Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señora Ministra de Cultura, Señor Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, Señora Presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y para las Artes de México, Presidenta de la Comunidad de Madrid, Sr. Alcalde de esta ciudad, autoridades estatales, autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señores y señoras.
1947 es una fecha tan lejana como 1547. Ambas se han hundido en la sombra eterna y son irrecuperables. Tal vez la memoria inventa lo que evoca y la imaginación ilumina la densa cotidianeidad. Sin embargo, del mismo modo que para nosotros serán siempre gigantes los molinos de viento que acababan de instalarse en 1585 y eran la modernidad anterior a la invención de esta palabra, en algún plano es real otra experiencia: la de un niño que una mañana de Ciudad de México va con toda su escuela al Palacio de Bellas Artes y asiste asombrado a una representación del libro convertido en espectáculo.
Salvador Novo adapta y dirige la obra con música de un mexicano, Carlos Chávez, y un español, Jesús Bal y Gal. Novo pertenece al Grupo de Contemporáneos, equivalente exacto del Grupo de 1927 en España. Mucho tiempo después sabré que Novo había conseguido que en julio de 1936 su amigo Federico García Lorca estuviera precisamente en ese Palacio de Bellas Artes para presenciar el estreno mexicano de Bodas de Sangre interpretada por Margarita Xirgu.
A telón cerrado aparece el historiador árabe Cide Hamete Benengeli a quien Cervantes atribuye la novela. Cide Hamete Benengeli ha decidido abreviar la historia para que los niños de México puedan conocerla. La cortina se abre. De la oscuridad surge la venta que es un castillo para Don Quijote. Quiere ser armado caballero a fin de que pueda ofrecer sus hazañas a la sin par Dulcinea del Toboso, la mujer más bella del mundo.
Dos horas después termina la obra. Desciende de los aires Clavileño que en esta representación es un pegaso. Don Quijote y Sancho montan en él y se elevan aunque no desaparecen. El Caballero de la Triste Figura se despide: "No he muerto ni moriré nunca. Mi brazo fuerte está y estará siempre dispuesto a defender a los débiles y a socorrer a los necesitados".
La otra realidad
En aquella mañana tan remota descubro que hay otra realidad llamada ficción. Me es revelado también que mi habla de todos los días, la lengua en que nací y constituye mi única riqueza, puede ser para quien sepa emplearla algo semejante a la música del espectáculo, los colores de la ropa y de las casas que iluminan el escenario. La historia del Quijote tiene el don de volar como aquel Clavileño. Sin saberlo, he entrado en lo que Carlos Fuentes define como el territorio de La Mancha. Ya nunca voy a abandonarlo.
Leo más tarde versiones infantiles del gran libro y encuentro que los demás leen otra historia. Para mí el Quijote no es cosa de risa. Me parece muy triste cuanto le sucede. Nadie puede sacarme de esta visión doliente.
En la mínima historia inconclusa de mi trato con la novela admirable hay a lo largo de tantos años muchos episodios que no describiré. Adolescente, me frustra no poder seguir de corrido la fascinación del relato: se opone lo que George Steiner designó como el aparato ortopédico de las notas. Me duele que las obras eternas no lo sean tanto porque el idioma cambia todos los días y con él se alteran los sentidos de las palabras.
También me asombra que necesiten nota al pie términos familiares en el español de México, al menos en el México de aquellos años remotos: "de bulto" como las estatuillas de los santos que teníamos en casa; "el Malo", el demonio"; "pelillos a la mar", olvido de las ofensas; "curioso", inteligente. Y tantas otras: "escarmenar", "bastimento", "cada y cuando".
Supercherías cervantinas
Ignoro si podría demostrase que el primer ejemplar del Quijote llegó a México en el equipaje de Mateo Alemán y en el mismo 1506 de su publicación . El autor del Guzmán de Alfarache había nacido en 1547 como Cervantes y estuvo en aquella Nueva España que don Miguel nunca alcanzó.
