domingo, 25 de septiembre de 2011

Semblanza de una obra maestra flamenca

Descendimiento de la Cruz de Rogier van der Weyden



Descendimiento de la Cruz, óleo sobre tabla, circa 1436, aprox.,
220 cm de alto x 262 cm de ancho, Museo del Prado, Madird

Junto con Jan van Eyck, van der Weyden, también conocido como Rogier de la Pasture (literalmente “del pasto”) está considerado por críticos e historiadores de arte como el mejor pintor flamenco del siglo XV, y su obra, que ahora reseñamos, como la más importante e influyente pintura de esa centuria en toda Europa.



Rogier van der Weyden
Rogier van der Weyden (1399-1464) nació en Tournai, que ahora forma parte de Bélgica, como “Rogier de le Pasture” en 1399 o 1400. Sus padres fueron Henri de le Pasture y Agnes de Watrélos. La familia se había afincado poco antes en esa ciudad donde el padre de Rogier trabajó como “más maître-coutelier” (fabricante de cuchillos). En 1426 Rogier se casa con Elisabeth, hija de un zapatero de Bruselas llamado Jan Goffaert y de su esposa Cathelyne van Stockem. Rogier y Elisabeth tuvieron cuatro niños: Cornelius que se hizo monje cartujo, Margaretha nacida en 1432.


Rogier van der Weyden, retrato de
Felipe III El Bueno, Duque de Borgoña
En octubre de 1435 la familia se mudó a Bruselas donde nacieron dos niños más: Pieter y Jan. A partir de marzo de 1436 obtuvo el título del “pintor de la ciudad de Bruselas” (stadsschilder) un cargo muy prestigioso porque Bruselas era en aquel momento la residencia más importante de la espléndida corte de los Duques de Borgoña. Desde entonces, Rogier comenzó a usar la versión holandesa de su apellido: “van der Weyden”.


Formación como pintor


María Magdalena (detalle)
Debido a la destrucción e incendio premeditado de los Archivos de Tournai por parte de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, poco se sabe sobre la formación y carrera dentro del gremio como pintor de Rogier. Sin embargo se conoce que el 17 de marzo de 1427 el Consejo de la ciudad de Torunai ofreció un vino de honor al “Maistre Rogier de la Pasture”. Luego entra a formar parte del ya célebre taller del pintor Robert Campin, quien cinco años más tarde otorga a Rogier el título de Maestro Pintor.


Retrato de una dama, circa 1463 o 1464,
National Gallery of Art, Washington, D.C.
A partir de entonces, y luego de mudarse a Bruselas, la carrera de Rogier adquiere un ritmo ascendente hasta formar su propio taller y convertirse en uno de los pintores más famosos y solicitados de Europa.


En esa ciudad tuvo la oportunidad de hacer retratos de los duques de Borgoña, de sus parientes y cortesanos, lo que le abrió las puertas para establecer buenas relaciones con los soberanos más influyentes y ricos de Europa a quienes también retrató.


Hacia 1445 el rey Juan II de Castilla le encargó el tríptico
que representa el nacimiento, muerte y resurrección de Jesús (ver adjunto), que luego el soberano donó al monasterio de Miraflores.


Tríptico con cucifixión, Abegg-Stiftung, Riggisberg, circa 1440-1445.
En 1540, ya próspero y famoso, Rogier hizo un peregrinaje a Roma, que le permitió entrar en contacto con pintores italianos y conocer muchas obras de arte de ese país. También estableció relaciones con poderosas familias aristocráticas como los de Este o Medici quienes le comisionaron pinturas y retratos. La duquesa de Milán, Bianca Maria Visconti, envió a su pintor de corte Zanetto Bugatto al taller de Rogier en Bruselas en calidad de aprendiz. La reputación internacional de Rogier había crecido enormemente. Los eruditos de la época Cusanus, Filarte y Facius se referían a él como “el más grande”, “el más noble” de los pintores contemporáneos.


Anunciación
También por entonces, Rogier recibió un encargo del Consejo de Bruselas a fin de realizar una pintura para ser expuesta en el “Gulden Camere” (La Cámara de Oro) del edificio del Ayuntamiento. Se dice que a tal efecto van der Weyden realizó sus más famosas pinturas tituladas “La Justicia de Trajano”: cuatro paneles extensos, cada uno de 4.5 m, una escala enorme entonces para una pintura sobre panel. Cuya edificante temática servía de ejemplo de justicia para los concejales de la ciudad. La obra fue objeto de multitud de comentarios elogiosos entre los que destacan los vertidos por artistas como Alberto Durero, Calvete de Estrella e Isaac Bullart, quienes se admiraban por el fuerte impacto emocional que despertaban en el espectador, y a Rogier lo tildaban de ser el pintor de las emociones y de la pena. Trágicamente esa obra fue totalmente destruida como consecuencia del bombardeo francés a Bruselas en 1695.


