sábado, 12 de junio de 2010

Historia de la guerra del Peloponeso

Tucídides: 2,400 años de vigencia
Por: Federico Zertuche


Un historiador que sigue leyéndose y estudiándose con entusiasmo, curiosidad e interés luego de casi dos milenios y medio de haber escrito su obra, cuyas agudas observaciones, análisis y peculiar enfoque historiográfico sorprenden al lector contemporáneo, sin duda se antoja como una proeza intelectual de alcances y efectos imperecederos que bordean la eternidad.

Tal es el caso de Tucídides y su Historia de la guerra del Peloponeso, obra magistral que continúa publicándose, es comentada, discutida y analizada por multitud de lectores y estudiosos en toda la geografía, a lo largo y ancho del paisaje cultural, como paradigma de la historia, no obstante que los acontecimientos que narra hayan ocurrido hace la friolera de veinticuatro siglos en aquella lejana península de la Grecia clásica.

¿En qué consiste el genio de Tucídides para que siga subyugando a miles de lectores a lo largo del tiempo y de las culturas más dispares? ¿Porqué su Guerra del Peloponeso sigue despertando incógnitas, interpretaciones, lecturas diversas, porqué sigue inquietando, porqué deslumbra aún hoy? ¿Cuál es el significado y las consecuencias profundas de aquella guerra, que siguen concerniéndonos y cuyos efectos nos tocan tan cercanamente? ¿Porqué los estudios históricos tienen a Tucídides como esencial referencia, como su piedra Rosetta?

Tucídides (460-398 a.C.) hijo de Oloros quien poseía ricas minas de oro en la región costera de Tracia, tuvo la fortuna de ser ciudadano ateniense durante el llamado Siglo de Pericles, -con quien por cierto rivalizó políticamente en un momento dado, y luego fuera su amigo y uno de sus mayores apologistas (como veremos más adelante)-, recibió una esmerada educación en la que pueden establecerse influencias del filósofo Anaxágoras, del célebre orador ático Antifón y del sofista Georgias cuyo nombre lleva uno de los Diálogos de Platón.

Buena parte de su vida la dedicó a la política, su mayor pasión, fuente de inspiración y motivo que le impulsó justamente a escribir su célebre Historia. La política le llevó incluso a comandar una flota durante la guerra del Peloponeso y en una desafortunada acción en la que Atenas perdió una importante plaza, fue acusado de negligencia, cayó en desgracia y fue desterrado.

Durante su exilio de casi veinte años, Tucidídes documentó y siguió muy de cerca los acontecimientos de la guerra, a raíz de lo cual escribió su magna obra que dejó inconclusa cuando lo sorprendió la muerte en Atenas, a donde había regresado poco antes de la capitulación de la ciudad en manos de Lisando, el general espartano, en virtud de un decreto especial obtenido de Enobio que le permitió regresar y presenciar con dolor la caída de su amada patria.

Como es obvio, el destierro lo privó de la política activa, en cambio, le permitió dedicarse a escribir la historia de los acontecimientos recientes y que estaban ocurriendo, desde una perspectiva y una posición más alejada e imparcial, que asumió con plena y deliberada conciencia, no ya como una forma de hacer política partidista sino de hacerla inteligible, de analizarla racionalmente, con suficiente distancia y perspectiva crítica. La guerra y el destierro lo hicieron historiador. En tal sentido, aunque a Heródoto no se le puede escatimar la paternidad de la historia, sin embargo Tucídides es el primero en hacer historia política.




Uno de los rasgos característicos y originales de Tucídides devino del hecho de haberse apartado de la tradición griega fuertemente enraizada hasta entonces de mezclar sin ningún tipo de discriminación, historia y mito, hechos reales con leyendas. Acontecimientos y sucesos acaecidos a los hombres eran explicados y justificados en última instancia por la intervención de poderes mágicos o religiosos, amén de exagerarlos o aderezarlos con intenciones poéticas y épicas con el fin de agradar a lectores y oyentes.


Al rechazar tal tradición y abocarse al estudio, investigación y explicación objetiva, racional y crítica de los actos y hechos de los hombres acaecidos en el tiempo, en su entorno social y político –la polis-, Tucídides aporta a la historia plena autonomía e independencia como disciplina de carácter científico que a partir de entonces goza, no obstante que a menudo se olvide o pase por alto.


Siendo político, como efectivamente fue, al momento de hacer historia adquirió la suficiente disciplina y auto contención a fin de observar, analizar y relatar los hechos lo más apartado posible de sus inclinaciones partidistas, ideológicas o políticas, como lo confirman los relatos de las distintas argumentaciones y discursos que las partes antagónicas enderezan ante los senados y asambleas ya espartanos, ya atenienses o de las confederaciones, que se ajustan en el espíritu a lo que cada una de ellas creía que en justicia y en razón amparaba y justificaba sus respectivas causas y decisiones para emprender o rechazar la guerra. Hay ponderación y equilibrio en las argumentaciones que Tucídides pone en boca de las partes involucradas.


