendas, como ofrenda de fidelidad absoluta.
La lucha contra el infiel se prolonga más allá de las Cruzadas y
de la caída de Constantinopla; cierra, temporalmente, uno de sus grandes
episodios en la guerra contra el moro con la caída y rendición de Granada y la
expulsión final de los musulmanes de España, recuperada para la cristiandad por
los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, quienes marcan un punto axial en la
historia de ese país y en la del occidente europeo por venir. Una vez
derrotados y expulsados los infieles de la Europa cristiana, la historia de
España, del continente, y de su expansión cultural y civilizatoria adquieren un
giro insospechado e inédito con el "descubrimiento", conquista y
colonización de América.
Mientras tanto, en el seno mismo de la cristiandad se gesta una
mutación religiosa-cultural que tendría efectos decisivos y profundos en la
cultura, civilización y geopolítica europeas. Me refiero a los movimientos de
Reforma y Contrarreforma que trajeron consigo la escisión de la cristiandad y
su división en dos maneras distintas de concebir, percibir, valorar, de ser y
actualizar el mundo, las cosas y los seres: la católica y la protestante.
Tal escisión en ningún modo se realizó de manera pacífica y ordenada,
sino que fue ocasión para nuevas guerras, enfrentamientos, persecuciones,
juicios sumarios y violentas condenas. Los anatemas cobraron vigor y
virulencia, la guerra santa se encendía de nueva cuenta pero esta vez no contra
el infiel sino dentro de la misma cristiandad dividida; ambos bandos exigían
inmolaciones para mantener ardiente la pira sacrificial cuyo fuego abrasador
purificaba hasta al más envilecido criminal contra la fe.
"París bien vale una misa", parecía indicar un punto
de inflexión para retomar las artes de la política, la negociación y la
diplomacia como fórmulas civilizadas por excelencia que superan a las de la
guerra y la confrontación violenta para dirimir conflictos.
Al poco tiempo, ambas formas europeas de concebir y actualizar
el mundo –Reforma y Contrarreforma– encuentran un nuevo escenario donde
proyectarse y expandirse: la otrora terra incognita bautizada ahora como
América, o más propiamente como las Américas. Por un lado, las Américas
españolas y lusitanas, y por el otro, las anglosajonas; católicas unas,
protestantes, las otras.
Bajo tales estandartes de carácter religioso, entendida la
religión coma forma de concebir y dar sentido trascendente al hombre y a la
creación, ya escatológico como en el aquí y ahora, se afirman y proyectan ambas
concepciones en el Nuevo Mundo delineando claramente dos destinos y paradigmas
diferenciados: el mundo anglosajón, blanco, protestante, moderno e innovador de
los Estados Unidos y el Canadá y el ibérico e indígena fundido en el crisol del
mestizaje, católico, patrimonial, paternalista y tradicional.
Con semejante talante llegaron al Nuevo Mundo los sacerdotes
misioneros y emprendieron su colosal tarea a lo largo y ancho del continente
hasta los más remotos e inhóspitos rincones, según ha quedado consignado por
brillantes cronistas e historiadores de la época, amén desde luego de la
multitud de obras espirituales, tangibles y materiales que aquellos legaron y
cuya impronta aun en nuestros días puede reconocerse con facilidad.
Para nuestra fortuna, los ejemplos abundan: fray Toribio de
Benavente, mejor conocido como Motolinía, Bartolomé de las Casas, Vasco de
Quiroga, fray Junípero Serra, fray Bernardino de Sahagún, Francisco Javier
Clavijero, Diego Durán, Francisco López de Gómara y tantos otros que dieran
lustre, humanidad y sentido a la conquista y a la formación de nuestra
nacionalidad; sin ellos, no sería posible explicar ni entender el Estado-nación
que ahora somos.
En todo caso, la idea o imagen sacrificial tiene en México doble
raíz y fuerte presencia en el imaginario colectivo, permeándose hacia otras
esferas de la cultura más allá de la propiamente religiosa. A lo largo de la
historia, hasta nuestros días, los ejemplos se multiplican: Moctezuma y
Cuauhtémoc, Hidalgo y Morelos, Ocampo y Santos Degollado, Zapata y Carranza,
Obregón y Zedillo, Colosio... Ya fuesen ejecuciones, asesinatos, magnicidios o
muertes en batallas, se ha levantado alrededor de ellos una especie de halo
sacrificial, de martirologio, como representación de sus violentas muertes.
