El poeta del Nuevo Mundo
Preámbulo de Francisco Alexander, traductor de la edición de Hojas de Hierba publicada por Marymar Ediciones, Buenos Aires 1977.
Walt Whitman, el más grande de los poetas norteamericanos, nació en West Hills, Long Island (“la Paumanok pisciforme donde yo nací”), cerca de Brooklyn –entonces una aldea que empezaba a crecer enfrente de Nueva York-, el 31 de mayo de 1819.Descendiente de dos razas robustas –de labradores ingleses por la línea paterna, y de marineros holandeses por su “madre perfecta”-, Walt no tuvo otra educación formal que la que pudo recibir en una escuela primaria de Brooklyn. Todo lo demás lo debió en tres fuentes: la vida activa y varia de la ciudad que se alzaba al otro lado del East River (su “Mannahatt”, a la que ha celebrado en dos poemas y en muchas alusiones dispersas); el contacto íntimo con la naturaleza (hizo dos grandes excursiones a pie: una hasta los Grandes Lagos fronterizos al Canadá, y otra hasta Nueva Orleáns, manteniéndose con lo que le pagaban por artículos que enviaba a los periódicos); y sus lecturas copiosas, pero desordenadas (los clásicos griegos, Shakespeare, Hegel, Cervantes, Dante, la Biblia, los poetas románticos ingleses, algún libro de ciencia popularizada, las epopeyas indostánicas). El mismo nos ha contado como hacía muchas de esas lecturas en la soledad, entre las rocas de su isla nativa, “en la presencia total de la naturaleza, bajo el sol, ante las bastas perspectivas del paisaje o del mar”.
En medio de una sociedad puritana, regulada por los más exigentes convencionalismos, Whitman tuvo el valor de ser un bohemio. En diversas épocas de su vida ejerció los oficios más disímiles: fue maestro de escuela, carpintero, tipógrafo, director de periódico, empleado público, enfermero de hospitales. De esas ocupaciones, la más acorde con sus aptitudes y la que más había que influir en su desarrollo literario, fue la de tipógrafo: ella le puso en relación con redactores de revistas y periódicos, y de ese oficio pasó insensiblemente a colaborar, con poesías y artículos primerizos, mediocres y convencionales, que le sirvieron, no obstante, para alentar sus ambiciones literarias y para abrirle las puertas de los círculos periodísticos de Nueva York. En 1846 obtuvo el cargo de director del “Brooklyn Daily Eagle”, periódico en que publicó sus primeros artículos importantes; en ellos expresaba sus convicciones democráticas y liberales, y se declaraba heredero del espíritu que inspiró a la Revolución Francesa y a la guerra de independencia norteamericana. En efecto, su padre, aunque hombre de pocas letras, fue un librepensador, , y había transmitido a su hijo el entusiasmo del siglo XVIII por los ideales de libertad y por los principios de la igualdad de los derechos humanos. Walt recordaba siempre con veneración que, de niño, había visto cierta vez a Lafayette, y cómo, en su adolescencia, había leído con fervor los escritos de Thomas Paine; con el mismo enardecimiento, me figuro, con que algunos alumnos de mi generación devorábamos las páginas inflamadas de González Prada y de Montalvo.
Despedido del “Brooklyn Daily Eagle” por haber expresado con demasiado calor sus opiniones antiesclavistas, Whitman pasó a desempeñar la dirección de otro periódico, el “Brooklyn Daily Freman”. Mientras tanto, había estado madurando su facultad poética, y tenía escritos ya los primeros poemas –el núcleo- de sus “Hojas de Hierba”, que los publicó en 1855, precedidos por un prefacio personal y vigoroso como ellos. Esa primera edición de “Hojas de Hierba” era un libro poco voluminoso, que él mismo imprimió, y que tuvo la virtud de provocar el entusiasmo de Emerson, el cual, en una carta que se ha citado mil veces, saluda a Whitman “al principio de una gran carrera” y declara que su libro es “la creación más extraordinaria de ingenio y sabiduría que los Estados Unidos han producido hasta ahora”. Pero la voz del maestro de Concord había de ser una de las muy pocas de alabanza y aliento que iba a oír el poeta en su propia patria. Las otras voces fueron de protesta y escándalo. Como sucede siempre en tales casos, los detractores más virulentos de Whitman eran precisamente aquellos que menos lo comprendían y que menos podían comprenderle: desde el Ministro que lo destituyó por el delito de haber escrito “Hojas de Hierba”, hasta los críticos puritanos que prescribían, en revistas y periódicos, lo que debían o no debían leer sus castos suscriptores, pasando por los clérigos, por las autoridades que prohibían la venta del libro, y por los hipócritas oficiosos que llegaron a pedir la intervención de un cuerpo tan hipócrita como ellos, la Sociedad para la Supresión del Vicio, con el fin de que se destruyera hasta le original del libro vitando. ¡Y qué es lo que estos cruzados de la virtud encontraban tan diabólico en los poemas de Whitman, para que así los persiguieran? Pues ciertos pasajes “inmorales” e “indecentes” que habían lastimado su pudor virginal.
Desde entonces, Walt Whitman vivió para su libro, que fue creciendo, con sucesivas adiciones y “anexos”, como un organismo viviente, con la sola interrupción terrible de la Guerra Civil, que conmovió a los Estados Unidos desde 1861 hasta 1865. Durante esos años, como enfermero voluntario, Whitman recorrió incansablemente los campos de batalla y los hospitales militares, asistiendo a los enfermos, heridos y moribundos de los Estados del Norte y del Sur, sin mostrar preferencias y con igual abnegada ternura para todos. Fruto de la reacción emocional de Whitman ante esa tremenda lucha, en la que se jugaba la suerte de la unidad nacional y el destino de la democracia naciente, fueron los admirables poemas de guerra publicados en 1865 con el título general de “Drum-Taps” (“Redobles de Tambor”); el ensayo “Democratic Vistas” (“Perspectivas Democráticas”), la más importante de sus obras en prosa; y las cartas que escribió a su madre durante los años de la guerra, recogidas en el libro póstumo “The Wond-Dresser” (“El Curador de Heridas”).
