lunes, 26 de diciembre de 2011

Libros del año

Los mejores 25 libros del 2011, según 57 críticos y periodistas de la revista literaria y cultural “Babelia” del diario español EL PAÍS.


El mejor libro del año fue “Los enamoramientos” de Javier Marías, (Alfaguara).

Por géneros, se eligieron los siguientes:


Novelas en español


- Javier Marías ‘Los enamoramentos’ (Alfaguara).


- Juan Gabriel Vázquez ‘El ruido de las cosas al caer’ (Alfaguara).


- Juan Marsé ‘Caligrafía de los sueños’ (Lumen).


- Ignacio Martínez de Pisón ‘El día de mañana’ (Seix Barral).


- Antonio Orejudo ‘Un momento de descanso’ (Tusquets).


Novelas traducidas


- Philip Roth ‘Némesis’ (Mondadori).


- Jonathan Franzen ‘Libertad’ (Salamandra).


- Michel Houellebecq ‘El mapa y el territorio’ (Anagrama).


- Jaume Cabré ‘Yo confieso’ (Destino).


- Ian McEwan ‘Solar’ (Anagrama)


Cuentos


- Aleksandar Hemon ‘Amor y obstáculos’ (Duomo).


- Manuel Longares ‘Las cuatro esquinas’ (Galaxia Gutenberg).


- Fernando Aramburu ‘El vigilante del fiordo’ (Tusquets).


- Peter Stamm ‘Siete años’ (Acantilado).


- Cees Nooteboom ‘Los zorros vienen de noche’ (Siruela).


Poesía


- Vladimír Holan ‘La gruta de las palabras’ (Galaxia Gutenberg).


- Tomas Tranströmer ‘Deshielo a mediodía’ (Nórdica).


- Czeslaw Milosz ‘Tierra inalcanzable. Antología poética’ (Galaxia Gutenberg)


- John Ashbery ‘El juramento de la pista de frontón’ (Calambur).


- Juan Gelman ‘El emperrado corazón amora’ (Tusquets).


Ensayo Literario


- J. Gracia y D. Ródenas ‘Historia de la literatura española. 7’ (Crítica).


- Jordi Llovet ‘Adiós a la universidad’ (Galaxia Gutenberg).


- Harold Bloom ‘Anatomía de la influencia’ (Taurus).


- Roberto Calasso ‘Folie Baudelaire’ (Anagrama).


- ‘Matemática tiniebla. Genealogía de la poesía moderna’ (Galaxia Gutenberg).


Vidas ajenas


- David Hernádez de la Fuente ‘Vidas de Pitágoras’ (Atalanta).


- Carmen Martín Gaite-Juan Benet ‘Correspondencia’ (Galaxia Gutenberg).


- David Hernádez de la Fuente ‘Vidas de Pitágoras’ (Atalanta).


- Pilar Donoso ‘Correr el tupido velo’ (Alfaguara).


- Varios autores ‘La belleza y el dolor’ (Roca).


- José Ángel Valente ‘Diario anónimo 1959-2000’ (Galaxia Gutenberg).


Ensayo general


- Pierre Bergounioux ‘Una habitación en Holanda’ (Minúscula).


- Günther Anders ‘La obsolescencia del hombre’ (Pre-Textos)


- Josep Fontana ‘Por el bien del imperio’ (Past & Present).


- Jean Genser ‘Origen y presente’ (Atalanta).


- Tony Judt ‘El refugio de la memoria’ (Taurus).


Autores que seguir


- Gonzalo Hidalgo Bayal ‘Conversación’ (Tusquets).


- Sofi Oksanen ‘Purga’ (Salamandra).


- D. Ray Pollock ‘Knockemstiff’ (Libros del silencio).


- Vladimír Makanim ‘El prisionero del Cáucaso’ (Acantilado).


- A. Doxiadis y otros ‘Logicomix’ (Sin Sentido).




LOS MEJORES DEL AÑO - EN PORTADA Javier Marías - Los enamoramientos
La ruta del doble éxito


Cincuenta y siete críticos y colaboradores de Babelia han elegido los mejores libros de 2011. Un año dominado por grandes escritores, novelas en diferentes idiomas y ensayos literarios. Los enamoramientos, de Javier Marías, ocupa el primer lugar. La obra ha conseguido reunir a un tiempo el reconocimiento de la crítica y el favor de los lectores.


