miércoles, 17 de junio de 2015

La cultura sacrificial en México



La cultura sacrificial en México
Por: Federico Zertuche


Advertencia: el siguiente artículo se publicó en el número 88 correspondiente a julio de 1998 de la revista Este país. Por considerar que el trasfondo sigue vigente lo reproducimos ahora.

 



Uno de los componentes más
conmovedores del discurso ideológico
del subcomandante Marcos es aquel
que apela a la inmolación como
recurso sacrificial para la búsqueda de
determinados fines utópicos o ideales.
En todo caso, el trasfondo cultural 
hacia el que van dirigidas prédicas de
tal naturaleza es múltiple cuanto
profundo; sus raíces griegas y  judeocristianas se conjugan
luego con otras de origen indígena en tranquila conjunción
sincrética. 

El sacrificio, de carácter y representación religiosos, se proyecta y manifiesta en otros ámbitos de la cultura, en la economía, la política o ideologías. El sacrificio es ofrendado a potencias divinas que se invocan con el fin de lograr algún deseo. Su origen se remonta a la prehistoria y es práctica que coincide en muchas sociedades primitivas de cosmovisión mágico-religiosa.

Por referencias históricas, podemos identificar con mayor claridad la cultura sacrificial desde los pueblos del mundo preclásico griego y en la antigua cultura judía, tributarias ambas de la civilización occidental.


El mayor sacrificio, el holocausto como suprema prueba, es aquel que exige la inmolación de seres humanos, en especial a los hijos por parte de sus propios padres: Ifigenia por Agamenón y el desafío de Abraham para sacrificar a Isaac.


Sacrificio de Isaac por su padre Abraham. 


Íntimamente relacionados con la idea del sacrificio se encuentran las representaciones del ídolo y la víctima. En casi todas las formas de asociación humana, que no han superado cierta etapa de la evolución, encontramos un ídolo y una víctima. "Ídolo —nos dice María Zambrano— es lo que exige ser adorado o recibe adoración, es decir, absoluta entrega; absoluta, mientras dura. Ídolo es lo que se alimenta de esa adoración o entrega sin medida y una vez que le falta, cae." (1)

La víctima acepta su condición por un tiempo hasta que se presentan determinados ciclos o coyunturas en que se rebela —una revolución— y es entonces cuando el ídolo pasa a ser víctima y se le hace morir como ídolo, a la vista de todos.

"El ídolo sacrificado, hecho víctima, restablece por un momento la igualdad. El nivel se iguala y la víctima participa del ídolo al verle rebajado hasta su condición, del modo que considera más cruel porque es repentino. Muere en un instante mientras ella muere día a día. Y el ídolo conoce un momento de paz suprema al verse sacrificado; participa también de la condición de la víctima, siente haber pagado la idolatría sobre la que vivió encumbrado, se siente restituido a la condición humana." (2)

¿No estaremos los mexicanos viéndonos en un espejo en los párrafos anteriores? Santa Anna, Porfirio Díaz, Salinas (ídolos transformados en víctimas propiciatorias), los mexicanos, víctimas perennes y victimarios ocasionales.



La idea del sacrificio como exigencia límite a la obediencia y abnegación de los hombres ante el Dios- Jehová, reiterada como ejemplo edificante en el Antiguo Testamento, es retomada por los primeros cristianos para reafirmar su fe en Cristo quien, por cierto, murió crucificado para redimir y salvar a los hombres mediante el sacrificio supremo.

Cristo por Diego Velázquez

A la de Cristo se sumó la inmolación de algunos de los apóstoles que desencadenaron una ola de sacrificios, particularmente entre los cristianos de las catacumbas, que luego se reproducen a lo largo y ancho del santoral movidos por una múltiple fe: redimir al hombre más allá de la muerte para reafirmar la fe religiosa que valora por sobre la vida misma, otra pretendida vida en el más allá, la salvación del alma y su trascendencia en la unión con Dios en el paraíso prometido, además de cumplir una función como paradigma.

La saga de las Cruzadas inyecta en la cristiandad europea medieval nuevas energías vitales orientadas esta vez a la recuperación del Santo Sepulcro (la Jerusalén libertada) en manos del infiel al que hay que combatir con todos los medios y recursos a que haya lugar, incluyendo el sacrificio de vida y haciendas, como ofrenda de fidelidad absoluta.