Whitman vivió en Washington hasta 1873, año en que, atacado de parálisis se retiró a la ciudad de Camden, en el Estado de Nueva Jersey, donde residió hasta su muerte, que llegó plácidamente para él, como lo había invocado en uno de sus poemas, el 26 de marzo de 1892. En los últimos años de si vida tuvo paz, holgura económica y el sereno gozo de ver cómo iba extendiéndose y afirmándose su fama: en Inglaterra, sus amigos y admiradores daban a conocer sus poemas al público británico, primero en forma de prudentes selecciones y, mas tarde, en su desnuda integridad. En el continente europeo, Francia, Italia, Alemania y Dinamarca se apresuraron a hacerlo suyo por medio de magníficas traducciones al mismo tiempo que interpretaban con ardor el “mensaje” del Poeta del Nuevo Mundo.
Dije que Whitman es el más grande de los poetas norteamericanos. Es también el primero de ellos en el orden cronológico. Hasta el año 1855 –en que aparece la primera edición de “Hojas de Hierba”-, la poesía que han producido los Estados Unidos casi no es otra cosa que la poesía de Inglaterra trasplantada al suelo de América. Poe, Whittler, Bayard, Taylor, Longfellow, fueron sin duda poetas norteamericanos, pero sólo por el accidente de su nacimiento; sus odas y sonetos y baladas reflejan tan poco el ambiente físico de su vasto y maravilloso país como los sentimientos e ideales de su pueblo. Cuando, por excepción, condescienden a tratar algún tema patrio, escriben (como Longfellow) extensos poemas narrativos sin realismo, de inspiración europea ultrarromántica, que lo mismo podían haber sido escritos por cualquiera de los poetas contemporáneos del Viejo Mundo, o (como Whittler) poemas de ocasión, especie de folletos patrióticos y humanitarios en verso, principalmente antiesclavistas. Edgar Poe, con sus poesías melifluas y extraterrenales (“tintineo sempiterno de campanitas musicales”, las llamaba Whitman); Bayard Taylor, cantando temas románticos y pastoriles de España, de Noruega y hasta de Oriente, y traduciendo el Fausto de Goethe; Longfellow (a quien nadie lee ahora, como no sean los estudiosos de la literatura ylos colegiales delos Estados Unidos) con sus poemas del pasado legendario de Europa y con sus traducciones de los viejos poetas españoles y de Dante: he aquí tres versificadores –a los que podría juntarse Emerson como poeta- a quienes, creo yo, bien podrían los manuales de historia de la literatura describir como poetas ingleses de segunda o tercera categoría, nacidos en los Estados Unidos.
Contrastando con ellos, Walt Whitman se presenta como el poeta más original, más vigoroso, más individual, más intensamente personal que han producido los Estados Unidos. No sólo que no imita a los grandes modelos del Viejo Mundo, sino que rechaza deliberadamente la ingente herencia poética de Europa (aceptando de ella nada más que los elementos que él pueda adaptar a sus fines) como algo que allá mismo ha dejado o pronto dejará de expresar los ideales de la realidad actual y que, en todo caso, poca o ninguna validez puede tener respecto de la joven y vigorosa sociedad de la que es él, por su propia designación, el cantor y el poeta. Animado de ese convencimiento, rompiendo las ligaduras que le atan a las tradiciones que no quiere ver perpetuadas en su Nuevo Mundo, escribe, corrige y amplía incansablemente, durante 37 años, sus “Hojas de Hierba”, el libro de su vida que, mirado bajo uno solo de sus aspectos, es, para decirlo con las palabras de Carl Sandburg, “el juramento más solemne que se ha escrito, expresado con los más impetuosos acentos, de que los Estados Unidos significan algo y se dirigen a alguna parte; es la más clásica propaganda que los Estados Unidos han hecho de sí mismos como una nación como objeto, destino, estandartes y almenaras”.
“Hojas de Hierba” es, por supuesto, mucho más que eso: es la confesión total de un hombre tolerante, bueno, comprensivo y misericordioso, que poseyó el don poético genial y quiso explicar suposición respecto de Dios, del Universo y de los problemas eternos del hombre. Whitman encuentra en la democracia la solución de estos problemas. Sin cesar celebra las virtudes de la democracia: sólo en ella podrán todos los hombres y mujeres realizar sus ideales más nobles, y alcanzar la suprema perfección inherente a su jerarquía de seres humanos.
Pero no nos engañemos, ni hagamos a Whitman un flaco servicio con nuestro engaño. Por incapacidad de compresión o por mala fe, muchos lectores del poeta –entre ellos críticos profesionales, catedráticos y otros intelectuales- han pregonado y pregonan la inutilidad de las exaltaciones de Whitman, y se burlan diciendo que la democracia no ha hecho caso de “su poeta”, y que el “average man”, o sea el hombre común y corriente a quien Whitman canta y a quien ofrece “todos los dones del universo”, es precisamente el que menos lo lee, o el único que no lo lee.
Sí, el “average man” no lee a Whitman; pero esos pontífices no han querido o no han podido explicar, que no lo lee porque vive en sociedades que, cuando no son la negación de la democracia, son apenas simulacros de ella, y que el hombre común y corriente a quien Whitman canta y para quien escribió, lo leerá cuando exista en el mundo la democracia a que está destinado. Nunca fue Whitman lo bastante ingenuo como para como para imaginar que, en el siglo XIX y en los Estados Unidos, estaba celebrando a la democracia. El sabía que la verdadera democracia tardaría mucho en advenir, pero tenía derecho a creer que los hombres y las mujeres que le rodeaban en su país y en su época, eran el antecedente necesario y la raíz de esa futura sociedad ideal.