Tal vez el gran cervantista mexicano de hace un siglo, Francisco A. de Icaza, hubiera rechazado como una más de las 'Supercherías y errores cervantinos', que es el título de la obra de Icaza, esta atribución que me seduce. Por lo pronto me permite evocar en este recinto sagrado a Icaza, el mexicano de España y el español de México, a quien no se recuerda en ninguna de sus dos patrias. En todo caso sobrevive en el poema que le dedicó su amigo Antonio Machado: "No es profesor de energía/ Francisco A. de Icaza, sino de melancolía". Y en la inscripción que leen todos los visitantes de la Alhambra. Otra leyenda atribuye su inspiración al mismo mendigo de quien habló también Ángel Ganivet: "Dale limosna, mujer/ pues no hay en la vida nada/como la pena de ser/ciego en Granada".
Como todo, Internet es al mismo tiempo la cámara de los horrores y el Retablo de las Maravillas. No me dejará mentir la Red si les digo que el 30 de noviembre de 2009, en una rueda de prensa en la Feria del Libro de Guadalajara me preguntaron, con motivo del Premio Reina Sofía, si con él yo estaba en camino del Premio Cervantes. "Para nada", contesté. "Lo veo muy lejano. Nunca lo voy a ganar".
Al amanecer del lunes 30 la voz de la Señora Ministra de Cultura, Doña Ángeles González Sinde, me dio la noticia y me hundió en una irrealidad quijotesca de la que aún no despierto. Por aturdimiento, no por ingratitud, apenas en este día doy gracias al jurado por su generosidad al privilegiarme cuando apenas soy uno más entre los escritores de este idioma y hay tantas y tantos dignos con mucha mayor justificación que yo de estar ahora ante ustedes.
Para volver al plano de la realidad irreal o de la irrealidad real en que los personajes del Quijote pueden ser al mismo tiempo lectores del Quijote, me gustaría que el Premio Cervantes hubiera sido para Cervantes. Cómo hubiera aliviado sus últimos años el recibirlo. Se sabe que el inmenso éxito de su libro en poco o nada remedió su penuria.
Cómo nos duele verlo o ver a su rival Lope de Vega humillándose ante los duques, condes y marqueses. La situación sólo ha cambiado de nombres. Casi todos los escritores somos, a querer o no, miembros de una orden mendicante. No es culpa de nuestra vileza esencial sino de un acontecimiento ya bimilenario que tiende a agudizarse en la era electrónica.
En la Roma de Augusto quedó establecido el mercado del libro. A cada uno de sus integrantes -- proveedores de tablillas de cera, papiros, pergaminos; copistas, editores, libreros--le fue asignado un pago o un medio de obtener ganancias. El único excluido fue el autor sin el cual nada de los demás existiría. Cervantes resultó la víctima ejemplar de este orden injusto. No hay en la literatura española una vida más llena de humillaciones y fracasos. Se dirá que gracias a esto hizo su obra maestra.
El Quijote es muchas cosas pero es también la venganza contra todo lo que Cervantes sufrió hasta el último día de su existencia. Si recurrimos a las comparaciones con la historia que vivió y padeció Cervantes, diremos que primero tuvo su derrota de la Armada Invencible y después, extracronológicamente, su gran victoria de Lepanto: El Quijote es la más alta ocasión que han visto los siglos de la lengua española.
Nada de lo que ocurre en este cruel 2010 -de los terremotos a la nube de ceniza, de la miseria creciente a la inusitada violencia que devasta a países como México- era previsible al comenzar el año. Todo cambia día a día, todo se corrompe, todo se destruye. Sin embargo en medio de la catástrofe, al centro del horror que nos cerca por todas partes, siguen en pie, y hoy como nunca son capaces de darnos respuestas, el misterio y la gloria del Quijote.