María Zambrano
|
Podría afirmarse que la nuestra ha sido una historia
sacrificial, entendida ésta conforme a la idea que María Zambrano desarrolló en
una breve, pero deslumbrante, obra titulada Persona
y democracia —la historia sacrificial.
"El tener lo que se ha nombrado 'conciencia histórica'
—señala Zambrano— es la característica de nuestros días. El hombre ha sido
siempre un ser histórico. Mas hasta ahora, la historia la hacían solamente unos
cuantos, y los demás sólo la padecían. Ahora, por diversas causas, la historia
la hacemos entre todos; la sufrimos todos también y todos hemos venido a ser
sus protagonistas." (3)
A partir de dicha reflexión inicial, María Zambrano aborda y
acomete varios aspectos de la relación del hombre con la historia, del carácter
de ésta conforme ha evolucionado, de la conciencia histórica, las maneras de
asumirla y actualizarla.
El hombre, nos dice Zambrano, "puede estar en la historia
de varias maneras: pasivamente o en activo. Lo cual sólo se realiza plenamente
cuando se acepta la responsabilidad o cuando se la vive moralmente".
"En modo pasivo, todos los hombres han sido traídos y llevados por fuerzas
extrañas, a las cuales se ha llamado, a veces, 'Destino', a veces `dioses' —lo
cual no roza siquiera la cuestión de la existencia de Dios. Y nada hay que
degrade y humille más al ser humano que el ser movido sin saber por qué, sin
saber por quién, el ser movido desde fuera de sí mismo. Tal ha sucedido con la
historia." (4)
"La realidad que es la historia ha sido larga, pesadamente
padecida por la mayoría de los hombres y especialmente por esos que integran la
multitud, `la masa', pues les ha sido inasequible el único consuelo: decidir,
pensar, actuar responsablemente o, al menos, asistir con cierto grado de
conciencia al proceso que los devoraba. De esa pesadilla que dura desde la
noche de los tiempos, se han querido sacudir rebelándose. Mas rebelarse, tanto
en la vida personal como en la histórica, puede ser aniquilarse, hundirse en
forma irremediable, para que la historia vuelva a recomenzar en un punto más
bajo aún de aquel en que se produjo la rebelión."(5)
"El único modo de que tal hundimiento no se produzca es
hacer extensiva la conciencia histórica, al par que se abre cauce a una
sociedad digna de esta conciencia y de la persona humana de donde brota. Es
decir, traspasar un dintel jamás traspasado en la vida colectiva, en disponerse
de verdad a crear una sociedad humanizada y que la historia no se comporte como
una antigua Deidad que exige inagotable sacrificio." (6)
Ruego al paciente lector una disculpa por apoyarme en citas tan
extensas, pero al no poder competir con la lucidez de María Zambrano no me
queda más remedio que apropiarme de sus ideas y la manera en que las expresa.
Pero retomemos el tema. Históricamente podemos distinguir claramente dos tipos
de sociedades: aquellas inmersas en la etapa sacrificial, que reclama ídolos y
víctimas, y las otras en la etapa de conciencia histórica. Karl Popper las
distinguió como sociedades cerradas y sociedades abiertas. Veamos cuáles son
sus características y rasgos distintivos con el fin de discernir su esencia y
evolución.
Karl Popper
|
Las sociedades cerradas, o de cultura sacrificial, son
comunidades con fuertes tendencias autárquicas, integradas al y hacia el
interior mediante una red o configuración de interrelaciones coactivas
determinadas por una serie de creencias de carácter mítico y mágico-religiosas
que prescriben de manera determinista, y con rigor monista, el comportamiento
de los hombres en función directa con la sociedad. El individuo sólo tiene
sentido en tanto que cumpla una determinada función en y para la comunidad.