El honor caballeresco, de cruzado, tiene su piedra de toque, fundamento primordial, en la defensa de la vera fe, que no es otra más que la de Cristo Salvador, ante la cual cualquiera de otro tipo, que se pretenda verdadera y quiera socavar la cristiana, debe ser combatida y derrotada hasta con la violencia bélica.

Los reyes católicos Fernando e Isabel

La lucha contra el infiel se prolonga más allá de las Cruzadas y de la caída de Constantinopla; cierra, temporalmente, uno de sus grandes episodios en la guerra contra el moro con la caída y rendición de Granada y la expulsión final de los musulmanes de España, recuperada para la cristiandad por los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, quienes marcan un punto axial en la historia de ese país y en la del occidente europeo por venir. Una vez derrotados y expulsados los infieles de la Europa cristiana, la historia de España, del continente, y de su expansión cultural y civilizatoria adquieren un giro insospechado e inédito con el "descubrimiento", conquista y colonización de América.

Martin Luther

Mientras tanto, en el seno mismo de la cristiandad se gesta una mutación religiosa-cultural que tendría efectos decisivos y profundos en la cultura, civilización y geopolítica europeas. Me refiero a los movimientos de Reforma y Contrarreforma que trajeron consigo la escisión de la cristiandad y su división en dos maneras distintas de concebir, percibir, valorar, de ser y actualizar el mundo, las cosas y los seres: la católica y la protestante.

Tal escisión en ningún modo se realizó de manera pacífica y ordenada, sino que fue ocasión para nuevas guerras, enfrentamientos, persecuciones, juicios sumarios y violentas condenas. Los anatemas cobraron vigor y virulencia, la guerra santa se encendía de nueva cuenta pero esta vez no contra el infiel sino dentro de la misma cristiandad dividida; ambos bandos exigían inmolaciones para mantener ardiente la pira sacrificial cuyo fuego abrasador purificaba hasta al más envilecido criminal contra la fe.

Inquisición
Los católicos instauraron el Santo Oficio de la Inquisición, y sus autos de fe, con el fin de perseguir, juzgar y reprimir a quienes se oponían a la ortodoxia, así como amedrentar a potenciales infractores; los protestantes, por su parte, mataban por otros medios –entre ellos la hoguera– a sus pretendidos enemigos, amén de expropiar y saquear bienes y haciendas. Ambos bandos libraron feroces y prolongadas guerras y batallas en nombre de la religión.

"París bien vale una misa", parecía indicar un punto de inflexión para retomar las artes de la política, la negociación y la diplomacia como fórmulas civilizadas por excelencia que superan a las de la guerra y la confrontación violenta para dirimir conflictos.

Al poco tiempo, ambas formas europeas de concebir y actualizar el mundo –Reforma y Contrarreforma– encuentran un nuevo escenario donde proyectarse y expandirse: la otrora terra incognita bautizada ahora como América, o más propiamente como las Américas. Por un lado, las Américas españolas y lusitanas, y por el otro, las anglosajonas; católicas unas, protestantes, las otras.

Bajo tales estandartes de carácter religioso, entendida la religión coma forma de concebir y dar sentido trascendente al hombre y a la creación, ya escatológico como en el aquí y ahora, se afirman y proyectan ambas concepciones en el Nuevo Mundo delineando claramente dos destinos y paradigmas diferenciados: el mundo anglosajón, blanco, protestante, moderno e innovador de los Estados Unidos y el Canadá y el ibérico e indígena fundido en el crisol del mestizaje, católico, patrimonial, paternalista y tradicional.

Con semejante talante llegaron al Nuevo Mundo los sacerdotes misioneros y emprendieron su colosal tarea a lo largo y ancho del continente hasta los más remotos e inhóspitos rincones, según ha quedado consignado por brillantes cronistas e historiadores de la época, amén desde luego de la multitud de obras espirituales, tangibles y materiales que aquellos legaron y cuya impronta aun en nuestros días puede reconocerse con facilidad.

Para nuestra fortuna, los ejemplos abundan: fray Toribio de Benavente, mejor conocido como Motolinía, Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga, fray Junípero Serra, fray Bernardino de Sahagún, Francisco Javier Clavijero, Diego Durán, Francisco López de Gómara y tantos otros que dieran lustre, humanidad y sentido a la conquista y a la formación de nuestra nacionalidad; sin ellos, no sería posible explicar ni entender el Estado-nación que ahora somos.