Salvador Novo adapta y dirige la obra con música de un mexicano, Carlos Chávez, y un español, Jesús Bal y Gal. Novo pertenece al Grupo de Contemporáneos, equivalente exacto del Grupo de 1927 en España. Mucho tiempo después sabré que Novo había conseguido que en julio de 1936 su amigo Federico García Lorca estuviera precisamente en ese Palacio de Bellas Artes para presenciar el estreno mexicano de Bodas de Sangre interpretada por Margarita Xirgu.
A telón cerrado aparece el historiador árabe Cide Hamete Benengeli a quien Cervantes atribuye la novela. Cide Hamete Benengeli ha decidido abreviar la historia para que los niños de México puedan conocerla. La cortina se abre. De la oscuridad surge la venta que es un castillo para Don Quijote. Quiere ser armado caballero a fin de que pueda ofrecer sus hazañas a la sin par Dulcinea del Toboso, la mujer más bella del mundo.
Dos horas después termina la obra. Desciende de los aires Clavileño que en esta representación es un pegaso. Don Quijote y Sancho montan en él y se elevan aunque no desaparecen. El Caballero de la Triste Figura se despide: "No he muerto ni moriré nunca. Mi brazo fuerte está y estará siempre dispuesto a defender a los débiles y a socorrer a los necesitados".
La otra realidad
En aquella mañana tan remota descubro que hay otra realidad llamada ficción. Me es revelado también que mi habla de todos los días, la lengua en que nací y constituye mi única riqueza, puede ser para quien sepa emplearla algo semejante a la música del espectáculo, los colores de la ropa y de las casas que iluminan el escenario. La historia del Quijote tiene el don de volar como aquel Clavileño. Sin saberlo, he entrado en lo que Carlos Fuentes define como el territorio de La Mancha. Ya nunca voy a abandonarlo.
Leo más tarde versiones infantiles del gran libro y encuentro que los demás leen otra historia. Para mí el Quijote no es cosa de risa. Me parece muy triste cuanto le sucede. Nadie puede sacarme de esta visión doliente.
En la mínima historia inconclusa de mi trato con la novela admirable hay a lo largo de tantos años muchos episodios que no describiré. Adolescente, me frustra no poder seguir de corrido la fascinación del relato: se opone lo que George Steiner designó como el aparato ortopédico de las notas. Me duele que las obras eternas no lo sean tanto porque el idioma cambia todos los días y con él se alteran los sentidos de las palabras.
También me asombra que necesiten nota al pie términos familiares en el español de México, al menos en el México de aquellos años remotos: "de bulto" como las estatuillas de los santos que teníamos en casa; "el Malo", el demonio"; "pelillos a la mar", olvido de las ofensas; "curioso", inteligente. Y tantas otras: "escarmenar", "bastimento", "cada y cuando".
Supercherías cervantinas
Ignoro si podría demostrase que el primer ejemplar del Quijote llegó a México en el equipaje de Mateo Alemán y en el mismo 1506 de su publicación . El autor del Guzmán de Alfarache había nacido en 1547 como Cervantes y estuvo en aquella Nueva España que don Miguel nunca alcanzó.
Tal vez el gran cervantista mexicano de hace un siglo, Francisco A. de Icaza, hubiera rechazado como una más de las 'Supercherías y errores cervantinos', que es el título de la obra de Icaza, esta atribución que me seduce. Por lo pronto me permite evocar en este recinto sagrado a Icaza, el mexicano de España y el español de México, a quien no se recuerda en ninguna de sus dos patrias. En todo caso sobrevive en el poema que le dedicó su amigo Antonio Machado: "No es profesor de energía/ Francisco A. de Icaza, sino de melancolía". Y en la inscripción que leen todos los visitantes de la Alhambra. Otra leyenda atribuye su inspiración al mismo mendigo de quien habló también Ángel Ganivet: "Dale limosna, mujer/ pues no hay en la vida nada/como la pena de ser/ciego en Granada".