De manera que quienes todavía persisten en asentar dogmáticamente que Walt Whitman no es el poeta del pueblo. Confiesan, sin quererlo, que los Estados Unidos, aún hoy, distan de ser la democracia soñada por él. Y si eso es verdad del país más rico y próspero de la tierra, no acertamos a adivinar dónde podría surgir la democracia whitmaniana. Sólo vemos por todas partes, cerca y lejos, la amenaza de aquello precisamente que Whitman, poeta de la libertad, más execraba: la tiranía, en forma de sistemas totalitarios grandes y pequeños.
Bajo este aspecto, pues, “Hojas de Hierba” es, si se quiere, otra Utopía: la democracia de Whitman y su “average man” no existen aún en la tierra. En cuanto a la religión, Whitman cree en su utilidad como uno de los elementos que han de constituir su sociedad ideal, como uno de los medios de que el hombre y la mujer alcancen su perfecta armonía y equilibrio espirituales, y como un instrumento de concordia y benevolencia; pues es enemigo del formalismo religioso y de la coerción eclesiástica, y así, proclama francamente que la democracia no puede ser compatible con la supervivencia de ninguna casta sacerdotal.
Los detractores de Whitman le han acusado asimismo de la más cruda sensualidad, y ha habido críticos que han llegado a representarlo como un animal que se revuelca, plácida e irreflexivamente, en el cieno de sus propias sensaciones. Estos ataques se apoyan en una parte muy pequeña de la obra entera del poeta: en ciertos pasajes del vasto “Canto a Mi Mismo” y en algunos poemas de “Hijos de Adán”. Tampoco en este caso –por mojigatería o por inexplicable ofuscamiento de su facultad crítica- ha podido esa clase de jueces decir la verdad clara y sencilla, que consiste en que Walt Whitman, antes que su amigo Edward Carpenter, antes que Havelock Ellis, antes que los otros apóstoles de la doctrina de la esencial pureza y dignidad de lo sexual, comprendió que nada hay de pecaminoso en ese impulso fundamental de toda la vida, y que, en su afán de cantar al hombre y a la mujer cabales, celebró también, con pasión, los nobles atributos de su sexo, sin que le importase ofender con ello la pudibundez de los puritanos, de los tontos y de los hipócritas. El mismo ha explicado su posición respecto de este delicado asunto, en uno de sus ensayos, con estas palabras, que debían haber bastado para acallar la voz de la gazmoñería: “Dulce, sensata, serena Desnudez de la Naturaleza. ¡Ah, si pudiera conocerte realmente, una vez más, la pobre humanidad enferma, lasciva de las ciudades! ¿No es entonces indecente la desnudez? No, en sí misma no lo es. Indecentes lo son vuestros pensamientos, vuestros temores, vuestra respetabilidad.”
Walt Whitman es el poeta del optimismo, de la alegría, de la claridad; su obra es rica y variada como el mundo. Su voz es la voz poética más intensa que haya vibrado jamás en el continente americano. Las opiniones que importan –no las de los mojigatos ni la de los miopes- han consagrado a Whitman no sólo como un clásico de la literatura de su patria o de la del Nuevo Mundo, sino como una de las figuras sublimes de la historia humana, y le han asignado un lugar junto a Confucio, Sócrates, Dante, Homero, Shakespeare, Cervantes.
Es oportuno presentar en este momento a Whitman, con su espíritu inflamado y su voz apasionada, ante los americanos de la América española, que tanto necesitamos afirmarnos y reconfortarnos con su evangelio de libertad, de amplitud espiritual, de respeto a la persona humana, de tolerancia y de amor.
Francisco Alexander
Quito, 1952.
La obra poética de Whitman está reunida en la monumental Hojas de Hierba, que como se ha dicho, el poeta fue añadiendo, corrigiendo e incrementando a lo largo de las muchas ediciones que él mismo se encargó de supervisar cuidadosamente hasta su muerte. Sin embargo, podemos distinguir distintas etapas, temas y libros que el poeta caracterizó acorde a la siguiente estructura temática:
- Los prefacios de Hojas de Hierba
- Hojas de Hierba:
- Dedicatorias
- Al partir de Paumanok
- Canto a mi mismo
- Hijos de Adán
- Calamo
- Salut au Monde!
- Canto del camino Real
- En la barca de Brooklyn
- Canto del respondedor
- Nuestro antiguo follaje
- Canto de alegrías
- Canto del hacha
- Canto de la exposición
- Canto del cedro
- Canto a las ocupaciones
- Canto de la tierra rodante
- Juventud, día, ancianidad y noche
- Aves de paso
- Procesión en Brodway
- Restos del naufragio
- A la vera del camino
- Redobles de tambor
- Conmemoraciones del presidente Lincoln
- Arroyos de otoño
- Pensar en el tiempo
- Murmullos de la muerte celestial
- Tu, madre, con tus hijos iguales
- Del mediodía a la noche estrellada
- Cantos de despedida
- Horas de un septuagenario
- Adiós mi fantasía
Whitman ha influido poderosamente en numerosos poetas tanto norteamericanos, europeos como iberoamericanos, ha sido una de las voces poéticas más vigorosas e impactantes; podemos decir que se trata de un poeta fundacional, a partir del cual se inicia una nueva manera de decir las cosas, de enunciar los acontecimientos de los hombres, de referir sus pasiones, de nombrar sus hechos y ocupaciones, de cantar a la naturaleza y a la vida.
Y es un poeta fundacional puesto que inaugura un canto radicalmente nuevo, inédito: aquel que destaca la igualdad esencial de todos los hombres y mujeres, que alaba la belleza de los cuerpos y su sexualidad como energía vital y amorosa, que exige igualdad de oportunidades y canta a la democracia como panacea liberadora y justiciera, que aprecia la grandeza de la creación tanto en una brizna de hierba como en “el trabajo de las estrellas”, quien ha puesto patas arriba credos, iglesias y santurrones al subrayar la divinidad implícita en nuestra propia humanidad.