No es insólito pero tampoco muy común el que una novela reciba una buena acogida por parte de la crítica y también del público lector. Los enamoramientos es uno de estos casos y, una vez manifestada mi alegría, trataré de desglosar las razones de este doble éxito.


'Los enamoramientos', de Javier Marías, libro del año
WINSTON MANRIQUE / ÁLVARO R. DE LA RÚA –EL PAÍS, 22-12-2011


La novela del escritor madrileño encabeza la clasificación elaborada para Babelia por cerca de 60 críticos y colaboradores del suplemento cultural. En el blog Papeles Perdidos se publican hoy los títulos de los 10 mejores libros de 2011. El análisis de los mismos llegará a los lectores mañana viernes con Babelia (la publicación del suplemento se adelanta un día con motivo de las fechas navideñas).


Nacido en 1951, con una dilatada (por temprana, su primera novela apareció en 1971, Los dominios del lobo) carrera literaria a sus espaldas, un sólido prestigio nacional e internacional e incontables premios en su haber, Javier Marías acomete la escritura de Los enamoramientos después de haber concluido la trilogía de Tu rostro mañana, una obra titánica que seguramente tiene que haberle producido la sensación de haber saldado de una vez por todas cualquier debate sobre su capacidad y sus méritos, de no tener que demostrar nada ni a los demás ni a sí mismo; quizá también la sensación de haber agotado el capital productivo y las expectativas, de que todo cuanto pudiera hacer en el futuro no contribuiría en nada a su prestigio. Ignoro si fueron éstas las circunstancias que acompañaron la escritura de la novela, pero tanto si lo fueron como si no, el resultado es que Los enamoramientos parece una novela escrita sin presión externa ni interna, con absoluta libertad, una de las más claras y redondas de su autor, tal vez, por usar un término coloquial, la más suelta. Sólo así se explica que haya podido adoptar sin aparente esfuerzo ni artificio una voz femenina y la haya mantenido sin fisuras a lo largo de cuatrocientas páginas. Y lo mismo ocurre con la trama de esta singular historia, a la que me referiré enseguida.


Antes, sin embargo, quisiera detenerme en el título, que, a mi modo de ver, y de una forma muy típica de su autor, aclara y despista por partes iguales. Porque la novela no habla del amor, sino del enamoramiento. Y aunque nada se dice taxativamente al respecto, cabe la posibilidad de que el enamoramiento del título no se refiera a la turbulenta historia pasional que ocupa la parte central de la novela, sino a la atracción inicial, la que la protagonista contrae, casi como una infección, respecto de la pareja todavía anónima que coincide con ella por motivos triviales o, al menos, fáciles de imaginar en un mundo de hábitos triviales. Y es este enamoramiento el que lleva a María Dolz, apodada no sin ironía La Joven Prudente, a inmiscuirse en un asunto que en circunstancias normales sólo le habría afectado de un modo tangencial y pasajero y cuyo carácter oscuro, por no decir siniestro, resulta evidente desde el principio para el lector y también para ella.


Nada es convencional en la novela. El suceso desencadenante es un hecho violento de una gratuidad que roza lo inverosímil, un homicidio tan brutal como absurdo que choca con las convenciones no ya del género de la novela policial, sino de cualquier novela, un crimen sin móvil cuyo autor es conocido en todo momento y cuya culpabilidad nunca es puesta en duda. Y es precisamente esta dislocación de la lógica literaria y también de la lógica real la que mueve al escritor y a la protagonista del escrito a no dejar pasar el suceso como uno más de los hechos terribles pero ajenos que ocurren en la periferia de lo cotidiano. Un desconocido muere, otro aparece por causas razonables. "Fue entonces cuando decidí acercarme a ella", dice la protagonista como si con esta frase justificara abrir la puerta a un mundo de misterios y peligros.


Nada más típico de la temática de Javier Marías a lo largo de toda su obra: no el azar, sino una elección, sólo a medias voluntaria, hecha a partir del azar. Algo que sintetiza a la perfección el célebre principio de Corazón tan blanco: "No he querido saber pero he sabido". Esta elección azarosa lleva a la protagonista de Los enamoramientos a un estado de ánimo obsesivo, que le ciega pero al mismo tiempo le impulsa a indagar y penetrar en la verdad más opaca. De esta indagación surge el descubrimiento de algo que no es tanto engaño como doblez. No hay engaño por parte de las personas, sino de las apariencias tras las que se ocultan. Y si hay engaño, este engaño no va destinado a quien indaga, aunque en definitiva su descubrimiento le afecte de un modo profundo. Tal es el caso de María Dolz, La Joven Prudente, que, en contra de lo que parecerían indicar sus largas reflexiones, actúa de un modo absolutamente irreflexivo y a quien sólo la acción va relevando su sentido y sus consecuencias.


