domingo, 4 de julio de 2010

Escatología, apocalipsis y milenarismo

Tres representaciones lineales del tiempo

Por: Federico Zertuche
Beato Facundus


A lo largo de la historia las sociedades humanas -desde las más primitivas hasta las postmodernas- han imaginado la existencia, en un pasado ideal, de épocas felices o catastróficas como referencias fundamentales para ordenar el tiempo; incluso se han ideado formas de concebir su devenir en sucesiones de estadios acorde a un orden decreciente (edades de oro, plata y bronce), para explicar metafóricamente una primigenia edad paradisíaca que va en decadencia conforme transcurre la historia.

En otras concepciones del tiempo el orden es inverso: apunta a la realización de una promesa a cumplirse en un futuro lejano o en el fin de los tiempos, como en el cristianismo que prevé el regreso glorioso de Jesucristo (la Parusía) a fin de instaurar por siempre el reino de Dios, luego de la resurrección de los muertos y del juicio final.

Así, unas sitúan a las edades míticas felices, perfectas,
Parusía, imagen medieval
paraísos perdidos, (o en su caso, edades que padecieron cataclismos cósmicos: terremotos, incendios, epidemias, diluvios, etc.), en el origen de la sociedad o en un pasado remoto; otras, en cambio, las proyectan al futuro más allá de la historia. Aquellas propenden a establecer representaciones cíclicas del tiempo mientras las segundas conciben un orden lineal. Las primeras vislumbran un eterno retorno y éstas una escatología: doctrina de los fines últimos, cuerpo de creencias relativas al destino último del hombre y del universo.

Como señala el historiador medievalista Jacques Le Goff: “La descripción y la doctrina de estas edades míticas se encuentran ante todo en los mitos, luego en los textos religiosos y filosóficos a menudo vecinos de los mismos mitos, finalmente en los textos literarios que, a través de la antigüedad, nos han transmitido los mitos que de otro modo hubieran sido mal conocidos o desconocidos.” (1)

En efecto, es a través de los mitos, tanto sobre el origen como del fin de la humanidad, como se conciben y relatan tales edades, así como las representaciones del tiempo que luego revisten un carácter religioso e incluso filosófico.

Para los fines de este trabajo, damos al término mito el
Beato de Liébana, Apocalipsis
sentido que le confiere Mircea Eliade cuando dirige sus investigaciones “en primer lugar, hacia las sociedades en que el mito tiene o ha tenido hasta estos últimos tiempos ‘vida’, en el sentido de proporcionar modelos a la conducta humana y conferir por eso mismo significación y valor a la existencia”. (2)

En este punto es pertinente diferenciar con toda claridad que no nos referimos ni nos interesan, por ahora, las otras significaciones que el término “mito” ha tenido y tiene desde el mundo antiguo greco-latino y cristiano, a saber, fábula, invención, ficción, mentira, leyenda, etc.

Sabemos claramente que fueron los mismos griegos clásicos quienes despojaron o vaciaron progresivamente al mythos de todo valor religioso o metafísico. Ellos fueron los primeros críticos de los contenidos mitológicos en Homero y Hesíodo, oponiendo tanto a logos, como más tarde a historia (sobre todo a partir de Tucídides); “mythos terminó por significar todo lo que no puede existir en la realidad. Por su parte, “el judeocristianismo relegaba al dominio de la ‘mentira’ todo lo que no estaba justificado o declarado válido por uno de los dos Testamentos”. (3)

In illo tempore.

“El mito –agrega Eliade- cuenta una historia sagrada; relata
Beato de Liébana, Cuatro jinetes del
Apocalipsis
un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los ‘comienzos’. Dicho de otro modo: el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los seres sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia, sea ésta la realidad total, el Cosmos, o solamente un fragmento como, por ejemplo, una isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una institución. Es, pues, siempre el relato de una ‘creación’; se narra cómo algo ha sido producido, ha comenzado a ser. [...] Los personajes de los mitos son seres sobrenaturales. Se les conoce sobre todo por lo que han hecho en el tiempo prestigioso de los ‘comienzos’. [...] En suma, los mitos describen las diversas, y a veces dramáticas, irrupciones de lo sagrado (o de lo ‘sobre-natural’) en el mundo. Es esta irrupción de lo sagrado la que fundamenta realmente el mundo y la que le hace tal como es hoy día. Más aún: el hombre es lo que es hoy, un ser mortal, sexuado y cultural, a consecuencia de las intervenciones de los seres sobrenaturales.”(4)


Los mitos revelan que el mundo, el hombre y la vida tienen un origen y una historia sobrenatural, y que esta historia es significativa, preciosa y ejemplar.