Quizá el primer iberoamericano que escribió sobre Whitman fue José Martí, quien viviendo en Nueva York redactó una laudatoria crónica en la que elogia el talento del creador de Leaves of Grass, y enviara para su publicación en 1887 a “El Partido Liberal”, que, por cierto, influyera en varios escritores, y en Rubén Darío para que éste conociera al poeta estadounidense y posteriormente escribiera un poema en su honor.
También influyó en la poesía de Pablo Neruda, Jorge Luis Borges tradujo Hojas de Hierba, también lo hizo León Felipe; Federico García Lorca le dedica en su libro Poeta en Nueva York su famosa Oda que reproducimos aquí. En fin, el impacto de Whitman ha sido y sigue siendo enorme, fundamental y nutricio, por ello hemos querido dedicarle esta entrega que esperamos disfrute el lector. F. Z.
Selección de poemas de Whitman
Una hoja de hierba
Creo que una hoja de hierba, no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados ,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación más pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,
supera todas las estatuas,
y que un ratón es milagro suficiente,
como para hacer dudar,
a seis trillones de infieles.
Descubro que en mí,
se incorporaron, el gneiss y el carbón,
el musgo de largos filamentos, frutas, granos y raíces.
Que estoy estucado totalmente
con los cuadrúpedos y los pájaros,
que hubo motivos para lo que he dejado allá lejos
y que puedo hacerlo volver atrás,
y hacia mí, cuando quiera.
Es vano acelerar la vergüenza,
es vano que las plutónicas rocas,
me envíen su calor al acercarme,
es vano que el mastodonte se retrase,
y se oculte detrás del polvo de sus huesos,
es vano que se alejen los objetos muchas leguas
y asuman formas multitudinales,
es vano que el océano esculpa calaveras
y se oculten en ellas los monstruos marinos,
es vano que el aguilucho
use de morada el cielo,
es vano que la serpiente se deslice
entre lianas y troncos,
es vano que el reno huya
refugiándose en lo recóndito del bosque,
es vano que las morsas se dirijan al norte
al Labrador.
Yo les digo velozmente, yo asciendo hasta el nido
En la fisura del peñasco.
Versión de León Felipe
De Canto a mi mismo:
Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que diga ahora de mí, lo digo de ti,
Porque lo que yo tengo lo tienes tú
Y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Vago… e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra
Para ver cómo crece la hierba del estío.
Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,
De esta tierra y de estos vientos.
Me engendraron padres que nacieron aquí,
De padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,
De padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.
Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.
Y con mi aliento puro
Comienzo a cantar hoy
Y no terminaré mi canto hasta que muera.
Que se callen ahora las escuelas y los credos.
Atrás. A su sitio.
Sé cuál es su misión y no la olvidaré;
Que nadie la olvide.
Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,
dejo hablar a todos sin restricción,
y abro de par en par las puertas a la energía original de la naturaleza
desenfrenada.
Versión de León Felipe
Creo en ti, alma mía, el otro que soy
No debe humillarse ante ti,
Ni tu debes ser humillada ante el otro.
Retoza conmigo sobre la hierba, quita
el freno de tu garganta,
no quiero palabras, ni música,
ni rimas, no quiero costumbres
ni discursos, ni aún los mejores,
sólo quiero la calma, el arrullo de tu
velada voz.
Recuerdo cómo yacíamos juntos cierta
diáfana mañana de verano,
cómo apoyaste tu cabeza en mi cadera
y suavemente te volviste hacia mí,
y apartaste la camisa de mi pecho, y
hundiste la lengua hasta mi corazón
desnudo,
y te extendiste hasta tocar mi barba,
y te extendiste hasta abrazar mis pies.
Prontamente crecieron y me rodearon
la paz y el saber que rebasan todas
las disputas de la Tierra,
y sé que la mano de Dios es mi
prometida,
y sé que el espíritu de Dios es mi
propio hermano,
y que todos los hombres que alguna
vez vivieron son también mis
hermanos, y las mujeres
hermanas y amantes,
y que el amor es la sobrequilla de la
creación,
y que son incontables las hojas rígidas
o lánguidas en los campos,
y las hormigas pardas en los pequeños
surcos,
y las costras de musgo en el cerco
sinuoso, las piedras apiladas, el saúco,
la hierba carmín y la candelaria.
Versión de León Felipe
Estoy enamorado de cuánto crece al aire libre,
de los hombres que viven entre el ganado,
o de los que paladean el bosque o el océano,
de los constructores de barcos y de los timoneles,
de los hacheros y de los jinetes,
podría comer y dormir con ellos semana tras semana.
Lo más común, vulgar, próximo y simple,
eso soy Yo,
Yo, buscando mi oportunidad, brindándome
para recibir amplia recompensa,
engalanándome para entregar mi ser
al primero que haya de tomarlo,
sin pedir al cielo que descienda cuando yo lo deseo,
esparciéndolo libremente para siempre.
Versión de León Felipe
Estos son en verdad los pensamientos
de todos los hombres en todas las
épocas y naciones, no son originales míos,
nada o casi nada son,
si no son el enigma y la solución del enigma,
nada son.
Esta es la hierba que crece
dondequiera que haya tierra y agua,
este es el aire común que baña el globo.
Versión de León Felipe
Con estrépitos de música vengo,
con cornetas y tambores.
Mis marchas no suenan solo para los victoriosos,
sino para los derrotados y los muertos también.
Todos dicen: es glorioso ganar una batalla.
Pues yo digo que es tan glorioso perderla.
¡Las batallas se pierden con el mismo espíritu que se ganan!
¡Hurra por los muertos!
Dejadme soplar en las trompas, recio y alegre, por ellos.
¡Hurra por los que cayeron,
por los barcos que se hundieron en la mar,
y por los que perecieron ahogados!
¡Hurra por los generales que perdieron el combate y por todos los héroes
vencidos!
Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes
vencidos!
Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más
grandes de la Historia.
Versión de León Felipe
¡Quién va allí?
Grosero, hambriento, místico, desnudo… ¿quién es aquél?
¿No es extraño que yo saque mis fuerzas de la carne del buey?
Pero ¿qué es el hombre en realidad?