A este tema, que recorre toda la obra narrativa de Javier Marías, se une otro no menos recurrente: la obstinada persistencia de los muertos en la vida de los vivos; no sólo en el recuerdo, donde tienen reservado un alojamiento hecho de afecto y de pesadumbre pero circunscrito al territorio de la memoria, sino en todos los aspectos de la realidad cotidiana de los vivos, donde ejercen un influjo decisivo sobre la conducta y las emociones de éstos.


Como en un juego de espejos, se insertan en la novela dos referencias literarias: el asombroso y bárbaro episodio de la fallida ejecución en Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, y la maravillosa novela corta de Balzac El coronel Chabert. Las dos historias refieren casos de amor desmedido y en ambas uno de los protagonistas de la pareja amorosa regresa de un más allá falso desde el punto de vista clínico, pero no por ello menos real para el que permaneció en el mundo de los vivos.


Todo lo que acabo de decir es, por supuesto, una interpretación personal, no una clave para la lectura de Los enamoramientos. Las novelas de Javier Marías, como sus personajes, tienen varios rostros y admiten varias lecturas, en todos los sentidos del término. ¿Qué ha sucedido exactamente? ¿Qué hay de verdad en lo que los personajes han acabado revelando? ¿Qué saben cuando dicen saber y qué ignoran cuando pretenden no saber? Para obtener este efecto, Marías recurre a su habitual estilo. En esta ocasión, la contención es mayor que en otras novelas, quizá porque el tema es más patético y más doloroso. Dosifica el sentido del humor y lo utiliza con sordina, incluso en el habitual y esperado cameo del profesor Rico. En cambio no faltan las digresiones y el análisis minucioso y matizado de las emociones que lleva el relato más allá de la simple peripecia argumental. Como es habitual en él, Marías no escribe de un modo lineal ni ortodoxo: desparrama el texto, de tal modo que la narración no circula por canales bien trazados, sino por un cauce natural, accidentado, a lo largo del cual se producen meandros, remolinos y desbordamientos, sin perder nunca el rumbo ni el control último del discurso. Esta mezcla de caos y rigor requiere un envidiable dominio de la técnica narrativa, como demuestra el recurso al medido anacoluto como recurso literario, que tanto escandaliza a maestrillos e inspectores, pero que tan bien refleja la percepción de la realidad sobre la marcha, una percepción precipitada, a la vez sagaz y contradictoria, en la que intervienen la inteligencia, las emociones, los prejuicios y las limitaciones de un modo complementario y antagónico. Todo pertenece, en palabras del autor al "vagoroso universo de las narraciones, con sus puntos ciegos y contradicciones y sombras y fallos, circundadas y envueltas toda en la penumbra o en la oscuridad, sin que importe lo exhaustivas y diáfanas que pretendan ser, pues nada de eso está a su alcance, la diafanidad ni la exhaustividad".


Algo que nos perturba
Javier Marías
JAVIER MARÍAS, EL PAÍS, 23/12/2011


Tras terminar los tres volúmenes de Tu rostro mañana, en verdad creí que no escribiría más novelas. Que me había agotado en todos los sentidos y no tenía más que decir en ese campo. Por fortuna o desdicha, siempre hay algo que nos perturba lo suficiente para volver a sentarnos ante la máquina.


Como pasa a veces, la idea que me rondaba antes de empezar a escribir Los enamoramientos se quedó fuera de ella, o sólo entró sesgadamente. Era esta: una mujer se une al hombre que le causó la desgracia mayor imaginable, a sabiendas. Es una forma de reparación extraña. Es también una venganza extraña: se obliga al causante del mal a "restituir" la felicidad robada y a convivir con una de sus principales víctimas, la mujer que va a conservar siempre el recuerdo de su marido muerto. En la novela se bordea esta situación o idea, que sin embargo no está en ella, o no con la nitidez que me movió a darle de nuevo a la tecla.