Como todo, Internet es al mismo tiempo la cámara de los horrores y el Retablo de las Maravillas. No me dejará mentir la Red si les digo que el 30 de noviembre de 2009, en una rueda de prensa en la Feria del Libro de Guadalajara me preguntaron, con motivo del Premio Reina Sofía, si con él yo estaba en camino del Premio Cervantes. "Para nada", contesté. "Lo veo muy lejano. Nunca lo voy a ganar".
Al amanecer del lunes 30 la voz de la Señora Ministra de Cultura, Doña Ángeles González Sinde, me dio la noticia y me hundió en una irrealidad quijotesca de la que aún no despierto. Por aturdimiento, no por ingratitud, apenas en este día doy gracias al jurado por su generosidad al privilegiarme cuando apenas soy uno más entre los escritores de este idioma y hay tantas y tantos dignos con mucha mayor justificación que yo de estar ahora ante ustedes.
Para volver al plano de la realidad irreal o de la irrealidad real en que los personajes del Quijote pueden ser al mismo tiempo lectores del Quijote, me gustaría que el Premio Cervantes hubiera sido para Cervantes. Cómo hubiera aliviado sus últimos años el recibirlo. Se sabe que el inmenso éxito de su libro en poco o nada remedió su penuria.
Cómo nos duele verlo o ver a su rival Lope de Vega humillándose ante los duques, condes y marqueses. La situación sólo ha cambiado de nombres. Casi todos los escritores somos, a querer o no, miembros de una orden mendicante. No es culpa de nuestra vileza esencial sino de un acontecimiento ya bimilenario que tiende a agudizarse en la era electrónica.
En la Roma de Augusto quedó establecido el mercado del libro. A cada uno de sus integrantes -- proveedores de tablillas de cera, papiros, pergaminos; copistas, editores, libreros--le fue asignado un pago o un medio de obtener ganancias. El único excluido fue el autor sin el cual nada de los demás existiría. Cervantes resultó la víctima ejemplar de este orden injusto. No hay en la literatura española una vida más llena de humillaciones y fracasos. Se dirá que gracias a esto hizo su obra maestra.
El Quijote es muchas cosas pero es también la venganza contra todo lo que Cervantes sufrió hasta el último día de su existencia. Si recurrimos a las comparaciones con la historia que vivió y padeció Cervantes, diremos que primero tuvo su derrota de la Armada Invencible y después, extracronológicamente, su gran victoria de Lepanto: El Quijote es la más alta ocasión que han visto los siglos de la lengua española.
Nada de lo que ocurre en este cruel 2010 -de los terremotos a la nube de ceniza, de la miseria creciente a la inusitada violencia que devasta a países como México- era previsible al comenzar el año. Todo cambia día a día, todo se corrompe, todo se destruye. Sin embargo en medio de la catástrofe, al centro del horror que nos cerca por todas partes, siguen en pie, y hoy como nunca son capaces de darnos respuestas, el misterio y la gloria del Quijote.
Reseña biográfica
Poeta y ensayista mexicano nacido en Ciudad de México en 1939.Empezó a brillar desde muy joven en el panorama cultural mexicano, gracias a su dominio de las formas clásicas y modernas y al enfoque universal de su poesía.
Además de poeta y prosista se ha consagrado también como eximio traductor, trabajando como director y editor de colecciones bibliográficas y diversas publicaciones y suplementos culturales. Ha sido docente universitario e investigador al servicio de entidades gubernamentales.
Entre sus galardones se cuentan:
Premio Nacional de Poesía, Premio Nacional de Periodismo Literario, Premio Xavier Villaurrutia, Premio Magda Donato, Premio José Asunción Silva en 1996, el Premio Octavio Paz en el año 2003, el Premio Federico García Lorca 2005, el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en 2004, la XVIII edición del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2009 y el Premio Cervantes en 2009.