Sacrificio de Cuauhtémoc

En todo caso, la idea o imagen sacrificial tiene en México doble raíz y fuerte presencia en el imaginario colectivo, permeándose hacia otras esferas de la cultura más allá de la propiamente religiosa. A lo largo de la historia, hasta nuestros días, los ejemplos se multiplican: Moctezuma y Cuauhtémoc, Hidalgo y Morelos, Ocampo y Santos Degollado, Zapata y Carranza, Obregón y Zedillo, Colosio... Ya fuesen ejecuciones, asesinatos, magnicidios o muertes en batallas, se ha levantado alrededor de ellos una especie de halo sacrificial, de martirologio, como representación de sus violentas muertes.

María Zambrano

Podría afirmarse que la nuestra ha sido una historia sacrificial, entendida ésta conforme a la idea que María Zambrano desarrolló en una breve, pero deslumbrante, obra titulada Persona y democracia —la historia sacrificial.

"El tener lo que se ha nombrado 'conciencia histórica' —señala Zambrano— es la característica de nuestros días. El hombre ha sido siempre un ser histórico. Mas hasta ahora, la historia la hacían solamente unos cuantos, y los demás sólo la padecían. Ahora, por diversas causas, la historia la hacemos entre todos; la sufrimos todos también y todos hemos venido a ser sus protagonistas." (3)

A partir de dicha reflexión inicial, María Zambrano aborda y acomete varios aspectos de la relación del hombre con la historia, del carácter de ésta conforme ha evolucionado, de la conciencia histórica, las maneras de asumirla y actualizarla.

El hombre, nos dice Zambrano, "puede estar en la historia de varias maneras: pasivamente o en activo. Lo cual sólo se realiza plenamente cuando se acepta la responsabilidad o cuando se la vive moralmente". "En modo pasivo, todos los hombres han sido traídos y llevados por fuerzas extrañas, a las cuales se ha llamado, a veces, 'Destino', a veces `dioses' —lo cual no roza siquiera la cuestión de la existencia de Dios. Y nada hay que degrade y humille más al ser humano que el ser movido sin saber por qué, sin saber por quién, el ser movido desde fuera de sí mismo. Tal ha sucedido con la historia." (4)

"La realidad que es la historia ha sido larga, pesadamente padecida por la mayoría de los hombres y especialmente por esos que integran la multitud, `la masa', pues les ha sido inasequible el único consuelo: decidir, pensar, actuar responsablemente o, al menos, asistir con cierto grado de conciencia al proceso que los devoraba. De esa pesadilla que dura desde la noche de los tiempos, se han querido sacudir rebelándose. Mas rebelarse, tanto en la vida personal como en la histórica, puede ser aniquilarse, hundirse en forma irremediable, para que la historia vuelva a recomenzar en un punto más bajo aún de aquel en que se produjo la rebelión."(5)

"El único modo de que tal hundimiento no se produzca es hacer extensiva la conciencia histórica, al par que se abre cauce a una sociedad digna de esta conciencia y de la persona humana de donde brota. Es decir, traspasar un dintel jamás traspasado en la vida colectiva, en disponerse de verdad a crear una sociedad humanizada y que la historia no se comporte como una antigua Deidad que exige inagotable sacrificio." (6)

Ruego al paciente lector una disculpa por apoyarme en citas tan extensas, pero al no poder competir con la lucidez de María Zambrano no me queda más remedio que apropiarme de sus ideas y la manera en que las expresa. Pero retomemos el tema. Históricamente podemos distinguir claramente dos tipos de sociedades: aquellas inmersas en la etapa sacrificial, que reclama ídolos y víctimas, y las otras en la etapa de conciencia histórica. Karl Popper las distinguió como sociedades cerradas y sociedades abiertas. Veamos cuáles son sus características y rasgos distintivos con el fin de discernir su esencia y evolución.

Karl Popper

Las sociedades cerradas, o de cultura sacrificial, son comunidades con fuertes tendencias autárquicas, integradas al y hacia el interior mediante una red o configuración de interrelaciones coactivas determinadas por una serie de creencias de carácter mítico y mágico-religiosas que prescriben de manera determinista, y con rigor monista, el comportamiento de los hombres en función directa con la sociedad. El individuo sólo tiene sentido en tanto que cumpla una determinada función en y para la comunidad.