Los mitos en la concepción del tiempo.

Como hemos señalado, hay fundamentalmente dos orientaciones míticas respecto al ordenamiento del tiempo: en los orígenes, ya sea en la creación del universo o su destrucción acaecida por algún cataclismo cósmico y prefigurada de nueva cuenta (de manera cíclica) en un futuro, como la cosmogonía azteca de los cinco soles, que concibe cinco edades destruidas por distintos cataclismos. La otra, situada al final de los tiempos y de la historia cuando un salvador vendrá a juzgar y redimir al género humano, como proponen la escatología, el milenarismo y el mesianismo judeo-cristiano.

Las primeras concepciones proponen un mito del eterno retorno y, en definitiva, la eternidad del mundo, dado que a toda destrucción sucede una re-creación y así por siempre. Mientras que en las visiones escatológicas prima una concepción lineal del tiempo y de la historia que concluye justamente con los acontecimientos prefigurados mitológicamente, por ejemplo, el Apocalipsis de Juan.

En tanto que las visiones de la creación y destrucción cíclicadel mundo y en la perfección de los comienzos, presuponen edades de una infinita creación, degradación o decadencia, destrucción y recreación del universo -el eterno retorno-, por su parte, la concepción apocalíptica judeo-cristiana supone una innovación capital: el fin del mundo será único, así como su cosmogonía. Luego de la Parusía (el retorno de Cristo), del juicio final y del fin de la historia, se instaurará el reino de Dios que ya no tendrá fin, será eterno, y los acontecimientos irreversibles.


No se trata ya de una regeneración cósmica, como en los
Juicio Final
ciclos que prefiguran el tiempo circular, sino que la humanidad entera, luego de la resurrección de los muertos, se verá ante un Juicio Final que implica una selección en que serán salvados sólo los elegidos, los buenos y los justos, los que han sido fieles al reino celeste. Ocurridos estos sucesos, se instaura eternamente el reino de Dios, no habrá retorno.


Eliade destaca que “Otra diferencia con las religiones cósmicas: para el judeocristianismo, el fin del mundo forma parte del misterio mesiánico. Para los judíos, la llegada del Mesías anunciará el fin del mundo y la restauración del paraíso. Para los cristianos, el fin del mundo procederá a la segunda venida de Cristo y al Juicio final. Por tanto para los unos como para los otros el triunfo de la historia sagrada manifestado por el fin del mundo implica en cierto modo la restauración del paraíso."(5)



Un elemento esencial en la escatología cristiana es la
aparición del Anticristo en la época que precede inmediatamente al fin, durante el Milenio –en que reinarán los santos y los mártires resucitados- y que aquel usurpará como falso Mesías, subvirtiendo los valores sociales, morales y religiosos hasta el regreso de Cristo (la Parusía) quien en combate cósmico en que ocurrirán toda suerte de catástrofes, plagas, lluvia de fuego, diluvios, terror histórico, triunfará sobre el Anticristo y reinstaurará su reino.

El milenarismo –que prefigura el fin del mundo alrededor del año mil, el Milenio- es un movimiento recurrente en la historia de la cristiandad, surgió con los primeros cristianos, condenado después por la Iglesia una vez reconocida oficialmente por el Imperio romano, resurgido a partir del silgo XI luego de la irrupción del Islam en el Mediterráneo, enderezado más tarde contra la misma Iglesia o su jerarquía, siempre ha tenido ocasión para resurgir con ímpetu y fuerza.

Sus inspiradores y seguidores esperan y proclaman el fin inminente del mundo y la restauración del paraíso sobre la tierra luego de un período de prueba con la aparición del Anticristo y de terribles catástrofes.