¿Qué soy yo?
¿Qué eres tú?
Cuanto yo señale como mío,
debes tú señalarlo como tuyo,
porque si no pierdes el tiempo escuchando mis palabras.
Cuando el tiempo pasa vacío y la tierra no es más que cieno y
podredumbre,
no me puedo parar a llorar.
Los gemidos y las plegarias adobadas con polvo para los inválidos;
y la conformidad para los parientes lejanos.
Yo no me someto.
Dentro y fuera de mi casa me pongo el sombrero como me da la gana.
¿Por qué he de rezar?
¿Por qué he de inclinarme y suplicar?
Después de escudriñar en los estratos,
después de consultar a los sabios,
de analizar y precisar
y de calcular atentamente,
he visto que lo mejor de mi ser está agarrado de mis huesos.
Soy fuerte y sano.
Por mi fluyen sin cesar todas las cosas del universo.
Todo se ha escrito para mí,
y yo tengo que descifrar el significado oculto de las escrituras.
Soy inmortal.
Sé que la órbita que escribo no puede medirse con el compás de un
carpintero,
y que no desapareceré como el círculo de fuego que traza un niño en la
noche con un carbón encendido.
Soy sagrado.
Y no torturo mi espíritu ni para defenderme ni para que me comprendan.
Las leyes elementales no piden perdón.
(y, después de todo, no soy más orgulloso que los cimientos desde los
cuales se levanta mi casa).
Así como soy existo. ¡Miradme!
Esto es bastante.
Si nadie me ve, no me importa,
y si todos me ven, no me importa tampoco.
Un mundo me ve,
el más grande de todos los mundos: Yo.
Si llego a mi destino ahora mismo,
lo aceptaré con alegría,
y si no llego hasta que transcurran diez millones de siglos, esperaré…
esperaré alegremente también.
Mi pie está empotrado y enraizado sobre granito
Y me río de lo que tú llamas disolución
por que conozco la amplitud del tiempo.
Versión de León Felipe
Walt Whitman, un cosmos, el hijo de
Manhattan,
turbulento, carnal, sensual, comiendo,
bebiendo y procreando,
no es un sentimental, no mira desde
arriba a los hombres y mujeres ni se
aparta de ellos,
no es más púdico que impúdico
¡Quitad los cerrojos de las puertas!
¡Quitad las puertas mismas de sus quicios!
Quien degrada a otro me degrada a mí,
y todo lo que hace o dice vuelve a la postre a mí.
La inspiración mana y mana de mí,
Me recorren la corriente y el índice.
Pronuncio la contraseña primordial,
doy la señal de la democracia,
nada aceptaré, lo juro, si los demás
no pueden tener su equivalente
en iguales condiciones.
Voces desde hace largo tiempo
enmudecidas me recorren,
voces de interminables generaciones
de cautivos y de esclavos,
voces de enfermos y desahuciados,
de ladrones y de enanos,
voces de ciclos de gestación
y de crecimiento,
y de los hilos que conectan las estrellas,
y de los úteros y de la savia paterna,
y de los derechos de los pisoteados,
de los deformes, vulgares, simples,
tontos, desdeñados,
niebla en el aire, escarabajos que
empujan bolitas de estiércol.
Voces prohibidas me recorren,
voces de sexo y de lujuria,
veladas voces cuyo velo aparto,
voces indecentes por mí purificadas
y transfiguradas.
No me tapo la boca con la mano,
trato con igual delicadeza
a los intestinos que a la cabeza
y el corazón,
la cópula no es para mí más grosera
que la muerte.
Creo en la carne y en los apetitos,
y cada parte, cada pizca de mí
es un milagro.
Divino soy por dentro y por fuera, y
santifico todo lo que toco o me toca,
el aroma de estas axilas es más
hermoso que una plegaria,
esta cabeza más que los templos,
las biblias u todos los credos.
Versión de León Felipe
Creo que podría volverme a vivir con los animales.
¡Son tal plácidos y tal sufridos!
Me quedo mirándolos días y días sin cansarme.
No preguntan,
ni se quejan de su condición;
no andan despiertos por la noche,
ni lloran por su pecados.
Y no me molestan discutiendo sus deberes para con Dios…
No hay ninguno descontento,
ni ganado por la locura de poseer las cosas.
Ninguno se arrodilla ante los otros,
ni ante los muertos de su clase que vivieron miles de siglos
antes que él.En toda la tierra no hay uno solo que sea desdichado o venerable.
Me muestran el parentesco que tienen conmigo,
parentesco que acepto.
Me traen pruebas de mi mismo,
pruebas que poseen y me revelan.
¿En dónde las hallaron?
¿Pasé por su camino hace ya tiempo y las dejé caer sin darme cuenta?
Camino hacia adelante, hoy como ayer y siempre,
siempre más rico y más veloz,
infinito, lleno de todos y lo mismo que todos,
sin preocuparme demasiado por los portadores de mis recuerdos,
eligiendo aquí solo a aquel que más amo y marchando con él en un abrazo
fraterno.
Este es un caballo ¡Míralo!
Soberbio,
tierno,
sensible a mis caricias,
de frente altiva y abierta,
de ancas satinadas,
de cola prolija que flagela el polvo,
de ojos vivaces y brillantes,
de orejas finas,
de movimientos flexibles…
Cuando lo aprisionan mis talones, su nariz se dilata,
y sus músculos perfectos tiemblan alegres cuando corremos en la pista…
Pero yo solo puedo estar contigo un instante.
Te abandono, maravilloso corcel.
¿Para qué quiero tu paso ligero si yo galopo más de prisa?
De pie o sentado, corro más que tú.
Versión de León Felipe
Para mí, una brizna de hierba no vale menos que la
tarea diurna de las estrellas,
e igualmente perfecta es la hormiga, y así un grano de
arena y el huevo del reyezuelo,
y rana arbórea es una obra maestra, digna de
egregias personas,
y la mora pudiera adornar los aposentos del cielo,
y en mi mano la articulación más menuda hace burla
de todas las máquinas,
y la vaca, rumiando con inclinado testuz, es más bella
que cualquier escultura;
y un ratón es un milagro capaz de asombrar a millones de
infieles.