Por lo general, las estructuras de poder en tales sociedades tendrán algunos de los siguientes rasgos: cerradas, teocráticas, paternalistas, caudillistas o caciquiles, patrimoniales, autoritarias, cuya legitimidad se sustenta en tradiciones y cosmogonías mágicas y/o míticas, así como en la capacidad de las élites para garantizar la supervivencia comunitaria.

Las sociedades cerradas o tribales miran al interior y hacia un pasado mítico que quieren preservar. Desconfían del exterior, son recelosas de los cambios o innovaciones, rígidas en sus costumbres, no tienden a proyectarse hacia el futuro. Las creencias predominan sobre las ideas, mito y tabú supeditan a la razón, la comunidad abruma al individuo y la historia se padece, se cumple pasiva, sacrificialmente. Como ha señalado Popper: "Basadas en la tradición tribal colectiva, las instituciones no dejan lugar a la responsabilidad personal." (7)

La sociedad cerrada se parece todavía al hato o tribu en que constituye una unidad semiorgánica cuyos miembros se hallan ligados por vínculos semibiológicos, a saber, el parentesco, la convivencia, la participación equitativa en los trabajos, peligros, alegrías y desgracias comunes. Se trata aún de un grupo concreto de individuos concretos, relacionados unos con otros, no tan sólo por abstractos vínculos sociales tales como la división del trabajo y el trueque de bienes, sino por relaciones físicas concretas, tales como el tacto, el olfato y la vista." (8)

Ahora bien, ¿cómo, cuándo y por qué evolucionan las sociedades cerradas o sacrificiales hacia estadios que hemos llamado sociedades abiertas o con conciencia histórica? En Occidente, Karl Popper sitúa los albores de las sociedades abiertas en la Grecia clásica, particularmente en Atenas, al contrario de Esparta que se resistió, a través de las armas y la guerra, durante largo tiempo a dar el salto civilizador que ya había emprendido la ciudad rival. A partir de entonces la humanidad inicia una larga lucha que se extiende hasta nuestros días, caracterizada por una suerte de tensión dialéctica en el tránsito de un estadio hacia el otro y el enfrentamiento entre uno y otro tipo de sociedad.

La historia de la guerra del Peloponeso, magistralmente descrita y analizada por Tucídides, es para Popper la representación paradigmática de la pugna que libran las sociedades cerradas y las abiertas. Las unas movidas por un afán de preservar la estructura y la cosmovisión mágica y colectivista que les son propias, y que no desean cambiar ni trastocar; las otras motivadas por un ímpetu liberador, renovador, individualista, de apertura y de cara al futuro, impulsado por el pensamiento crítico-racional. Es la guerra entre la democracia ateniense y el detenido tribalismo oligárquico de Esparta.

En las sociedades cerradas prima una actitud mágica en las costumbres sociales. Ello ocurre porque no hay una diferenciación entre "las uniformidades convencionales proporcionadas por la costumbre de la vida social, y las uniformidades provenientes de la `naturaleza', y esto va acompañado, a menudo, de la creencia de que ambas son impuestas por una voluntad sobrenatural" (9)

No hay una frontera claramente delimitada que distinga normas sociales de leyes naturales, que establezca sus ámbitos de competencia, jurisdicción y, sobre todo, la posibilidad o facultad para legislar, que implica, naturalmente, reformar la ley. En una sociedad cerrada los tabúes impiden o dificultan en extremo la sola posibilidad de poner en duda las convenciones sociales que, como ha quedado dicho, se confunden con las leyes naturales, con el añadido de que ambas son percibidas, conocidas, explicadas y justificadas a partir de componentes mágicos y/o míticos en función y para beneficio exclusivo de la colectividad. De tal forma que el individuo tiene que inhibir cualquier tipo de pensamiento racional y crítico que altere o subvierta las convenciones y evitar decisiones personales alejadas de los intereses del grupo. El tabú es la fuente determinante de las instituciones tribales mágicas, que hace que no puedan convertirse en objeto de consideraciones críticas.

Las sociedades abiertas, o de conciencia histórica, nacieron cuando rompieron el cerco impuesto por los tabúes a fuerza de pensamiento racional y crítico, que sólo puede ser ejercido por el individuo; cuando distinguieron claramente entre convenciones sociales, susceptibles de ser legisladas y reformadas libremente por los propios hombres, y leyes naturales que son objeto de conocimiento racional y científico.