Lo que ha resultado el núcleo de Los enamoramientos empezó siendo, en cambio, algo accesorio, instrumental. ¿Cuál podía ser esa desgracia? Recordé lo ocurrido a una amiga años atrás: su complacida contemplación de una "pareja perfecta", el posterior descubrimiento de que el hombre había sido asesinado de manera absurda, pésima suerte. Por varias razones, la historia había de contarla una mujer. Con una excepción breve, mis narradores habían sido siempre masculinos. Miré a mi alrededor e hice memoria: conozco a un montón de mujeres reflexivas e inteligentes, cuyas cabezas no se diferencian apenas de las de los varones reflexivos e inteligentes que conozco. Más de una vez me he encontrado con este reproche respecto a esa narradora, María Dolz: "Una mujer no piensa así". Para mí no hay mayor desprecio que hablar de "las mujeres" como si fueran uniformes, perros o gatos. En todo caso, y si no la había, ahora hay al menos una mujer que piensa "así". Pues también cuentan -contamos con ellas- las criaturas que sólo existen en la literatura. Esa es la fuerza de la ficción, que se incorpora a nuestro conocimiento y a nuestra experiencia casi tanto como lo real. E incluso, cuando la realidad es pálida, a veces nos constituye un poco más.


La mejor ficción mexicana, según críticos y escritores de la revista Nexos

Por su parte, la revista Nexos publicó en su número de diciembre seis reseñas escritas por sendos escritores y críticos que eligieron, cada uno, una obra de ficción que consideran la mejor publicada en el 2011 por un autor mexicano. He aquí la lista:


José Joaquín Blanco seleccionó la siguiente:


José Mariano Leyva,
Imbéciles Anónimos,
Mondadori,
México, 2011, 319 pp.








David Miklos eligió:


Daniel Espartaco Sánchez,
Cosmonauta,
Tierra Adentro,
México, 2011, 82 pp.










Roberto Pliego:


Antonio Ramos Revillas,
El cantante de muertos,
Almadía,
México, 2011, 176 pp.










Alejandro de la Garza:


Jordi Soler,
Diles que son cadáveres,
RH Mondadori,
México, 2011, 195 pp.










Luis Bugarini:


Álvaro Enrigue,
Decencia,
Anagrama,
Barcelona, 2011, 230 pp.










Valeria Luiselli:


Guadalupe Nettel,
El cuerpo en que nací,
Anagrama,
México, 2011, 196 pp.


EL CUERPO ESCRITO DE GUADALUPE NETTEL
Valeria Luiselli


Siempre me ha generado ansiedad pensar en mis ojos. Ni siquiera me atrevo a tocarme los párpados demasiado por temor a que un globo ocular se me caiga hacia el interior del cráneo. En general prefiero ignorar por completo la existencia de esos dos órganos convexos, húmedos y vulnerables que de un modo enigmático están siempre pegados a mi cabeza. Pero durante la lectura de El cuerpo en que nací de Guadalupe Nettel tuve una extraña nueva conciencia de mis ojos —como si por primera vez estuviera leyendo con ellos y no sólo a través de ellos—. La primera imagen que aparece en la novela es el ojo de la escritora. Vemos una mácula en el centro de su iris —un lunar blanco, que obstruye el túnel por donde normalmente pasa la luz hasta el cerebro—. El ojo alunarado de Nettel no está puesto ahí, en la primera oración del libro, de modo gratuito. Es, al contrario, una presencia que atraviesa el relato entero, es lo que articula la novela en torno a un centro, pero sobre todo es el órgano leso a través del cual los lectores entramos a la historia que se narra, y desde donde miramos y reconstruimos el mundo enrarecido de Nettel.


La generación mexicana más reciente ha hecho de lo abyecto el signo identitario de su literatura. Gran parte de lo que se ha escrito en el último año —y no sólo en el último año— tiene que ver de un modo u otro con lo abyecto, lo marginal, lo anormal. Guadalupe Nettel no es una excepción pero sí es un caso raro dentro de este panorama. Hay en Nettel una inteligencia delicada que apenas roza las cosas, que prefiere sugerirlas antes que exhibirlas. La autora no se atribuye la superioridad moral que presupone hablar de lo abyecto desde la simulada corta distancia, el falso “I was there” del escritor que se pretende maldito o callejero. Nettel escribe desde una distancia —la distancia temperada de la inteligencia—. No hay imposturas. Tampoco hay estridencias ni exageraciones. Lo que sí hay son párrafos de una dureza estremecedora sobre la soledad de los niños y la vulnerabilidad de los adultos; hay una sabiduría vital vasta, enunciada parcamente, sin regodeos sentimentales ni adornos lingüísticos. Más cercano al ensayo literario anglosajón que a la novela latinoamericana, el estilo de Nettel me recuerda a lo que dice Richard Selzer en un ensayo sobre el oficio del cirujano. Selzer se detiene un momento a meditar frente a un cuerpo humano tendido, inerme, bajo sus manos. En el instante anterior a efectuar la primera incisión —o a escribir la primera palabra—, dice: “A stillness settles in my heart and is carried to my hand. It is the quietude of resolve layered over fear”.