Eliade señala: “Durante siglos, encontramos, en diferentes repeticiones, la misma idea religiosa: este mundo concreto –el mundo de la Historia- es injusto, abominable, demoníaco; felizmente, está ya descomponiéndose, las catástrofes han comenzado, este viejo mundo se resquebraja por todos lados; en muy breve plazo será destruido, las fuerzas de las tinieblas serán vencidas definitivamente y los ‘buenos’ triunfarán, el paraíso será recobrado”. (6)

Luego de siglos esta tensión escatológica ha disminuido notablemente en las grandes iglesias cristianas que ya se ocupan poco o nada de ella. Quizá sobrevive en algunas sectas. Donde curiosamente apareció en el siglo XX fue en el seno de dos movimientos políticos totalitarios: el nazismo y el comunismo. Al respecto, Norman Cohn, a quien cita Eliade, escribe a propósito del nacionalsocialismo y del marxismo-leninismo lo siguiente:

“Mediante la jerga seudocientífica de que uno y otro se sirven, se encuentra una visión de las cosas que recuerda especialmente las lucubraciones a las que se entregaba la gente de la Edad Media. La lucha final, decisiva, de los elegidos (ya sean ‘arios’ o ‘proletarios’) contra las huestes del demonio (judíos o burgueses); la alegría de dominar al mundo, o la de vivir en la igualdad absoluta, o las dos a la vez, concedida, según un decreto de la Providencia, a los elegidos, que encontrarán así una compensación a todos sus sufrimientos; el cumplimiento de los últimos designios de la historia de un universo al fin desprovisto del mal, he aquí alguna quimeras que todavía hoy nos acarician.”(7)

Es notable constatar que en algunos milenarismos políticos del Tercer Mundo, a pesar de estar atraídos por valores occidentales y desear apropiarse tanto de la religión y la educación de los blancos como de sus riquezas y de sus armas, sus simpatizantes son anti occidentales, sus líderes fuertes personalidades de tipo profético, y aunque el carácter de esos movimientos sea político, social y económico, poseen un componente o trasfondo religioso. El discurso utópico del subcomandante Marcos tiene tintes milenaristas, y no es casual la influencia de la Teología de la Liberación (con inspiración milenarista también) en las bases indígenas del EZLN.

Pero volvamos a la historia de las escatologías judeocristianas. Le Goff señala que “A diferencia de las religiones que le rodeaban, simplemente basadas sobre los mitos y los ritos, el judaísmo confiere un sentido al tiempo y a la historia, que Dios conduce hacia un fin. La religión judía es la religión de la espera y de la esperanza, vale decir, de la esencia misma de la escatología”. (8)

La aparición de Jesús en la Tierra, como el Mesías anunciado por los profetas en el Antiguo Testamento, pone en estado de ambigüedad y de excitación a la escatología judaica. La irrupción de Cristo como inicio del cumplimiento de la promesa, y su muerte como inicio del reino de Dios, marca la separación de las escatologías judía y cristiana. El judaísmo sigue en espera del Mesías que no reconoce en Cristo, y de la realización de la promesa. En tanto que el cristianismo profesa que por medio de Jesús la escatología ha ingresado en la historia y ha comenzado a realizarse.

Apocalipsis.

En griego antiguo Apocalipsis significa revelación. La Iglesia
Beato Facundus
ha decretado canónico y colocado al final del Nuevo Testamento el Apocalipsis de Juan, compuesto a finales del primer siglo de la era cristiana. Sin ningún género de duda San Juan retoma el tema y las imágenes de la apocalíptica judaica, identificando al Mesías con Jesús e introduciendo a la Iglesia del nuevo tiempo, esto es, a la católica.

En todo caso el Apocalipsis de Juan consta de: 1) reproducción del cómputo escatológico del tiempo: “la ciudad santa despreciada durante 42 meses; los dos testimonios que profetizan bajo el saqueo a través de 1260 días; la mujer de huye en el desierto a través de 1260 días; 666 que es la cifra de la Bestia y naturalmente el número 7 sagrado desde largo tiempo, con los 7 ángeles que vierten las 7 copas de la cólera de Dios; 2) la maldición –por medio de Babilonia que está simbolizada por la Bestia y que el pueblo de Dios está invitado a abandonar- de todo poder temporal; 3) la división de la escatología en dos tiempos, entre una primera resurrección –aquella de los santos y de los mártires que reinarán sobre la tierra a lo largo de 1000 años- anterior a una segunda resurrección, la de los muertos, por medio del juicio final; 4) el carácter dramático de los acontecimientos que deben, por una parte, preceder a la primera resurrección, el Milenio –drama en el centro del cual emerge el personaje del Antecristo (o mejor, Anticristo)-, y por la otra, indican la segunda y definitiva resurrección seguida por el grandioso juicio final; 5) la multiplicación de las señales anunciadoras (cometas, terremotos, guerras, carestías, epidemias) que de ahora en adelante serán observadas en un clima de angustia y de pánico; 6) por fin, la abundancia y el virtuosismo de las imágenes y de los símbolos que durante siglos han agitado la imaginación y excitado el estro de los artistas.”(9) Como destaca Le Goff, el Apocalipsis ha constituído una temática recurrida para la creación de obras maestras de arte, sobre todo en el medievo: miniaturas, tapicerías, como las célebres ilustraciones del Beato de Liébana y demás "Beatos".