Como traductor se le deben en especial versiones de Cuatro cuartetos, de
Su poema Alta traición es quizá el más célebre entre la juventud mexicana. En su obra narrativa transfigura el mundo infantil y adolescente en el escenario cada vez más ruinoso de la ciudad de México (El viento distante y otros relatos (1963), El principio del placer (1972),
Obra:
Lírica
Los elementos de la noche (1963)
El reposo del fuego (1966)
No me preguntes cómo pasa el tiempo (1970)
Irás y no volverás (1973)
Islas a la deriva (1976)
Desde entonces (1979)
Los trabajos del mar (1984)
Miro la tierra (1987)
Ciudad de la memoria (1990)
El silencio de la luna (1996)
La arena errante (1999)
Siglo pasado (2000)
Tarde o temprano (2000; poesía completa, ampliada en la edición de 2010)
Como la lluvia (2009)
La edad de las tinieblas (2009)
Narrativa
La sangre de Medusa y otros cuentos marginales (1959)
El viento distante (1963)
Morirás lejos (1967)
El principio del placer (1972)
Tarde de agosto (1992)
Selección de poemas
Los elementos de la noche
Bajo el mismo imperio que el verano ha roído
Se deshacen los días.
En el último valle
La destrucción se sacia
En ciudades vencidas que la ceniza afrenta.
La lluvia extingue
El bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su verano.
Las palabras se rompen contra el aire.
Nada se restituye ni devuelve
El verdor a la tierra calcinada.
Ni el agua en su destierro sucederá a la fuente
Ni los huesos del águila volverán por las alas.
La falsa vida
Alguien te sigue a veces en silencio.
Las cosas nunca dichas
Se transforman en actos.
Atraviesas la noche en las manos del sueño,
Pero el otro, implacable,
No te abandona: lucha
Contra la irrealidad, la falsa vida
Donde todo es ocaso.
Frágil perseguidor que eres tú mismo,
Lo has obligado a ser, en guardia siempre,
El minucioso espejo que no olvida.
Pompeya
La tempestad de fuego nos sorprendió en el acto
De la fornicación.
No fuimos muertos por el río de la lava.
Nos ahogaron los gases. La ceniza
Se convirtió en sudario. Nuestros cuerpos
Continuaron unidos en la piedra:
Petrificado espasmo interminable.
Miseria de la poesía
Me pregunto qué puedo hacer contigo
Ahora que han pasado tantos años,
Cayeron los imperios,
La creciente arrasó con los jardines,
Se borraron las fotos
Y en los sitios sagrados del amor
Se levantan comercios y oficinas
(con nombres en inglés naturalmente).
Me pregunto qué puedo hacer contigo
Y hago un pseudo poema
Que tú nunca leerás
―o si lo lees,
En vez de una punzada de nostalgia,
Provocará tu sonrisita crítica.
El mar sigue adelante
Entre tanto guijarro de la orilla
No sabe el mar en dónde ha de romperse.
¿Cuándo terminará su infernidad que lo ciñe
A la tierra enemiga,
Como instrumento de tortura,
Y no lo deja agonizar,
No le otorga un minuto de reposo?
Tigre entre la hojarasca
De su absoluta impermanencia.
Las vueltas
Jamás serán iguales;
La prisión
Es siempre idéntica a sí misma.
Y cada ola quisiera ser la última,
Quedarse congelada
En la boca de sal y arena
Que está diciendo siempre: adelante.
El fuego
En la madera que se resuelve en chispa y llamarada,
Luego en silencio y humo que se pierde,
Miraste deshacerse con silencioso estruendo la vida.
Y te preguntas si habrá dado calor,
Si conoció alguna de las formas del fuego,
Si llegó a arder e iluminar con su llama.
De otra manera todo habrá sido en vano.
Humo y ceniza no serán perdonados
Pues no triunfaron contra la oscuridad,
Leña que arde en una estancia desierta
O en una cueva que sólo habitan los muertos.