En su célebre Paideia Werner Jaeger ha enfatizado lo siguiente: “La asombrosa concentración de pensamiento y voluntad políticos que revela Atenas… haya en la obra de Tucídides su expresión espiritual más adecuada.” Y añade: “Pero Atenas, orientada y concentrada en el presente, se vio de pronto sumida en un recodo del destino en que el pensamiento político despierto se vio precisado a completarse con el conocimiento histórico, aunque en un sentido y con otro contenido: era preciso llegar al conocimiento de la necesidad histórica que había conducido la evolución de la ciudad de Atenas a su gran crisis. No es que la historia se haga política, sino que el pensamiento político se hace histórico. Tal es la esencia del fenómeno espiritual que halla su realización en la obra de Tucídides.” (1)


De tal manera que Tucídides va más allá de la mera exposición y análisis de los argumentos y pretextos esgrimidos por las partes, ya a favor o en contra de emprender la guerra, a los que en todo caso considera superfluos o meras excusas que esconden los motivos ocultos que habrá que desentrañar y a ello se empeña.


Para Tucídides el trasfondo que motivó el inevitable enfrentamiento entre las dos potencias rivales de la Hélade, no fue otro más que la contradicción irreductible e irremediable por vías pacíficas entre dos proyectos de vida y de organización política y social, de dos concepciones civilizatorias, que no tenían más remedio que resolverse a través de la guerra, es decir, mediante la aniquilación de uno u otro.


“Es esta tensión entre civilizaciones lo que la aguda intuición, el elevado raciocinio y el genio político de Tucídides logran captar y expresar como el eje del drama sobriamente expuesto, sin adornos poéticos ni épicos, sin asideros míticos, mágicos o religiosos –la historia desacralizada-, sino como el enfrentamiento entre seres humanos y las sociedades políticas que conforman, sus ideas, ideales, temores y miedos, intereses y ambiciones, así como el resorte supremo y determinante… el anhelo de dominio, la codicia y el poder". (2)


“(…) tengo para mí –ha escrito Tucídides al final del Libro I, capítulo II- que la causa principal y más verdadera, aunque no se dice de palabra, fue el temor que los lacedemonios tuvieron de los atenienses, viéndoles tan pujantes y poderosos en tan breve tiempo.” (3)


Para enfatizar el carácter objetivo que le motivó a escribir su historia, alejado de las pasiones políticas y alentado por las ventajas que ofrece el conocimiento racional, expone el objeto de su obra: “Acaso mi obra parezca poco divertida por falta de bellas historias. Será útil, sin embrago, para todo aquel que quiera formarse un juicio adecuado y examinar de un modo objetivo lo que ha acaecido y lo que, de acuerdo con la naturaleza humana, ocurrirá ciertamente en el futuro, del mismo modo o de un modo análogo. Ha sido concebido como posesión de valor permanente, no como un alarde propio para satisfacción momentánea.” (4)


Esta última afirmación, nos remite a la aspiración del conocimiento de leyes universales y permanentes; si la naturaleza humana es igual y la misma en todo tiempo y circunstancia, será pues posible y previsible determinar su curso. Esta aspiración que inaugura Tucídides para el conocimiento histórico, quizá sea la que le da carácter de imperecedera actualidad a su Historia.


Al respecto, Edmundo O’Gorman ha señalado que: “La novedad y grandeza del esfuerzo de Tucídides por reconstruir la historia de un pasado para el cual ya no había testigos oculares –se refiere a la prehistoria griega del Libro I-, consiste en que, en el fondo, no sólo se trata de ofrecer una serie de sucesos cronológicos y casuísticamente encadenados, sino de presentar una imagen del devenir histórico como un proceso significativo.” (Las cursivas son mías).


Y añade O’Gorman: “Para Tucídides, pues, lo importante no es recordar y registrar lo acontecido, sino captar su sentido mediante la interpretación de unos cuantos indicios que le parezcan dignos de fe, una vez despojados por él de la hojarasca de las tradiciones míticas y de las ficciones de la epopeya. Se trata, por consiguiente, en primer lugar, de una hipótesis sobre el acontecer histórico, pero, en segundo lugar, de una hipótesis cuya finalidad es poner de manifiesto la verdad subyacente a ese acontecer.” (5)


