Un poema en busca de su autor
Por: Federico Zertuche
El 25 de agosto de 1987, en el torbellino de la violencia generalizada que laceraba a Colombia, fue asesinado por paramilitares en Medellín el activista de derechos humanos doctor Héctor Abad. A los pocos minutos de su muerte llega su hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince, se postra ante el cadáver de su padre a quien besa y luego encuentra en sus bolsillos dos papeles: en uno de ellos estaba escrita una lista de personas amenazadas por esos grupos fascistas en la que figuraba su padre, y en el otro papel un poema firmado JLB.
Parte del primer verso sirvió de epitafio en la tumba del doctor: “El olvido que seremos”; pero luego la autoría del poema entero se convirtió en una intriga para el escritor colombiano, que le llevara largos años indagar y muchos kilómetros recorridos en su búsqueda. Finalmente, como resultado de esa entrañable pesquisa llena de peripecias, personajes, ciudades y países varios, Abad Faciolince decidió escribirla y darle forma de novela, concluyendo así, veinte años después de aquel deceso, una obra considerada maestra por muchos críticos y escritores entre ellos Mario Vargas Llosa: El olvido que seremos.
Respecto al autor del soneto, no ha quedado claro quien lo escribió, aunque Abad Faciolince está seguro –como otros escritores- que fue Jorge Luis Borges, no obstante que no figura ni en su Obra Poética ni en sus Obras Completas. Por su parte la viuda de Borges, María Kodama y algunos académicos sostienen que se trata de un plagio. Así es que, sin tener certeza en uno u otro sentido El olvido que seremos, que en seguida reproducimos, queda como un poema atribuido a Borges.
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra al
mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.
Por: Federico Zertuche
El 25 de agosto de 1987, en el torbellino de la violencia generalizada que laceraba a Colombia, fue asesinado por paramilitares en Medellín el activista de derechos humanos doctor Héctor Abad. A los pocos minutos de su muerte llega su hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince, se postra ante el cadáver de su padre a quien besa y luego encuentra en sus bolsillos dos papeles: en uno de ellos estaba escrita una lista de personas amenazadas por esos grupos fascistas en la que figuraba su padre, y en el otro papel un poema firmado JLB.
Parte del primer verso sirvió de epitafio en la tumba del doctor: “El olvido que seremos”; pero luego la autoría del poema entero se convirtió en una intriga para el escritor colombiano, que le llevara largos años indagar y muchos kilómetros recorridos en su búsqueda. Finalmente, como resultado de esa entrañable pesquisa llena de peripecias, personajes, ciudades y países varios, Abad Faciolince decidió escribirla y darle forma de novela, concluyendo así, veinte años después de aquel deceso, una obra considerada maestra por muchos críticos y escritores entre ellos Mario Vargas Llosa: El olvido que seremos.
Respecto al autor del soneto, no ha quedado claro quien lo escribió, aunque Abad Faciolince está seguro –como otros escritores- que fue Jorge Luis Borges, no obstante que no figura ni en su Obra Poética ni en sus Obras Completas. Por su parte la viuda de Borges, María Kodama y algunos académicos sostienen que se trata de un plagio. Así es que, sin tener certeza en uno u otro sentido El olvido que seremos, que en seguida reproducimos, queda como un poema atribuido a Borges.
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra al
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1 comentario:
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