Manual de urbanidad
Para qué tanta ceremonia, indirectas,
Puñaladitas bajo cuerda, gasto suntuario,
Cortina de humo o envoltura contaminante
De una desnuda frase: No puedo verte
O No te soporto.
Es decir, soy ciego
A nuestra humana luz compartida.
O bien, no resisto
El peso de otra dolencia errante agregada
A mi invencible pesadumbre.
El silencio
La vida, más feroz que toda muerte.
Jorge Guillén, Clamor
La silenciosa noche. Aquí en el bosque
No se escuchan rumores.
Los gusanos trabajan.
Los pájaros de presa hacen lo suyo.
Pero yo no oigo nada.
Sólo el silencio que da miedo. Tan raro,
Tan escaso se ha vuelto en este mundo
Que ya nadie se acuerda de cómo suena,
Nadie quiere
Estar consigo mismo un instante.
Mañana
Dejaremos la verdadera vida para mañana.
No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo:
Extrañeza
De hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda.
Silencio en este bosque, en esta casa
A la mitad del bosque.
¿Se habrá acabado el mundo?
Fin de mundo
“El 18 de mayo del 50
Se va a acabar el mundo.
Confiésate y comulga y encomienda tu alma
A la misericordia de Dios Padre
Y pídele a la Virgen que ruegue por nosotros.”
Todo esto me dijeron varias personas.
El 18 de mayo esperé el terremoto,
El diluvio de fuego, la bomba atómica.
Como es obvio, no pasó nada.
Hay otras fechas para el fin del mundo.
Elogio de la fugacidad
Triste que todo pase…
Pero también qué dicha este gran cambio perpetuo.
Si pudiéramos
Detener el instante
Todo sería mucho más terrible.
¿Pueden imaginar a Fausto de 1844, digamos,
Que hubiera congelado el tiempo en un momento preciso?
En él hasta la más libre de las mujeres
Viviría prisionera de sus quince hijos
(Sin contar a los muertos antes de un año),
Las horas infinitas ante el fogón, la costura,
Los cien mil platos sucios, la ropa inmunda
—Y todo lo demás, sin luz eléctrica y sin agua corriente.
Cuerpos sólo dolor, ignorantes de la anestesia,
Que olían muy mal y rara vez se bañaban.
Y aún después de todo esto, como perfectos imbéciles,
Nos atrevemos a decir irredentos:
“Qué gran tristeza la fugacidad,
¿Por qué tenemos que pasar como nubes?”
Irrealidad
Como fantasma de un espectro vuelvo
A este mundo con mi experiencia que ya no sirve.
Me abruma
Atestiguar cómo todo ha cambiado hasta la irrealidad;
Cómo fantasía alguna fue capaz
De imaginar cuanto hay ahora, todo lo que es
―Y desde luego nadie esperaba.
La lengua de las cosas
La lengua de las cosas debe ser el polvo donde se comunican sin
Hablarse.
El polvo o la sombra que proyectan.
Demencia de las cosas cuando su voluntad se rebela
Y se esconden frenéticas o se niegan a funcionar obstinadas.
Únicos medios de rebelión a su alcance,
Únicas formas de decirnos que no somos sus amos,
Aunque tengamos el poder
De destruirlas y olvidarlas.
José Andrés Rojo
Se va a acabar el mundo.
Confiésate y comulga y encomienda tu alma
A la misericordia de Dios Padre
Y pídele a la Virgen que ruegue por nosotros.”
Todo esto me dijeron varias personas.
El 18 de mayo esperé el terremoto,
El diluvio de fuego, la bomba atómica.
Como es obvio, no pasó nada.
Hay otras fechas para el fin del mundo.
Elogio de la fugacidad
Triste que todo pase…
Pero también qué dicha este gran cambio perpetuo.
Si pudiéramos
Detener el instante
Todo sería mucho más terrible.