La obra más importante de Rogier que afortunadamente aún se conserva, actualmente en el Museo del Prado en Madrid es, sin duda, El Descendimiento de Cristo, que pasamos ahora a describir.


Este cuadro es la sección central de un tríptico pintado por encargo de la Cofradía de los Ballesteros de Lovaina, para la capilla que tenían en la iglesia de Onze Lieve Vrouw van Ginderbuiten (Nuestra Señora Hors-les-Murs). En honor a dicho gremio, el artista incluyó diminutas ballestas en los ángulos superiores de la composición.



En la iglesia de Lovaina estuvo El Descendimiento durante más de cien años. La regente de los Países Bajos María de Hungría, reputada coleccionista y hermana de Carlos V, llegó a un acuerdo de canje con los responsables del templo: obtuvo la pintura original a cambio de un órgano valorado en 1.500 florines y una réplica pintada por Michel Coxcie. Conforme está acreditado documentalmente por Vicente Álvarez, en el año 1551 el cuadro ya estaba en poder de María de Hungría. Durante un viaje realizado por los Países Bajos lo vio el príncipe Felipe de España, quien lo adquirió de su tía y en 1555 se lo llevó a España. La obra fue enviada en un barco, que naufragó, pero debido a que el embalaje que la preservaba era muy bueno la pintura apenas sufrió.


De instrucciones posteriores a los pintores de la corte con motivo de una restauración, resulta evidente que a Felipe II de España le interesaba la dolorida expresión de las figuras. Ordenó que se restaurasen sólo las partes dañadas en vestimentas y fondo, sin tocar las partes esenciales. Seguramente a petición suya, el pintor Juan Fernández de Navarrete (Navarrete el Mudo) creó dos alas o postigos en grisalla que devolvieron a la obra su estado original como tríptico. Dichos laterales se perdieron después.


Durante un tiempo estuvo en la capilla del Pardo en las proximidades de Madrid. Tanto le gustaba al rey este cuadro que en 1567 encargó a Coxcie de nuevo una réplica. Esta debía quedarse en el Pardo, mientras que el original se llevaría a decorar el Monasterio de El Escorial. Hoy en día, esta copia de Coxcie se encuentra en el monasterio de El Escorial.


Durante la guerra civil española de 1936-39 se sacó la pintura de España y llevada a Ginebra. Regresó en 1939 y fue incluida en la colección del Museo del Prado, donde permanece hoy en día. La última restauración es de 1992-1993.


Esta obra domina la pintura flamenca del siglo XV. Fue muy difundida por España y fue objeto de innumerables copias. Debió ganar fama nada más realizarse, porque ya en los años 1430 se hizo una réplica por un pintor desconocido para la capilla de una familia de Lovaina en la iglesia de San Pedro. Esta réplica está hoy en el Museo Stedelijk de Lovaina.


Se trata de una pintura al óleo sobre madera. Tiene forma rectangular, con un saliente en el centro de la parte superior, en el que se encuentra la cruz y un joven encaramado en la escalera, que ha ayudado a bajar el cadáver.


Van der Weyden se enfrenta con el problema de encajar un gran número de personajes y una escena de gran complejidad en una tabla de dimensiones no muy grandes estipulada por el comitente. El cuadro mide unos 2,6 metros de ancho por 2,2 de alto.


El tema es religioso, típico de la pintura gótica: Cristo bajado de la cruz. Los Evangelios hablan de ello: José de Arimatea pidió a Poncio Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesucristo para enterrarlo. A pesar de que el Nuevo Testamento no lo describe con detalle, la pintura, y el arte en general lo ha representado una y otra vez.


Se pueden encontrar representaciones tempranas del tema en la pintura sobre madera medieval. Los clavos ya se han quitado y el cuerpo de Cristo es bajado de la cruz, recibido por los brazos de José de Arimatea. Dio lugar a composiciones de solo tres figuras: Cristo, José de Arimatea y Nicodemo. Posteriormente se añadieron personajes «auxiliares» entre ellas, la Virgen María y el apóstol Juan.


Roger van der Weyden encaja a las figuras en un espacio apaisado, en forma de urna. El fondo es liso, de oro, elemento típicamente gótico; de este modo, las figuras parecen esculturas policromadas. Tradicionalmente, los retablos escultóricos eran más costosos y cotizados que los pintados; se puede decir que el artista recreó con trucos ópticos un grupo escultórico que hubiese resultado mucho más caro. El fondo de oro tiene además un sentido simbólico, como ya se le daba en Egipto: simboliza la eternidad y es propio de lo divino.