En política, “sólo es posible una acción previsora y sujeta a plan, si en la vida humana, en determinadas condiciones, las mismas causas producen los mismos efectos.” (6) “Con esta comprobación de Solón, añade Jaeger, empieza el pensamiento político de los griegos. Desde entonces se ha añadido a la esfera del interior del Estado (política interna) un nuevo y gigantesco campo de experiencia política, desde que Atenas se ha convertido en un gran poder: el de las relaciones entre Estado y Estado que en la actualidad llamamos política exterior. Entre sus características juegan un papel esencial la previsión y la claridad de juicio, que según propia confesión, son las cualidades que Tucídides quiere legar a la posteridad. (7)


La verdadera grandeza de su espíritu, ha señalado Jaeger refiriéndose a la obra histórica de Tudídides, consiste en el esfuerzo para llegar al conocimiento político. “La política es un mundo regido por leyes inmanentes peculiares, que sólo es posible alcanzar si no consideramos los acaecimientos aisladamente, sino en la conexión de su curso total.”(8)


El genio de Tucídides radica no sólo en la mera exposición fáctica de los acontecimientos que relata, de por sí importantes y original la manera en que los expone, sino por la indagación y la dilucidación de las causas que los han producido, pues ello servirá para predecir o evitar, en circunstancias similares, los acontecimientos del futuro. En ello radica a mi juicio la grandeza del conocimiento histórico: explicar el pasado para entender el presente y prever el futuro: la historia del hombre en el tiempo, en el devenir.


En su célebre obra La sociedad abierta y sus enemigos, Karl Popper sitúa los albores de la “sociedad abierta” precisamente en la Atenas de Pericles y Tucídides y, en contraposición, como prototipo de la “sociedad cerrada” destaca a Esparta; la lucha entre ambas como tensión dialéctica por antonomasia que necesariamente se da entre esos dos tipos de sociedad: las abiertas y las cerradas. En tal sentido, la guerra del Peleponeso no es para Popper otra cosa más que una representación de esa pugna y su resolución –temporal y transitoria- por la vía armada.


Trátase de la tensión entre sociedades cerradas, movidas por un afán de preservar una rígida estructura de poder por lo general oligárquica, así como por una cosmovisión mágica y colectivista que le son propias, sostenidas por el mito y el tabú, que no desean cambiar ni trastocar el orden impuesto, y por el otro lado las sociedades abiertas motivadas por un ímpetu liberador, renovador, individualista, de apertura a lo ajeno y nuevo, de cara al futuro, cuyo asidero es el pensamiento racional y crítico. Es la guerra entre el detenido tribalismo oligárquico espartano y la pujante democracia ateniense.


Como político, historiador y filósofo, Tucídides fue plenamente consciente y actor partícipe del extraordinario movimiento civilizador fundacional que se gestaba en la Atenas de su época. Por ello considera la guerra del Peleponeso como el suceso clave y eje de Grecia, de cuyo desenlace dependería la suerte de esa magna empresa civilizatoria.


En su Libro I, capítulo I, hace una recapitulación de las anteriores guerras empezando por Troya, incluidas las Guerras Médicas con el fin de destacar su menor importancia y significación ante la del Peleponeso, tanto por el número de combatientes que emplearon, así como por los pertrechos, naves y duración, pero sobre todo, por lo que estaba en juego. Cuenta, asimismo, la manera en que se formó la idea de lo que actualmente llamamos conciencia nacional de Gracia, lo que significaba e implicaba ser griego entonces, así como las causas del progreso y engrandecimiento de Atenas.


Ésta ciudad debió en gran medida su expansión, grandeza material y espiritual, al extraordinario desarrollo marítimo que experimentó, gracias al cual pudo formar una gran armada, la más grande y poderosa de su tiempo, así como –no menos importante- por el establecimiento de una flota mercante que se extendía a lo largo y ancho del Mediterráneo y que propició una intensa y enorme actividad comercial que trajo consigo no sólo grandes riquezas y la formación de capital, sino el contacto, conocimiento y diálogo con otras culturas, lenguas y civilizaciones.


Armada y flota mercante edificaron el imperio y el poder imperial de Atenas, al tiempo de fomentar en los atenienses una disposición de apertura al mundo que forzó la ruptura con su ensimismamiento, propiciando una nueva vocación de arrojo y disposición para crear y realizar un nuevo proyecto de vida que en efecto crearon y realizaron, y cuyos paradigmas siguen siendo perfectamente válidos en nuestros días.


No obstante su superioridad naval, política y económica, luego de veintisiete años de guerra Atenas sucumbe ante Esparta por una serie de acontecimientos adversos que se conjugaron. Durante la guerra, emprendieron una desastrosa expedición punitiva a Sicilia (la Magna Grecia), luego muere inesperadamente el excepcional líder Perícles quien “gobernaba a la multitud en mayor medida que era gobernado por ellos” y que “gracias a su sentido del honor, llegaba a oponérsele”, y quien había advertido: “temo más a nuestros propios errores que a la estrategia del enemigo”. Le suceden una serie de políticos que a decir de Tucídides acabaron por “entregar el gobierno al pueblo, siguiendo sus caprichos”, con lo que se incurrió en todos los errores caucionados por Perícles y que, a la larga, acarrearon el desastre y la derrota.