¿Pueden imaginar a Fausto de 1844, digamos,
Que hubiera congelado el tiempo en un momento preciso?
En él hasta la más libre de las mujeres
Viviría prisionera de sus quince hijos
(Sin contar a los muertos antes de un año),
Las horas infinitas ante el fogón, la costura,
Los cien mil platos sucios, la ropa inmunda
—Y todo lo demás, sin luz eléctrica y sin agua corriente.
Cuerpos sólo dolor, ignorantes de la anestesia,
Que olían muy mal y rara vez se bañaban.
Y aún después de todo esto, como perfectos imbéciles,
Nos atrevemos a decir irredentos:
“Qué gran tristeza la fugacidad,
¿Por qué tenemos que pasar como nubes?”
Irrealidad
Como fantasma de un espectro vuelvo
A este mundo con mi experiencia que ya no sirve.
Me abruma
Atestiguar cómo todo ha cambiado hasta la irrealidad;
Cómo fantasía alguna fue capaz
De imaginar cuanto hay ahora, todo lo que es
―Y desde luego nadie esperaba.
La lengua de las cosas
La lengua de las cosas debe ser el polvo donde se comunican sin
Hablarse.
El polvo o la sombra que proyectan.
Demencia de las cosas cuando su voluntad se rebela
Y se esconden frenéticas o se niegan a funcionar obstinadas.
Únicos medios de rebelión a su alcance,
Únicas formas de decirnos que no somos sus amos,
Aunque tengamos el poder
De destruirlas y olvidarlas.
José Andrés Rojo
Una historia de amor
EL PAÍS, 23 abril, 2010
Una vez que aquel muchacho, Carlitos, fue a casa de Jim quedó tan impactado por la belleza de la madre de su amigo que se enamoró de manera irremediable. Volvió al mundo con la sensación de estar viviendo el mayor de los acontecimientos y ya no dejó de pensar en ella. Así que unos días después, y cuando estaban en clase de "lengua nacional como se llamaba el español", pidió permiso y salió. Les estaban enseñando el pretérito perfecto del subjuntivo: hubiera o hubiese amado. Se fue de la escuela, fue a casa de su amigo, tocó el timbre. Lo cuenta José Emilio Pacheco, que dentro de unas horas recibirá en Alcalá el Premio Cervantes, en su novela Las batallas en el desierto (Tusquets). Le abrió la madre de Jim: "Nos sentamos en el sofá. Mariana cruzó las piernas. Por un segundo el kimono se entreabrió levemente. Las rodillas, los muslos, los senos, el vientre plano, el misterioso sexo escondido. No pasa nada, repetí". Y fue armándose de valor, hasta que lo dijo: "Porque lo que vengo a decirle –ya de una vez, señora, y perdóneme—es que estoy enamorado de usted".
Una vez que aquel muchacho, Carlitos, fue a casa de Jim quedó tan impactado por la belleza de la madre de su amigo que se enamoró de manera irremediable. Volvió al mundo con la sensación de estar viviendo el mayor de los acontecimientos y ya no dejó de pensar en ella. Así que unos días después, y cuando estaban en clase de "lengua nacional como se llamaba el español", pidió permiso y salió. Les estaban enseñando el pretérito perfecto del subjuntivo: hubiera o hubiese amado. Se fue de la escuela, fue a casa de su amigo, tocó el timbre. Lo cuenta José Emilio Pacheco, que dentro de unas horas recibirá en Alcalá el Premio Cervantes, en su novela Las batallas en el desierto (Tusquets). Le abrió la madre de Jim: "Nos sentamos en el sofá. Mariana cruzó las piernas. Por un segundo el kimono se entreabrió levemente. Las rodillas, los muslos, los senos, el vientre plano, el misterioso sexo escondido. No pasa nada, repetí". Y fue armándose de valor, hasta que lo dijo: "Porque lo que vengo a decirle –ya de una vez, señora, y perdóneme—es que estoy enamorado de usted".