No quiero concluir este ajustado trabajo sin mencionar al
Joaquín de Fiore
monje cistercience Joaquín de Fiore (1135-1202) que fundara la Orden florense, por haber sido el primer teorizador de la escatología cristiana y que tuviese enorme influencia en todos los movimientos milenaristas a partir de entonces, incluyendo a los franciscanos desde los albores de su venerable y ocho veces centenaria Orden.

De Fiore, dividía la historia en tres edades: la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo. Esta última, precedida de enormes trastornos y desgracias, verá finalmente el advenimiento del reino de los puros sobre la tierra y será gobernada por el Evangelio eterno.

Luego aparecen otros movimientos milenaristas como el impulsado en Florencia (1494-1498) por Savonarola. El encuentro de Quiliasmo con la revolución, aspirando a la realización escatológica en el “aquí y ahora”, politizándola a favor de los oprimidos, que habría de inspirar a Thomas Münzer, sacerdote católico convertido a la Reforma, que se separó bien pronto de Lutero, en quien vio la Bestia del Apocalipsis, y se tornara en uno de los líderes de la gran sublevación de los campesinos alemanes de 1525, mezclando la prédica del “reino de Dios” con las reivindicaciones agrarias. Fue abatido y muerto por la implacable represión de la nobleza contra el movimiento campesino.

Por último es pertinente mencionar al fraile Jerónimo de Mendieta, autor de Historia Eclesiástica Indiana, que inspirado en Joaquín de Fiore y en los espirituales (corriente franciscana influida por de Fiore), pensaba que los frailes y los indios en la Nueva España podrían crear el reino de los puros fundado sobre un ascetismo riguroso y sobre el fervor místico. Los indios eran una nación angélica con los cuales los frailes podían construir el reino del Espíritu en el Nuevo Mundo, que debía ser el fin del mundo.

Mendieta llegó a la Nueva España poco después de los doce franciscanos que arribaron en 1524, llamados afectuosamente los Doce Apóstoles, entre los que figuraban fray Martín de Valencia y fray Toribio de Benavente, Motolinía; en el grupo de Mendieta llegó fray Bernardino de Sahagún. Los primeros evangelizadores llegaron en 1523, tres franciscanos flamencos, uno de ellos Peter van der Moere, mejor conocido por su nombre españolizado fray Pedro de Gante.

Cabe recordar que esos venerables sacerdotes y otros muchos más fueron grandes protectores y defensores de los indios, aparte de haber rescatado su historia y cultura a través de notables obras etnohistóricas, e instituciones como el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, fundado en 1536 por fray Juan de Zumárraga y el virrey don Antonio de Mendoza, confiado a los franciscanos para la educación superior de los indios. No pocos frailes y otros sacerdotes además de hablar varios idiomas indígenas, fueron autores de diccionarios y gramáticas de más de una veintena de lenguas autóctonas, así como de libros de doctrina y moral cristiana para indios.




Notas bibliográficas


(1) Le Goff, Jacques, El orden de la memoria –El tiempo como imaginario- Ediciones Paidós, Barcelona 1991, página 12.
(2) Eliade, Mircea, Aspectos del mito, Paidós Orientalia, Barcelona 1988, página 14.
(3) Eliade, Mirecea, Opus Cit., páginas 13 y 14.
(4) Ibidem, páginas 16-17 y 27.
(5) Eliade, Mircea, Opus cit., páginas 63 y 64.
(6) Ibidem, página 66.
(7) Cohn, Norman, Les fanatiques de l’Apocalypse, Paris, 1963.
(8) Le Goff, Jacques, Opus cit., página 62.
(9) Ibidem, página 68.

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