Versión de Márie Manet
Mira tan lejos como puedas, hay
espacio ilimitado allá,
cuenta tantas horas como puedas, hay
tiempo ilimitado antes y después.
Mi cita ya ha sido concertada y es
segura,
allí estará el Señor, esperando que yo
llegue en perfectas condiciones
allí estará el gran Camarada, el amante
verdadero que he anhelado.Versión de León Felipe
Dije que el alma no es superior al cuerpo,
y dije que el cuerpo no es superior al alma,
y nada, ni Dios siquiera, es más grande
para uno que lo que uno mismo es,
y quien camina una cuadra sin amar al prójimo
camina amortajado hacia su propio funeral,
y yo o tú podemos comprar la flor y nata
de la Tierra sin un céntimo, sin un céntimo
en el bolsillo,
y mirar con un solo ojo o mostrar un grano
en su vaina, desconcierta las enseñanzas
de todos los tiempos,
y no hay oficio ni empleo en el que un joven
no pueda convertirse en héroe,
y el objeto más delicado puede servir
de eje al universo,
y digo a cualquier hombre o mujer:
que tu alma se alce tranquila y serena
ante un millón de universos.
Versión de León Felipe
Cíñete a mí
Cíñete a mí, noche del sereno desnudo; ¡cíñete a mí,
noche ardiente y nutricia!
Noche de vientos del Sur, noche de grandes y pocos luceros,
tú, que en la paz cabeceas, loca, desnuda noche de estío.
Voluptuosa sonríe, ¡oh, tierra de fresco aliento!
Tierra de árboles adormilados y líquidos,
tierra ya sin luz del ocaso, tierra de montes con cumbre de niebla,
tierra donde derrama cristales el plenilunio azulado,
tierra con manchas de luz y de sombra en las aguas del río,
tierra de límpido gris y de nubes que para mí son
más vivas y claras,
tierra de abrazo anchuroso, tierra ataviada con flor de manzano
sonríe ya, que tu amante se acerca.
Versión de Márie Manet
De Hijos de Adán:
Como Adán al amanecer
Como Adán al amanecer,
Salgo del bosque fortalecido por el descanso nocturno,
Miradme cuando paso, escuchad mi voz, acercaos,
Tocadme, aplicad la palma de vuestra mano a mi
cuerpo cuando paso,
No tengáis miedo de mi cuerpo.
Versión de Francisco Alexander
De Redobles de Tambor:
La caballería atraviesa un vado
El escuadrón se extiende en orden de batalla entre las
islas llenas de verdura,
Avanza serpenteando, sus armas resplandecen al sol
-escuchad el retintín rítmico,
Contemplad el río de plata, en el chapotean los caba-
llos y se paran a beber con negligencia,
Contemplad a los hombres de rostros curtidos; cada
grupo, cada individuo, un cuadro; su postura
indolente en la silla,
Algunos salen a la rivera opuesta, otros acaban de
entrar en el vado – en tanto que,
Rojos y azules y blancos como la nieve,
Los estandartes ondean alegremente al viento.
Versión de Francisco Alexander
El regimiento en marcha
Con su nube de escaramuzadores a la vanguardia,
Ya con el ruido de un disparo solitario que restalla
como un latigazo, ya con una descarga irregular,
Las profundas hileras avanzan y avanzan, las densas
brigadas se adelantan,
Reluciendo tenuemente, fatigándose bajo el sol –los
hombres cubiertos de polvo,
Suben y bajan en columnas siguiendo las ondulaciones
del suelo,
La artillería va con ellos –las ruedas retumban, los
caballos sudan,
Mientras avanza el regimiento.
Versión de Francisco Alexander
Reconciliación
Que a todos se diga: hermoso es como el cielo,
hermoso es que la guerra y sus lúgubres gestas sean al
fin derrotadas,
que sin cesar, Muerte y Noche, con manos fraternas y
suaves, las mancillas laven del mundo;
pues murió mi enemigo; un hombre, divino como yo mismo,
está muerto:
y le miro yacer, con blanco semblante y muy quieto, en el ataúd
-y me acerco,
me inclino, y rozan mis labios, en el ataúd, su faz blanca.Versión de Márie Manet
¡ADIOS, MI FANTASÍA!¡
Adiós, mi Fantasía!
¡Adiós, querida compañera, amada mía!
Me voy, yo no sé adónde
O a qué fortuna, ni si te volveré a ver.
Así, pues, adiós, mi Fantasía.
Ahora, por última vez –déjame mirar atrás un momento;
El tic tac del reloj que hay en mi, es más lento, más débil.
Salgo, cae la noche, y pronto cesarán los golpes apagados de mi corazón.
Mucho tiempo hemos vivido, hemos gozado, nos hemos acariciado juntos;
¡Delicioso! -ahora la separación- Adiós, mi Fantasía.
Más no me apresuraré demasiado,
En verdad mucho tiempo hemos vivido, hemos dormido,
nos hemos filtrado, nos hemos confundido realmente en uno;
Entonces, si morimos, morimos juntos (sí, seremos uno),
Si vamos a cualquier parte, iremos juntos al encuentro de lo que suceda,
Quizá estaremos mejor y más gozosos, y aprenderemos algo,
Quizá eres tú quien realmente me conduce ahora a los verdaderos poemas (¿quién sabe?)
Quizá eres tú quien realmente palpa, quien descorre el
cerrojo mortal –así, por última vez,
Adiós- y, ¡salud!, mi Fantasía
Versión de Francisco Alexander
De Conmemoración del Presidente Lincoln:
¡OH, CAPITAN! ¡MI CAPITAN!