La novela tiene esas frases cortas, esa velocidad, pero José Emilio Pacheco es, ante todo, poeta. En alguna de sus artes poéticas ha escrito: "Tenemos una sola cosa que describir: / este mundo". En otra: "No tu mano / la tinta escribe a ciegas / estas pocas palabras". Así que no es hombre de alardear, ni de proclamas excesivas, y ha ido paso a paso construyendo ese montón de versos por los que hoy recibe el premio más importante de cuantos celebran la obra de un autor en lengua española.
En Sombras de obras, Octavio Paz escribió: "La poesía de José Emilio Pacheco se inscribe no en el mundo de la naturaleza sino en el de la cultura y, dentro de éste, en su mitad de sombra. Cada poema de Pacheco es un homenaje al No; para José Emilio el tiempo es el agente de la destrucción universal y la historia es un paisaje en ruinas". No hay que ir muy lejos en Tarde o temprano, la reunión de sus poemas que Tusquets acaba de publicar, para encontrar uno que en el que, con extrema sencillez y contundencia, atrape la devastadora labor de las horas. Se titula Antiguos compañeros se reúnen y dice: "Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años".
En Las batallas del desierto, que inspiró una película (Mariana, Mariana) y una canción del grupo Café Tacuba (Las Batallas), hay también algo de eso: la drástica mirada que constata que todo se acaba, que nada dura. "Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad.
Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años". Así que seguramente es cierta esa querencia por el No. Pero también en Pacheco hay, y también lo destacaba Octavio Paz, "la voz del Sí". Ese Sí que constituye el haberse rendido al desafío de escribir versos, aunque parezca una tarea condenada al fracaso. Así lo expresaba en otro poema: "No hay justificación de mi arrogancia / Al hacer un poema como si fuera importante. / Y desde el muelle sin esperanza arrojarlo / Al abismo sin fondo". Señor Pacheco, muchas felicidades.
En Sombras de obras, Octavio Paz escribió: "La poesía de José Emilio Pacheco se inscribe no en el mundo de la naturaleza sino en el de la cultura y, dentro de éste, en su mitad de sombra. Cada poema de Pacheco es un homenaje al No; para José Emilio el tiempo es el agente de la destrucción universal y la historia es un paisaje en ruinas". No hay que ir muy lejos en Tarde o temprano, la reunión de sus poemas que Tusquets acaba de publicar, para encontrar uno que en el que, con extrema sencillez y contundencia, atrape la devastadora labor de las horas. Se titula Antiguos compañeros se reúnen y dice: "Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años".
En Las batallas del desierto, que inspiró una película (Mariana, Mariana) y una canción del grupo Café Tacuba (Las Batallas), hay también algo de eso: la drástica mirada que constata que todo se acaba, que nada dura. "Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad.
Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años". Así que seguramente es cierta esa querencia por el No. Pero también en Pacheco hay, y también lo destacaba Octavio Paz, "la voz del Sí". Ese Sí que constituye el haberse rendido al desafío de escribir versos, aunque parezca una tarea condenada al fracaso. Así lo expresaba en otro poema: "No hay justificación de mi arrogancia / Al hacer un poema como si fuera importante. / Y desde el muelle sin esperanza arrojarlo / Al abismo sin fondo". Señor Pacheco, muchas felicidades.
2 comentarios:
Buen artículo, la poesía de Pacheco ha marcado a muchos poetas mexicanos de su generación.
Felicidades
Thelma
Exelente forma de actualizar en el tiempo y en el espacio al maestro ausente.
Su modesta y clara alocución del2010,es ejemplar.Como dijo Side Hamete Berengeli,(o lo pensó)cosas veredes Sancho: Molinos hay,como en Michoacán,agitando brazos con cabezas al extremo,que desmantelar solo pueden,los propios molidos por su fuerza... Carlos Nuñez.
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