Por lo general, las estructuras de poder en tales sociedades
tendrán algunos de los siguientes rasgos: cerradas, teocráticas, paternalistas,
caudillistas o caciquiles, patrimoniales, autoritarias, cuya legitimidad se
sustenta en tradiciones y cosmogonías mágicas y/o míticas, así como en la
capacidad de las élites para garantizar la supervivencia comunitaria.
La sociedad cerrada se parece todavía al hato o tribu en que
constituye una unidad semiorgánica cuyos miembros se hallan ligados por
vínculos semibiológicos, a saber, el parentesco, la convivencia, la
participación equitativa en los trabajos, peligros, alegrías y desgracias
comunes. Se trata aún de un grupo concreto de individuos concretos,
relacionados unos con otros, no tan sólo por abstractos vínculos sociales tales
como la división del trabajo y el trueque de bienes, sino por relaciones
físicas concretas, tales como el tacto, el olfato y la
vista." (8)
Ahora bien, ¿cómo, cuándo y por qué evolucionan las sociedades
cerradas o sacrificiales hacia estadios que hemos llamado sociedades abiertas o
con conciencia histórica? En Occidente, Karl Popper sitúa los albores de las
sociedades abiertas en la Grecia clásica, particularmente en Atenas, al
contrario de Esparta que se resistió, a través de las armas y la guerra,
durante largo tiempo a dar el salto civilizador que ya había emprendido la
ciudad rival. A partir de entonces la humanidad inicia una larga lucha que se
extiende hasta nuestros días, caracterizada por una suerte de tensión
dialéctica en el tránsito de un estadio hacia el otro y el enfrentamiento entre
uno y otro tipo de sociedad.
La historia de la guerra del Peloponeso, magistralmente descrita
y analizada por Tucídides, es para Popper la representación paradigmática de la
pugna que libran las sociedades cerradas y las abiertas. Las unas movidas por
un afán de preservar la estructura y la cosmovisión mágica y colectivista que
les son propias, y que no desean cambiar ni trastocar; las otras motivadas por
un ímpetu liberador, renovador, individualista, de apertura y de cara al
futuro, impulsado por el pensamiento crítico-racional. Es la guerra entre la
democracia ateniense y el detenido tribalismo oligárquico de Esparta.
En las sociedades cerradas prima una actitud mágica en las
costumbres sociales. Ello ocurre porque no hay una diferenciación entre
"las uniformidades convencionales proporcionadas por la costumbre de la
vida social, y las uniformidades provenientes de la `naturaleza', y esto va
acompañado, a menudo, de la creencia de que ambas son impuestas por una
voluntad sobrenatural" (9)
No hay una frontera claramente delimitada que distinga normas
sociales de leyes naturales, que establezca sus ámbitos de competencia,
jurisdicción y, sobre todo, la posibilidad o facultad para legislar, que
implica, naturalmente, reformar la ley. En una sociedad cerrada los tabúes
impiden o dificultan en extremo la sola posibilidad de poner en duda las
convenciones sociales que, como ha quedado dicho, se confunden con las leyes
naturales, con el añadido de que ambas son percibidas, conocidas, explicadas y
justificadas a partir de componentes mágicos y/o míticos en función y para
beneficio exclusivo de la colectividad. De tal forma que el individuo tiene que
inhibir cualquier tipo de pensamiento racional y crítico que altere o subvierta
las convenciones y evitar decisiones personales alejadas de los intereses del
grupo. El tabú es la fuente determinante de las instituciones tribales mágicas,
que hace que no puedan convertirse en objeto de consideraciones críticas.
Las sociedades abiertas, o de conciencia histórica, nacieron
cuando rompieron el cerco impuesto por los tabúes a fuerza de pensamiento
racional y crítico, que sólo puede ser ejercido por el individuo; cuando
distinguieron claramente entre convenciones sociales, susceptibles de ser
legisladas y reformadas libremente por los propios hombres, y leyes naturales
que son objeto de conocimiento racional y científico.