¡Oh, Capitán! ¡Mi capitán! Terminó nuestro espantoso
viaje,
El navío ha salvado todos los escollos, hemos ganado
el premio codiciado,
Ya llegamos a puerto, ya oigo las campanas, ya el
pueblo acude gozoso,
Los ojos siguen la firme quilla del navío resuelto y
audaz;
Más, ¡oh, corazón, corazón, corazón!
¡Oh, las rojas gotas sangrantes!
Ved, mi Capitán en la cubierta
Yace frío y muerto.
¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! Levántate y escucha las
campanas;
Levántate, para ti flamea la bandera, para ti suena
el clarín,
Para ti los ramilletes y guirnaldas engalanadas, para
ti la multitud se agolpa en la playa,
A ti te llama la masa móvil del pueblo, a ti te vuelve sus
rostros anhelantes;
¡Ea, Capitán! ¡Padre querido!
¡Que tu cabeza descanse en mi brazo!
Esto es un sueño: en la cubierta
Yace frío y muerto.
Mi capitán no responde, sus labios están pálidos e
Inmóviles,
Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso, ni
voluntad,
El navío ha anclado sano y salvo; su viaje, acabado y
concluido,
Del horrible viaje el navío victorioso llega con su trofeo;
¡Exultad, oh playas, y sonad, oh campanas!
Más yo con pasos fúnebres,
Recorro la cubierta donde mi Capitán
Yace frío y muerto.
Versión de Francisco Alexander
De Calamo:
En los senderos no transitados
En los senderos no transitados,
En la vegetación que crece en las márgenes de las
charcas,
Fugitivo de la vida ostentosa,
De todas las normas promulgadas, de los placeres,
ganancias, convenciones,
A los que durante mucho tiempo he ofrecido sacrificios
para alimentar a mi alma,
Son claras para mí ahora las normas aún no
Promulgadas, es claro para mí que el alma,
Que el alma del hombre por el cual hablo, se regocije
Con los camaradas,
Aquí, solo, lejos del bullicio del mundo,
Adaptado a las cosas, escuchando aquí las palabras de
las lenguas aromáticas,
Ya sin rubor (pues en este lugar retirado puedo expresarme
Como no me atrevería a hacerlo en otra parte),
Bajo el peso de una vida recatada y, que no obstante,
encierra todo lo demás,
Resuelto a no cantar hoy día otros cantos que los de la
adhesión viril,
Los proyecto a lo largo de esta vida substancial,
Dejo como herencia los tipos de amor atlético,
En esta tarde de este delicioso septiembre de mi año
cuadragésimo primero,
Empiezo, para todos aquellos que son jóvenes, o lo han sido,
A revelar el secreto de mis noches y de mis días,
A celebrar la necesidad de los camaradas.
Versión de Francisco Alexander
Cuando supe al caer el día
Cuando supe al caer el día que mi nombre había sido
recibido con aplausos en el Capitolio, no fue para
mi una noche feliz la que siguió a ese día,
Y tampoco fui feliz en la orgía, ni cuando se realizaron
mis propósitos,
Pero el día en que abandoné al amanecer el lecho de
la salud perfecta, reposado, cantando, y aspiré el
aliento maduro del otoño,
Cuando vi a la luna palidecer en occidente y desaparecer
en la luz matinal,
Cuando erré solo por la playa y me desnudé y me
sumergí en el mar, riéndome con las frescas aguas,
y vi la salida del sol,
Y cuando pensé que el amigo de mi corazón, mi amado,
estaba ya en camino para unirse a mi, ¡oh, entonces
fui feliz!
Oh, entonces mi respiración me fue más dulce, y durante
Todo aquel día los alimentos me fueron más
Nutritivos y transcurrió bien el hermoso día,
Y llegó el siguiente lleno de igual gozo, y con el
siguiente, al atardecer, llegó mi amigo,
Y aquella noche, cuando todo estaba en silencio, oí el
rumor de las aguas que trepaban sin descanso por
la playa,
Y escuché el murmullo del líquido y de las arenas, y
era como si a mi me estuviese dirigido y me felicitara
en un susurro,
Pues aquel a quien amo yacía dormido junto a mí, bajo
el mismo cobertor, en la noche fresca,
En la quietud de los rayos de la luna otoñal su rostro
se inclinaba hacia mí,
Y su brazo descansaba ligeramente sobre mi pecho –y
Aquella noche fui feliz.
Versión de Francisco Alexander
A un desconocido
¡Desconocido que pasas! No sabes con cuánto ardor te
contemplo,
Debes ser el que busco, o la que busco (esto me viene
como en sueños),
Seguramente he vivido contigo en alguna parte una
vida de gozo,
Todo se evoca al deslizarnos el uno cerca del otro,
fluidos, afectuosos, castos, maduros,
Tú creciste conmigo, fuiste un muchacho conmigo o
una muchacha conmigo,
He comido contigo y he dormido contigo, tu cuerpo
ha dejado de ser sólo tuyo y ha impedido que mi
cuerpo sea sólo mío,
Tú me das el placer de tus ojos, de tu rostro, de tu
carne al pasar; tú me tocas la barba, el pecho,
las manos, en cambio,
No debo hablarte, debo pensar en ti cuando esté
sentado solo o me despierte solo en la noche,
Debo esperar, no dudo que te encontraré otra vez,
Debo cuidar de no perderte.
Versión de Francisco Alexander
Federico García Lorca
Oda a Walt Whitman
Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil marineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.
Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.
Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión,
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.
Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.
Cuando la luna salga
las poleas rodarán para turbar al cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.
Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte:
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de tus anémonas machadas?
Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza:
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid,
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.
Ni un solo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te señalan.
¡También ese! ¡También! Y se despeñan
Sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.
¡También ese! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.
Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna azota por las esquinas del terror.
Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.
Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Este es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.
Por eso no levanto mi voz, viejo Wlt Whitman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero si contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.
Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Apios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscados en yertos paisajes de cicuta.
¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.
Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
De Conmemoración del Presidente Lincoln:
¡OH, CAPITAN! ¡MI CAPITAN!