En el primer término, abajo, hay un pequeño fragmento de paisaje, con pequeñas plantas, un hueso alargado y una calavera junto a la mano de María desmayada. Presentar un pequeño matorral vivo junto a la calavera podría aludir a la vida después de la muerte, tal como sostienen las creencias cristianas. La ausencia de paisaje en el resto del cuadro centra toda la atención en las figuras, que se alojan en un espacio reducido. Tal como se describe en los Evangelios, José de Arimatea envuelve el cuerpo de Cristo en un paño blanco del lino, impregnado de sustancias aromáticas. Aparece un anciano de barba blanca identificado como Nicodemo. José de Arimatea y Nicodemo sostienen el cuerpo exánime de Cristo con la expresión de consternación a que obliga el fenómeno de la muerte.


Hay dos parejas de figuras que se representan paralelamente: María Magdalena y Juan en los extremos englobando el grupo en una especie de paréntesis, y la Virgen María y su hijo Jesucristo en el centro. Al lado derecho, María Magdalena se dobla, consternada por la muerte de Cristo. Es la figura más lograda de todo el cuadro en cuanto a la expresión del dolor. Su movimiento corporal se repite en la joven figura de Juan, vestida de rojo, en el borde izquierdo. Por su parte, la Virgen María es representada sufriendo un desfallecimiento y doblándose. Jesucristo aparece en la misma posición que su madre, lo que significa que los dos sufren el mismo dolor, ilustrando así en la Compassio Mariae, esto es, en el paralelismo entre las vidas de Cristo y la Virgen.


Las figuras recrean un grupo escultórico y resaltan sobre el fondo liso. Ayudando al efecto de profundidad, el artista incluye en trampantojo sendas tracerías góticas en los dos ángulos principales; estos ornamentos eran comunes en retablos escultóricos y en nichos funerarios. Su composición axial vertical y horizontal, rigurosamente estructurada y equilibrada, se inscribe en un óvalo. Las posiciones del brazo de Jesucristo y de la Virgen expresan las direcciones básicas de la tabla. Puede trazarse una diagonal de la cabeza del joven que ha liberado a Cristo hasta la Virgen y el pie derecho de San Juan. Los rostros están alineados horizontalmente, alineación que viene suavizada por la línea ondulada de las expresiones corporales de los personajes.


Van der Weyden ha representado a María Magdalena con un cinturón que simboliza la virginidad y la pureza. Este cinturón se encuentra alineado con los pies de Cristo y la cabeza de la Virgen, y en él aparece una inscripción que hace referencia a ambos: IHESVS MARIA. La vestimenta de los personajes sirve como símbolo de su clase social. Ninguna de ellas permitía representar las calidades de los objetos y de las telas como la pintura al óleo. De esa manera, Van der Weyden en esta pintura se explaya, en la concreción de las calidades y dependiendo de la clase social del personaje selecciona visón, seda, brocados, raso de azul, lapislázuli para la Virgen.




Otra muestra del preciosismo de la pintura flamenca, gracias a los avances de la técnica del óleo, se destaca en las calidades de los objetos. Hasta este momento las técnicas utilizadas en la pintura eran el temple y el fresco o pintura mural.


Los ropajes y el claroscuro proporcionan los efectos lumínicos. Los colores fríos caracterizan a los personajes más patéticos: las mujeres y el joven subido a la escalera; los demás personajes visten colores cálidos.


Es un cuadro cargado de simbolismo religioso. El pintor desplegó en esta escena toda una gama de exquisitos matices y de doloridas expresiones, con profundo sentimiento religioso, provocando la emoción del espectador ante la fuerte expresividad de los personajes.

Aviso: para ampliar las imágenes haz click sobre ellas.









3 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Federico:
Van der Weyden fue otro genio. Examinar El Descendimiento paso por paso es disfrutar de su maestría y de su ingenio para plasmar los arcos de las ballestas junto con un evento bíblico modificado. Gracias por comartir. Un abrazo,
Irma

Anónimo dijo...

Mi muy querido Fede:
Eres un espléndido, ¡qué manera de enseñarnos tan hermosa! Gracias por compartir tu trabajo que haz hecho con tanta dedicación, resulta tan placentero. Mi cultura se ha incrementado con cada envío, gracias a ti. Los recibo con muchísimo entusiasmo, son siempre interesantes. En este caso, te diré que no recuerdo muchos pintores que en vida hayan tenido tanta fama y reconocimiento como Rogier van der Weyden. Recibe un fuerte abrazo con mi cariño,
Mayra Ortiz Salinas

Anónimo dijo...

Me parece maravilloso, Federico, me asomé un ratito y lo disfruté mucho. Muchas gracias. Saludos,
Fernando Elizondo Barragán