Parieron cuando se percataron de que la historia es un proceso
hecho por los hombres mismos, que son ellos los actores y sujetos y, por tanto,
es posible apropiarse de la historia, incidir en ella, moldearla, darle curso y
contenido moral. En el momento aterrador del enfrentamiento del hombre consigo
mismo, huérfano de explicaciones mágicas o míticas, sin un libreto determinado
por el Destino, tendrá que vérselas a
solas, valido de sus propios medios, para ir haciendo historia.
Ese es el momento iniciático de las sociedades abiertas o con
conciencia histórica. La reflexión racional es la llave, el individuo libre su
instrumento, la pluralidad, diversidad y la democracia unas de sus
consecuencias sociales. A partir de entonces no puede haber marcha atrás sin
grave menoscabo de la preciosa libertad tan penosamente conquistada. Por eso
lucharon los atenienses contra los espartanos, no obstante su derrota en la
guerra del Peloponeso supieron más tarde reconquistarla y retomar el paso en el
ascenso civilizatorio que habían vislumbrado y descubierto y que a la postre
legaran a Occidente.
¿Pero qué fue lo que atenienses y otras ciudades griegas
realmente lograron conquistar que las hizo ser mejores individual y socialmente
frente a las sociedades cerradas? En primer lugar, la posibilidad de
reflexionar racional y críticamente ante todo tipo de fenómenos o realidades ya
sean sociales o concernientes a la naturaleza. Distinguir entre unos y otros.
Tal tipo de conocimiento puso en tela de juicio y en crisis de fundamentos al
pensamiento mágico-religioso, desarmó los tabúes y subvirtió las estructuras de
poder autoritarias que descansaban en cosmovisiones de tal naturaleza.
Al hacerlo, hombre y sociedad se apropiaron de la historia, de
su historia, y empezaron a ensayar nuevas formas para mejorar sus condiciones
sociales sobre bases racionales y más justas, plurales y democráticas. Ya no
era una casta sacerdotal o teocrática la que decidía sobre el resto de la
comunidad, apelando a fuerzas ajenas a ella, sino los propios ciudadanos
asumiendo sus responsabilidades y haciendo uso de la razón democrática.
A partir de entonces se inició la formación del conocimiento
científico, la explicación filosófica superó a la mágica, las artes cobraron
autonomía e independencia frente a religión, mitos o tabúes, las religiones
evolucionaron hasta alcanzar la concepción de Dios y, como ha quedado dicho,
las sociedades vislumbraron formas más justas y equitativas para organizarse.
México ha vivido inmerso en diversos tipos de sociedad cerrada,
tanto cultural como políticamente. Antes de constituirse como Estado-nación,
practicó formas tribales y teocráticas durante la larga etapa prehispánica;
después de la conquista española, vivimos trescientos años en calidad de
colonia; al poco tiempo de lograr la independencia nacional, constituimos un
efímero y ridículo imperio; luego de accidentados y turbulentos gobiernos
republicanos, padecimos el largo y funesto caudillismo de Santa Anna que, entre
otras cosas, nos legó la derrota del 47 y la mutilación del territorio
nacional; luego vivimos una guerra civil que trajo a la postre la imposición de
un segundo imperio; una vez recuperada e instaurada la república no pasaron
muchos años para que se enseñoreara la dictadura por casi treinta años para
retomar luego la vía de la guerra civil, llamada ahora revolución; una vez
concluida inauguramos una etapa de sesenta años de autoritarismo institucional.
Subcomandante Marcos y Obispo Samuel Ruiz
|
Cuando, por fin, nos aprestábamos a inaugurar la modernidad
política y económica, tan ansiadamente buscada como repetidamente negada,
estalla una insurrección armada, planeada y ejecutada por un grupo élite de la
izquierda radical marxista-leninista que desde hacía más de diez años había
elegido un lugar en el sureste de México, la región de Las Cañadas de Chiapas,
por ser uno de los más pobres, injustos, explotados y olvidados del desarrollo
nacional.
Durante la larga etapa de preparación de la guerrilla,
convergieron con otro proyecto de indoctrinamiento a los nativos, que les
Llevaba años de ventaja, experiencia en la zona y contacto con los indígenas:
el de la teología de la liberación del obispo Samuel Ruiz, cuya doctrina era
esparcida por una extensa y bien organizada red de catequistas.
