La forma es fondo: escenas de una noche de verano
Por: Federico Zertuche
La Academia Mexicana de Derecho Internacional suele reunirse periódicamente para dar la bienvenida a un nuevo académico de número. En solemne acto protocolario, marcado por rigorosos rituales y el más estricto cumplimiento de las formas, el académico recipiendario hace su entrada al salón después de ser anunciado por quien funge como maestro de ceremonias. Aplausos.
La mesa de honor está integrada por adustos señores que lucen negras togas, birretes y camisolas galoneadas por níveos ribetes barrocos. Ostentan brilloso oropel de llamativas medallas y collares de condecoraciones que mutuamente se otorgan.
El maestro de ceremonias cede la palabra a un “Embajador” (título, entre otros, como “Doctor” o “Canciller”, que también generosa y solemnemente conceden entre sí); éste lee el currículum del recipiendario, luego de lo cual truenan aplausos. Se anuncia la lectura del discurso de ingreso. El iniciado lee un largo y sesudo texto que bien podría titularse: Prolegómenos para un estudio sobre del sentido del voto de Burkina Faso en la adopción de la Resolución 1.803 (XVII) de la Comisión de Energía Atómica del 12 de febrero de 1974. Ovación con molto sentimento d’affetto.
Acto seguido, retoma la palabra el ceremonioso maestro para anunciar la imposición de una condecoración al nuevo académico. Aplausos. El presidente de la Academia impone la medalla y le coloca el birrete con pomposos gestos. Salva de aplausos a la manera de un Tempo di minueto, ma molto moderato e grazioso. El vocero anuncia el otorgamiento del diploma correspondiente de manos de los Excmos. señores Embajadores Pelosquietos y Salsipuedes, quienes se levantan de sus asientos para entregar el pergamino. Más palmas, moderadas. El recién ingresado y ojomeneado ya goza de condecoración, medalla, diploma, toga y birrete.
Se anuncia la lectura de contestación del discurso de ingreso, por un académico a quien se designa como “Ilustre doctor”. Este lee un laudatorio texto en el que pondera las múltiples virtudes, sabiduría y bondades que engalanan el discurso del académico recipiendario. Palmas discretas a modo de adagio cantabille.
Seguidamente se anuncia el otorgamiento de una medalla a la esposa del novel académico ojomeneado, quien será escoltada por el Comité de Damas, consortes de los académicos, para imponerle la merecida presea de manos del Excelentísimo señor Presidente de la Academia, Embajador Notentumas y Finas Hierbas. Se procede al acto. Aplausos subidos de tono con molt’ espressione.
El Presidente declara solemnemente clausurada la sesión. Aplausos en re menor. Se anuncia un vino de honor. Ovación redoblada cual allegro con brio. Los invitados pasan al coctel no sin antes hacer fila para felicitar al nuevo acaméndigo, perdón, académico.
¿Pero, a qué se dedica la Academia Mexicana de Derecho Internacional? Hasta la pregunta es necia. A eso, precisamente: a organizar cada treinta o cuarenta días solemnes ceremonias como la descrita. A reunirse orondamente emperifollados con magníficas togas y birretes, a lucir doradas medallas y condecoraciones y llamarse entre ellos Embajador, Doctor, Canciller, Excelencia y otros honorables títulos. A cumplir con un elaborado y pomposo ritual.
¿Pero, los académicos realizan estudios, investigaciones, propuestas, publicaciones, iniciativas de ley, seminarios, cursos o diplomados? Para qué, si con el discurso de ingreso ya se ha cumplido con las exigencias académicas. Además, ya de por sí representa un enorme y complicado trabajo llevar a cabo tan elaboradas y suntuosas ceremonias.
¿Pero alguno de los académicos es o ha sido diplomático, profesor o tratadista de asuntos internacionales? Ni falta que hace, allá los de Relaciones Exteriores que se ocupen de la diplomacia y los tratadistas en estudiar y publicar, los de esta Academia se sienten muy a gusto y a sus anchas portando togas y condecoraciones, dispensándose títulos y dignidades. Cada mes reafirman su condición en solemnes ceremonias repletas de público que aplaude sin reservas, felicita y los celebra en el coctel. También se afanan en lucir en sus currícula la mención de ser académicos de Derecho Internacional.
Y ya basta de peros e impertinentes preguntas que puedan importunar el altísimo sentido del honor de esos distinguidos doctores y embajadores, tan celosos en el puntilloso cumplimiento de las formas. Ser miembro de la Academia Mexicana de Derecho Internacional conlleva un sentido de la más alta dignidad que debe ser respetado so pena de incurrir en delito de lesa majestad. Así que ¡chitón!
Post Scriptum enviado desde una remota aldea de Liliput: Lo anteriormente descrito no es parodia o variación sobre alguna escena de un filme de Luis Buñuel, de Pasolini o de Woody Allen ni de cualquier obra de similar género, tampoco es fantasía surrealista, sino la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Para quien lo dude, no hace falta sino acudir, ya como invitado o como colado, a una de las sesiones de dicha Locademia. Le aseguro diversión, entretenimiento y coctel en un solo paquete.
Ánimo.
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