Parieron cuando se percataron de que la historia es un proceso hecho por los hombres mismos, que son ellos los actores y sujetos y, por tanto, es posible apropiarse de la historia, incidir en ella, moldearla, darle curso y contenido moral. En el momento aterrador del enfrentamiento del hombre consigo mismo, huérfano de explicaciones mágicas o míticas, sin un libreto determinado por el Destino, tendrá que vérselas a solas, valido de sus propios medios, para ir haciendo historia.

Ese es el momento iniciático de las sociedades abiertas o con conciencia histórica. La reflexión racional es la llave, el individuo libre su instrumento, la pluralidad, diversidad y la democracia unas de sus consecuencias sociales. A partir de entonces no puede haber marcha atrás sin grave menoscabo de la preciosa libertad tan penosamente conquistada. Por eso lucharon los atenienses contra los espartanos, no obstante su derrota en la guerra del Peloponeso supieron más tarde reconquistarla y retomar el paso en el ascenso civilizatorio que habían vislumbrado y descubierto y que a la postre legaran a Occidente.

¿Pero qué fue lo que atenienses y otras ciudades griegas realmente lograron conquistar que las hizo ser mejores individual y socialmente frente a las sociedades cerradas? En primer lugar, la posibilidad de reflexionar racional y críticamente ante todo tipo de fenómenos o realidades ya sean sociales o concernientes a la naturaleza. Distinguir entre unos y otros. Tal tipo de conocimiento puso en tela de juicio y en crisis de fundamentos al pensamiento mágico-religioso, desarmó los tabúes y subvirtió las estructuras de poder autoritarias que descansaban en cosmovisiones de tal naturaleza.

Al hacerlo, hombre y sociedad se apropiaron de la historia, de su historia, y empezaron a ensayar nuevas formas para mejorar sus condiciones sociales sobre bases racionales y más justas, plurales y democráticas. Ya no era una casta sacerdotal o teocrática la que decidía sobre el resto de la comunidad, apelando a fuerzas ajenas a ella, sino los propios ciudadanos asumiendo sus responsabilidades y haciendo uso de la razón democrática.

A partir de entonces se inició la formación del conocimiento científico, la explicación filosófica superó a la mágica, las artes cobraron autonomía e independencia frente a religión, mitos o tabúes, las religiones evolucionaron hasta alcanzar la concepción de Dios y, como ha quedado dicho, las sociedades vislumbraron formas más justas y equitativas para organizarse.

Pericles

Principios como la igualdad ante la ley y el individualismo político, fundamentales en democracia, vieron la luz en la época de Pericles. Aquellos griegos descubrieron que las instituciones humanas del lenguaje, la costumbre y el derecho no son tabúes sino producto del hombre, no son naturales sino convencionales y, por lo tanto, todos somos responsables ante ellas.

México ha vivido inmerso en diversos tipos de sociedad cerrada, tanto cultural como políticamente. Antes de constituirse como Estado-nación, practicó formas tribales y teocráticas durante la larga etapa prehispánica; después de la conquista española, vivimos trescientos años en calidad de colonia; al poco tiempo de lograr la independencia nacional, constituimos un efímero y ridículo imperio; luego de accidentados y turbulentos gobiernos republicanos, padecimos el largo y funesto caudillismo de Santa Anna que, entre otras cosas, nos legó la derrota del 47 y la mutilación del territorio nacional; luego vivimos una guerra civil que trajo a la postre la imposición de un segundo imperio; una vez recuperada e instaurada la república no pasaron muchos años para que se enseñoreara la dictadura por casi treinta años para retomar luego la vía de la guerra civil, llamada ahora revolución; una vez concluida inauguramos una etapa de sesenta años de autoritarismo institucional.

Subcomandante Marcos y Obispo Samuel Ruiz

Cuando, por fin, nos aprestábamos a inaugurar la modernidad política y económica, tan ansiadamente buscada como repetidamente negada, estalla una insurrección armada, planeada y ejecutada por un grupo élite de la izquierda radical marxista-leninista que desde hacía más de diez años había elegido un lugar en el sureste de México, la región de Las Cañadas de Chiapas, por ser uno de los más pobres, injustos, explotados y olvidados del desarrollo nacional.