El hecho en sí de que la Diócesis de San Cristóbal de las Casas
se haya acercado a las comunidades indígenas, relacionado con ellas,
organizado, catequizado y auxiliado en sus innumerables penurias, lejos de ser
reprobable es digno de admiración y respeto.
Abandonados, cuando no explotados e injustamente tratados por
los poderes públicos nacionales, regionales y locales ahí representados como
por oligarquías obtusas e inescrupulosas, aquellos indígenas que efectivamente
pueden ser ubicados entre los pobres de los pobres de nuestro país, es decir,
en la pobreza e indigencia absolutas, sintieron al menos un alivio y una mano
amiga y confiable tendida por la iglesia del obispo Ruiz que ofrecía vías de
solución a sus añejos y hasta entonces insolubles problemas.
Al entramado social y religioso, pacientemente tejido por Ruiz y
sus catequistas en múltiples comunidades indígenas, inteligente como hábilmente
se incrustaron los advenedizos miembros de otra religión sin Dios, portadores
también de la liberación pero por la vía armada. Su objetivo era crear las
condiciones objetivas y subjetivas para la insurrección, la añorada revolución
proletaria.
Teología de la liberación y marxismo-leninismo (coctel explosivo
cuanto sugestivo) participan de más de un vínculo y llegan a hermanarse por
estrategias y finalidades afines. Ambos creen encarnar una misión de carácter
providencial, los dos buscan redimir al proletariado organizándolo y
dirigiéndolo, ya sea como vanguardia revolucionaria o como pastores, participan
de una visión o ideal utópicos, la instauración del reino de Dios en la tierra
o el advenimiento del comunismo, sus prédicas o discursos ideológicos apelan a
la idea-pasión del sacrificio o inmolación, insisten en la victimización y asumen
el papel de víctima y, en un momento dado, convergen en la rebelión armada ya
sea justificándola o preparándola.
Dichas concepciones tienen en común un carácter dogmático,
religiosas las unas, filosófico-ideológicas las otras, pero en todo caso ambas creen
detentar la Verdad y ser instrumentos únicos e indispensables para la
liberación de los hombres y la instauración de la felicidad, la igualdad y la
justicia social en la tierra. Quienes no estén con ellos, están en su contra.
Las dos coinciden en instaurar o restaurar una suerte de
sociedad ideal, comunitaria, igualitaria, inspirada y regida por creencias
comunes en las que participen todos, como en las sociedades tribales o
cerradas. Para que ello sea posible se requiere de una estructura de poder autoritaria
o francamente dictatorial que no se aleje de la línea fijada de antemano por el
modelo utópico, de lo contrario éste se desvirtuaría en el mejor de los casos o
se abandonaría completamente en el peor escenario.
De tal modo que tenemos ante nosotros, de nueva cuenta,
alternativas que conducen al mismo libreto, viejo como los tiempos, repetido
hasta la náusea, y desgastante como pocas cosas, de la cultura sacrificial, de
la sociedad cerrada que exige ídolos y víctimas interminablemente, alejándonos
más y más de la posibilidad de constituirnos como sociedad humana, libre,
consciente de nuestra historia, responsable, democrática y abierta al
conocimiento racional.
El triste episodio y fatal desenlace del ex presidente Salinas,
ídolo por unos años trasmutado en víctima propiciatoria después, inmolado en la
pira sacrificial que se levantó como espectáculo nacional y para regocijo de
las eternas víctimas (el pueblo de México), no hizo sino reafirmar y fomentar
nuestros impulsos más irracionales y nuestra terca inclinación para volver la
vista hacia la sociedad cerrada que lamentablemente siempre hemos sido. Si un
ídolo ha caído y ha sido ya debidamente sacrificado, pues entreguémonos a otro.
Notas
(1) María Zambrano, Persona
y democracia —la historia sacrificial, Anthropos, Editorial del hombre,
Barcelona, 1988
(2) Íbidem.
(3) Íbidem.
(4) Íbidem.
(5) Íbidem.
(6) Íbidem.
(7) Karl R. Popper, La
sociedad abierta y sus enemigos, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1994
( 6a. reimpresión).
(8) Íbidem.
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