¡Oh, Capitán! ¡Mi capitán! Terminó nuestro espantoso
viaje,
El navío ha salvado todos los escollos, hemos ganado
el premio codiciado,
Ya llegamos a puerto, ya oigo las campanas, ya el
pueblo acude gozoso,
Los ojos siguen la firme quilla del navío resuelto y
audaz;
Más, ¡oh, corazón, corazón, corazón!
¡Oh, las rojas gotas sangrantes!
Ved, mi Capitán en la cubierta
Yace frío y muerto.
¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! Levántate y escucha las
campanas;
Levántate, para ti flamea la bandera, para ti suena
el clarín,
Para ti los ramilletes y guirnaldas engalanadas, para
ti la multitud se agolpa en la playa,
A ti te llama la masa móvil del pueblo, a ti te vuelve sus
rostros anhelantes;
¡Ea, Capitán! ¡Padre querido!
¡Que tu cabeza descanse en mi brazo!
Esto es un sueño: en la cubierta
Yace frío y muerto.
Mi capitán no responde, sus labios están pálidos e
Inmóviles,
Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso, ni
voluntad,
El navío ha anclado sano y salvo; su viaje, acabado y
concluido,
Del horrible viaje el navío victorioso llega con su trofeo;
¡Exultad, oh playas, y sonad, oh campanas!
Más yo con pasos fúnebres,
Recorro la cubierta donde mi Capitán
Yace frío y muerto.
Versión de Francisco Alexander
De Calamo:
En los senderos no transitados
En los senderos no transitados,
En la vegetación que crece en las márgenes de las
charcas,
Fugitivo de la vida ostentosa,
De todas las normas promulgadas, de los placeres,
ganancias, convenciones,
A los que durante mucho tiempo he ofrecido sacrificios
para alimentar a mi alma,
Son claras para mí ahora las normas aún no
Promulgadas, es claro para mí que el alma,
Que el alma del hombre por el cual hablo, se regocije
Con los camaradas,
Aquí, solo, lejos del bullicio del mundo,
Adaptado a las cosas, escuchando aquí las palabras de
las lenguas aromáticas,
Ya sin rubor (pues en este lugar retirado puedo expresarme
Como no me atrevería a hacerlo en otra parte),
Bajo el peso de una vida recatada y, que no obstante,
encierra todo lo demás,
Resuelto a no cantar hoy día otros cantos que los de la
adhesión viril,
Los proyecto a lo largo de esta vida substancial,
Dejo como herencia los tipos de amor atlético,
En esta tarde de este delicioso septiembre de mi año
cuadragésimo primero,
Empiezo, para todos aquellos que son jóvenes, o lo han sido,
A revelar el secreto de mis noches y de mis días,
A celebrar la necesidad de los camaradas.
Versión de Francisco Alexander
Cuando supe al caer el día
Cuando supe al caer el día que mi nombre había sido
recibido con aplausos en el Capitolio, no fue para
mi una noche feliz la que siguió a ese día,
Y tampoco fui feliz en la orgía, ni cuando se realizaron
mis propósitos,
Pero el día en que abandoné al amanecer el lecho de
la salud perfecta, reposado, cantando, y aspiré el
aliento maduro del otoño,
Cuando vi a la luna palidecer en occidente y desaparecer
en la luz matinal,
Cuando erré solo por la playa y me desnudé y me
sumergí en el mar, riéndome con las frescas aguas,
y vi la salida del sol,
Y cuando pensé que el amigo de mi corazón, mi amado,
estaba ya en camino para unirse a mi, ¡oh, entonces
fui feliz!
Oh, entonces mi respiración me fue más dulce, y durante
Todo aquel día los alimentos me fueron más
Nutritivos y transcurrió bien el hermoso día,
Y llegó el siguiente lleno de igual gozo, y con el
siguiente, al atardecer, llegó mi amigo,
Y aquella noche, cuando todo estaba en silencio, oí el
rumor de las aguas que trepaban sin descanso por
la playa,
Y escuché el murmullo del líquido y de las arenas, y
era como si a mi me estuviese dirigido y me felicitara
en un susurro,
Pues aquel a quien amo yacía dormido junto a mí, bajo
el mismo cobertor, en la noche fresca,
En la quietud de los rayos de la luna otoñal su rostro
se inclinaba hacia mí,
Y su brazo descansaba ligeramente sobre mi pecho –y
Aquella noche fui feliz.
Versión de Francisco Alexander
A un desconocido
¡Desconocido que pasas! No sabes con cuánto ardor te
contemplo,
Debes ser el que busco, o la que busco (esto me viene
como en sueños),
Seguramente he vivido contigo en alguna parte una
vida de gozo,
Todo se evoca al deslizarnos el uno cerca del otro,
fluidos, afectuosos, castos, maduros,
Tú creciste conmigo, fuiste un muchacho conmigo o
una muchacha conmigo,
He comido contigo y he dormido contigo, tu cuerpo
ha dejado de ser sólo tuyo y ha impedido que mi
cuerpo sea sólo mío,
Tú me das el placer de tus ojos, de tu rostro, de tu
carne al pasar; tú me tocas la barba, el pecho,
las manos, en cambio,
No debo hablarte, debo pensar en ti cuando esté
sentado solo o me despierte solo en la noche,
Debo esperar, no dudo que te encontraré otra vez,
Debo cuidar de no perderte.
Versión de Francisco Alexander
Federico García Lorca
Oda a Walt Whitman
Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil marineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.
Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.
Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión,
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.
Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.
Cuando la luna salga
las poleas rodarán para turbar al cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.
Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte:
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de tus anémonas machadas?
Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza:
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid,
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.
Ni un solo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te señalan.
¡También ese! ¡También! Y se despeñan
Sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.
¡También ese! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.
Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna azota por las esquinas del terror.
Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.
Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Este es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.
Por eso no levanto mi voz, viejo Wlt Whitman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero si contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.
Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Apios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscados en yertos paisajes de cicuta.
¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.
Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.
1 comentario:
ha, I will test my thought, your post bring me some good ideas, it's really amazing, thanks.
- Thomas
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