Durante la larga etapa de preparación de la guerrilla, convergieron con otro proyecto de indoctrinamiento a los nativos, que les Llevaba años de ventaja, experiencia en la zona y contacto con los indígenas: el de la teología de la liberación del obispo Samuel Ruiz, cuya doctrina era esparcida por una extensa y bien organizada red de catequistas.

El hecho en sí de que la Diócesis de San Cristóbal de las Casas se haya acercado a las comunidades indígenas, relacionado con ellas, organizado, catequizado y auxiliado en sus innumerables penurias, lejos de ser reprobable es digno de admiración y respeto.

Abandonados, cuando no explotados e injustamente tratados por los poderes públicos nacionales, regionales y locales ahí representados como por oligarquías obtusas e inescrupulosas, aquellos indígenas que efectivamente pueden ser ubicados entre los pobres de los pobres de nuestro país, es decir, en la pobreza e indigencia absolutas, sintieron al menos un alivio y una mano amiga y confiable tendida por la iglesia del obispo Ruiz que ofrecía vías de solución a sus añejos y hasta entonces insolubles problemas.

Al entramado social y religioso, pacientemente tejido por Ruiz y sus catequistas en múltiples comunidades indígenas, inteligente como hábilmente se incrustaron los advenedizos miembros de otra religión sin Dios, portadores también de la liberación pero por la vía armada. Su objetivo era crear las condiciones objetivas y subjetivas para la insurrección, la añorada revolución proletaria.

Teología de la liberación y marxismo-leninismo (coctel explosivo cuanto sugestivo) participan de más de un vínculo y llegan a hermanarse por estrategias y finalidades afines. Ambos creen encarnar una misión de carácter providencial, los dos buscan redimir al proletariado organizándolo y dirigiéndolo, ya sea como vanguardia revolucionaria o como pastores, participan de una visión o ideal utópicos, la instauración del reino de Dios en la tierra o el advenimiento del comunismo, sus prédicas o discursos ideológicos apelan a la idea-pasión del sacrificio o inmolación, insisten en la victimización y asumen el papel de víctima y, en un momento dado, convergen en la rebelión armada ya sea justificándola o preparándola.

Dichas concepciones tienen en común un carácter dogmático, religiosas las unas, filosófico-ideológicas las otras, pero en todo caso ambas creen detentar la Verdad y ser instrumentos únicos e indispensables para la liberación de los hombres y la instauración de la felicidad, la igualdad y la justicia social en la tierra. Quienes no estén con ellos, están en su contra.

Las dos coinciden en instaurar o restaurar una suerte de sociedad ideal, comunitaria, igualitaria, inspirada y regida por creencias comunes en las que participen todos, como en las sociedades tribales o cerradas. Para que ello sea posible se requiere de una estructura de poder autoritaria o francamente dictatorial que no se aleje de la línea fijada de antemano por el modelo utópico, de lo contrario éste se desvirtuaría en el mejor de los casos o se abandonaría completamente en el peor escenario.

De tal modo que tenemos ante nosotros, de nueva cuenta, alternativas que conducen al mismo libreto, viejo como los tiempos, repetido hasta la náusea, y desgastante como pocas cosas, de la cultura sacrificial, de la sociedad cerrada que exige ídolos y víctimas interminablemente, alejándonos más y más de la posibilidad de constituirnos como sociedad humana, libre, consciente de nuestra historia, responsable, democrática y abierta al conocimiento racional.

El triste episodio y fatal desenlace del ex presidente Salinas, ídolo por unos años trasmutado en víctima propiciatoria después, inmolado en la pira sacrificial que se levantó como espectáculo nacional y para regocijo de las eternas víctimas (el pueblo de México), no hizo sino reafirmar y fomentar nuestros impulsos más irracionales y nuestra terca inclinación para volver la vista hacia la sociedad cerrada que lamentablemente siempre hemos sido. Si un ídolo ha caído y ha sido ya debidamente sacrificado, pues entreguémonos a otro.

Notas

(1) María Zambrano, Persona y democracia —la historia sacrificial, Anthropos, Editorial del hombre, Barcelona, 1988
(2) Íbidem.
(3) Íbidem.
(4) Íbidem.
(5) Íbidem.
(6) Íbidem.
(7) Karl R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1994 ( 6a. reimpresión).
(8) Íbidem.

 (9) Íbidem.

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