El cuerpo en que nací es una novela transparentemente autobiográfica. O tal vez, más precisamente, un largo ensayo autobiográfico. La historia está escrita a modo de monólogo, y la voz narrativa habla desde el espacio íntimo de una sesión de psicoanálisis. Debo decir que en cuanto reparé en esta elección de formato —de historia de diván— se encendieron en mí todas las alarmas de mis prejuicios antipsicoanalíticos. Pero pronto tuve que ceder. No hay ningún psicologismo fácil en la novela y la presencia de un tercero —la doctora Sazlavski, que escucha a la narradora en un silencio imperturbable— le sirve a la escritora para hacer pausas sardónicas, inteligentes, autocríticas o críticas —siempre cómicas a su manera cruel—, que de otro modo desentonarían con el flujo natural de la narración. No recuerdo si era Salvador Novo o Gilberto Owen quien decía que una escritora mexicana con sentido del humor era un mirlo blanco. Con todo respeto hacia mi género, debo confesar que concuerdo —han pasado casi 80 años desde entonces y las cosas no han cambiado tanto, o tal vez nada—. Pero Nettel es una clara excepción a la regla.


Nettel es también la escritora más cosmopolita de su generación. Su cosmopolitismo no es como el que se planteaba conscientemente el Crack. No es programático. No es una prenda adquirida, sino parte constitutiva de su manera de entender el mundo. Pero si Nettel escribe desde cierta extranjería no por ello escribe una literatura extranjera ni para el extranjero. Más bien, quiera o no, la autora conversa con la literatura contemporánea mexicana, chilena, argentina, francesa o inglesa. Si hago esta distinción burda de literaturas nacionales no es tanto para subrayar diferencias que me parezcan inamovibles o definitivas, sino para señalar que la buena literatura siempre rebasa los límites de su frontera y de su lengua. Los escenarios que ocupa El cuerpo en que nací son diversos —Villa Olímpica, Cuernavaca, Aix en Provence, el centro de la ciudad México, el Reclusorio Norte—, pero todos estos lugares son, en el fondo, el mismo páramo un poco triste de la infancia visitada desde la madurez, el ecosistema despiadado del patio de la escuela visto desde la soledad adulta.


Nunca sabemos exactamente cuánto tiempo transcurre en el libro —si es una sola sesión de psicoterapia o si son varias apelmazadas en un solo torrente narrativo—, pero la ambigüedad del tiempo real es lo que da paso a la flexibilidad del tiempo y espacio contenido en el relato de vida de la autora, que empieza en la infancia temprana y termina en la adolescencia.


Nettel dibuja un retrato diferido de su vida, la mira con un ojo que deforma las cosas levemente, y que, mientras observa, genera una tensión sutil pero sostenida, que sumerge al lector en una realidad incómoda, inquietante, a ratos perturbadora. La mirada de Nettel alumbra su prosa como lo haría un sol bizarro la normalidad de nuestro mundo. Su sintaxis es tan singular, su mirada tan asimétrica y extraña, que el mundo que levanta se sostiene y nos habita como un huésped que albergamos en nuestro interior, aun cuando hemos dejado de leerla. Y creo que en eso radica la diferencia entre las buenas novelas y las novelas excepcionales: podemos disfrutar una novela bien escrita, una buena historia, pero sólo las novelas excepcionales encuentran un modo particular de perdurar en nosotros.


Valeria Luiselli. Escritora y ensayista. Su más reciente libro es Los ingrávidos.

2 comentarios:

Nunilo dijo...

Muchas gracias por esta lista, la verdad es que creo que hay algunos libros realmente interesantes, aunque hace poco vi en una página unos que también me llamaron mucho la atención, os paso la dirección http://mipagina.1001consejos.com/profiles/blogs/10-mejores-libros-2011 aunque reconozco que de estos me he quedado con las ganas de leer muchos, como "diles que son cadáveres" e "imbéciles anónimos"

manipulador de alimentos dijo...

Houllebecq siempre vuelve a los mismos temas pero el aura de vacío vital se encarna en 'El mapa y el territorio'como nunca, incluyendo su propio asesinato...