En la célebre Oración fúnebre de Perícles, que Tucídides, coetáneo del gran líder e inmejorable orador, recoge con la mayor fidelidad, están condensados los ideales, paradigmas, aspiraciones, vocación política y filosófica que la Atenas de la generación de Perícles estaba resuelta a emprender y servir de ejemplo para todos los pueblos que aspiran a un estadio superior de civilización. Recojamos algunos párrafos que bien merecen recordar:


- Nuestras leyes ofrecen una justicia equitativa a todos los hombres por igual, en sus querellas privadas, pero eso no significa que sean pasados por alto los derechos del mérito. Cuando un ciudadano se distingue por su valía, entonces se lo prefiere para las tareas públicas, no a manera de privilegio, sino de reconocimiento de sus virtudes, y en ningún caso constituye obstáculo la pobreza.
- Nuestra administración favorece a la mayoría y no a la minoría: es por ello que la llamamos democracia.
- La libertad de que gozamos abarca también la vida corriente; no recelamos los unos de los otros, y no nos entrometemos en los actos de nuestro vecino, dejándolo que siga su propia senda.
- Pero esta libertad no significa que quedemos al margen de las leyes. A todos se nos ha enseñado a respetar a los magistrados y a las leyes y a no olvidar nunca que debemos proteger a los débiles. Y también se nos enseña a observar aquellas leyes no escritas cuya sanción sólo reside en el sentimiento universal de lo que es justo.
- Nuestra ciudad tiene las puertas abiertas al mundo; jamás expulsemos a un extranjero.
- Somos libres de vivir a nuestro antojo y, no obstante, siempre estamos dispuestos a enfrentar cualquier peligro.
- Amamos la belleza sin dejarnos llevar de las fantasías, y si bien tratamos de perfeccionar nuestro intelecto, esto no debilita nuestra voluntad.
- Admitir la propia pobreza no tiene entre nosotros nada de vergonzoso; lo que sí consideramos vergonzoso es no hacer ningún esfuerzo para evitarla.
- El ciudadano ateniense no descuida los negocios públicos por atender sus asuntos privados.
- No consideramos inofensivos, sino inútiles a aquellos que no se interesan por el Estado; y si bien sólo unos pocos pueden dar origen a una política, todos nosotros somos capaces de juzgarla.
- No consideramos la discusión como un obstáculo colocado en el camino de la acción política, sino como un preliminar indispensable para actuar prudentemente.
- Creemos que le felicidad es el fruto de la libertad, y la libertad del valor, y no nos amedrentamos ante el peligro de la guerra.
- Resumiendo: sostengo que Atenas es la Escuela de la Hélade y que todo individuo ateniense alcanza en su madurez una feliz versatilidad, una excelente disposición para las emergencias y una gran confianza en sí mismo. (9)


He aquí, parte del imperecedero legado que la Atenas de la Gran Generación ha brindado a la humanidad y que Tucídides supo plasmar en su única pero inmortal obra escrita para dejar constancia y testimonio de ello como ejemplo para todas las generaciones que desde entonces –hace veinticuatro siglos- han querido y sabido aprovecharse de ella.


En nuestro atribulado país que todavía se debate en feroz tensión y pugnas irresolutas para transitar o no hacia un mejor estadio civilizatorio que ofrece la sociedad abierta, y dejar atrás, de una vez por todas, la sociedad cerrada que se resiste a morir y que en tal afán impide la plena realización y cristalización de la sociedad abierta y democrática que nos merecemos, sería muy provechoso estudiar, aprender, recordar y valorar el imperecedero legado dejado por Tucídides y la Atenas de Perícles.



Notas bibliográficas
(1) Jaeger, Werner, Paideia: los ideales de la cultura griega, Fondo de Cultura Económica, México 1971, pp. 346 y 347.

(2) O’Gorman, Edmundo, Introducción a la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides, Sepan Cuantos, núm. 290, Editorial Porrúa, México 1989, p. LVIII.
(3) Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, Sepan Cuantos, núm. 290, Editorial Porrúa, México 1989, página 11.
(4) Tucídides citado por Jaeger, Opus cit.
(5) O’Gorman, Opus cit., p. XXVIII.
(6) Jaeger, Opus cit., p. 351.
(7) Jaeger, Opus cit., p. 351.
(8) Ibidem
(9) Popper, Karl, La sociedad abierta y sus enemigos, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona 1994, pp.101 y 182.

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